20. Condor

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Grizz avanzó hacia la casa con la insignia del número 12, regresó la vista nuevamente a ella, Alicia caminaba lentamente y sin apartar su mirada del suelo.

—No tienes nada que temer —aseguró él, la nobleza y sinceridad se plasmaba en su rostro, así que Alicia se relajó un poco—. Además, hace menos de un minuto sometiste a ese idiota con un simple movimiento, no cualquiera lo hace —abrió la puerta y le invitó a pasar—, por cierto, ¿quién te enseñó a hacer eso?

—Un... tío —reconoció aún algo temerosa, entró en la casa finalmente. No era muy distinta a las que había en su comunidad, salvo que ésta se notaba más ordenada y limpia.

—Por aquí —caminó unos cuantos pasos y rápidamente se toparon con más gente, parecía que el lugar estaba mayormente habitado por gente joven. Justo en la cocina, había un pequeño grupo, hablaban y lanzaban bromas sin ninguna preocupación, incluso una estaba haciendo algo de comer—. Chicos, ella es Alicia —la presentó, todos se quedaron callados al instante—, la asignaron a nuestro escuadrón.

Ella se quedó callada, intimidada al ver como era el centro de atención, era como ver una pequeña en su primer día de clases. Uno de los chicos se apartó de la barra en la que estaba comiendo y se acercó a ella.

—Mucho gusto, Alicia, yo soy Connor —se presentó un joven afroamericano de cabello a rapa, sonriente y un tanto esbelto, al menos para la complexión que manejaban los demás.
Ella correspondió a su apretón de manos.

—Bueno, Alicia, ellos son Chase, Wendy y Ramona —presentó a los demás.

—Toma asiento, Alicia —le cedió su lugar Chase, un joven castaño, de mirada y sonrisa sagaz y rostro cubierto con algunas pecas, ella se sentó.

—Hola, Wendy —se presentó una chica pelirroja de carácter notablemente amable—. ¿Tienes hambre? —reaccionó algo sorprendida ante su hospitalidad, asintió con pena—, bien, llegaste justo a tiempo, estoy haciendo Sándwiches.

Encendió una parrilla y colocó unos pedazos de pan sobre ésta, Alicia miró confundida aquello y se animó a preguntar.

—¿Ti-tienen electricidad aquí?

—Sí, Stanford hizo que los paneles solares en cada casa funcionaran, ¿genial, no? —sonrió.

—¿De dónde vienes, Alicia? —preguntó Connor al acomodarse sobre la barra.

—Bueno... al... al norte de aquí.

—Oh, genial —apretó el mentón y levantó las cejas.

—Aquí tienes —Wendy le dejó un atractivo Sándwich justo frente a sus ojos, su estómago rugió al percibir el espléndido aroma que desprendía.
Estuvo a punto de comer, pero la mirada penetrante de Ramona la hizo detenerse, era una joven esbelta, de cabello negro como la noche, recortado casi como de aspecto masculino, pero sus brillantes ojos verdes y sus facciones finas le brindaban una belleza natural que no la hacían parecer en lo absoluto como alguien tosca.

—Deja de acosarla, Ramona, no ves que le quitas el hambre —bromeó Chase, mostrando una sonrisa muy singular y hasta cierto punto perspicaz.

—Vete a la mierda, Chase —respondió ella en un tono seco y agresivo, el atractivo de aquella chica solo era equiparable a su actitud exageradamente recia y ruda—. Así que eres la nueva, ¿hace cuánto llegaste? —caminó hacia ella y se cruzó de brazos.

—H-hoy.

—Hoy, bien, te explicaré cómo están las cosas, chica nueva, de ahora en adelante viviremos bajo el mismo techo durante un tiempo indefinido, así que dejemos esto en claro; no me fastidies, sigue las reglas y mantente a raya, si haces algo que dañe al equipo o a mí, te destruiré, ¿quedó claro? —amenazó mirándola seriamente, Alicia, temerosa, solamente logró asentir—. Bien —se encaminó a la puerta, pero antes de salir volvió a voltear—, oh, y nunca toques mis cosas —abrió la puerta y salió de la casa, dejando atrás un profundo silencio.

—No la escuches, está loca —bromeó Wendy.

—Más bien sí escucha lo que dice, está loca —aseguró Connor—. Es alguien difícil de tratar, pero acostumbrarás a lidiar con ella, todos lo hicimos.

Hasta el hambre se le espantó, miró el sándwich y pensó en qué es lo que estaba pasando. Escuchó a alguien bajando del segundo piso, un hombre se presentó, era un adulto, de piel negra y rostro duro como la roca, y las cicatrices que había en su cara solo lo hacían lucir más intimidante.

—Oh, él es Johari, es nuestro líder de escuadrón —habló Grizz nuevamente—. Johari, ella es Alicia, vino con los nuevos reclutas y la asignaron aquí.

Johari la miró detenidamente de pies a cabeza sin ocultar su rostro recio y duro.

—No sabía que los reclutas llegaban hoy —soltó con voz seria e inquisitiva.

—Nadie sabía, en realidad —Johari suspiró y movió un poco el mentón, pensando detenidamente en qué es lo que le iba a decir.

—Bien, Alicia, veo que ya conociste al resto del escuadrón, así que creo que lo único que falta es mostrarte el lugar —empezó a avanzar hacia la puerta—. Ven, sígueme.

Ella se puso de pie y lo acompañó. Salieron nuevamente y comenzaron a recorrer por completo el área de los escuadrones. Alicia no podía apartar su vista, estupefacta estaba al ver como todo el lugar parecía un campo militar, los cadetes entrenaban, alistaban sus armas, convivían, pero todo se notaba tan irreal, el orden puesto por encima del caos.

—Esta es el área designada a los escuadrones de recuperación, aquí es donde pasarás la mayor parte de tu tiempo, claro, aunque eso no significa que no puedes estar en otras partes de la comunidad —mientras avanzaba, podía notar como los cadetes y algunos soldados lo saludaban con mucho respeto y admiración.

—¿Qué es éste lugar? —lanzó la pregunta y Johari dejó de moverse, se rascó el mentón y dio la vuelta para verla nuevamente.

—Ya lo dijo Stanford, un refugio.

—Yo tenía un refugio, un hogar antes de esto, ¿qué ocurrió? —Johari puso un rostro distinto, uno compasivo.

—Lamento decirte que ese lugar ya no existe más —sentenció con algo de pena en su hablar.

—¿Qué? —refutó incrédula.

—Escuché lo que pasó, tu comunidad fue atacada por los errantes, no quedó nada, lo siento...

—¿Qué? No, no eso no es posible —no quería creerlo, pero ni siquiera recordaba con exactitud lo que había pasado.

—Por lo regular es así, la mayoría llegó así —puso una mano sobre su hombro—. Los soldados los traen aquí porque no tienen hogar, porque están desamparados, porque están solos. Si tenías un hogar, lamento informarte que ya no existe.

—Pero... mis amigos... mi familia... estaban vivos, y ellos me raptaron.

—Diría que más bien te salvaron, escucha, niña, si solamente tú estás aquí, es porque nadie más lo logró.

—No... no puede ser —comenzó a faltarle el aire, miró a todas partes y lo único que lograba ver era un mundo completamente nuevo. Negó y salió de ahí.

—¡Espera! —trató de alcanzarla. Pero Alicia corría el doble de rápido, atravesó multitudes de soldados y salió de la zona de los escuadrones, adentrándose en las entrañas del pueblo, agitada, aterrada, no dejaba de correr.
Incluso algunos soldados trataban de detenerla, avanzó entre los vecindarios y comenzó a ver casas normales, gente hablando y conviviendo, incluso niños jugando. Se detuvo de lleno frente a los muros, todo a su alrededor se movía lento y cada vez se sentía más y más mareada y llena de calor.

—¡No se mueva! —uno de los soldados en el muro apuntó su arma contra ella. Entonces Alicia se desplomó.

Despertó de golpe, sintiendo su corazón a mil por hora y una sensación extraña en todo su cuerpo. Miró a todas partes y fue cuando se encontró con la mirada fría del Coronel Stanford. Estaba sentado en un banco a lado de la camilla en la cual ella residía.

Trató de lavantarse, pero unas correas puestas en sus manos y pies le impidieron hacerlo. Agitada volvió a mirar a Stanford.

—Colapsaste —mencionó despreocupado, sacó una manzana y comenzó a comerla—. No me sorprende, mis hombres dicen que no quisiste comer y casi no bebiste nada, era de esperarse que estuvieras débil y deshidratada.

—Es difícil comer y beber cuando te están secuestrando —farfulló enérgica, deseaba con todas sus fuerzas liberarse y hacerlo pedazos. Stanford solo bufó, se acomodó en su asiento.

—¿Secuestrando? Más bien te salvaron, cuando mis hombres te encontraron estabas huyendo a mitad de la autopista y con una horda de caminantes tras de ti. Creo que les debes algo de gratitud.

—Mi familia, mis amigos, todos estaban en mi hogar y ustedes me llevaron...

—Tu comunidad fue arrasada por los muertos, no quedó nada ni nadie.

—¡Eso es una mentira!

—Compruébalo tú misma —se levantó y sin ninguna preocupación comenzó a quitar sus ataduras. Pensó que él haría algo más, pero el Coronel solamente volvió a sentarse—. Aquí no eres un rehén, todo el que no quiere es libre de irse, pero creo que la mayoría opta por tener tres comidas al día y una cama en la cual dormir en lugar de salir a morir a manos de esos monstruos.

Alicia se incorporó en su camilla, no sin apartar su mirada de Stanford, algo había en ese hombre, que no importara que no hiciera absolutamente nada, igual lo ponía nerviosa.

—¿Te llamas Alicia, no es así? —dudó volviendo a morder su manzana, ella asintió—. Alicia, escucha, no somos el enemigo, todo lo contrario, estamos aquí para...

—Salvar el mundo, lo sé, escuché tu discurso.

—Entonces entiendes que no puedo permitir que un potencial soldado salga así nomas a una muerte segura —ella bajó la mirada, tanto había en su cabeza que ni siquiera podía comprender lo que estaba pasando—. Lamento mucho lo que tuviste que pasar, pero quiero que entiendas que el fin justifica los medios —se puso de pie y dejó un uniforme de aspecto militar sobre su cama—. No puedo mantenerte aquí, no contra tu voluntad, pero tampoco voy a mentir, si sales, puede que encuentres el camino casa, pero nadie te garantiza que seguirá en pie. Puedes salir y probar tu suerte, o puedes ponerte eso y finalmente tener un propósito en la vida, tú eliges —salió de la habitación sin decir nada más.

Alicia se quedó en silencio, mirando aquel uniforme militar y las botas que incluso tenía. Entonces cubrió su rostro con ambas manos y rompió en llanto, no quería creer las palabras del Coronel, sin embargo, sabía que era verdad, muy para su pesar sabía que estaba sola.
Limpió sus lágrimas y se puso de pie, dio un largo y entrecortado suspiro, se despojó del atuendo hospitalario y comenzó a ponerse el uniforme, le quedaba algo grande, pero tanto como para lucir ridículo. Se colocó las botas y tras verse en un espejo, salió de la habitación.

Stanford la esperaba recargado en una pared con los brazos cruzados, una vez que la vio, mostró una pequeña sonrisa.

—Me alegra que cambiaras de opinión —empezó a avanzar y ella a su lado. El lugar en el que estaban parecía ser una especie de antiguo hospital, no solo la fachada era similar, sino que cada habitación contaba con el equipo necesario, cada vez se asombraba más y más de su organización, salieron del lugar, la noche estaba en su punto y la luna brillaba con intensidad.

—Si me quedo... —comenzó a decir, Stanford se giró y prestó toda su atención—... ¿qué es lo que pasará conmigo?

—Deberás dejar tu pasado atrás. Todo lo que eres, lo que fuiste, abandonarás todo, y te convertirás en un soldado.

—¿Cómo? ¿Cómo puedo hacer eso?

—Trabajando juntos —se acercó a ella—. Yo haré todo lo que pueda, pero también necesito que tú lo des todo, no será fácil, pero este mundo no es lugar para los débiles.

—Bien.

—Bien —nuevamente siguió avanzando—. Anda, hay que volver a tu casa, los cadetes no tienen permitido salir después de las 12.

Recorrieron el pueblo hasta que nuevamente llegaron al área de los escuadrones, justo en frente de su casa.

—Alicia —la llamó el Coronel antes de que entrara a su casa.

—¿Sí?

—Descansa, porque a partir de mañana todo será mucho más difícil, ¿lo entiendes, verdad?

—Sí.

—Bien, ya, ve a dormir, mañana empezamos con tu entrenamiento —dio media vuelta y se perdió entre la penumbra. Alicia suspiró y entró en la casa, avanzó por aquel pasillo hasta que llegó a la sala, donde todo su escuadrón estaba. Solamente descansaban frente a la chimenea, pero al escucharla voltearon, y más de alguno dibujó una sonrisa al verla con el uniforme puesto.
Grizz, aliviado se levantó e inclinó su cabeza.

—Bienvenida, vamos, te mostraré donde dormirás.

Lo siguió, sabiendo perfectamente que su vida no volvería a ser la misma nunca más.

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