Capítulo 6. Invencible (Cuando estoy a tu lado)

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El sol hace unas pocas horas ha pasado el cénit. El calor de la tarde es algo sofocante, pero el agradable tintineo del fūrin me hace sentir mejor la débil brisa. Ya hace un tiempo Takahiro y yo hemos dejado mi lugar secreto, y esperamos a que sean las tres para ir a buscar a Elizabeth. Puedo notar la emoción en los ojos de mi hermano, que camina de un lado a otro, se sienta y se vuelve a parar, y mira el reloj cada cinco segundos.

—¡Ya es hora! —grita emocionado, y puedo sentir las vibraciones de su aura, como pidiendo a gritos que me levante del tatami.

—Ya voy, Takahiro —le digo con sosiego, levantándome con toda mi calma. Se me hace gracioso ver su cara de desesperación

—¡Vamos, levántate ya!

—Calma, ¿por qué te emocionas tanto?

—Es que realmente quiero conocer el pueblo, tengo muchas ganas. Por cierto, ¿a dónde iremos?

—No lo sé —le digo poniéndome al fin sobre mis pies—, dejaré que Lizzy decida, a fin de cuentas ella fue la de la idea de salir juntos.

Tomo mi bolso y salgo junto a Takahiro, quien me toma de la mano y se echa a correr por toda la pendiente de la colina.

—¡Estás loco, nos vamos a matar!

Le grito con el corazón en la boca, pues un paso en falso podría llevarnos a una caída mortal, pero parece no escucharme. Puedo sentir el viento casi cortando mi piel, y cierro los ojos por la sensación de ardor que experimento en ellos. Sin darme cuenta, llega el momento en el que dejo de sentir miedo. De alguna forma, su mano sosteniendo la mía me hace sentir segura y libre de peligro.

—¿Estás bien? —me pregunta él acercando su rostro al mío; después de haber llegado a la base de la montaña, me había quedado estática, mirándolo fijamente.

—Yo... creo... —jadeo por la sofocación, sin dejar de mirarlo a los ojos, hasta recuperar el aliento—. No es nada, no te preocupes. Vámonos.

Ambos tomamos el camino a la plaza Susa. Ya estamos cerca, y se puede ver la estatua de Mōri Terumoto, rodeada de castaños y arces. Él se ve muy animado, camina casi dando brincos y mira al cielo azul e inmenso. Yo voy indicándole por dónde ir, pero mi mente está en otro sitio. No puedo dejar de pensar en la sensación de cuando bajamos la montaña. Sentí realmente como si, en ese momento, nada pudiese herirme. Perdí totalmente mis temores... me sentía invencible, protegida. ¿Es esa la sensación que te provoca el tener un hermano mayor?

—¡Shizumi! ¡Takahiro! ¡Al fin llegaron! —exclama con alegría Elizabeth, quien me saca de mi ensimismamiento dándome un abrazo muy fuerte.

—¡Lizzy... cuidado! —Le digo apartándola un poco, pues casi me saca un pulmón con su saludo eufórico.

—Buenas tardes, señorita Clarke.

—No me llames tan formal, dime tan solo Elizabeth, o Lizzy si lo prefieres, ¿está bien, Takaki-san?

—Okey, pero... ¿qué es eso de Takaki-san?

—Es un apodo que te acabo de dar. "Taka" por Takahiro y "ki" por tu apellido, Misaki. Es como el apodo que le di a Shizumi, "Shizu" de Shizuka y "mi" de Fuyumi. ¿Te gusta? ¿No te molesta, verdad?

—Claro, claro, está bien. No te preocupes, puedes decirme como quieras, Lizzy-chan.

—Creo que Lizzy-chan es vergonzoso —dice ella algo sonrojada.

—Si te vas a ver así de linda cada vez que te digo eso, pues se te quedará.

—Bueno, ¿a dónde vamos? —pregunto interrumpiéndolos.

—No lo sé —habla Lizzy algo sorprendida—, creí que tú decidirías a dónde ir. Pero, si no has pensado en ningún lugar, pues... ¿qué te parece Nikkoland?

—¿Nikko? Bueno, está bien. Vámonos, Takahiro.

—Esperen... ¿Nikkoland? ¿El parque de atracciones? ¿Dónde queda?

—Queda algo lejos, pero podemos tomar el autobús y en unos quince minutos estamos allí —explico.

—Conque un parque... Creo que sé cuál es. Leí sobre él antes de venir, en una guía turística, y cuando iba en el tren pude ver a lo lejos una gran montaña rusa. Me sorprendió que aquí hubiese algo como eso...

—¿Acaso creías que por el hecho de no vivir en Tokio, no teníamos parques temáticos?

—Quizás... Además, para los chicos tokiotas, cualquier lugar fuera de la capital es considerado como zona rural. Ya veo que es un gran error el pensar de ese modo, pero es un mal propio de las grandes urbes. De todos modos, la ciudad nunca me gustó demasiado. El ruido y las multitudes no son mi preferencia, por decirlo de algún modo. Hagi es una ciudad tranquila, y eso me gusta. Además, su naturaleza es increíble. No puedes encontrar árboles como los de aquí en Bunkyō o Shibuya. Y no solo es eso... también está su gente. Las personas de aquí son de alguna forma más sociables. Allá cada cual está metido en su mundo, las relaciones son diferentes...

—Comprendo lo que dices —agrega Lizzy, que ha escuchado maravillada a Takahiro—. Cuando mis padres me dijeron que debíamos dejar Nueva York, la idea me pareció terrible. En los Estados Unidos estamos acostumbrados a pensar que somos el centro del mundo, y además, ¡Japón! Su cultura, su gente, todo era completamente distinto a lo que conocía. Además, ni siquiera me mudaría a Tokio, sino a un barrio de otra prefectura muy lejana de la capital. "Lo voy a odiar, jamás podré ser feliz allí", eso era lo que pensaba. Sin embargo, cuando llegué aquí la sensación dentro de mí fue tan cálida, que yo misma me asombré. Era cierto, la cultura, la gente, todo era diferente, pero no del modo en que lo imaginé. Antes de que me diera cuenta, ya me había enamorado de este lugar.

2

Los tres llegamos rápidamente a la parada del autobús, y enseguida pasó uno que iba directo a Nikkoland. Como era un destino turístico importante, pasaban autobuses cada diez minutos, por lo que no era difícil llegar allá, a pesar de la distancia. Las palabras de Elizabeth y Takahiro me hicieron pensar. La verdad, nunca había pasado por mi mente el hecho de que ambos venían de grandes ciudades, y que este pueblo era muy diferente a lo que conocían. Sin embargo, a ambos les había gustado mi pequeña ciudad, y eso me hacía feliz. Durante los quince minutos de viaje, no dije una palabra. Lizzy y Takahiro hablaban sin parar, conociéndose el uno al otro, como si hubiesen descubierto una cueva que ocultaba un gran tesoro. Me gustaba verlos sonreír, y saber que tenía a dos personas tan increíbles a mi lado.

Al fin llegamos al parque y, al bajar, Takahiro se queda impresionado con la enorme cantidad de personas reunidas en aquel sitio. Un gran arco rojo, con grandes letras en amarillo formando la palabra "Nikkoland", sirve de entrada a aquel mundo de diversión y ensueño. Hace mucho tiempo que no vengo aquí, creo que la última vez fue hace tres años, cuando terminé la Secundaria.

Después de esperar unos veinte minutos para comprar las entradas, entramos con mucho ánimo, mirando a nuestro alrededor los estanquillos de venta, los juegos para ganar premios, los puestos de comida, los niños corriendo y divirtiéndose por todo el lugar. A mi memoria vienen los días en los que solía jugar con Reika, sin embargo, no me siento triste. Alzo la mirada al cielo, y sonrío levemente.

—¿Shizuka? ¿Te pasa algo? —Escucho la voz de Elizabeth, y me percato de que me he detenido en medio del camino.

—Reika —Ese nombre salió de mis labios, y bajé la vista—. Solo recordaba a Reika...

—¡Dios mío! —exclama Lizzy de repente, dándome un susto terrible— ¡¿Cómo me pude olvidar de qué día era hoy?! ¡Soy una amiga terrible! ¡Debí haber fijado el encuentro para otra fecha! ¡Lo siento, Shizuka, de veras lo siento mucho! ¡Y por qué no me dijiste nada!

—No estoy triste —le digo tomándola por los hombros para que se calmara—. En serio, no estoy triste. De hecho, si no hubiera sido porque me invitaste a salir, de seguro estaría deprimida en casa. Es cierto que la acabo de recordar, pero es un recuerdo feliz, al igual que el día de hoy. Si ella estuviera viva, estoy segura de que quisiera que yo me divirtiese. Así que, ¡vamos!

Elizabeth me abraza con mucha fuerza, y rápidamente vuelve a ser la misma chica sonriente de siempre. Nos toma a Takahiro y a mí de la mano, y se echa a correr por todo el parque, hasta detenerse en la montaña rusa. Es realmente alta, y con tantas curvas y giros que parece que si la montas el corazón se te saldrá por la boca, literalmente.

—¡Empecemos aquí! —determina la pelirroja, y se apresura a entrar para marcar en la fila.

—Vaya, es verdaderamente alta. Desde el tren se veía grande, pero desde aquí...

—Es impresionante, ¿verdad? La primera caída es de cuarenta metros, con un ángulo casi vertical...

—¡Vamos, Takaki-san!

—¡Es...Espera! ¡Lizzy-chan!

Takahiro desaparece de mi vista de un momento a otro. Ha sido secuestrado por Elizabeth, quien llena de emoción lo lleva casi a rastras al carro de la montaña rusa, que ya había terminado un viaje. Yo corro tras ellos, riendo a carcajadas de lo cómico que se veía Takahiro siguiéndole el paso a mi amiga. Ella monta primero, sentando a mi hermano a su lado y dejando un espacio para mí a la izquierda. Me siento rápidamente, y enseguida empieza a andar. Cuando se pone en movimiento, noto algo de tensión en Takahiro. Sus músculos se contraen, y aprieta la mandíbula con fuerza después de tragar un poco de saliva. Su frente suda, y creo que su respiración se ha agitado ligeramente. Realmente no comprendo qué le sucede, ¿acaso tiene miedo?

La verdad no me detengo a pensar cuál será el motivo de su estado, pues la subida ya casi termina y pronto vendrá la precipitante caída de cuarenta metros, así que, por hacer algo, pongo mi mano sobre la suya y la aprieto con fuerza. Intento decirle, de algún modo, que no debe preocuparse, que yo estoy allí para él.

Hemos llegado a la cima, y parece que el tiempo se ha detenido. Un extraño escalofrío recorre todo mi cuerpo, y miro a Takahiro instintivamente, quizás para saber si ya se ha calmado. Al verlo, la agitación en mi interior desaparece por completo, y en su lugar surge un calor indefinible: él sonríe. Por primera vez en mucho tiempo, sonríe. Sonríe con verdadera felicidad, sonríe desde su interior, sonríen sus labios, sus ojos, todo su rostro.

Es difícil describir lo que sucede en este instante, las palabras pasan a una dimensión distinta y solo queda la sensación de una caída interminable: las cosquillas en el estómago, el mundo visto de cabeza, todo dando vueltas a mi alrededor, los gritos de las personas, la risa de Takahiro... y calma otra vez.

Bajo primera del coche, algo mareada pero estable. Takahiro intenta ayudar a Elizabeth a salir, pero esta salta de su asiento sin ningún inconveniente y se va corriendo a buscar algo de comida, pues las vueltas al parecer le han dado hambre. Por mi parte, siento que no puedo comer al menos en media hora.

—Gracias —me dice de pronto Takahiro, una vez que nos sentamos a esperar a Lizzy.

—¿Gracias? ¿Por qué me agradeces? —pregunto extrañada por sus palabras.

—En ese momento estaba completamente asustado. Nunca me han gustado las montañas rusas, me dan la impresión de que puedo caer en cualquier momento. Iba a decirlo, pero al ver la emoción de ustedes, preferí callar y tener algo de valor. Pero en cuanto se puso en movimiento, entré en pánico, realmente creí que mi corazón se iba a detener... Hasta que tomaste mi mano y la sostuviste tan fuertemente. En ese momento mi miedo desapareció. Era como si me estuvieses diciendo, "Estoy aquí contigo, no temas", y me llenaste de coraje. Me creí imbatible, y la vista desde la cima se vio más hermosa que nunca, y me sentí capaz de sonreír verdaderamente, sin ningún temor, porque estaba a tu lado. Así que por eso, Shizuka, muchas gracias.

Me quedo sin palabras. Lo que quise transmitirle a Takahiro en aquel momento había llegado a él. Pero no era solo eso, todo lo que él había sentido, también lo había experimentado yo esta mañana, cuando bajábamos la colina. En ese momento me di cuenta de lo que éramos el uno para el otro, como un guardián protector que aleja el peligro, y que te da las alas para poder volar.


GLOSARIO

1.  Fūrin (風鈴): Traducido literalmente como "campanilla de viento" o "campanilla que evoca el viento". Es un elemento decorativo de origen tradicionalmente japonés que se empieza a colocar en las casas, generalmente en las ventanas o puertas, al principio del verano. Se compone de una campana de forma redondeada que suele hacerse de diversos materiales. De la campana pende una cuerda que está unida en su extremo a un papel, que al ser movido por el viento, mueve un pequeño badajo que golpea la campana y la hace sonar.

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