a little wicked

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4 de julio, 72 juegos del hambre
Casa Brewer, Distrito 10, Panem

Glyndon Brewer era una chica de campo. Siempre lo había sido. Tenía que ver sobre todo con que su familia tenía una granja al lado del mar, con hectáreas llenas de animales.

Había ayudado a su familia desde pequeña, y aunque no se la daba mal y había ganado algo de fuerza no era lo que quería hacer con su vida. Y mientras sus padres se habían encargado de las vacas, las gallinas y los cerdos ella se había encargado de los caballos y las ovejas junto a su mejor amigo, Icarus, su border collie.

Caminar entre la gente del distrito hasta donde estaría por última vez en la cosecha la hacía sentir bien, último año y podría vivir una vida tranquila. Quizá no como ella quería, pero eso era algo. No tener que ir a los juegos era su mayor orgullo.

Su familia ya había sufrido mucho a causa de los juegos. Su abuela había sido elegida en el primer vasallaje para ir a los juegos, y por razones ajenas a su conocimiento los había ganado. Y desde entonces su familia había estado con ojo avizor a los problemas. Por mucha falta que les hubieran echo las teselas, ninguno nunca había metido su nombre más veces, no era un juego al que estaban dispuestos a jugar.

Llevaba el único vestido que tenía, blanco de medio vuelo. Y sus botas de cowboy. Si era honesta odiaba la cosecha por la incertidumbre más que por la espera, que quizá se contradecía en sí mismo. Pero saber que podías eras tú era algo mucho mejor que no saber si era correcto. Hacía un par de años había habido una chica que había salido, que tenía el mismo nombre que otra.

El capitolio fueron los únicos que supieron como acabó eso. 

Sus padres la acompañaban allí, donde la dejaron a esperas de lo que fuera a pasar. 

Estaba a finales de la gente, donde no se podía ver bien lo que pasaba. Sabía que el alcalde había dicho algo, pero como no sabía bien el qué, supuso que estaba introduciendo a la chica del capitolio, la razón de todos sus malditos males en ese momento.

—¡Felices Juegos del Hambre! ¡Y que la suerte esté siempre,siempre de vuestra parte!

Glyndon no evitó sorprenderse al ver a una mujer distinta este año. Airel llevaba varios años siendo la que venía, pero al parecer se había vuelto demasiado mayor para siquiera pasarse por aquí. Detrás de ella sentados estaban Hawke Collingwood, ganador de los juegos hacía cuatro años y Lyra Farrel ganadora de los sexagésimo primeros juegos del hambre. Ambos se habían vuelto un poco locos, pero sabía que era normal, desde la muerte de su abuela ellos habían pasado a ser los mentores de distrito.

—Y como siempre ¡las damas primero!

La multitud comenzó a tensarse, y normal que fuera así. Nadie de los distritos ajenos al 1 y el 2 se ofrecía como voluntario para entrar en los juegos. Fue a la urna y alisó el papel, sus ojos verdes parecían denotar cierto pánico.

—Glyndon Brewer —el mundo se le cayó a los pies en ese mismo momento.

Tenía que haber sabido mejor que esperar una vida normal. Pero como le había dicho su abuela hacía muchos años, debía jugar los juegos, bajo las reglas. Nunca patrocinaban a jugadores de la arena que no jugasen bajo las reglas, con sonrisas y todo.

Si su abuela no estuviera muerta ya, el infarto que le hubiera dado en ese momento la hubiera matado.

Ella podía escuchar los murmullos de la gente. Era mala suerte que todos supieran quien era, y era todavía más mala suerte que tocaran a los miembros de una misma familia en menos de cincuenta años. Sonrió mientras se encaminaba al escenario. Uno de los agentes de la paz la ayudó a subir y se posicionó a un lado de la mujer.

No la escuchó lo siguiente que tuvo que decir, miraba a su madre llorando en brazos de su padre a lo lejos, todo mientras se encargaba de evitar llevar demasiadas miradas hacia ellos. Lo siguiente que supo es que le estaba dando la mano al chico que había sido nombrado tributo.

Era musculoso, muy alto y de cabello rubio rizado con unos ojos azules intensos. No era normal tener a alguien de esas características en el distrito 10, pero podía reconocer que trabajaba en una granja no muy lejana a la suya. Era el que a veces participaba en el rodeo de toros que había para conseguir más teselas. Y era muy bueno.

Ir contra él sería difícil, ya sin contar con todos aquellos tributos que iban mejor preparados que ella. Tenía fuerza, eso era verdad, pero no tanto como alguien que había entrenado toda su vida, no como el chico a su lado. Era buena con los lazos y con el tridente, porque por mucho que el distrito 4 fuera los que traían la pesca, ellos vivían lo suficientemente cerca para poder pescar. Estaban a quince minutos de la playa, pero ya está.

También tenía resistencia, pero todo lo que tenía lo tenían otros tributos mucho más trabajado o mejorado.

Siquiera pudo darse cuenta cuando la estaban llevando hacia dentro, donde sus padres la esperaban. No tardaron nada en correr hacia ella y abrazarla, sacándola del pequeño trance. Iba a ir a los juegos, iba a ir a los putos juegos.

En esos momentos quería llorar, no iba a aguantar algo así. Había visto como matar animales, y los había matado ella también, pero la gente de los juegos. Esa gente estaba ahí dentro contra su voluntad, incluso los que se presentaban voluntarios, todos estaban sujetos a la ley del más fuerte, y quizá no solo en el sentido físico.

—Estarás bien, cielo, lograrás salir de esto —pero los tres sabían que sus posibilidades eran escasas, sino eran nulas.

Se quedaron allí, abrazándose hasta que le hicieron una señal para que salieran. Lo siguiente que supo es que la llevaban en coche al tren.

Si miraba por la ventanilla podía ver todas las granjas de la gente que conocía, eran personas que se dedicaban al campo y que finalmente le cogían el gusto a ello. Los animales definitivamente eran una buena compañía, por lo menos hasta que llegaba la temporada en la que había que matarlos para conseguir comida y venderla.

Había veces que la lana que conseguían de las ovejas iba para el distrito 8, los textiles, otras simplemente se quedaba en la zona para venderlo a los artesanos y que ellos hicieran lo que les diera la gana.

No sabía siquiera como se llamaba su compañero de distrito. Hacía menos de una hora era la nieta de la ganadora de los vigésimo quinto juegos del hambre, mejor conocidos como el primer vasallaje, cuarenta y siete años después ella era un tributo a la que iban a lanzar a la arena.






















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