La dama de blanco

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La dama de blanco

–Vaya que la partida de Word of Warcraft de anoche estuvo increíble –comentó Lincoln a la hora del almuerzo, en la que estaba reunido con algunos de sus amigos varones en la cafetería de la escuela–. Es una lastima que no te nos unieras, Clyde.

–Si, lo siento –se excusó su mejor amigo–. Es que no pude conectarme.

–Digo, ¿qué cuernos estabas haciendo anoche, amigo? –insistió en saber el peliblanco–. Te perdiste la mejor partida de la historia.

–Llevé a Chloe a Hazeltucky a ver el musical –fue lo que contestó.

–¿En serio? ¿Un musical? –Lincoln enarcó una ceja un tanto indignado–. ¿Osea que no pudiste jugar al World of Warcraft con nosotros porque una niña te obligó a ir con ella a ver un aburrido musical?

–Muy bien por ti, Clyde –lo felicitó sin embargo Zach–. ¿Te hizo una mamada luego?

–Claro que si –afirmó el muchacho de color para la estupefacción del albino.

–Genial.

–¿Qué? –Lincoln ahora enarcó ambas cejas mayormente sorprendido.

–Llevé a Jordan Chica a ver ese show la semana pasada –contó Liam–. Me hizo la mejor mamada vibratoria de mi vida.

–Cuarenta y cinco minutos sin parar –mencionó Clyde.

–No... –negó Lincoln con la cabeza, totalmente incrédulo de lo que decían los muchachos.

–Es cierto –reafirmó Zach–. Llevaré a Kat el sábado.

–No... –volvió a negar el albino con mayor incredulidad.

–Te lo aseguro, amigo –insistió Clyde–, dedícale tiempo al musical.

–Lleva contigo a una chica, la que sea –sugirió Liam–, y te aseguro que la recompensa será alucinante.

–... Debe ser un show sensual y apasionante –opinó Lincoln entonces–, ¿cómo se llama?

–Wicked –contestó Clyde, a lo que el peliblanco se rascó la barbilla pensativo.

–Mmm...

***

Más tarde esa noche, en la casa Loud, las hermanas de Lincoln escuchaban expectantes afuera de su habitación, pues al parecer se había decidido por fin a invitar a salir a una chica; aunque sabían que si le preguntaban negaría esto rotundamente diciendo que sólo se trataba de una salida de amigos... Lo cual era verdad, pero con turbias intenciones escondidas por detrás y de las que las Loud tampoco estaban al tanto.

–Hola, Stella, amiga mía –le habló Lincoln a su teléfono móvil, a la vez que observaba el par de boletos recién acabados de comprar que sostenía en su otra mano–. Tengo una entrada extra para Wicked. Los chicos me dijeron que es muy bueno y me preguntaba si te gustaría ir a verlo conmigo este viernes.

¿De veras, me invitas? –contestó Stella muy emocionada del otro lado de la linea–. ¡Oh, cielos!, pero claro que me encantaría ir, Lincoln. Me moría de ganas por ir a ver ese musical.

–Bien... Si... El viernes entonces... Nos vemos.

En cuanto Lincoln colgó la llamada y se dispuso a salir de su habitación, sus hermanas se dispersaron por el pasillo rápidamente para que no supiera que lo habían estado espiando.

–Buen día, señoritas –saludó a todas de muy buen humor en lo que se encaminaba a entrar en el baño al final del pasillo.

–¿Lo ves? –le susurró Luan a Lori–, te dije que no sería marica.

–Hay, bien –se resignó la otra a entregarle un billete de veinte–, ganaste.

***

El cielo sabe, que sabemos que es el bien.
Y aun así, seguimos haciendo mal.
De arriba a abajo, de los pies, a la cabeza,
todo en ella era maldad...

El viernes, como se planeó, la pareja de amigos asistió al teatro de Hazeltucky a ver el musical de Wicked, que era algo así como un relato paralelo al cuento de El Mago de Oz. Para la ocasión, ambos fueron vestidos con ropas formales como debía hacerse en esos eventos.

Por su parte, Stella estaba muy encantada con el espectáculo; mas, no obstante, Lincoln no terminaba de hallarle nada de sensual o apasionante como se lo esperaba.

–Oye, Stella –avisó a su amiga–, voy a la cafetería. ¿Quieres que te traiga algo de beber?

–No, no, estoy bien –contestó ella sin dejar de prestar atención a la obra–, gracias.

–Bien, enseguida vuelvo... Permiso... Permiso...

Al salir de la sala e ir a la cafetería del teatro, Lincoln se topó con Chandler McCann quien también vestía de traje y corbata al igual que el y estaba tomándose una fresca Pepsi.

–Una igual, por favor –pidió Lincoln al dependiente.

–Hey, Larry –lo saludó el pelirrojo, que no se mostraba tan decepcionado como el.

–Hey, Chandler –le devolvió el saludo–. ¿Qué te trae por aquí?

–Vine con Mollie. ¿Y tu?

–Yo vine con mi amiga Stella.

–Genial. ¿Y qué tal? ¿Disfrutando del Show?

–Si, supongo... Aunque no es lo que esperaba.

–¿Ah, no?

–Honestamente, sólo vine por la mamada. Por lo que me dijeron, tenía entendido que el show era muy sensual; pero... No creo que suceda.

–Oh, sucederá –afirmó Chandler–, no te preocupes. En este momento tu cita está expuesta a mensajes subliminales. Lo único que pensará luego será en darte una mamada.

–¿Mensajes subliminales? –repitió Lincoln extrañado.

–Es algo del musical –explicó el pelirrojo–. Las chicas quedan tan cautivadas con el canto y el baile que no lo notan, pero hay una referencia a la mamada casi cada diez segundos. Los escritores de Broadway lo llaman sub-texto. Sólo escucha atentamente y verás.

***

Cuando Lincoln terminó de tomarse su soda y volvió a su lugar junto a Stella, decidió poner mucha atención a las canciones para verificar que tan cierto era lo que decía Chandler.

Lo harán genial en la ciudad esmeralda.
Seguro que estás ansioso por ir.
Llévame a este lugar especial
(de la mamada),
donde la gente es libre ya
(para mamarla).
Llévame y vivamos juntos
(¡mamada, mamada!),
felices hasta el final...

–¿Qué rayos...?

***

Más avanzada la obra:

Míralos, amigos ya, aquí en Oz
(también se mama).
Y comprendí, que no era libre
(mamamelá)...

***

–Oh, fue tan divertido –dijo Stella cuando ya iban de regreso a casa en los asientos traseros de un taxi–. El vestuario y la escenografía eran fantásticos. Me encantaron esas canciones. Ese tal Stephen Schwartz es un genio. No puedo quitármelas de la cabeza. Muchas gracias por invitarme, Linc, eres un muy buen amigo.

–Por nada –contestó el–. Me alegra que te haya gustado.

–Oye, me diste un gusto... –su amiga entonces, con una mano hizo subir la ventanilla de vidrio polarizado que separaba la parte de los asientos del conductor de los del pasajero del taxi; mientras que, de un modo nada discreto, dirigió la otra abajarle el zíper del pantalón–. ¿Te gustaría que yo te de uno a ti?

–¿Eh?

Entre picaras risas, Stella se agachó ante Lincoln, quien ahí mismo pudo confirmar que todos los rumores respecto a los musicales de Broadway eran ciertos; así como pudo saber que aquella terminó siendo la mejor noche de su vida.

–¡Wow! ¡Increíble!

***

–Te lo aseguro, Rusty –contó Lincoln a otro de sus amigos la semana siguiente, aprovechando ese rato que todos los varones de la pandilla estaban reunidos en el baño de los chicos de la escuela y a Stella le tocaba esperarlos afuera en el pasillo–, ve a ver Wicked. Es lo mejor de lo mejor.

–Dime, ¿cuánto duró? –preguntó Liam.

–Comenzó en el taxi, y duró todo el viaje a casa, y después duró por otros veinte minutos.

–Eso se oye genial, hermano –lo felicitó Clyde.

–Yo sé lo que te digo, Rusty –siguió tratando de convencer Lincoln al muchacho colorado–, compra boletos. Vale la pena.

–¿Y de que trata la obra? –preguntó el otro.

–Oh, mierda, no lo sé. Creo que de una chica verde y una cabra. El caso es que yo creía que los musicales de Broadway no eran para mi, pero desconocía eso del sub-texto, ¿saben? No lo sabía apreciar hasta esa noche.

–Oí que Wicked ni si quiera es el mejor –mencionó Zach–. Dicen que Jersey Boys hace que las chicas estén locas por mamar.

–Yo oí que South Pacific hace que se les caiga la mandíbula –igual hizo Clyde.

–¿Ah, si?

De nuevo, Lincoln se rascó la barbilla pensativo, puesto que en su cabeza ya estaba maquinando otro plan similar pero a su vez más elaborado al anterior.

***

Una semana después, para cuando ya dio inicio a las vacaciones de verano, Ronnie Anne se disponía salir al parque con su patineta, cuando en esas se topó con una agradable sorpresa en medio del pasillo del apartamento en que residía junto con los Casagrande.

–Mira quienes nos vinieron a visitar –dijo su hermano Bobby que fue con quien se encontró en el pasillo en compañía de la novia de este y cierto chico de cabello blanco.

–Lincoln –se sonrió la niña hispana, muy contenta de volver a ver a su amigo de Royal Woods–. ¿Qué haces aquí?

–Bueno... –contestó riendo sarcásticamente–. Lori y yo estábamos de paso, y se nos ocurrió que tal vez a ti y a Bobby les gustaría acompañarnos a pasar una semana en Nueva York.

–¿Qué?... –exclamó Ronnie Anne, que luego se echó a reír como si le acabaran de contar un chiste tan malo que al final resulta ser bueno–. Ja ja, muy gracioso, patético; pero mejor déjale las bromas a tu hermana la payasa, ¿quieres?

–No es broma –aclaró su hermano Bobby con toda seriedad, pero sin poder dejar de sonreír totalmente emocionado.

Tras esto, Lincoln efectuó un pase mágico, tal cual solía hacer cuando se presentaba en los concursos de talento de la escuela, con el que en una mano hizo aparecer un conjunto de folletos de distintas presentaciones teatrales y en la otra cuatro genuinos boletos de avión con destino de Great Lake City a la ciudad de Nueva York.

–¡Tada!

–¿Hablas en serio? –preguntó Ronnie Anne que abrió sus ojos como platos habiendo quedado completamente estupefacta–. ¿Pero cómo es que...? ¿Así de repente? ¿Y de dónde...?

–Ya me encargué de pedir permiso a nuestros padres y reservar el hotel –informó su amigo albino–. ¿Qué te parece?

–Yo estoy igual de sorprendido que tu, nini –agregó Bobby ante la cara de perplejidad de su hermana.

–¿No es genial? –exclamó Lori con un chillido muy agudo dado que apenas podía contener su emoción–. Literalmente yo tampoco podía creer que Lincoln hubiera preparado todo esto para nosotros, pero es verdad. No sé como lo hizo, pero lo consiguió.

–¿Qué puedo decir? –repuso su hermano menor con modestia–. Es que me gustó mucho ese musical llamado Wicked que están presentando por allá en Hazeltucky y se me ocurrió que tal vez podríamos ir los cuatro a ver los demás espectáculos de Broadway.

–Espera –interrumpió Ronnie Anne una vez pudo recuperar el habla–, ¿de eso se trata todo esto? ¿De ir a ver un montón de tontos musicales?

–No, no son nada tontos como crees –replicó Lincoln en tanto empezaba a repartir los folletos entre todos ellos–. De veras, lo he investigado y por lo que sé son increíbles y merece la pena ir a verlos. También tengo entradas para todas estas obras. Lo mejor de lo mejor. ¿No es estupendo?

–Es muy lindo de tu parte que nos hayas invitado, pequeño Loud –agradeció Bobby tras tomar un folleto de Cats y empezar a hojearlo.

–Muchas gracias, hermanito –chilló nuevamente Lori que en cambio tomó un folleto de The Lion King–, eres el mejor. No puedo esperar. Siempre quise conocer Nueva York y más aun ver todos estos espectáculos.

–No es nada –repuso Lincoln con modestia otra vez.

–Si, bueno, gracias, Linc... –dijo Ronnie Anne, quien no obstante no se mostraba tan emocionada como los otros tres–. Pero no lo sé; creo que esto de los musicales no es lo mío.

–¿Qué? –de pronto su amigo perdió la sonrisa de su cara–. ¿Entonces no vas a ir con nosotros?

–Mmm... Creo que no; pero gracias de todas formas.

–Oye, oye, ¿tienes idea de lo que hice para organizar todo esto? Mucho, pero mucho. ¿Crees que sólo fue?: Oh, ahí viene Lincoln, el hombre del plan, con boletos de avión para Nueva York y un montón de entradas para los musicales de Broadway así nada más, que gracioso. No, no. La realidad, la realidad real de lograr todo esto fue extenuánte. ¿Si? Esto me costó como cuatro mil quinientos dólares y no me preguntes de donde los saqué. Gasté todos mis ahorros, le pedí prestado a Lola y ni con eso fue suficiente. Pedí muchos favores a personas que ni siquiera conocía, tendré que podar el césped de todos en la Avenida Franklin y cuidar a más de veinte niños en las tardes después de la escuela al menos hasta que termine la preparatoria, y creo que incluso ahora estoy comprometido con la hija de unos persas a la que le doblo la edad; y todo porque quería intentar hacer algo nuevo con mi mejor amiga. Lo menos que podrías hacer es darle una oportunidad a... Nha, olvídalo, iré a ver si a tu amiga Sid o a Nikki le interesa acompañarnos, ya que ya pregunté y no hay modo de que me reembolsen lo de los boletos.

–Lincoln, espera –se disculpó inmediatamente Ronnie Anne ante las fulminantes miradas de decepción de Lori y Bobby–, lo siento mucho, no fue mi intención ofenderte. Si tanto significa para ti, está bien, iré contigo ya que te tomaste tantas molestias. ¿Quién sabe? Tal vez sea divertido.

–Eso está mejor –dijo Lincoln volviendo a recobrar su buen humor–. Yo sé que te va a encantar, ya lo verás. Pero bueno, ahora ve a hacer tu maleta, que nuestro vuelo salé en seis horas.

***

A pesar de este pequeño contratiempo, el plan de Lincoln salió a la perfección. Tal como se planeó, los cuatro viajaron a Nueva York y la primera noche de esa semana asistieron a ver The Lion King.

¡Guau! –exclamó Ronnie Anne maravillada, una vez hubo finalizado el espectáculo y ya todos ellos iban por el pasillo del hotel en el que se hospedaban camino de regreso a sus respectivas habitaciones–. Lincoln, tenías razón, eso fue increíble. La escenografía, el vestuario, las coreografías, las canciones que no me puedo sacar de la cabeza, todo. Me muero de ganas por ver la siguiente presentación de mañana, en serio.

–¿Ves? –rió el peliblanco–. Sabía que te encantaría.

–Oye, patético... –le habló entonces su mejor amiga con voz algo agitada, además de que toda su cara enrojeció súbitamente y empezó a transpirar a mares–. ¿Podrías...? ¿Podrías venir a mi habitación un momento? Hay... Hay algo que quiero mostrarte.

–Si, vayan –secundó Lori a quien le sucedió exactamente lo mismo–. Yo también quisiera estar un rato a solas con mi bubu osito.

Sin esperar respuesta alguna, Ronnie Anne agarró a Lincoln de la muñeca y lo arrastró consigo a su habitación del hotel ante la cara de confusión de Bobby, que a su vez recibió una picara sonrisa por parte de su cuñado peliblanco junto con un pulgar en alto en señal de victoria.

En breve, Lori tampoco se hizo esperar para arrastrar consigo a su novio a la otra habitación antes de que este pudiera decir algo; y así siguió sucediendo cada noche de esa semana después de cada espectáculo al que iban, cada vez mejor a la anterior.

***

Incluso, cuando ya estuvieron de regreso en Great Lake City, el par de varones notaron que el efecto de los musicales persistía en las chicas.

–¿Por qué tardarán tanto? –preguntó la señora Loud quien llevaba esperando un buen rato a sus hijos tras el volante de Vanzilla, la cual permanecía aparcada afuera del edificio donde residía la familia Casagrande.

–No sé –respondió el señor Hector que había salido del mercado a saludarla cuando la vio llegar.

–Nha, seguro que Lori y Bobby aun no han acabado de despedirse –comentó Carl quien estaba jugando naipes con Carlos Jr., Adelaide y su rana mascota en las escaleras del porche–. Ya saben como son ellos. Pero Lincoln, el si no tengo ni idea de porque no ha bajado todavía.

–Ronnie Anne dijo que quería mostrarle algo en su habitación –aclaró CJ–. Pero no puedo decírselos, es un secreto.

–Siento la tardanza –se excusó Lori, que justo en ese momento salió del edificio y subió a la van siendo seguida inmediatamente por Lincoln–. Hasta luego, gracias por todo.

–Hasta luego –la despidieron Hector, Calr, CJ y Adelaide en cuanto Rita puso el vehículo en marcha.

–¿Y? –preguntó entonces la señora Loud a sus hijos–. ¿Se divirtieron en Nueva York?

–Muchísimo –contestó Lori que seguía encantada con todo lo que vivió en el viaje organizado por su hermano–. Es una ciudad mágica, y sus musicales son lo más hermoso que he visto en mi vida. Muchas gracias otra vez, Linc, eres el mejor hermano del mundo.

–¿Y tu qué tal, cariño? –preguntó seguidamente Rita a su hijo varón que se hallaba recostado en el asiento de atrás–. ¿Te gustaron esos musicales que tanto querías ir a ver?

–Si, mamá –respondió el albino con una actitud muy relajada; tanto que parecía que se hubiese sometido a un tratamiento revitalizante en un Spa–. Siento que he muerto y llegué al cielo.

–Que bueno, amor. Por cierto, Lori, tienes algo en el labio.

–Oh, perdón –se apuró la joven a limpiarse con la palma–. Es que... Estaba comiendo una banana con crema que Bobby me dio.

***

De vuelta en Royal Woods, lo primero que hizo Lincoln fue repetir la misma operación que había empleado inicialmente con Stella, la cual consistía en invitar a otras chicas a ver Wicked.

Primero, empezó con Paige, que fue de las que más fácilmente accedió a acompañarlo después de pretender que se encontraba casualmente con ella en el arcade donde la retó a competir en un par de rondas en el juego de Batalla de Baile, para luego dejarse ganar a adrede e inflar su ego elogiándola por sus "excelentes pasos".

Después siguió Hattie, la prima friki de Liam, a quien supo encontraría en una sala de cine y pudo convencer con mayor facilidad hablándole sobre el medio en que se presentaban las obras de ciencia ficción mucho antes de que se inventaran las películas.

Seguidamente invitó a Renee, a quien antes ofreció un nuevo cómic de Ace Savvy de edición limitada como ofrenda de paz, y luego Haiku, la amiga de Lucy, que accedió a ir con el de buenas a primeras no más oír que la protagonista de la obra era la bruja mala del oeste del cuento de El mago de oz.

Con Margo, la amiga de su otra hermana, Lynn, fue cosa de aprovechar que esta se había peleado con su novio, Elliot, que irónicamente no quería ir a ver aquel espectáculo con ella; lo mismo que sucedió después con Becky y Tad.

Con Emma fue tan fácil como acercarse un día a comentarle lo bien que le estaba yendo a Clyde con Chloe e invitarla a salir en plan amistoso para hablar más sobre el tema; con lo que de paso tomó venganza en su contra por haber rechazado y dejado en ridiculo a su mejor amigo.

Con Cristina fue mucho más difícil pero no imposible, pues primero tuvo que ingeniárselas para hacer las pases con ella sacrificando buena parte de su dignidad y apelando a su lastima.

Y así continuó por el siguiente par de semanas hasta agotar el ultimo centavo del dinero que sobró de su viaje; no obstante, siempre y sin falta con el mismo resultado satisfactorio.

***

Posterior a esto, Lincoln decidió calmarse un rato con el asunto de los musicales, por lo que la semana siguiente invitó a su grupo de amigos a jugar videojuegos en su casa aprovechando una tarde que se quedaría solo, puesto que sus hermanas habían ido de compras a la plaza comercial, su padre estaba atendiendo el restaurante y su madre tenía que cubrir un turno extra en el consultorio del Dr. Feinstein.

–Oh, vaya, fue grandioso –contó a Clyde, Liam, Zach y Rusty sobre su viaje a Nueva York, en dado momento que Stella había subido al cuarto de baño–, un show de Broadway diferente cada noche. Se los aseguro, Nueva York es el lugar para vivir.

–Eso parece un sueño, hermano –comentó Rusty.

–Se sintió como un sueño –afirmó Lincoln–. Broadway es lo mejor que le puede pasar a un hombre. Es una porquería tener que regresar aquí, ¿saben? Digo, aquí no hay cultura. El único show de Broadway aquí en Michigan es Wicked y ya llevé como, creo que a dieciséis chicas.

–Y Wicked se va a Colorado en dos semanas –añadió Liam.

–Nos quedarán las bolas azules a todos –dijo Clyde con desanimo.

–Ojalá viviéramos en Nueva York donde están todos los musicales –comentó Zach.

–Oigan, un momento –habló Lincoln de repente, pues se le acababa de ocurrir una grandiosa idea–. ¿Por qué no traemos Broadway a Royal Woods?

–¿Qué dices? –preguntó Rusty.

–Piénsenlo, chicos. ¿Qué tan difícil puede ser escribir un musical? Necesitamos músicos, actores. Podríamos presentar nuestros propios shows aquí.

–Es una magnifica idea –dijo Stella, quien en ese preciso instante acababa de bajar a la sala a oír eso ultimo que sugirió su amigo albino, alias el hombre del plan; mas no las verdaderas intenciones que tenía para plantear aquella propuesta–. Hay que hacerlo. Cuenta conmigo.

–Y conmigo –secundó Clyde, tras exhalar un suspiro de alivio de que la única chica del grupo no se enterase de lo que realmente se traían entre manos.

–Y conmigo –terció Rusty, a lo que Liam y Zach también asintieron con la cabeza–. Vamos a ayudarte en todo lo que necesites, amigo.

–Bien –declaró Lincoln–, es hora de poner en marcha la operación: escribir y presentar nuestros propios musicales aquí en Royal Woods para traer cultura al pueblo y pensar en un nombre más corto para este plan.

***

Así, bien decidido a poner en marcha este nuevo emprendimiento, Lincoln se dedicó de lleno a idear y redactar un guión de teatro de la noche a la mañana.

Después, al día siguiente se las arregló para citar a la carismática directora Rivers y a la super intendente Chen en el restaurante de su padre, donde las recibió muy cordialmente usando su traje formal de color azul, las invitó a sentarse en una de las mejores mesas, les sirvió bocadillos de cortesía y de ahí procedió a exponerles su propuesta de montar sus propias obras musicales al estilo Broadway en Royal Woods con un discurso escrito, presentación con diapositivas y toda la cosa.

Como era de esperarse, a ambas mujeres les fascinó mucho aquella idea por lo que al final de la presentación se le permitió a Lincoln usar el anfiteatro de la escuela preparatoria para los ensayos e incluso le brindaron una parte del presupuesto estudiantil.

Seguidamente, Lincoln reclutó a los del grupo de teatro de Luan quienes felizmente accedieron a actuar en su obra, a la banda de Luna que igualmente aceptó encargarse de musicalizar el show, y a Leni y sus compañeros de la atienda departamental que se ofrecieron a colaborar con la parte del maquillaje y vestuario.

En resumen, todo iba a pedir de boca a decir verdad. Las mujeres ingenuamente colaboraban creyendo que simplemente estaban produciendo uno de esos musicales que tanto les gustaban, y los hombres en su mayoría trabajaban el doble de duro a sabiendas del maravilloso beneficio que obtendrían con aquella producción.

***

En uno de esos días, Lincoln supervisaba el ensayo de su obra, cuyos protagónicos se los dio a Luan y Benny, mientras que la banda de Luna se ocupaba de ambientar el escenario con su música.

Oh, pero que domingo glorioso

–canturreó inicialmente Luan que llevaba puesto un vestido Victoriano y tampoco sabía de los mensajes subliminales que estaban integrados en sus diálogos–,

ya sé que me gustaría hacer en mi tiempo.
¿Quiere una mamada?

Si, me gustaría

–canturreó Benny que iba vestido de caballero victoriano.

Nada es mejor mientras veo el football

–corearon entonces los dos en perfecta sincronía.

Perdone

–volvió a canturrear Luan en solitario para dirigirse a Rex que igualmente llevaba puesto su respectivo disfraz–.

Soy la reina de la mamada.

Pues yo quiero una

–canturreó el otro en respuesta.

Los días de Football, deberás mamar

–corearon ellos dos en el acto.

Quisiera estar, cubierta de semen

–canturreó Luan en solitario una vez más–,

en la cama del hotel La Plaza.
Somos más bellas,
cubiertas de semen...

Pues de una mamada cuando llegué a casa...

–corearon todos los del elenco.

¿Y usted que dice, mi bella dama?

–se aproximó Rex a Amy tal como estaba escrito en el libreto–.

¿Podría molestarla con un rápido Lewinsky?

Oh, no lo sé, señor

–contestó ella–,

las mamadas me parecen algo degradantes.

Vamos.
Una mamada no es con la boca,
es con el corazón.

Ponga a trabajar su corazón...

–volvió a cantar todo el elenco en coro–.

Mamadas, si, las mamadas...
Tu debes mamar, te encanta mamar...
Nada es mejor un domingo de football.
Nada es mejor un domingo de football...

–Disculpe, ¿es usted Lincoln Loud?

En ese momento, un hombre de traje y corbata entró en el anfiteatro a interrumpir el ensayo.

–Y pausa... Lo siento, pausa y quédense así...

Molesto de que los hubieran interrumpido cuando iban tan bien, el peliblanco indicó a su grupo de actores que se detuvieran y a su vez los músicos dejaron de tocar.

–Más vale que sea importante –se dirigió Lincoln al hombre de traje y corbata.

–Lo es –contestó–. Represento a algunos de los hombres más importantes de Broadway y quieren hablar con usted.

–¿En serio? –exclamó el chico muy contento–. ¡Oh, Dios mío! Está es la oportunidad que estábamos esperando. Descansen, muchachos, quizá se nos dé.

***

Poco después, el representante llevó a Lincoln a un bar masculino llamado Hooters, en el que las que atendían eran puras camareras que usaban pantaloncillos ajustados y camisetas con el abdomen al descubierto de uniforme.

Ahí, el hombre lo condujo a una mesa en la que estaban cuatro productores de renombre comiendo alitas y tomando cerveza.

–Hijo –los presentó el señor de traje ante Lincoln–, este es el señor Andrew Lloyd Webber.

–Hola –saludó el primero mientras tomaba una buena parte de la ración de sus alitas picantes.

–Stephen Schwartz –prosiguió el representante con las presentaciones.

–Hola, wey –saludó el segundo productor a Lincoln.

–El señor Elton John –presentó el representante al tercero de sus jefes, quien saludó al albino con un sonoro eructo tras alzarse un jarro de cerveza antes de que le presentaran al cuarto–, y Stephen Sondheim.

–¿Qué tal, wey? –saludó este ultimo con el ceño fruncido.

–Muy bien –correspondió Lincoln al saludo–, ¿y ustedes?

–No –replicó el señor Sondheim–, dije: ¿Qué tal, wey?

Contrarío a la imagen preestablecida que se tenía de los productores de Broadway, todos ellos tenían pinta de tipos muy hípermasculinizados, pese a que Lincoln había escuchado de buena fuente que dos de ellos eran gays.

–Siéntate, por favor –pidió Andrew Lloyd Webber al chico–. Necesitamos hablar.

–Nos enteramos de tu musical –prosiguió Stephen Schwartz–. ¿Qué crees que estás haciendo?

–Lo mismo que ustedes –respondió Lincoln en cuanto se sentó a la mesa con todos ellos–, trato de darles a los chicos mamadas más largas y de mejor calidad.

–Oye, lo estás haciendo muy obvio –repuso Elton John–. Las mujeres se darán cuenta de lo que haces.

–Los musicales tienen sub-texto –explicó molesto Stephen Sondheim.

–Mi musical tiene mucho sub-texto –dijo Lincoln.

Una mamada no es con la boca, es con el corazón –leyó Sondheim la copia del libreto que el peliblanco le había enviado–. Ahora, arrodíllese y ponga su corazón a trabajar.

–Si, y luego ella lo hace. Es una metáfora.

Wey, ¿que tiene de metafórico un musical llamado: Reina de la mamada bañada en semen? –exigió saber Stephen Schwartz.

–Engañar a las perras para hacer mamadas por obra es un arte –dijo Andrew Lloyd Webber–. Debes dejárselo a los profesionales.

–Bueno, lo siento si creen que tienen el monopolio del sub-texto –se negó Lincoln rotundamente a sus exigencias–. Pero los nuevos artistas también tenemos voz.

–Vas a arruinarlo todo, niño idiota –reclamó Stephen Sondheim.

–Pues lamentó si mi trabajo no está a su altura –replicó Lincoln volviendo a ponerse en pie–, pero tengo que regresar a ensayar... Ah, y si Reina de la mamada bañada en semen gana el Tony, no esperen que los invite a mi fiesta.

***

A pesar de las amenazas de los productores de renombre, Lincoln siguió adelante con su emprendimiento y sin dejar de contar con el apoyo de su familia y amigos; tanto de los que estaban como no al tanto de lo que realmente se traía entre manos.

Hay, Reginald

–canturreó Luan durante otro de los ensayos que era supervisado por su hermano menor–.

Ya llegará el entretiempo.
Mi boca te esperará...

Una grandiosa mamada

–prosiguió Benny con la canción que estaba escrita en el libreto–,

que mi reina me dará.

Los Gallos de Royal Woods son asombrosos

–corearon ambos–,

el juego no perderán.
Ya llegará el entretiempo...

–¡Lincoln!

En ese momento, esta vez fue Clyde quien entró corriendo en el anfiteatro a interrumpir el ensayo junto con Liam, Zach, Rusty y Stella.

–¡Lincoln, rápido!

–¡Pausa!... –indicó el chico a su grupo de actores que se detuvieran nuevamente–. Lo siento, chicos, Pausa... ¿Y ahora qué?

–El señor Stephen Sondheim está furioso, Linc –avisó Rusty–. Quiere desafiarte a un duelo a lo Broadway.

–¡Bien! –aceptó Lincoln disponiéndose a salir del anfiteatro–. Quiere pelear, voy a pelear.

–¡Hermano, no! –lo llamó Luna desde la parte de abajo de la tarima en donde ella y su banda se ocupaban de tocar–, Stephen Sondheim es el compositor más grande de hoy, quizá de todos los tiempos. No querrás pelear contra el, ¿no?

–¿Y que se supone que haga, correr?

–No luches contra Sondheim, Lincoln –pidió Luan desde arriba de la tarima–, es un suicidio.

–Estudié los musicales, los he visto todos, puedo hacerlo. ¡A luchar!

***

Mientras tanto, Rita se hallaba reunida con Jesse Heller en el Buffet Franco-Mexicano Jean Juan, en donde ambas se citaron para hablar respecto a un articulo para la primera plana que se escribiría dedicado exclusivamente a Lincoln y su emprendimiento de montar sus propias obras musicales en Royal Woods.

–Debes estar muy orgullosa de tu hijo, Rita –comentó su jefa del periódico.

–Oh, por su puesto que si –dijo ella–. Tenemos mucha fe en el nuevo musical de Lincoln.

–Cierto. Supe que el musical está recibiendo mucha atención y que tiene una oportunidad de triunfar.

–Más que eso. Leni me acaba de enviar un mensaje diciéndome que Lincoln está reunido en este momento con Stephen Sondheim.

***

Afuera de la escuela preparatoria de Royal Woods, rodeados por una gran multitud de testigos –formada por Clyde, Liam, Zach, Rusty, Stella, el grupo de teatro de Luan, la banda de Luna, Leni y sus compañeros de la tienda departamental, los señores Andrew Lloyd Webber, Stephen Schwartz y Elton John y una buena cantidad de transeúntes chismosos que se acercaron a mirar–, Lincoln y Stephen Sondheim se rodeaban mutuamente como si quisieran iniciar una pelea a puño limpio.

–¿Qué pasa, wey? –se plantó Sondheim con aire desafiante ante Lincoln–. Golpéame, wey.

–Aquí estoy, wey –contestó el chico sin achicopalárse.

–Vamos, Sondheim –lo vitoreó Andrew Lloyd Webber–, refriega la calle con el trasero de este mocoso.

–¿Qué te hace la puta autoridad, wey? –desafió Lincoln a aquel director hípermasculinizado.

–West Slide Story, wey –respondió.

–¿Qué, wey?

–Sweeney Todd, wey.

–¿Qué, wey?

–Merry We Roll Along, wey.

–I ji ji ji ji ji ji... –se echó a reír Luan por el modo en que los dos se rodeaban dentro del círculo de gente sin haber empezado a pelear–. Parecen unos gallos.

–¿Por qué faltas al respeto, wey? –inquirió Sondheim.

–Te respeto, wey –contestó Lincoln.

–Se respetuoso, wey.

–Si que te respeto, wey.

–Deja de faltarme al respeto, wey.

–Te respeto, wey.

–Bueno, yo también a ti.

–Muy bien.

Al final, Lincoln y Stephen Sondheim bajaron la guardia.

–¡Terminó el duelo a lo Broadway –clamó entonces Stephen Schwartz–, festejemos a lo wey!

–¡Festejemos a lo wey! –gritó Clyde.

***

Después de esto, Lincoln, sus amigos varones de la pandilla y los cuatro directores de Broadway fueron a celebrar en Hooters.

Sin embargo, cuando Luna, Luan, Leni y Stella quisieron unírseles, lo único que consiguieron fue que las echaran a patadas del lugar dejándoles en claro en primera instancia que aquel era un bar exclusivo de hombres.

–Necesito que ustedes y su gente vuelvan al anfiteatro a seguir ensayando, que ya perdimos mucho tiempo valioso –indicó Lincoln a sus hermanas en las puertas del establecimiento–. Yo tengo unos asuntos muy importantes que discutir aquí con estos respetables caballeros; pero hasta que regrese Stella queda a cargo de la producción, ¿ha quedado claro?

–Eh... Muy bien, Lincoln –accedió Luan que, al igual que el resto de sus hermanas, tampoco le importó mucho que no las dejaran unirse a la celebración, pues a todas ellas les alegraba que el albino hubiese quedado en buenos términos con el grupo de directores que tanto se oponían a que hiciera su sueño realidad.

–Cuenta con nosotras –dijo Leni ademas de esto.

–Confiamos en ti, hermano –añadió Luna.

–Muy bien, chicas –llamó Stella a las hermanas de su amigo–, hay que dejar a Lincoln hacer lo suyo. Nosotras vayamos a seguir trabajando que aun queda mucho por hacer y muy poco tiempo.

Habiéndose retirado todas las chicas involucradas en el asunto, Lincoln volvió a entrar en el bar a seguir con la celebración.

–Me alegra que hayamos dejado nuestras diferencias de lado, señor Sondheim –se dirigió a uno de los directores en cuanto se sentó a la barra junto con ellos y su grupo de amigos.

–Eso es lo que hace un wey –secundó Rusty.

–Es lo que hace un wey, carajo –clamó Stephen Schwartz.

–Está bien, campeón –dijo Sondheim revolviéndole el cabello a Lincoln–. Si te parece bien, wey, Elton y Andrew y todos nosotros queremos ayudarte con tu musical.

–Oh –se alegró el muchacho de oír esa propuesta–, ¿en serio?

–Si –asintió Elton John–, te queremos ayudar con un poco de sub-texto.

–En vez de Reina de la mamada bañada en semen –sugirió Andrew Lloyd Webber–, podríamos titularlo: La dama de blanco.

–Wow, eso es hermoso –dijo Lincoln.

–¡Si! –los vitorearon Clyde y los chicos de la pandilla.

–Un brindis por Lincoln Loud –clamó Stephen Sondheim con su jarra de cerveza en alto–. Bienvenidos a Broadway.

–¡Broadway! –secundó Lincoln, a lo que todos en al bar también alzaron sus jarras de cerveza y gaseosa para brindar.

***

Una vez acabó la fiesta, Lincoln regresó ya entrada la noche a la casa Loud, con su cabello algo alborotado, su cabeza dando vueltas, el cuello de su camiseta manchado con lápiz labial de una de las camareras de Hooters y varias rondas de nachos, alitas picantes y leches malteadas bailando zamba en su estomago.

–Hola a todos –se anunció al ingresar por la puerta principal.

En la sala se hallaba reunida casi toda su familia viendo El Barco de los sueños, incluyendo sus hermanas mayores que ya habían regresado del ensayo de la tarde del que puso a cargo a Stella; pero, por alguna razón, la pequeña Lisa era la única que faltaba allí, aunque en principio Lincoln no le prestó mayor importancia a este pequeño detalle.

–Ahí está, mi pequeño productor de Broadway –lo saludó Rita.

–Siento llegar tarde –se excusó–. Estaba con los muchachos.

–Está bien, hijo –le sonrió el señor Loud que, como el pusilánime afeminado que era, tampoco estaba al tanto de la conspiración orquestada por Lincoln y sus amigos–. No hay ningún problema.

–¿Lo pasaste bien? –le preguntó Lynn Jr igual de sonriente.

–Si, si –respondió Lincoln con sumo entusiasmo–. Realmente avanzamos con el show. El señor Andrew Lloyd Webber y los muchachos nos van a ayudar.

–Oh, Linky, eso es genial –lo felicitó Lola.

–Estamos muy orgullosos de ti –dijo su padre.

–Gracias, chicos, son los mejores. Eh... No me siento muy bien. ¿Les importa si me acuesto antes? Estoy algo cansado.

–Claro que no –le sonrió su madre–. Ve y descansa, cariño.

–Buenas noches.

–Buenas noches –lo despidieron sus hermanas entre repetidas felicitaciones de su parte.

–Lori, no te olvides de recoger a Lisa más tarde –escuchó decir a Rita inmediatamente después.

–Si, mamá.

–¿A dónde fue Lisa? –preguntó Lincoln mientras subía las escaleras.

–Fue con David a ver esa obra que tanto te gusta, Wicked –contestó Lori con toda tranquilidad.

–Ah, bueno... ¡¿Que ella qué?!

Al oír eso, Lincoln volvió a bajar a la sala a toda prisa con su cara congelada en una abismal mueca de horror.

–Si, Lisa también quería ir a ver el espectáculo –explicó el señor Lynn igual de tranquilo puesto que, como se mencionó antes, no tenía la más remota idea de lo que realmente sucedía en esos shows–, así que le compré unos boletos para que ella y su amiguito pudieran ir juntos.

–¿No es lindo? –sonrió Leni entrelazando sus manos–. Es su primer musical de Broadway.

–¡OH, DIOS MIO! –gritó un muy histérico Lincoln que se agarró ambos lados de la cabeza queriendo arrancarse los cabellos, a sabiendas de que ni siquiera una mente superior como la de Lisa podría evitar sucumbir al influjo del sub-texto, pues era algo que estaba científicamente comprobado–. ¡¿PERO QUÉ ES LO QUE HAN HECHO?!

–¿Qué te pasa? –preguntó Rita, entre preocupada y extrañada de verlo reaccionar así.

Pero lejos de contestar a su incógnita, Lincoln se quedó helado sintiendo como el alma se le caía a los pies y el tiempo se congelaba a su alrededor; lo suficiente como para poder reflexionar hasta caer en cuenta de la tremenda barbaridad que acababa de cometer.

Si, desde el inicio sabía que estaba obrando mal al engañar a sus amigas, a las amigas de sus hermanas y demás compañeras de escuela para su beneficio siendo todos ellos apenas unos preadolescentes, y aun así siguió haciendo de las suyas. También sabía que estuvo mal haber involucrado a la mayor de sus hermanas en uno de sus planes para llegar hasta Ronnie Anne; pero al menos esto ultimo estaba más o menos justificado si se tomaba en cuenta que Lori era casi una adulta y aplicaría los efectos del sub-texto directamente sobre Bobby, es decir su novio con el que sostenía una relación seria.

Pero que Lisa, una niña pequeña (con un alto coeficiente intelectual, un doctorado y un premio Nobel en su haber, si; pero a fin de cuentas una pequeña niña inocente), permitir que una chiquilla como ella se viese involucrada en algo tan turbio y nefasto, eso sería inconcebible, repulsivo e imperdonable.

–¡¿PERO QUE ES LO QUE HE HECHO?! –gritó de nueva cuenta una vez pudo volver en sí.

–Lincoln, ¿qué te sucede? –insistió en preguntar su padre que se mostraba igual de preocupado que su madre y el resto de sus hermanas.

–¿Qué mosca te picó? –igual hizo Lana.

–¡DIOS MIO, LISA, OH NO...!

Sin perder tiempo en dar explicaciones, Lincoln echó a correr escaleras arriba tan rápido como se lo permitieron sus escuálidas piernas, y a los pocos segundos volvió a descender a bordo del pequeño Jeep rosado de Lola el cual había puesto en marcha a toda velocidad, por lo que la familia se tuvo que apartar cuando se aproximó a los escalones queriendo ir tras el.

–¡FUERA DE MI CAMINO! –gritó pisando el acelerador a fondo, con lo que embistió y atravesó la puerta principal con el auto, para luego salir a la calle a dar un violento giró en U y echar una carrera contra reloj rumbo a la frontera con el pueblo de Hazeltucky incluso derribando el buzón de uno de sus vecinos en el proceso–. ¡LISA...!

***

El siguiente par de minutos y medio, la más horrenda de las visiones se manifestó en la cabeza de Lincoln.

En esta el se hallaba en el teatro vacío de Hazeltucky una vez finalizada la presentación de Wicked, observándolo todo a través de los ojos de David; y en su presencia estaba la pequeña Lisa quien, ni corta ni perezosa, procedía a inclinarse ante el a hacer aquello que hacían todas y cada una de sus acompañantes después de cada espectáculo de Broadway.

≪¡NO! ¡NO! –gritaba repetidamente para sus adentros queriendo detener el asqueroso acto; pero su cuerpo no acataba las ordenes de su cerebro de actuar o al menos gritar para impedirlo, porque no era su cuerpo en el que estaba, sino el del otro infante que tampoco tendría idea de lo que sucedía y menos debería estar experimentando semejantes cosas a tan tierna edad–.¡LISA, NO LO HAGAS!≫.

¡Lincoln, Lincoln...! –oyó que de pronto lo llamaba una voz conocida, la de su padre, tras lo cual las imágenes a su alrededor se difuminaron y todo se puso negro.

¡Lincoln! –lo llamó seguidamente la de su madre, al tiempo que todo volvía a esclarecerse poco a poco ante sus ojos–. ¡Despierta!

Por un breve momento, el chico se sintió aliviado pensando que todo aquello se trataba de una horrible pesadilla; que despertaría en su cama por la mañana para darse cuenta que en ningún momento asistió a ver un genuino musical de Broadway ni tampoco montó uno propio; que ninguna chica le llegó a hacer eso con lo que tanto se envició; que los directores de renombre si serían los hombres refinados que siempre pensó eran y no los sujetos hípermasculinizados que resultaron ser; que lo del sub-texto no sería más que una patraña inventada por su retorcida imaginación y sobre todo que sus hermanas pequeñas estaban a salvo y seguían siendo puras e inocentes.

–Lincoln, ¿estás bien? –preguntó Leni, cuyo rostro fue lo primero que vio al recobrar la consciencia... Para afrontar el hecho de que aquello que tanto anhelaba en esos momentos no podía estar más alejado de la realidad.

Despertó en medio de la noche en plena calle, con su preocupada familia rodeándolo, a el y al maltrecho automóvil de juguete que había chocado contra un poste de luz cerca de la casa Loud. Y Lisa seguía sin estar allí con sus demás hermanas.

–Lincoln, ¿que pasó? –le preguntó Lana, en tanto ella y Lynn lo ayudaban a bajar del destartalado vehículo.

–¿En qué rayos estabas pensando al conducir así? –lo reprendió Lola–. Pudiste haberte matado. Mira mi auto.

En respuesta, lo único que se le ocurrió hacer fue gritar y sacudirse sumamente alterado, por lo que Lori se vio en la necesidad de soltarle una fuerte bofetada con tal de hacerlo reaccionar.

–¡Cálmate, ya, niño! ¡¿Qué rayos te pasó de repente?!

–¡¿Por qué dejaron que Lisa fuera a ver Wicked?! –preguntó su hermano a gritos en cuanto pudo recobrar el habla–. ¡Sólo tiene cuatro años!

–¿Y eso que importa? –preguntó Rita encogiéndose de hombros.

–¡¿Qué que importa?! ¡Es muy pequeña para eso!

–¿Muy pequeña? –repitió el señor Loud algo confundido.

–Me lo tengo merecido –jadeó Lincoln apoyándose contra el capó hecho pedazos del coche de Lola y apretando una mano contra su frente–. Me alimenté de la mentira de Broadway y ahora tienen a mi hermanita.

–Basta, Lincoln –ordenó su madre–. Creo que has trabajado demasiado en tu proyecto por hoy. Entra a la casa ahora para que te tomes un té de manzanilla y después a la cama.

–¡No puedo! –gritó.

–¿Por qué no?

–Ay... Bueno, miren, hay algo que debería haberles dicho hace tiempo –se decidió a confesar–. Chicos, los musicales de Broadway no son lo que creen. Son una propaganda subliminal para que las chicas hagan más mamadas. Por fuera es puro baile y canto, pero por dentro hay ordenes para hacer sexo oral. Se llama sub-texto.

–Literalmente, es lo más ridiculo que te he escuchado decir –replicó Lori cruzándose de brazos, a la vez que Leni y Luan acertaron a cubrirle los oídos a ambas gemelas–. A mí los musicales no me dan ganas de mamarla.

–¿Ah, no? ¿Recuerdas cuando fuimos a ver The Lion King en Nueva York?

–Si...

–¿Y que pasó después, cuando tu y Bobby se quedaron a solas?

–... Oh... Bueno, si, pero...

–¿Y luego no pasó exactamente lo mismo con The Phantom of Opera, Vaselina, Cats, The Little Shop of Horrors, Los Miserables, Mamma Mia?

–... Oh no, por Dios...

Los padres miraron sorprendidos a la mayor de sus hijas que se había quedado sin habla.

–El único fin de Broadway es hacer que las mujeres mueran por una mamada –explicó Lincoln arrepentido de todo lo que había hecho–. Lo siento, chicos.

–... No, no, eso es una locura –repuso Rita, aun incrédula de lo que declaraba su hijo–. Se supone que la gente de teatro es respetada, refinada, culta.

–No, mamá, son weyes –aclaró, con lo que Luna, Leni y Luan se quedaron boquiabiertas al recordar lo que habían visto en el duelo a lo Broadway de aquella tarde–. Stephen Sondheim, Elton John, Andrew Lloyd Webber, todos son weyes que van a Hooters. Lo siento, de verdad.

–No puede ser. Yo adoro los musicales desde que era niña y...

–Lincoln, estás mal –insistió Lucy después de que Rita palideciera y se quedara callada súbitamente–. Hace dos meses, mamá nos llevó a Haiku, Sasha, Amir y a mi a ver The Rocky Horror Picture Show en Beaverton para la clase de escritura, y luego nosotros... ¡EXCLAMACIÓN! ¡¿LINCOLN, CÓMO PUDISTE...?!

–¡HAY, POR DIOS! –gritó de repente la madre de los once–. ¡RÁPIDO, TODOS, SUBAN A LA VAN! ¡HAY QUE SALVAR A LISA ANTES DE QUE SEA TARDE!

***

Cuando estuvieron llegando al teatro de Hazeltucky, Lincoln no se esperó a que su padre estacionase la van, sino que prácticamente saltó por la ventanilla y echó una rápida carrera hacia el edificio en donde irrumpió tras evadir al cuidador de la entrada.

Después de el el señor Loud le siguió el paso y la señora Loud y sus hijas se aproximaron a rodear al portero para excusarse con el y de paso evitar que fuese a detenerlos.

–¡Lisa!... ¡Lisa!... –llamaron Lincoln y el señor Lynn a la niña cuando seguidamente irrumpieron en el auditorio durante la función–. ¡Lisa!...

–Allá está, papá –avisó el muchacho cuando por fin la localizó a ella y al pequeño David en sus respectivos lugares.

–Lisa, vamos –se aproximó a buscarla su padre–, tenemos que irnos.

–Papá, Lincoln, ¿qué hacen aquí? –indagó la chiquilla al encontrárselos tan repentinamente en medio de su cita.

–Ahora, Lisa.

Shhh...– los mandó a silenciar una de las personas del publico.

–Lisa, no verás esta basura –ordenó su hermano con voz autoritaria y desesperada al mismo tiempo–, vámonos.

–¿Les importaría, Louds? –reclamó el señor Quejón, a quien encontraron ocupando una butaca cercana a cuya derecha, dando al pasillo, se hallaba sentada una niña de unos tres años de edad–. Quiero disfrutar del musical con mi nieta.

–¡Oh, pervertido de mierda! –le gritó Lincoln sintiendo unas súbitas ganas de vomitar.

–Muy bien, largo de aquí –dijo uno de los cuatro acomodadores del teatro que llegaron a sacarlo a el y a su padre.

–¡No, Lisa...!

***

–Lincoln, ¿que pasó? –se acercó a preguntar Lori junto con su madre y el resto de sus hermanas en cuanto los acomodadores acabaron de echarlos a el y al señor Lynn afuera del teatro.

–Se acabó –vociferó el albino, que inmediatamente se arrancó sus ropas de un tirón develando que abajo de estas llevaba puesto su traje de super héroe y después se calzó el antifaz–. Este es un trabajo para Ace Savvy.

–Hermano, ¿qué estás haciendo? –preguntó Luna al ver que corría a rodear el teatro por un callejón lateral y de ahí saltaba a colgarse de la escalera de incendios.

–Es hora de acabar con Broadway de una vez por todas –respondió mientras se apuraba a subir hasta un andamio, para luego envolver su puño con la capa de su traje de modo que así pudo romper el cristal de una ventana y volver a entrar.

***

Así, con su disfraz puesto, Lincoln volvió a irrumpir en el auditorio evadiendo ágilmente a los acomodadores y luego subió hasta los palcos en donde rápidamente se colgó de una cuerda que pendía del candelabro de la sala, con lo que de este modo empezó a columpiarse por todo el lugar para ir derribando a los actores a patadas con tal de sabotear el show; además de algunos espectadores a los que noqueó por accidente.

–¡Lo siento!

–¡Es Ace Savvy! –exclamó una de las personas del publico.

En medio de su peligrosa maniobra, sin querer Lincoln rompió la válvula de una de las tuberías en las que se almacenaba el agua de los aspersores para incendios. Luego de esto, la cuerda se enredó en uno de sus tobillos y quedó colgando de cabeza en medio de la sala, tras lo cual se interrumpió el show.

Disculpen, señores –avisaron por un altavoz–. Haremos una pausa.

≪Menos mal que terminó≫, pensó Lincoln al ver que la gente abandonaba el lugar. Ya todo sería cosa de que Lisa se encontrara afuera con sus hermanas mayores quienes se encargarían de llevarla de vuelta a casa.

Mas la cosa estaba lejos de terminar así de fácil, puesto que, a los pocos segundos, la cuerda que sostenía su peso cedió desequilibrando el soporte del candelabro el cual fue a caer en medio del auditorio.

–¡Rayos! ¡Háganse a un lado, todos...!

¡CRASH!

***

El musical se detuvo de repente mientras el publico inundaba las salidas y el agua inundaba el teatro –reportó Katherine Mulligan un par de horas después de acontecido todo esto–. La única fatalidad, fue un niño de cuatro años que fue aplastado por un candelabro que le cayó encima.

A continuación, junto a la reportera apareció una imagen con la foto de David, ante cuya presencia Lincoln se encogió avergonzado y temeroso de las fulminantes miradas inquisitorias de sus padres y las nueve de sus diez hermanas allí presentes en la sala de la casa Loud.

La policía sigue en búsqueda del responsable que se dio a la fuga –prosiguió Katherine con su reportaje, al tiempo que en el televisor la imagen de David era cambiada por la de un retrato hablado de Lincoln en su traje de Ace Savvy–: un anciano enano en cosplay de mallas con antifaz y la ropa interior por fuera. Si ven a este hombre, repórtenlo inmediatamente a las autoridades y no intenten hacer nada para detenerlo, pues es peligrosamente estúpido para la seguridad publica.

Después de ver el reportaje por televisión, de nuevo los Loud y la mayoría de sus hijas fulminaron a Lincoln con miradas enojo y decepción, por lo que, totalmente arrepentido de lo que había echo, sin decir nada se retiró de la sala y subió directo al cuarto de las dos más menores en donde vio que su pequeña hermanita genio había dejado sus lentes sobre el velador y ahora se hallaba llorando desconsoladamente con su cabeza hundida en la almohada de su cama.

–Lisa... –se anunció en voz baja al ingresar–. Lamento que a tu amiguito lo haya matado Ace Savvy... Entiende que... Ace Savvy debió haber tenido una razón para hacerlo... Ace Savvy es misterioso, Lis, y donde sea que esté, te ama... Buenas noches.

***

Al otro día, Lincoln resolvió cancelar su obra y de paso trató de convencer a sus amigos de ser honestos de una vez con las chicas.

En principio todos se opusieron rotundamente; pero luego de oír lo cerca que estuvo una niña de cuatro años de ser influenciada por el encanto maligno de Broadway, ahí si estuvieron de acuerdo con el en que ya no podían seguir más con esa practica.

Después devolvió el presupuesto escolar a la directora Rivers y a la superintendente Chen; y en su lugar pidió prestado el auditorio de la escuela primaria de Royal Woods al director Huggins por una tarde a cambio de unas galletas de canela que Clyde horneó personalmente para el.

Seguidamente, Liam, Zach, Rusty, Chandler y todos los demás muchachos involucrados se dieron a la tarea de reunir en el lugar a todas y cada una de las chicas a las que embaucaron para confesarles todo y expresarles sus más sinceras disculpas.

Ahora sabemos que está muy mal que los hombres manipulen a las mujeres así –le habló Lincoln al micrófono desde el podio.

A su izquierda y derecha se hallaban formados sus cómplices con la cabeza gacha en señal de arrepentimiento, mientras que, en las filas de asientos del auditorio, las chicas que fueron a ver Wicked con ellos escuchaban atentamente su discurso de disculpas, incluyendo desde luego a Jordan, Kat, Chloe, Mollie, Paige, Hattie, Renee, Haiku, Margo, Becky, Emma, Cristina y todas las demás que claramente estaban molestas por el modo en que habían sido engañadas.

Incluso Ronnie Anne se hallaba presente por vía virtual mediante una laptop encendida que Stella sostenía en su regazo.

No importa cuánto bailen y canten, la boca de una mujer es sagrada –prosiguió el albino con su disculpa publica–. Hoy mismo llamaremos a la revista Día Mujer y denunciaremos la conspiración. Creo que habló por todos aquí, cuando digo que en verdad lo lamentamos, chicas. No debimos tratar de lavarles el cerebro. Tienen derecho a enojarse.

Los demás chicos asintieron con la cabeza. Mas, pese a su enojo, las chicas se miraron entre si, como no estando del todo de acuerdo con lo que decían, y finalmente Stella entregó la laptop a Paige y se levantó de su asiento para ser la primera de todas ellas en tomar la palabra.

–Francamente –habló, sorpresivamente tratando de sonar comprensiva con todos ellos–, no sé si debamos enojarnos con ustedes por algo que hace todo hombre en este país.

¿En serio? –preguntó Lincoln, que quedó igual de sorprendido que todos los chicos varones que estaban con el arriba de la tarima.

La verdad –siguió hablando Ronnie Anne desde la pantalla de la laptop que era sostenida por Paige–, es que si me gustó mucho ir a ver todos esos musicales, aun con todo lo que sucedió después; y si tenía que suceder, pues me alegro que haya sido contigo, Linc.

–Nosotras adoramos ir a ver esos shows –prosiguió Jordan–, y si la consecuencia es hacerlos felices por un rato... Bueno, entonces creo que es algo muy mágico.

Las demás chicas sonrieron y asintieron con la cabeza.

–Oh, chicas –dijo Lincoln muy contento de oír eso, lo mismo que todos sus amigos–, ustedes son las mejores.

–Bien –tomó la palabra Chloe quien se puso en pie, subió a la tarima y se aproximó a donde estaba su chico–, ¿que show de Broadway vendrá ahora a Michigan?

–No lo sé –contestó Clyde tomándola cariñosamente de las manos–, pero el que sea, vale la pena el boleto. Porque los niños y niñas que paguen por verlo, se llevarán mejor, serán más fuertes, mejores y mucho más felices.

FIN

En memoria de
Stephen Sondheim

(1930 - 2021)

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