Cap 2

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Semanas pasaron sin que nadie siguiera sin saber sobre cierto encuentro inapropiado que hubo en la cabaña en el lago de los McBride, ni a que condujo este mismo. Ni siquiera los que estuvieron allí ese día. La gente no suele prestar atención a las cosas que pasan en su entorno que no les conciernen o no les afectan directamente.

Tal fue el caso de Lynn Loud Jr. quien al año siguiente se iría a la universidad. Por tanto tenía como máxima prioridad asegurarse que el equipo de baseball mantuviera su racha de victorias con ella al mando... O al menos así fue hasta una tarde de octubre que ella, Liam y las chicas se quedaron practicando en el estadio de la preparatoria hasta horas después que finalizaran las clases.

A la salida ya no había vehículos deteniéndose frente a la institución para recoger a alguien y el estacionamiento estaba casi desértico, casi. En primera dieron con una carcácha de aspecto aun más desgastado que la propia "Vanzilla" que de seguro pertenecía al conserje en turno.

–¿Dónde estará ese apestoso? –refunfuñó la capitana del equipo, mirando a ambos lados de la calle–. Prometió que nos iba a recoger después de la practica para llevarnos a las hamburguesas.

–Pues su camioneta está allí –avisó Liam señalando al estacionamiento.

En efecto, allí estaba ocupando otro de los muchos lugares disponibles: la vieja y confiable "Vanzilla" que había pasado a ser de posesión del único hijo varón de los Loud, recién después que este sacara su permiso de conducir. Pero de Lincoln ni su sombra se vio.

Aparte que Liam notó algo bastante peculiar, considerando lo que descubriría poco después. Por poco lo pasa por alto, pero lo reconoció al instante, aparcado al otro extremo del estacionamiento: el flamante Toyota Yaris que los padres de Chloe le regalaron por su decimosexto cumpleaños.

Justo cuando empezó a preguntarse que seguía haciendo allí a esas horas, él y las chicas se sobresaltaron con un ensordecedor chillido que les llegó de lejos.

–¡YAAAAAHHY...!

–¡¿Qué fue eso?! –inquirió Margo.

–No lo sé –dijo Paula–. Sonó como a un grito.

A lo que Lynn señaló al mismo edificio de donde acababan de salir.

–¡Creo que vino de por allá! ¡Parece que alguien está en problemas!

–¡Pues vamos! –sugirió Maddie.

A la carrera, Lynn, Liam y las chicas regresaron por donde vinieron y se internaron a cruzar los pasillos de la escuela, a travez de los cuales retumbó otro grito igual de agudo al anterior.

–¡YAAAAAHHY...!

–¡Es por allá! –gritó Paula.

Por desgracia para ella, en la siguiente esquina resbaló tropezando con sus propios pies y cayó violentamente al suelo.

–¡Ay!

–¿Estás bien? –le preguntó Margo que se regresó a auxiliarla.

–¡No!... –chilló–. Creo que me torcí el tobillo.

–¡¿Otra vez?!

–¡YAAAAAHHY...!

Los tres restantes siguieron los gritos hasta el gimnasio con Lynn yendo a la cabeza.

–¡Allá! –señaló a un almacén–. ¡A quienquiera que estén atacando debe estar allí dentro!

–¡YAAAAAHHY...!

–¡Vamos! –ordenó adelantándose a Liam y Maddie.

Quienes alcanzaron a Lynn, en el instante preciso que esta abrió la puerta del almacén.

–Hay, mamá... –masculló el chico granjero.

Había tanta fogosidad en el ambiente que las gafas de Maddie se empañaron y ya no pudo ver nada. No con la misma claridad que Lynn y Liam que se habían petrificado y enmudecido ante la sórdida escena que emergió ante ellos.

–¡YAAAAAHHY...! ¡ SI...! ¡OH, SI...!

No eran gritos de auxilio lo que habían estado escuchando, sino todo lo contrario.

–¿Qué pasa?... –Maddie se quitó las gafas y entrecerró los ojos tratando de vislumbrar mejor–. Oh, rayos.

Vuelta, no con la misma claridad que sus compañeros, pero si distinguió a ambos participantes sobre una de las colchonetas usadas por el equipo de lucha adoptando la pose del 69; amen de sus ropajes que hallaron tirados alrededor como si fueran cualquier cosa: unos pantalones jeans, un par de tennis, unos shorts rosados, una blusa sin mangas color lavanda, unas sandalias de tacón, una camisa anaranjada de mangas cortas y una boina purpura que cualquiera de ellos reconocería en cualquier lado. Además de los interiores que habían sido arrancados y arrojados con violencia.

Como indecoroso detalle final estaban los preservativos usados y sus envoltorios dispersos en el piso, lo que cabía suponer habían adoptado otras poses e ido más allá el tiempo que llevaran allí dentro.

–¡Oh, si...!

Entre constantes gemidos que presagiaban el próximo clímax del orgasmo, la chica frotaba su posterior desnudo y sudoroso contra la cara del chico al tiempo que este lengüeteaba el sendero de su región genital en un colosal esfuerzo por no asfixiarse bajo sus nalgas.

–¡Mhp...!

–¡Oh, si...! ¡Así se hace!... ¡Vamos! ¡Di que te gusta comer culo!

En esas se inclinó a succionar su pálido miembro viril al que las venas se le marcaban. Al cabo levantó la cabeza dejando que un espeso liquido blanquecino le rociara toda la cara.

–¡SI...! ¡Así se hace!... –se relamió gustosa–. ¡Vamos, dame más...!

Lo que forzó a Lynn y Liam a taparse la boca para no vomitarse allí mismo.

–Vámonos –ordenó susurrando la castaña y tomando de los hombros a sus amigos para guiarlos fuera del almacén.

Al oír la puerta cerrarse tras ellos, la otra castaña detuvo el meneo, se irguió y se quitó de encima de su compañero. Ocasión que este otro aprovechó para tomar aire.

–¿Qué fue eso? –preguntó mirando a la puerta del almacén–. ¿Oíste algo?

Ella lo meditó en breve y, sin mas, se encogió de hombros.

–Nha, olvídalo. Seguro fue el viento.

Y antes que él pudiera agregar algo, ella lo tumbó y volvió a montársele encima.

–Mejor vayamos por el siguiente round.

***

A las puertas de la escuela superior, Lynn y sus compañeros del baseball hablaron al respecto.

–Vaya que eso fue vergonzoso –comentó Maddie una vez terminó de limpiar el paño de sus anteojos–. Encontrar a Chloe y a Clyde haciéndolo allí adentro.

A lo que Lynn y Liam se miraron entre si.

–Para ser negro tiene la piel muy pálida –añadió la pelirroja de lentes–. Debería tomar sol más seguido.

–Maddie... –se dispuso Liam a corregirla–. Ese no era Clyde, era...

–¡Era alguien más! –lo interrumpió Lynn–. ¡Pero no sabemos quien porque no le vimos la cara!

Lo ultimo, ultimo dicho, era verdad. No le vieron la cara. En cuanto a lo otro, Liam estaba por contradecir en esa parte a Lynn, cuando esta lo mandó a callar con un gesto rápido y silencioso.

De momento le hizo caso al toparse con una discreta mirada de suplica, ante la cual comprendió lo delicado del asunto y la posición difícil de su amiga.

Acabado de enterarse de todo, casi a detalle, Margo y Paula se escandalizaron aun más.

–¡No puede ser! –exclamó la primera.

–Un momento... –dedujo la segunda que se apoyaba en su hombro–. Si ese no era Clyde... ¡Significa eso que Chloe lo está engañando con otro!

–Entonces hay que decírselo ahora mismo –sugirió Maddie.

–¡No! –objetó Lynn–. Eso es lo ultimo que querremos hacer en el mundo.

–¿Por qué no? –le preguntó Margo.

–Porque... Porque eso lo destruiría –acertó a señalar–. Ya saben lo sensible que es.

–Si, en eso tienes razón –concedió Liam preocupado–. Clyde quedaría desecho si se entera así de repente.

En especial si se enteraba con quien.

–¿Pero entonces?

–Dejen que yo me encargue de esto –pidió la capitana del equipo–. Primero...Primero se lo diré todo a mi hermano.

–Buena idea –secundó Margo–. Él es su mejor amigo y sabrá como manejarlo adecuadamente.

Esto, por el contrario, no convenció del todo a Liam.

–¿Decirle a Lincoln?

–... Si... –asintió Lynn nerviosa–. De todos modos él tiene que saberlo.

Lo que también era verdad, por lo que su amigo prefirió darle el beneficio de la duda y aguardar que hiciera lo correcto.

–De acuerdo –suspiró–. Pero no te demores en hacerlo.

–Descuida –juró la castaña–. Yo sé lo que hago.

≪Más o menos≫, pensó.

–¿Estás segura de esto? –insistió en preguntarle Liam.

–Si, segura –asintió–. Ahora, escuchen, será mejor que nos olvidemos de ir a las hamburguesas por hoy. Ustedes váyanse a sus casas y yo... Me quedaré a esperar al apestoso... Mientras pienso como contarle... Lo que descubrimos.

–Si, de acuerdo –asintió Maddie–. De todos modos yo ya perdí el apetito.

–Yo también –secundó Paula.

A la que Margo agarró por la cintura y guió a la banqueta para esperar un úber.

–Vamos a que te vean ese tobillo. Nos vemos, Lynn.

–Nos vemos –se despidió Liam igualmente.

En absoluto podía culparlo por su indignación. Antes debía darle crédito por haber confiado en ella.

–Recuerden, ni una palabra de esto a nadie... –reiteró, conforme los del equipo se retiraban, aludiendo además–: Ni a Clyde, ni a Chloe... Ni siquiera a Lincoln, en ningún momento, ¿ok?... Dejen que yo hable con él para... Ocuparnos de esto... Pero ustedes hagan como si nada de esto hubiese pasado.

***

A los cuarenta y cinco minutos, oculta en las sombras del pórtico, Lynn observó a Chloe subir a su auto a toda prisa y marcharse del lugar.

A su boina la traía sujeta en una mano, no la llevaba puesta en la cabeza como siempre. Aun de lejos, desde su posición tampoco dejó de notar las pantaletas asomando fuera de su bolso.

Al cabo de otros quince minutos salió de su escondite para ir al encuentro de su hermano, quien ya sabía habría salido por el mismo lado que habría salido Chloe, por la puerta del gimnasio que daba al patio. Tampoco se sorprendió de verlo con la camisa mal fajada y el pelo alborotado.

–Siento la demora, Lynn –se excusó Lincoln cuando ambos toparon en el estacionamiento–. Es que... Me entretuve hablando con una amiga.

–Si, ya me lo suponía –contestó ella.

–¿Y cómo les fue en la practica?

–Peor de lo que me imaginé.

–Oh, siento oír eso, hermana.

Debía sentirlo. Fue ella la que estuvo entrenando hasta sudar, mas era él el que hedía a sudor y vergüenza.

–Tienes la bragueta abajo –le avisó.

–¡Oh, perdón!... Gracias... Bueno, ¿y dónde están Liam y las chicas?

–Se sintieron mal de pronto y se fueron.

–Vaya, que raro.

–Si –asintió Lynn. Su tono al hablarle sonó tan frío, neutro e indiferente que podría haber pasado por Lucy. Pero por dentro contenía un tenaz impulso de romperle la nariz de un puñetazo–, que raro que todos se sintieran mal tan de repente.

–Como sea –dijo Lincoln–, ¿quieres ir a Eructo hamburguesas de todos modos? Supongo que querrás recargar combustible.

–No... La verdad yo tampoco tengo hambre. Sólo llévame a casa.

–Ehm... Bueno, como quieras.

Durante el viaje de regreso Lynn se mantuvo observando de reojo a Lincoln desde el asiento del copiloto mientras este manejaba y pensó en él como un maldito perro con suerte.

Suertudo había sido de que Maddie no le hubiese visto la cara al tener a Chloe sentada encima de ella, o de que Liam no lo hubiese delatado, por el momento. Mas su mayor suerte había sido tenerla a ella de hermana, quien como tal le había conseguido un poco más de tiempo... Por lo menos hasta que la suerte se le agotara y la verdad saliera a la luz.

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