Cap 10

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En Great Lake City, Ronnie Anne salió de su habitación, ya un poco más calmada después de haber estado haciendo puros corajes de adolescente.

–Ronnie –se aproximó a hablarle Carlota, con quien topó en el pasillo en compañía de Carl y CJ–, que bueno que te encuentro. Oye, tu amigo está muy mal.

–¿Y ahora qué hizo? –inquirió refunfuñante–. ¿Le dio por arruinar el matrimonio del tío Carlos y la tía Frida o algo así?

–Es en serio, prima –insistió Carl–. Se ve que todo este asunto lo tiene abrumado. Hubieras visto lo histérico que se puso hace unos momentos.

–Dijo que se sentía tan avergonzado que quería desaparecer –añadió CJ–. Nos creerías si hubieras visto como se puso.

–Papá dijo que de seguir así podría hasta sufrir un colapso mental.

Esto que dijo Carl, y el que cambiara de actitud hacia su amigo, preocupó a Ronnie Anne.

–Bueno... ¿Y que esperan que haga yo?

–Quizá no ser tan dura con él –sugirió el tío Carlos, que llegó a sumarse a la conversa en compañía de la tía Frida, la abuela Rosa y el abuelo Hector.

–La verdad, creo que a mi también se me pasó la mano –confesó este otro, que tampoco lucía tan molesto a hacía un par de horas–. Lo que hizo si estuvo feo, pero si se nota que está muy arrepentido como para seguir presionándolo y echándoselo en cara.

–Si, más allá de eso sería tratar de encaminarlo al suicidio –señaló su tío.

La joven hispana se estremeció al oír eso.

–¿Tanto así?

–Si –secundó su abuelo–. Creo que ya estuvo bueno. Aparte, no es tan mal chico.

–¿Por qué no vas y hablas con él, m'ja? –sugirió entonces la tía Frida–. Sé que tú también estás molesta por lo que hizo, pero cuanto menos ve y vigila que no vaya a cometer una locura.

Con lo que Ronnie Anne respiró hondo y disipó todo el enojo que le quedaba. Para que el cretino de su primo y el abuelo hubiesen cambiado de actitud así de rápido, era porque su amigo si la estaba pasando así de mal.

–¿Dónde está Lincoln?

***

A mitad de la autopista, Clyde se desplazaba a toda marcha en la silla motorizada de Scoots, sólo dejando de girar los aceleradores las veces que se enfilaba por una cuesta empinada.

–Vas a morir, Loud... ¡Weeee...! Vas a morir, Loud... ¡Weeee...!

Pronto pasó bajo un gran letrero de la autopista que anunciaba a los conductores:

ESTÁ ENTRANDO A
GREAT LAKE CITY

***

Entretanto, Ronnie Anne salió por la puerta principal del edificio, y encontró a Lincoln tumbado en las escaleras del porche, las manos en la cabeza, el pelo ensortijado y respirando bajo pero agitadamente.

Estaba por llamarlo con un hey genérico, cuando él se le adelantó. Sin regresarse a mirarla, como habiendo adivinado que estaba allí, le hizo una simple y sencilla pregunta.

–Ronnie... ¿Alguna vez has pasado noches sin poder dormir?

–Eh... Si –respondió tras meditarlo en breve, y rememorar como fue al principio cuando ella, su madre y hermano se mudaron a la gran ciudad–. Cuando era niña y abrieron ese restaurante de hamburguesas de aquí en frente, tenía un letrero luminoso que brillaba tanto que su luz entraba por mi ventana y la de Sid incluso con las cortinas puestas y no nos dejaba pegar ojo. Además, el olor de las parrillas era tan fuerte que llegaba hasta...

–No, no me refiero a eso –la interrumpió el peliblanco–. Me refiero a si has padecido insomnio de verdad.

–Mmm... No –respondió Ronnie Anne tras meditarlo con mayor brevedad, pese a lo inusual de su interrogatorio.

O quizá no tanto.

–... Pues es algo que no le deseo ni a mi peor enemigo –acabó asegurando Lincoln con un gemido ahogado, y se empezó a tallar los ojos con las palmas.

Su amiga pensó que decirle a continuación, cuando en esto le entró una llamada que se apuró a contestar, pensando que podría tratarse de sus padres o hermanas queriendo preguntarle si había llegado bien y si ya se había instalado; motivo por el que ni se fijó en el número del contacto entrante.

–¿Hola?

¿Cómo estás, puño de mis corridas intensas?

A espaldas del peliblanco, la adolescente hispana lo escuchó gruñir y bufar, harto y más que fastidiado. También lo vio llevarse la mano libre a la frente, para de ahí atenazar su blanco mechón de su blanco pelo a nada de arrancárselo.

–¿Qué quieres ahora, Chloe?

Sólo saber cómo has estado –río esta al otro lado de la línea–. Espero que pensando en mi.

–Oye, creí haberte bloqueado –gruñó Lincoln–. ¿Cómo le hiciste para contactarme?

Pues por el teléfono fijo de mi casa, tontuelo. ¿Sabes?, ahora mismo estoy en la bañera y tengo los pezones muy duros. ¿No te gusta como suena eso?

–¿Y que diablos quieres ahora? –volvió a inquirir Lincoln, que se puso en pie de un salto–. ¡¿Qué más quieres de mi?!

Ouh, suenas tan lindo cuando me gruñes así –rió Chloe–. Me encanta oír rugir de nuevo a esa fiera que llevas dentro... ¡Roar!... Ju ju... Llamaba para comentarte que tus padres llamaron a los míos después de que fui a verte ayer en la tarde. Dime, ¿acaso les contaste sobre... Las pequeñas muestras de cariño que tuve contigo mientras charlábamos?

–¡Si por "muestras te cariño"...! –al recordar la presencia de su mejor amiga a las puertas del edificio, se dio la vuelta para susurrarle al teléfono–. Si por "muestras de cariño", te refieres a que les dije que me estuviste manoseando bajo la mesa, si.

Pues muy mal hecho, mi garañón de pelaje blanco –al otro lado de la línea, Chloe descruzó las piernas al tiempo que se estiraba a agarrar la ducha de mano–. Debiste ser más discreto. Tus padres le contaron todo a los míos sobre nuestra... Ardiente aventura... Y ahora que ya saben todo los dos interrumpieron su viaje por Europa y vienen camino para acá. Una lastima, con lo bien que me la estaba pasando en estos días de descanso que nos dieron en la escuela, sólo para ti y para mi.

–¡¿Cuales días de descanso?! –Lincoln seguía sin dar crédito a su descaro–. Sabes que nos suspendieron por... Por hacer eso que tú ya sabes en ese lugar.

Lo que sea –prosiguió Chloe mientras blandía la ducha en su mano–, mi papá está muy furioso y dijo que en cuanto llegué me castigará de aquí hasta que me gradué de la universidad. ¿Puedes creerlo?

–¡Me alegro! Te lo mereces tanto como yo por traicionar a Clyde.

Hay, que malo... Eso es lo que más me fascina de ti, que sepas ponerme en mi lugar... Pero, de cualquier forma, lo he estado pensando y creo que deberías compensarme por meterme en tantos problemas después de todo lo que hecho por ti. ¿No te parece justo?

–¡No!

Te propongo lo siguiente –sugirió Chloe entre más risillas–: ¿Qué tal si, cuando la policía haya agarrado a ese perdedor celoso y tú puedas volver a Royal Woods, te escapas de tu casa y vienes a visitarme una vez por semana?

–¿Y qué tal si mejor yo te tumbo los dientes uno a uno? –amenazó Lincoln–. Te juro que como sigas molestándome lo haré así seas una chica.

Grrr... Pero que salvaje –rió divertida–. Así me gusta, mi fiera inquieta. Entonces, ¿los viernes en la noche te suena bien? Esos días mi papá suele asistir a una junta directiva y mi mamá se reúne con su club de lectura. Lo que significa que mi papá amanecerá al otro día junto a alguna callejera en algún motel a las afueras del pueblo y mi mamá se emborrachará en casa de alguna de sus amigas hasta caer rendida. A mi hermanita, bueno, ella se puede quedar en su cuarto y sabe que conmigo le irá muy mal si va de chismosa. Así que tendríamos la casa para nosotros solos...

–¿Si? ¡Pues eso nunca pasará! –sentenció el peliblanco, quien en su exasperación empezó a ir y venir de un lado a otro, pero sin alejarse del pórtico, mientras su amiga hispana escuchaba su parte de la discusión.

Podría prepararte algo de cenar –prosiguió la descarada muchacha, haciendo caso omiso a su negativa–. Luego nos acurrucaríamos en el sofá para ver una película en Netflix, juntitos los dos, abrazándonos y, por ultimo... ¡Finalizamos con una noche de fornicación apasionada!

–¡Rayos...!

Ahora, que lo importante es tener bastante discreción esta vez para que no nos descubran. No creo que a tus padres ni a los míos les haga gracia que nos sigamos viendo. En especial a mi papá, que dijo que te mataría si te veía cerca de mi otra vez. Aunque... Por otro lado, creo que eso haría de la experiencia algo mucho más... Excitante, ¿no te parece?

–¡Eres una descarada y una puta! –bramó Lincoln–. ¿Sabías eso?

No, no lo sabía –rió Chloe otra vez. Con el dedo del pie pulsó el botón que accionó la ducha de mano la cual, acto seguido, hundió bajo el agua de su tina–. Pero sigue, sigue diciéndole a esta puta descarada sus verdades.

En esto, Lincoln detuvo su marcha compulsiva y se llevó una mano a la cara, conforme esta se encendía en ira y llanto.

–Oyeme bien, tú –gruñó apretando los dientes–: Ya deja de molestarme. Lo que tú y yo hicimos fue un grave, un gravísimo error del que me voy arrepentir para toda la vida. Ahora todos en el pueblo me odian, mis amigos no me hablan, mi novia me terminó, mi familia está decepcionada de mi y, para rematar, ahora estoy de arrimado en casa de unas buenas personas a las que quiero y que no tienen nada que ver en este asunto.

Entiendo lo que dices –de pronto sonó a que Chloe se lo tomaba con seriedad–. Mis amigas tampoco me hablan desde que se corrió el chisme y ahora me siento muy solita... ¿Y sabes que pasa cuando estoy solita, Linky?

Esta vez, Ronnie Anne lo oyó valerse de un español un tanto masticado al parafrasear una expresión mexicana que ella misma solía usar a veces.

–Ay, no mames con esta pendeja.

Si estoy solita, me da hambre. Y cuando tengo hambre, ¡deseo tragarme toda esa v3*g@ blanca tuya, mientras yo te asfixio con mi c#l* y tú me chupas la c*!#@ más fuerte. Y después me pones en cuatro y me p3n3tr@n$ bien duro por detrás mientras me nalgueas y me haces gritar como la maldita p#t@ de mierda que soy...!

–... ¡¿Hasta cuando, Chloe?!... –suplicó Lincoln de lo más horrorizado–. ¡¿HASTA CUANDO ME VAS A DEJAR EN PAZ?! ¡ENTIENDE QUE NO QUIERO NADA CONTIGO! ¡ME DAS ASCO! ¡TE ODIO! ¡ERES UNA PERSONA HORRIBLE, Y EL HECHO DE QUE NO ENTIENDAS QUE ERES UNA PERSONA HORRIBLE NO HACE QUE SEAS MENOS HORRIBLE!

Eso, sigue así, grítame más... Ya casi acabo...

–¡¿Eh?!... ¡¿Pero qué rayos estás...?!

El infeliz pasó de estar rojo a palidecer de espanto al oír un chorro de agua a propulsión al otro lado de la línea, acallado sólo por los gemidos extasiados de Chloe.

¡Eso es...! ¡Si...! Oh... Si...Si... ¡Si!... ¡SI!... ¡Oh...! Dios... ¡QUE RICO!... Ay, si...Eso se sintió grandioso... ¡Puaj!... Bueno, supongo que tendré que lavarme el cuerpo otra vez, pero valió la pena.

–¡Santo Dios!... –pasado de estar fúrico a aterrado, Lincoln se quitó el móvil de la oreja, pues sentía que esta iba a pescar una infección–. ¡Esta tipa está enferma!

Ouh, Linky –oyó que se regodeaba–, estoy tan emocionada. No puedo esperar a poner tu gelatinosa v3*g@ dentro de mi c*/#@ para que luego, como si se tratara de un sandwich, procedas a tocarme la jalea hasta el amanecer y...

–¡CALLATE!

Habiendo sobrepasado su limite, Lincoln aventó su teléfono a un callejón al otro lado de la calle, en un arrebato súbito de desesperación, rabia e impotencia.

Cuando volvió con su amiga, esta ya no lo miraba con decepción y enojo, sino con tristeza y lastima. Lo cierto es que a Ronnie Anne le dolió mucho saber de su engaño, pero más le dolió verlo desmoronarse de ese modo. Entendió que hasta ese punto ya había recibido más castigo al que requería, y fue por ello que se aproximó a estrecharlo en brazos y dejar que llorara en su hombro.

–No puedo más, Ronnie... –se lamentó estallando en llanto–. ¡No puedo más...!

–Ya, ya... –lo consoló dandole de palmadas en la espalda–. Tranquilo, todo va a estar bien.

–Lo siento... ¡Lo siento...!

–Si, ya sé que lo sientes; y si de algo sirve, yo si te perdono.

–Gracias.

En cuestión de unos treinta minutos que se pudo desahogar y serenarse, Lincoln se separó de Ronnie Anne y terminó de enjugarse las lagrimas.

–Oye, ¿me ayudas a buscar mi teléfono?

–Claro –asintió ella.

***

Rato después, los dos buscaban entre los botes de lamina y las bolsas de basura en el callejón de la calle contraria.

Fue entonces que escucharon el ronroneó de un motor, y al volverse vieron detenerse en medio de la calle a la silla motorizada de Scoots, y sobre ella a Clyde McBride en su uniforme de recluso.

–Oh no –exclamó la hispana.

–Oh, Clyde... –rió en cambio el peliblanco con nerviosismo–. Hola... ¿Quieres ayudarme con esto?

–Si... –gruñó este al bajar de la silla y adentrarse con ellos en el callejón, empezando por tronarse los nudillos–. Vengo a ayudarte... ¡PERO A MORIR!

Dicho así, Clyde se arrojó a embestir a Lincoln arrinconándolo contra un alambrado, para de ahí surtirlo con cuatro golpes consecutivos en el rostro que le dejaron la nariz sangrando. Seguido a esto lo aturdió con un rodillazo en el estomago, lo arrojó al piso y lo remató a pisotones. Lo peor es que Lincoln se dejaba. No es que no pudiera, sino que no se atrevía a contraatacar. La culpa se lo impedía, le pesaba tanto como si le hubieran atado mancuernas de las grandes a sus muñecas y tobillos.

–¡Clyde, detente! –gritó Ronnie Anne, que si sabía cómo entrarle a los golpes y por lo tal decidió ponerle un alto–. ¡Esto no arreglará nada!

No obstante, impulsado por su furia ciega, Clyde reaccionó más rápido al evadirla y agarrar la tapa de un bote de lamina que usó para desmayarla estrellándosela en medio de la frente.

¡CLANC!

–¡Tú no te metas!

Ver a su amiga caer inconsciente delante suyo, hizo que Lincoln dejara su culpa de lado y su cara se encendiera tornándose roja como un tomate, al grado que el mechón de su pelo echó humo.

–¡Eso si que no te lo permito! –rugió tras ponerse en pie y limpiarse la sangre de las narices–. ¡Conmigo lo que quieras, pero a Ronnie Anne no le tocas un solo pelo de su cabeza! ¡¿OÍSTE?!

Y clamando esto se lanzó contra Clyde, librándose así una pelea a puño limpio entre ambos en medio de la calle.

Primero Lincoln lo hizo retroceder con un derechazo, seguido por un gancho al hígado y un golpe en la quijada.

–Vamos... ¡Vamos! –lo siguió retando su oponente.

A lo que Lincoln lo agarró del cuello de su uniforme y le asestó un cabezazo que le resquebrajó los anteojos.

–Maldito... Hijo... ¡De puta!

En respuesta, Clyde le clavó las manos en el pescuezo y lo arrinconó contra un auto cuya alarma se activó alertando a los vecinos en toda la cuadra. Entre ellos los Casagrande que se asomaron por las ventanas de sus apartamentos.

–¡Ay, por Dios! –gritó Carlota–. ¡Se están matando!

–¡Que alguien haga algo! –gritó Bobby.

–Nha, dejen que se desahoguen –sugirió en cambió el abuelo Hector.

–Son adolescentes –secundó el tío Carlos–. Así se les pasará la rabia.

Y en lo que tía Frida y la abuela Rosa bajaban para parar la pelea, Lincoln apartó a Clyde de una efusiva palmada en el rostro que le tumbó los lentes y le acható la nariz. Ocasión que aprovechó para soltarse y echar a correr lejos. Sin embargo Clyde recuperó sus lentes tras recobrar el aliento, se los puso otra vez y salió a corretearlo hasta la siguiente esquina en donde lo derribó aferrándose a su cintura y halándole los pantalones, dejando expuestos unos bóxers anaranjados con estampados de conejos.

Por lo cual Lincoln lo apartó de un patadón, se subió los pantalones y huyó a adentrarse en un callejón al otro lado de la cuadra. Allí esperó oculto a que Clyde fuera tras él, y al llegar lo emboscó asestándole otro puñetazo en el rostro que hizo que sus lentes volaran de su cara otra vez.

Clyde retrocedió a ciegas dando tres pasos torpes antes de estabilizarse y volver a arremeter contra Lincoln, de modo que ambos se adentraron en ese otro callejón y cayeron a revolcarse sobre una bolsa grande de basura. En esas le mordisqueó los dedos a su oponente al este ponerle una mano en la cara, mientras que con la otra rasgó la bolsa y busco dentro, hasta que dio con una papaya podrida que le embutió en toda la boca.

¡Splash!

–¡Toma eso! –gritó Lincoln, salivando y jadeando–. ¡¿Lo sientes?! ¡Es tu orgullo haciéndote daño, infeliz! ¡Tienes que superarlo ya, maldito idiota! ¡¿Eh?!

En cuanto le retiró la putrefacta fruta de la jeta, Clyde contestó escupiéndole en el ojo, a costo que Lincoln lo surtiera de más puñetazos en la cara.

–¡Te vas... ! ¡A calmar...! ¡Porque te vas a calmar... ! ¡Maldición!

Fue en esto que la puerta de una trastienda se abrió delante de ellos y un coreano de avanzadilla en delantal salió a apuntarles con una escopeta.

–¡Eh, ustedes dos, deténganse!

Con esto, Lincoln dejó de golpear a Clyde, quien a su vez dejó de forcejear en su contra.

–¡Señor Hong...! –empezó a disculparse el peliblanco–. Lo siento, no quisimos...

–¡Silencio! –amenazó el coreano, quien le apuntó el cañón de su arma a la cabeza–. Ayuda a tu amigo a levantarse. ¡Ya!

Lincoln asintió, se apartó de Clyde y le tendió la mano. De paso se dispuso a disculparse otra vez por armar barullo fuera de su negocio, pero el viejo lo chistó mandándolo a silenciar.

–¡Silencio los dos! –volvió a amenazar sin dejar de apuntarles con su escopeta–. Si oigo un ruidito más de ustedes les llenaré el pecho de plomo a ambos. Las manos donde pueda verlas. ¡Ya!

Ipso facto, el par de muchachos se llevaron las manos a la nuca y tragaron saliva, preocupados ante la violenta y errática conducta del coreano. De entrada, el señor Hong, dueño y dependiente de un mercado vecino y rival al de los Casagrande, no sonaba tan cabreado a lo que aparentaba. Más bien parecía emplear un esfuerzo tenaz por contener la risa, al ser participe en un enfermizo juego que pretendía jugaran con él.

–Adentró –ordenó haciéndose a un lado, permitiéndoles entrada a la trastienda de su negocio–. Y más vale que no intenten nada si no quieren que les vuele la cabeza aquí y ahora.

Ni Lincoln ni Clyde entendieron que pasaba, más allá de que acababan de meterse en un lio terrible y muy random. Pero como el señor Hong no bajó su escopeta, a los dos no les quedó más remedio que hacer lo que les decía.

Después de ellos, el avejentado coreano ingresó a la trastienda, cerró la puerta y echó los seguros, sin quitarles la vista de encima un instante ni dejar de apuntarles con el arma.

Después, a punta de escopeta los mandó a bajar al sótano. Al llegar allí los tres, el señor Hong se relamió los labios mientras que en su arrugada y amarilla cara se dibujaba una divertida y siniestra sonrisa. A saber que se traía entre manos.

–Parece que la araña a cazado a un par de moscas –rió gozoso.

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