Rosa onceava: Le miroir

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Ya casi acaba la trivia, fufufu. En mi especial de Halloween, Las Monjas; al final, ¿cuál era la verdadera identidad del gatito negro de la abadía? Como en este cuento, las cosas no son lo que parecían. Pero no nos adelantemos. Mejor vamos a leer para acompañar a nuestro melizabeth al final de su épica historia UwU.

***

Por fin Meliodas entendía lo que era la verdadera belleza. Su corazón latía inquieto en su pecho, como un pájaro enjaulado tratando de escapar, y presentía que a la hermosa albina en sus brazos le pasaba lo mismo. Ojos brillantes, mejillas encendidas, los labios entreabiertos, y su cuerpo temblando de algo que no era miedo ni frío. Tan delicada, tan perfecta. La llevó como si estuviera hecha de cristal hasta el cuarto más apartado del ala oeste y ahí, en medio de una aterciopelada oscuridad, sintió la llama del deseo arder, alimentada por un nuevo sentimiento que no tenía comparación con ninguno que hubiera experimentado antes.

Esa habitación había cambiado mucho. Ya no era aquel hueco donde una bestia se refugiaba para lamerse las heridas, ya no era ese lugar temido por su prisionera. Un cálido fuego ardía en la chimenea de mármol, todo lucía blanco y limpio, y un misterioso aroma a rosas inundaba el aire, dándoles la sensación de estar de vuelta en su amado jardín. Las estrellas les guiñaban al otro lado de la ventana, el silencio los invitaba a decirse cosas que nunca creyeron posibles, y cuando finalmente él la depositó con suavidad en la cama, la albina susurró el nombre de la persona que le había robado el corazón.

—Meliodas... —Él la silenció de nuevo con un suave beso en los labios, y este toque tan íntimo fue acompañado por el celestial sonido de un gemido.

—Eli... —Era como ver a una mujer por primera vez. Sus ojos observaban maravillados cada centímetro de su hermoso rostro, y sus pulgares acariciaban las mejillas que a cada segundo se teñían más de rojo—. Elizabeth, yo...

Era una mujer muy valiente. Siempre lo había sido. Volvió a mostrarlo al ser ella la que lo atrajo de nuevo a su boca, en un beso aún más intenso que el anterior. Su pecho se apretó contra el de él mientras la respiración se le volvía irregular, y entre más profundamente se besaban, más apretado se hacía el abrazo entre los dos. Luego lo sintió. Las manos de Meliodas buscaban algo en su espalda, y en cuanto fue consciente de qué era, dejó de besarlo para mirarlo a los ojos con expresión asustada. Estaba tratando de desatar los lazos de su vestido.

—¿No quieres? —Era justo lo contrario. Los ojos azules de la hermosa dama viajaron por el rostro de su mejor amigo: sus ojos oscuros, su suave boca... la piel de su pecho que se asomaba entre la camisa abierta. Lo deseaba, y mucho, pero...

—Tengo miedo —Susurró—. Yo nunca... jamás he... —Él le sonrió, de la misma forma luminosa en que ella le había sonreído una vez cuando intentó enseñarle a patinar, y apretó sus manos con fuerza.

—Tranquila. Iremos despacio, lo haremos juntos. Solo te pido que confíes en mí. —¿Cómo no hacerlo?, ¿cómo no desearlo, cuando ya se había convertido en todo para ella? ¿Cómo negarse el privilegio de vivir aquello por primera vez, y anhelándolo tanto? Volvió a unir sus labios, permitió que sus tímidas manos vagaran torpemente por el cuerpo del rubio, y permitió que unos escalofríos la recorrieran al sentir las yemas de sus dedos sobre la piel de su cuello. Las joyas cayeron al piso con el mismo sonido de las gotas de lluvia, y el corsé se aflojó mientras aquellos cálidos labios le imprimían un beso en el hombro.

—Aaaahhh... —Aquellos quedos sonidos llegaban hasta lo más profundo del alma de Meliodas, y lo hacían sentir tan feliz como para llorar.

Cerró los ojos para evitarlo, y siguió un camino ciego que el amor le iba mostrando sobre su piel. Besó su mejilla, besó el punto de piel detrás de su oreja, besó su cuello, su hombro y su clavícula. Cuando finalmente llegó a su pecho, la albina se arqueó de placer y terminó arrastrándolo con ella a la cama. Estaban perdiendo el control. Sus labios se unieron de nuevo, buscándose por instinto, y cuando finalmente se les acabó el aire, él decidió dar el siguiente paso.

—Confía. —La hermosa peliplateada apretó con fuerza su mano para que supiera que había entendido, y luego abrió los ojos con sorpresa al sentir como él se deslizaba hacia abajo sobre su cuerpo hasta llegar a sus pies. Le quitó las zapatillas, besó su empeine, y tocó sus piernas como ningún hombre la había tocado antes. Sus dedos siguieron avanzando, acariciando todo de ella por debajo de la tela, y cuando finalmente llegó a sus bragas, Elizabeth tuvo que aferrarse a las sábanas para dejar de temblar.

—¡Meliodas...!

—Relájate Eli. Te haré sentir mucho más —Su voz se había vuelto ronca, sus manos ya habían quitado la pequeña prenda, y aunque el vestido aún era una nube vaporosa entre los dos, no tuvo problemas en hacerla abrir las piernas y acomodarse entre ellas—. Así es como tú me haces sentir.

—¡Kyaaaa! —Su ardiente boca... estaba justo sobre su sexo. Besando, lamiendo, chupando. Trayendo con él una deliciosa humedad que ella jamás había experimentado.

Mientras, sus manos seguían acariciando sus miembros, deslizándose sobre ella, descubriendo más piel hasta encontrar todos sus rincones y adueñárselos. Luego viajaron de nuevo a la parte de atrás del vestido, y con un misterioso sonido de "clic", finalmente este cedió. Y entonces él pudo volver a subir la intensidad. Una mano mantenía sus piernas abiertas, la otra subió hasta apretar uno de sus pechos, y su boca comenzó a devorarla sin piedad. Ella gritaba, gemía y se retorcía, tratando de escapar de la sensación que le quemaba las entrañas y aturdía sus sentidos, pero no lo consiguió. Solo fue liberada de aquella prisión sensual cuando su cuerpo convulsionó en una ola de intenso placer y su agua sagrada caía en la boca de su amigo y amante.

Le costaba trabajo respirar, tardó varios segundos en recuperar la conciencia de todo. Una vez que lo hizo, descubrió lo que era sentirse enamorada. Se encontraba completamente desnuda sobre la cama. Meliodas estaba sin camisa frente a ella. Y su mirada parecía estar cambiando. Un resplandor verde, como el de una primavera que aún no había llegado, titilaba en los ojos oscuros de la bestia, y Elizabeth sentía que su corazón estaba por estallar.

—Más... —susurró completamente extasiada—. Más... Meliodas, por favor, ven conmigo... —La timidez se estaba evaporando rápidamente con el calor de sus sentimientos, y ese mismo fuego estaba quemando toda la oscuridad que aún quedaba en el alma de aquel hombre. Miró maravillado como la albina aferraba con los dedos la orilla de sus pantalones, tirando de ellos hacia abajo para liberar la evidencia de su deseo.

—Aún no linda. Solo un poco más... —El rubio se dejó arrastrar en un nuevo abrazo de su amada, y reclinó la cabeza sobre su pecho, justo en la posición perfecta para continuar.

—¡Aaaahhh! —Masajearlos con dulzura, apretarlos con firmeza. Sus pechos se convirtieron en un nuevo banquete de sensualidad para ambos. Ella misma colocó su mano sobre la de él para que apretara más fuerte, y cuando además se llevó uno de sus rosados botones entero a la boca, la ojiazul sintió aquella explosión en su vientre otra vez. Su lengua, sus labios, sus manos, la tenían al borde de la demencia, y ansiaba gritar pidiendo no sabía exactamente qué. Pero él sí lo sabía.

—Elizabeth... ya estás lista...

—¿Eh? —Meliodas se levantó de nuevo, arrodillado frente a ella completamente desnudo... y con su ardiente virilidad palpitando erguida entre sus piernas.

—¿Deseas llegar al final? ¿Me permitirás... tenerte? —El deseo era mucho mayor que el miedo. Y el amor, mucho más grande que cualquier dolor que fuera a recibir. La bella sonrió como una diosa, le extendió los brazos... y abrió las piernas delicadamente.

—Sí. Meliodas, tómame. —Si hubiera tenido que morir esa misma noche, la bestia lo hubiera hecho feliz.

Con el corazón a punto de estallar, el alma en un suspiro y una sonrisa en los labios, Meliodas fue entrando lentamente en ella, que se arqueo al recibirlo y abrió la boca en un grito mudo. Se quedó quieto cuanto pudo, sintiendo como si fuera a romperse en mil pedazos, y cuando finalmente el calor en sus entrañas le indicó que estaba lista para el movimiento, impulsó sus caderas hacia el frente dándole a Elizabeth el mayor placer de su vida.

—¡Aaaaahhhh! —Las embestidas comenzaron suaves, pero con cada minuto que pasaba se iban haciendo más intensas y profundas. Su grosor llenaba su estrechez de virgen, su largura tocaba ese punto que abría las puertas del paraíso, y aunque aún había lágrimas en sus ojos y sangre en las sábanas, la joven pronto comenzó a ir al encuentro de su amante—. Meliodas... Meliodas... ¡Meliodas!

—¡Elizabeth! —Pronto los movimientos se volvieron desenfrenados, y ambos se convirtieron en un cúmulo de gritos, golpes y pasión. Estaban por terminar, listos para llegar al cielo al mismo tiempo, cuando él se separó lo suficiente para mirarla a los ojos una vez más. Y lo que ella vio la cautivó. Sus ojos ya no eran negros, sino de un verde intenso como el de las esmeraldas. Entonces la liberación llegó, haciéndolos sentir como si se hubieran convertido en polvo de estrellas.

*

En el sueño, ella estaba frente a una turba furiosa. La gente gritaba apuntándole con el dedo palabras como "bruja" o "demente", y aunque por un segundo creyó que estaba teniendo otra visión de la hechicera que había maldecido a Meliodas, pronto se dio cuenta de que no era así. Era mucho peor. Esa era la gente de su pueblo. Y además, no era a ella a la que apuntaban.

—¡Les digo la verdad! —gritaba su padre desesperado—. ¡Ella fue secuestrada por un monstruo! ¡Yo lo vi! ¡Me amenazó a mi y a mi familia!

—Por favor —suplicaba Margaret entre sollozos—. Mi padre no está loco, ¡solo queremos recuperar a mi hermana!

—¡Montón de ignorantes! ¡Cerdos! ¡Fanáticos de mier...!

—¡Basta! —exclamó una voz familiar entre la multitud, y al ver quien era, la joven albina no supo si llorar de alivio o frustración: ese era Estarossa. Su sonrisa era tan resplandeciente como siempre, su voz, pausada. Sin embargo, algo en su energía le provocó escalofríos a Elizabeth, que vio confirmados sus temores cuando lo escuchó hablar—. Me temo que la farsa se acaba aquí, Bartra. Por favor no te resistas, será peor para todos ustedes.

—¿A qué se refiere, señor? —dijo la pelimorada apenas en un susurro, y en cuanto el peliplateado la vio, fue claro para todos que estaba pronunciando su condena.

—Llevan meses hablando de una bestia en su castillo hechizado. Les diré lo que en verdad pasó: alguno de ustedes asesinó a la pobre Elizabeth, enterraron su cuerpo en el bosque para que no fuera encontrada, y luego fingieron todo el numerito de familia preocupada para ganar ventaja de la pobre gente del pueblo.

—¡Es una bruja! —gritó una chica de cabello castaño corto señalando a Margaret—. Le dio brebajes a su padre para enloquecerlo, ¡y también le dio una poción de amor a mi querido Gil para atraparlo en sus malignas garras!

—¡La otra hermana no dejaba de rondar el bosque! —exclamó una amiga de la castaña—. Seguro lo que en verdad hacía era evitar que nos acercáramos a donde enterraron a la chica.

—Cálmense, Vivian, Lilia. Lo único que queremos es salvar a esta gente de sus propios pecados. En resumen... —dijo el cazador con una expresión triunfal—, uno está loco, otra es bruja, y la otra es asesina. O tal vez los tres son mentirosos y ya. De cualquier forma, estoy seguro que el magistrado les dará un juicio justo. Hasta entonces, deberán estar aislados en prisión, por su bien y el de todos los demás.

—¡No! ¡Aguarden! —gritó la hermana mayor mientras ya la sujetaban de los brazos—. ¿Dónde está Gil?, ¡Gil!

—No vendrá —susurró Vivian mientras a su rival le ataban las muñecas a la espalda—. Yo me aseguré de ello. Él y sus dos amigos fueron al pueblo de las montañas siguiendo el rumor de que ahí se encuentra tu hermana. Obviamente, no la hallarán. Tú la mataste, y ahora, yo bailaré sobre tu tumba.

—No...

—¡Suéltenme! —Se defendía Verónica mientras llenaba de patadas y puñetazos a quienes trataban de capturarla—. ¡Déjenme! ¡Bastardos hijos de pe...!

—Pero digo la verdad... —murmuró Bartra con la mirada perdida mientras dejaba dócilmente que le colocaran las cadenas—. Mi Elizabeth en verdad fue robada por la bestia...

—Debiste entregármela cuando tuviste la oportunidad —Estarossa había hablado tan bajo que solo el anciano y Elizabeth lo escucharon, y la joven supo quién era el verdadero monstruo cuando vio aquel hermoso rostro curvarse con una sonrisa cruel—. Ahora te pudrirás en prisión por no haberme hecho caso. Vamos, aún puedes arrepentirte. Si me dices dónde está, yo podría intervenir por ti.

Se hizo el silencio un instante, y el cuerpo de su padre estaba tan quieto que parecía de piedra. Pero no parecía tener miedo. Los ojos de Bartra estaban desenfocados, como si estuviera viendo a algo o alguien muy lejos de ahí, y tras dar una inhalación profunda que le devolvió toda la firmeza a su ser, clavó su penetrante mirada gris en la cara de aquel hombre.

—Fue lo mejor. Ella no era feliz en este pueblo, donde nunca sería comprendida ni aceptada, y terminaría en las garras de un demonio como tú. Estoy feliz de habérsela entregado a él. Así estará a salvo de ti. —La fachada de Estarossa no pudo resistir más. Asestó un golpe con todas sus fuerzas al rostro del anciano, y dándose la vuelta sin mirar atrás, siseo la orden a sus malvados secuaces.

—Llévenselos.

*

—¡Noooooo!

—¡Elizabeth! Calma, ¿qué pasa?, ¿estás bien? —La joven despertó empapada en sudor y con lágrimas cubriéndole los ojos.

—Me... Meliodas... mi padre... —Un agudo pinchazo de culpa golpeó el pecho del rubio, pero había cosas más importantes que mirar a la oscuridad de su pasado en ese momento. La abrazó con fuerza, besó su frente, y acarició su espalda tratando de tranquilizar a la albina.

—Calma Eli. Solo fue una pesadilla, no es real, ya todo terminó... —¿Pero sería cierto? La joven temblaba aterrada, abrazándolo con todas sus fuerzas sin dejar de sollozar, y cuando finalmente consiguió calmarse, el rubio río sin energía—. Supongo... que fue demasiado pronto. Tal vez no debimos hacer esto, después de todo, aún debes odiarme por separarte de tu familia, y... —Pero no pudo terminar de hablar.

La albina se arrojó sobre él, estampó sus labios en los suyos, y comenzó a besarlo de una forma tan desesperada que hasta lo hizo sentir miedo. Y luego, pasión. Se besaron largamente, tratando de este modo calmar el espíritu del otro, y cuando por fin el aire se les terminó y tuvieron que separarse para volver a respirar, el primer aliento de ella fue usado para tratar de explicarse.

—No es eso. Perdóname Meliodas, no quise insinuar que... lo de ayer fue... yo.... oh cielos —Sus mejillas estaban tan rojas que en realidad no necesitaba explicar más, pero como al rubio le hacía muy feliz escucharla decirlo, no la detuvo hasta que su cara estuvo como una fresa—. No fue por eso. No me arrepiento de nada, pero... —Súbitamente seria, la ojiazul se incorporó en la cama, tratando de sentarse mientras hacía una pequeña mueca de dolor. Él le ayudó lo mejor que pudo, pero aunque estaba muy feliz de ver las secuelas de su pasión con la luz del día entrando por la ventana... algo le indicó que esa calidez no lo salvaría de su revelación—. Meliodas... no es la primera vez que tengo sueños así. Y las otras veces que los he tenido, todo ha resultado ser verdad. Te lo contaré...

*

La verdad resultó tan hermosa como terrible. La hechicera que lo embrujó no era otra que Merlín, su amiga de la infancia a la que ya no recordaba. Su crimen había sido mucho más terrible de lo que creía, pues incluía promesas rotas, olvidar a su madre, y humillar a sus amigos, todos aquellos que desde que era pequeño solo habían deseado su felicidad. Los sueños de Elizabeth eran muy reales, y eso solo podía significar que su familia en verdad estaba en peligro. No podía haber nada más cruel.

Cuando ya la amaba, cuando sentía que no podría vivir sin ella, cuando parecía que sería correspondido por la persona que se había vuelto todo en su vida... se enfrentaba a la elección de tener que dejarla ir. Si no lo hacía, todas las personas que ella amaba sufrirían un castigo terrible, y él cargaría con la culpa de haberle robado la oportunidad de salvarlos. No podría soportarlo. E incluso por encima de la culpa, la tristeza y la ira, lo que no podía tolerar era la idea de que ella sufriera. El sol alcanzó el medio día mientras hablaba, y cuando ella por fin terminó de hablar, Meliodas sentía que era como si le estuvieran arrancando el corazón.

—Tranquila Eli. Todo va a estar bien, yo... creo que tengo una forma de comprobar si lo que viste fue un sueño o fue real.

—¿En serio? ¿Cómo?

—Ve a lavarte. Vístete y alcánzame en la biblioteca. Nos encontraremos ahí para comer algo, y después... después te mostraré a qué me refiero. —Un beso más, una caricia desesperada, y entonces la albina pudo sonreír otra vez.

—En verdad Meliodas, gracias.

Entonces se levantó y salió andando como un venado bebé en dirección a su cuarto. Él le sonrió y agitó la mano para despedirla mientras corría piso abajo. Cuando sus pasos dejaron de oírse, se levantó con calma, hizo una inhalación... y se vistió con la sensación de que ese era el día de su muerte.

—¡Amo! —Se escuchó la voz cantarina de su mejor amigo—. ¿Todo salió bien? La mademoiselle lo espera impaciente en la biblioteca. Maravilloso lugar para una cita después de confesarse que se aman.

—No es una cita... —dijo él en un susurro—, y tampoco le he confesado que la amo. No se lo diré. —El silencio que siguió fue como si una ventisca de hielo hubiera entrado por la ventana, y cuando parecía que este no podía ser más frío, el candelabro por fin pudo volver a hablar.

—¿Po... por qué?

—Por que si lo hago, dudará en ir a rescatar a su familia. Y no puedo dejarla saber que si me deja... lo más probable es que muera. La amo demasiado. Por eso...

—Por eso debe dejarla ir... —El resto de sus fieles sirvientes había entrado, y lo contemplaban con mirada triste y sonrisa feliz.

—Lamento mucho no haber podido salvarlos a todos.

—Estamos bien con esto. —dijo el fiel reloj abrazando de los hombros al muñeco que no paraba de llorar.

—Ve a despedirte querido —susurró Gelda la tetera—. Nosotros estaremos aquí hasta el final.

—Gracias —Sus hermosos ojos, ahora verdes como un campo en primavera, vagaron por los rincones del cuarto hasta el hueco por el que se entraba a su lugar secreto. Ahí, contempló el rostro de su hermano unos segundos, y abrazó con cariño la estatua como si también se despidiera de él—. Lamento no haber podido aprender a amar a tiempo, como tú. Pero descuida. Ya pronto me reuniré contigo.

*

—Que hermoso espejo... —susurró la albina mientras veía la pulida superficie de mango de oro.

—Fue el último regalo de Merlín, y el más cruel en mi opinión. En el mundo no hay espacio para criaturas como yo, pero con él, puedo ver cualquier lugar que quiera. Yo no puedo ir pero... tú sí podrás. Anda, dile lo que quieres mirar, el espejo te obedecerá.

—Yo... qui... quiero ver a mi familia. Por favor. Muéstrame el lugar donde están —Las profundidades plateadas del espejo se removieron diluyendo el bellísimo reflejo de la albina, como si fuera una tormenta en miniatura hecha de cristal. Cuando aquella luz mágica dejó de agitarse y por fin la joven pudo ver aquello que había pedido, por poco suelta el espejo mientras ahogaba un grito: su padre y hermanas estaban en una plaza pública, encadenados ante un juez de mirada siniestra y expresión severa. Tal vez estaban a punto de ser condenados—. ¡Meliodas!

—Lo sé... —dijo él, tomándola de las manos con fuerza para evitar que temblaran—. Debes ir.

—¿Eh?

—Debes ir con ellos, Elizabeth. Puedes abandonar el castillo inmediatamente. Lo que necesitas ya está preparado esperándote en la puerta, solo... buen viaje —Todos los sentimientos y palabras no dichas se volvieron como una mortaja sobre ellos, y aún sin poder hablar, ella trató de devolverle el espejo—. Llévatelo. Así podrás verme y recordarme cuando quieras. Y será la muestra que los aldeanos necesitan para saber que en verdad existe la bestia del castillo. —Gruesas lágrimas se deslizaban por el rostro de la chica, que incapaz de decir más, se acercó para besar apasionadamente a su amante, y susurrar en su boca unas últimas palabras.

—Gracias Meliodas. —Y entonces se fue, montando el caballo tan rápido como podía, sin saber que con eso apresuraba la muerte del hombre que había dejado atrás. 

***

¡El amor!, ¡la tragedia!, ¡el drama! *0*Por fin llegamos al clímax, y ahora, se viene el épico desenlace y final.

Y ahora, un dato curioso de este capítulo: ¿Sabían que en el cuento original, también se decía que la bestia moriría de soledad si era abandonada por su dama? Se suponía que las hermanas de Bella, envidiosas de su amor y su riqueza, la engañaban para que se quedara más días lejos del castillo, y para cuando regresa, la bestia estaba moribunda. En esta versión no pasan varios días, sino que la oscuridad interna de Meliodas trata de destruirlo al no soportar la luz de su profundo amor por Eli. ¿Quieren saber lo que pasa a continuación? Bueno, acompáñenme a averiguarlo... 

https://www.youtube.com/watch?v=diLa-gpHRKc

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro