7.1-Grimalkin

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El día de la entrevista de trabajo Verónica se despierta a las seis de la mañana con la misma emoción de un niño en el día de su cumpleaños. Como nunca, se siente descansada y renovada. Ha tenido un sueño placentero.

Ahora que sabe que no falta mucho para solucionar su problema de posesión, siente que no hay nada que la detenga de conseguir el trabajo que siempre quiso.

Por primera vez en mucho tiempo ve el futuro con esperanza.

Se estira con fuerza, intentando espantar la pereza de su cuerpo. Afuera, el mundo nace nuevamente.

Pequeñas gotas caen del techo y se escurren por la ventana. Son la evidencia de que en la noche anterior ha caído otra tormenta; el cielo sigue nublado. Aunque a Verónica le encantan los climas así se pregunta hasta cuándo va a seguir lloviendo de ese modo. Teme que esto pueda causar una nueva emergencia.

El estómago le ruge con violencia, tiene mucha hambre.

Desde que Isibene empezó a vivir en su cuerpo, no hay nada que la pueda saciar del todo.

Se sienta en la cama y se calza sus pantuflas acolchadas en forma de conejo. Luego de un par de bostezos sonoros decide que lo mejor será tenderla y así evitar la tentación de volverse a meter debajo de las cobijas.

Ya solo le falta el cubrecama cuando capta un movimiento por el rabillo del ojo, una sombra que se cuela por el espacio que queda entre la cama y la pared.

Aunque ya habían pasado tres días desde que Isibene le abrió los ojos a la magia, aún no se podía acostumbrar del todo a sentir el mundo de esa forma. A veces se descubría a si misma siguiendo las sombras con la mirada o tratando de atraparlas.

¿Cómo se sentiría tocar una de esas cosas? Curiosa, se asoma al lugar en el que había percibido el movimiento.

Definitivamente hay algo ahí.

Estira la mano para intentar alcanzarlo. Cuando está cerca de tocarlo un rasguño le hace entender que no se trata de algo etéreo. Lo que Verónica había pensado que era una sombra sale corriendo de debajo de la cama y se esconde detrás del sofá.

Verónica está a punto de gritar cuando Isibene la detiene.

«Es Grimalkin» ―explica― «La gata negra que conocisteis hace una semana; mi mascota».

El animal sale de detrás del sofá, tiene las dos colas levantas. Se asoma para olfatear a Verónica quien intenta volver a consentirla. Sin embargo la gata no se deja, corre en dirección a la puerta. Aunque está cerrada la traspasa.

Eso ya no le sorprende a Verónica. Sigue el rastro de la gata hasta la cocina, donde le pierde la pista del todo.

El estómago le suena de nuevo, lo mejor será desayunar.

Prepara un huevo frito con jamón, lo que, al parecer, también le gustaba comer a Isibene por la mañana. Lo acompaña de tostadas, jugo de naranja y café. Mientras cocina, repasa de nuevo lo que había preparado para la entrevista.

―No olvides quedarte en silencio ―le recuerda a la bruja entre susurros para que su padres no piensen que está hablando sola―, tengo que parecer normal para que me contraten.

Una vez el desayuno está listo toma el celular para leer las noticias del día mientras come. La ola invernal está cada vez peor y eso ha hecho que el número de damnificados aumente. Los desplazados están aglomerándose en las grandes ciudades del país en busca de protección. A Verónica le rompe el corazón imaginarse a ella o a su familia en una situación así. Ojalá todo pase pronto para que esas personas puedan rehacer su vida.

El despertador le avisa que ya es momento para salir.

Sube al baño del segundo piso para lavarse los dientes y cepillarse el cabello. Cuando trata de mirarse en el espejo con el fin de comprobar su apariencia, la niña de bucles de devuelve la mirada.

Verónica la saluda con un gesto de la mano.

«No olvidéis llevar el libro», le advierte Isibene.

Verónica entra a su habitación por su cartera y una chaqueta que la proteja del frío. Toma el libro del carnero de entre uno de los cajones de la mesita de noche y lo guarda. Se da cuenta que su cartera es un poco pequeña para él, pero es el único bolso bonito que tiene así que lo hace entrar como puede.

Sube las escaleras del altillo para despedirse de su mamá con un beso. 

Ella le devuelve el gesto con un abrazo y le desea suerte en su entrevista. Verónica se cubre los labios con un dedo pidiendo que no hable sobre eso en voz alta, teme que su padre se entere.

Antes de salir, Verónica se toma a sí misma una foto para cerciorarse de que está presentable. 

En los últimos días había descubierto que esa es la única forma que tiene de observarse a sí misma ya que en todos sus reflejos ve a Isibene.

Cuando abre la puerta de la casa una ráfaga de viento le golpea la cara. El frio que le besa las mejillas la llena de energía.

Siente como pequeñas formas la siguen mientras camina hacia la parada del bus que va a Bogotá y luego mientras viaja en el Transmilenio; animales etéreos que la acompañan en cada paso que da.

Sentada en el bus rojo puede percibir como una raíz invisible empieza a nacer a su lado. Para cuando llega a la estación de la 72 ya ha florecido del todo. No puede verla, nadie en el vagón puede hacerlo, pero ella la distingue. Está ahí de la misma manera que todos los seres que ha sentido desde esa noche con Isibene, como si la bruja de pronto hubiese encendido una radio que le permitía sentir las diferentes frecuencias de lo invisible.

En la entrada de la editorial la requisan dos guardias. Después de preguntarle para dónde se dirige y con quién se va a ver, le piden que abra la cartera para revisarla.

Isibene se alerta cuando uno de ellos toma el libro del carnero para poder ver qué más hay en la cartera de Verónica. Le demuestra a la joven su incomodidad haciéndole sentir una fuerte punzada en la boca de estómago que la hace doblarse levemente.

El hombre se da cuenta y le indica el camino hacia los baños, por si llegase a necesitarlos.

Como puede Verónica acomoda nuevamente el libro dentro de su cartera. Agradece la indicación y entra en uno de los ascensores. Aprieta el botón que la lleva al séptimo piso. El artefacto se estremece dejándole una fuerte sensación de vacío en el estómago.

Verónica se da cuenta de que la gata negra está espiándola desde el otro lado del techo, la saluda y ésta desaparece. 

El lugar donde la había rasguñado un poco más temprano le escuece.

Cuando está por llegar a su piso, Verónica aprieta la cartera contra su pecho con el fin de juntar fuerzas para lo que se viene. Siempre ha detestado las entrevistas laborales. 

Toma aire para calmar los nervios.

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