Santificarás las fiestas

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Tenía la cara completamente empapada debido a aquel extraño fenómeno que seguía sin comprender.

No me animé a mirar hacia atrás en ningún momento porque sabía que correría hacia el dispensario y abrazaría a Marlo con todas mis fuerzas.

Sin embargo, aquella acogedora casa en la que había vivido tan poco tiempo se encontraba ya lejos de mi alcance.

Me dolían las piernas de tanto caminar. Resultaba algo incoherente carecer de emociones y, al mismo tiempo, seguir sintiendo el dolor físico.

¿Por qué aquella bruja quiso crear una Pandora? ¿Qué sentido tenía vengarse una vez estás así de fría?

Vedoira. Así se llamaba mi creadora, mi madre, mi diosa.

Sabía que aquella era su voz guiándome en cada paso. Todo por saciar su sed de venganza.

Su objetivo principal era el jefe de policía, no me cabía ninguna duda. Tenía que llegar hasta él.

Él era el culpable de todo, el responsable de mi creación.

En otras palabras, un sacrificio para mi diosa.

Me perdí en mis pensamientos de tal manera que tropecé y caí de rodillas al suelo.

—¡Maldito suelo adoquinado! —grité con todo lo que quedaba de mi ser.

Entonces, me derrumbé.

Había empezado a oscurecer tanto fuera como dentro de mí.

«Estás llorando, pequeña Dahlia».

Vedoira me estaba hablando otra vez.

—Déjame en paz —susurré con una voz tan frágil que pensaba que se iba a romper.

De pronto, no escuché nada en mi interior. Todo se había perdido en un silencio reconfortante.

Estaba a punto de decir que era libre, pero no me salían las palabras y comprendí que la voz de la bruja se había ido para dejarme llorar tranquila.

Tampoco pude darle las gracias, por lo que me concentré en aquel acto que me otorgaba la poca libertad que necesitaba. Lloré.

Las nubes se abrazaron en el cielo como yo hubiese abrazado a Marlo de haber regresado y comenzaron a llorar conmigo.

Entregué todo mi cuerpo a las lágrimas de las nubes hasta sentir que se me helaba la piel.

Una voz masculina me sacó de aquel liberador ritual.

—Si te quedas ahí vas a coger un resfriado.

Moví mi cabeza rápidamente y sus ojos, marrones como la tierra, se encontraron con los míos.

—Deberían reformar este suelo, pero, como comprenderás, a los de arriba no les preocupa demasiado —agregó tras ofrecerme su mano para incorporarme.

Tomé su mano y me levanté.

—¡Oh, Dios Santo! —exclamó, soltándome— Mira cómo tienes las rodillas...

Dirigí mi mirada a mis piernas que se hallaban impregnadas de un líquido rojo que descendía.

—Si me permites echarles un vistazo...

Al decir esto, se agachó y rozó con sus rugosos dedos mi piel, lo que me provocó un escalofrío. Di un paso hacia atrás.

—Tranquila. —Se levantó y me mostró las palmas de sus manos— No quiero hacerte daño, solo quiero tratarte la herida.

En ese momento, no supe qué hacer. Mi instinto actuó por su cuenta y me acerqué a aquel desconocido.

Él introdujo su mano en una especie de bolsa y de ahí sacó lo que parecía ser un recipiente largo lleno de agua y un trozo de tela viejo.

A continuación, se agachó de nuevo y mojó la tela para después restregarla por mi rodilla con sumo cuidado.

Me escocía un poco, pero me quedé más aliviada cuando acabó con ambas piernas.

—Parece que solo han sido unos rasguños —afirmó—, pero tienes que tener más cuidado. Nunca sabes cuándo una herida se puede infectar y... ya sabes, no da un buen resultado que se diga.

La verdad era que no sabía nada de lo que estaba hablando, ni siquiera sabía qué tenía que contestar.

Aquella voz que tanto deseaba que se fuese lo había hecho al fin y yo estaba sola y carente de pensamiento propio.

Fue en ese mismo instante en el que comprendí que todo me era indiferente. Mi relación con Marlo había sido producto de la opinión de mi madre. Lo que significaba que, en realidad, ni me agradaba ni la detestaba. Simplemente existía.

El muchacho se levantó y se apartó su cabello, que era una mezcla de marrón y rojo, de la frente.

—Yo me llamo Alder, ¿y tú? —me preguntó.

«Solo dilo como la última vez. Dahlia».

Sin embargo, no salió ningún sonido de mis labios.

—Oh, lo siento —se disculpó—. Lo sé, debe de ser extraño que un completo desconocido te toque la pierna y luego te pregunte tu nombre. Entiendo que te sientas violenta.

Reuní todas mis fuerzas para ser capaz de hablar de nuevo, pero lo único que conseguí fue mover la boca sin articular palabra y gesticular de manera exagerada.

Entonces, se rio. Yo fruncí el ceño.

—Perdona, es que me ha hecho mucha gracia que empezases a hacer aspavientos, no me lo esperaba.

Me crucé de brazos y dejé escapar un resoplido. Era muy difícil comunicarse con alguien de esa manera y él lo estaba haciendo imposible.

En algún punto debió de darse cuenta de que empezaba a ser exasperante y me miró con cara de ruego.

—No pretendía ofenderte. Lo siento, supongo que no poder hablar debe de ser horrible...

«El problema no es no poder hablar. Es no poder sentir».

—¿Qué hacías ahí tirada llorando?

El joven había comenzado a realizar unos gestos en cada palabra como si mi problema fuese el oído y no el habla, lo que me llevó a preguntarme qué acción definiría la palabra sola.

Primero, me señalé a mí misma con ambos dedos índice, después dirigí mis manos hacia el lugar donde se encontraba el corazón del ser humano al tiempo que negaba con la cabeza.

«Yo. Corazón. No», esas eran las palabras que hubiese dicho de tener voz. O no.

Lo cierto era que no dependía de mí.

—¿Hay algún problema? Te puedo acompañar a comisaría —me ofreció—, si quieres. Seguro que allí te sabrán ayudar.

«No. A la comisaría no. Todo menos eso».

Traté de rechazar la propuesta de todas las maneras posibles. Negué con la cabeza, con los dedos, con los brazos y con mis labios sin voz.

Me sorprendió haber podido contestar por mí misma finalmente, aunque fuera por razones obvias.

—Vale, vale. Parece que lo tienes claro.

Asentí.

El muchacho volteó la cabeza un momento para luego devolverme la mirada. A continuación, lanzó una exclamación tras apretar los puños.

—Esto es incómodo, pero si me voy ahora me va a perseguir un horrible remordimiento. Dime, ¿hay algo que pueda hacer por ti?

Permanecí pensativa durante unos segundos. Realmente no tenía ni la menor idea de lo que quería. Sin embargo, me hacía una ligera idea de lo que necesitaba.

Mi voz. Su voz.

—Entiendo —aseguró él—. Siento no ser de mucha ayuda. En fin, ha sido un placer... señorita.

Vi cómo me sobrepasó y cómo, a medida que sus pasos iban avanzando, se alejaba cada vez más.

En aquel instante, una brisa de aire me recorrió el cuerpo de forma juguetona y mis piernas, todavía algo heridas, echaron a correr tras aquel extraño.

Mis brazos lo rodearon por completo desde su espalda. Lo abracé con la fuerza de mil cuervos.

Lo único que podía llegar a querer una figura como yo en una noche lluviosa era un abrazo de mi hermana mayor.

Y sabía muy bien que ese abrazo tendría que esperar.

El chico se giró y me lanzó una mirada que no logré interpretar. Después, sus pupilas se dirigieron hacia varios puntos hasta quedarse fijas en el suelo.

—Me alegro de haber ayudado en algo.

Sonrió como lo hubiera hecho Marlo.

Necesitaba un guía ahora que estaba completamente sola y perdida.

Intenté dibujar las palabras «sé mi guía» con gestos.

Manos entrelazadas.

Dedo índice apuntándole.

Dedo índice apuntándome.

«Por favor. Tú. A mí».

—¿Quieres que seamos amigos?

«¿Amigos?», repetí en mi mente.

—Verás, pareces una buena chica, pero nos acabamos de conocer. Lo siento —dijo.

Y volvió a mostrarme la espalda.

Sin embargo, no dio un solo paso hacia delante. Se quedó completamente quieto.

Ante nosotros se cernían dos siluetas que se aproximaban a pasos pesados.

—Vaya, vaya, mira quién anda solito por ahí.

El primero que había hablado era moreno y la comisura izquierda de sus labios estaba decaída.

En cambio, el segundo tenía el pelo cano y mucho pelo entre la nariz y la boca.

Ambos parecían bastante fuertes y transmitían un aura agresiva.

—¡Pero si es nuestro amigo Aldercito! —exclamó el otro.

Observé extrañada cómo el joven retrocedía.

—Chicos, vosotros por aquí... —murmuró.

El de los labios caídos rodeó el hombro del joven con su brazo musculoso.

—¿No nos vas a presentar a tu amiguita? —preguntó, mirándome a mí.

—No es mi amiga —aseveró—. Ni siquiera la conozco.

El de pelo grisáceo se acercó a mí.

—Ya nos extrañaba que te hubieras echado una amiga.

Al decir esto soltó una carcajada ruidosa, totalmente opuesta a la divertida risa de Marlo.

—Kast, Beder, no quiero líos, ¿vale? —Alder metió la mano en su bolsa, pero esta vez sacó un pequeño saco. — Esto es lo que me queda, es vuestro.

El hombre de pelo canoso esbozó una media sonrisa.

—¿Y esas libertades? ¿No me digas que estás intentando hacerte el valiente delante de tu novia?

A continuación, este le propinó un puñetazo en el vientre al muchacho cuando vio que su compañero lo agarraba de los brazos, lo que hizo que se doblara en dos.

Me llevé la mano a la boca. Lo peor era que desconocía cómo debía actuar.

—Por favor, ya... —musitó Alder tras una serie de gemidos.

—¿Ya? No, Aldercito, esto solo acaba de empezar —siguió hablando el segundo hombre —. Beder, llevémoslo a la pared.

—No, no, ¡a la pared no! —soltó el joven de pelo castaño.

—Pero, Kast, ¿no dicen que lo mejor es para el final?

—¡Hay que festejar el reencuentro! Llevo más de una semana sin hacer esto.

—Eso es porque Aldercito se esconde muy bien, ¿no es así? —El hombre de pelo negro al que habían llamado Beder le dedicó una mirada escalofriante a Alder antes de arrastrarlo hacia un muro cercano.

El muchacho trató de zafarse pataleando con todas sus fuerzas, pero aquellos hombres no solo lo superaban en fuerza, también en número.

Yo tenía que hacer algo, lo que fuera, pero no era capaz de hablar.

Era inútil. Yo era inútil.

—Dinos, Aldercito, ¿dónde has estado todo este tiempo? —inquirió el del pelo en el labio superior.

Si no recordaba mal, ese se llamaba Kast.

Alder no contestó. Se mantuvo callado clavando la vista al suelo.

—No quería tener que llegar a esto —continuó Kast—. Bueno, en realidad, sí.

Abrió la palma de su mano derecha y abrazó con ella el rostro del joven, obligándolo a tener la cabeza erguida.

Después, la empujó hacia atrás, provocando que la parte trasera chocase contra el muro.

Alder emitió una expresión aguda.

—Más te vale responder si no quieres acabar como un saco de boxeo.

—Ya basta —susurró con un hilo de voz.

Y aquel hombre corpulento repitió el mismo proceso una y otra y otra vez hasta que el chico no pudo dar más respuestas.

—Se ha vuelto a quedar inconsciente —apuntó Beder.

Ambos soltaron el cuerpo del muchacho haciendo que cayese al suelo.

En ese instante recordé el cadáver frío de mi creadora y al difunto agente Lithe sin cuencas en sus ojos.

Sentí que una fuerza extraña se apoderaba de mí y, por primera vez desde que había sido creada, me creí libre de verdad.

—Lo siento —agregó el de los labios desequilibrados—, pero no podemos permitir que haya testigos.

Kast dio unos pasos hacia mí y me acarició la mejilla, lo que me produjo rechazo y... asco.

«No me toques con tus sucias manos», espeté en silencio.

Mi mente evocó la técnica que había utilizado Marlo con el agente Serva. Le lancé un puntapié en la entrepierna.

El varón se retorció de dolor. Su compañero, que abría los ojos como aquel agente no hubiese podido hacerlo, me empujó hacia el muro.

Sin embargo, yo no iba a bajar la cabeza y permitir aquel sanguinario ritual.

Con las dos manos agarré el brazo que Beder pretendía posar en mi cara y le di la vuelta hasta que logré percibir un crujido.

El hombre de pelo cano, que se había recuperado y erguido para atacarme, corrió hacia mí.

Rodeé su cuello con ambas manos y apreté con todo mi ser.

«Yo he venido al mundo para matarte, mortal».

No me atreví a tanto. En el último momento, cuando ya sentía como su respiración se agotaba y su vida pasaba a ser historia, volví a ser la misma inútil que antes.

El hombre tosió, me miró con la misma expresión de pánico que en muchas ocasiones me había poseído y salió corriendo.

Su amigo, que todavía se palpaba su brazo roto, le gritó mientras lo veía partir.

Me volví hacia el cuerpo de Alder y lo recogí en mis brazos para luego llamarlo, sin obtener respuesta.

Sin embargo, aún estaba cálido y respiraba, ligeramente, pero respiraba.

No supe qué hacer entonces.

A la única enfermera que conocía era a Marlo y no se me estaba permitido volver a su dispensario.

Tenía que encontrar otra manera, pero... ¿cuál?

—Hola, Dahlia —me saludó una voz a mis espaldas.

Volví mi cabeza al oír mi nombre. La silueta que apareció frente a mí me dejó tan helada que pensé que se había marchitado mi existencia.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro