Ordu.

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El ejército demoníaco de Sebastián iba creciendo cada vez más; sin embargo, nunca parecía llegar el momento adecuado para atacar. Los Isis habían estrechado más su relación con el reino, cuando un cazador de nombre Ogost se convirtió en el jefe de guerra militar del rey.

Con una posible amenaza mágica al frente, el rey Daniel obligó a todos los aldeanos a beber un brebaje mágico preparado por los elfos. Este brebaje se realizaba con unas plantas que se encontraban más allá del portón blanco, es decir, en las afueras del reino, y permitía a todo aquel que la bebiese, conservar la paz y unidad en sus emociones; por lo que, si la bebían, el Dios Seytan no podría alimentarse de sus emociones negativas, y, por lo tanto, no podría aumentar su poder.

La flor se llamaba Lunae Lumen, y las plantas que daban esta flor crecían solamente en la oscuridad, por lo que se encontraban en las tierras de Karakum, un lugar donde nunca brillaba un solo rayo de sol, y era conocido como el territorio más oscuro del reino. Parecía irónico que lo único que debilitaría al Dios Seytan, crecía en la misma tierra donde se encontraba la entrada al submundo.

Sebastián, al conocer el plan de su hermano, empezó a maquinar una trampa contra aquellos que fueran a recoger la flor; había creado demonios con el poder de infectar a los humanos, por lo que, cuando dos de los soldados del rey fueron en la misión de obtener la flor de luna, estos demonios atacaron. Mordieron, rasgaron, y transmitieron la energía demoníaca que tenían a esos dos soldados, tan grave fue aquel ataque, que uno de ellos llamado Ray, murió; Luca quiso ayudar a su camarada, mas sus heridas eran tan profundas, que el veneno logró penetrar sus huesos, por lo que sin poder hacer nada, cayó desmayado.

Al ver que ya había pasado un día y sus soldados no regresaban, el rey ordenó a Luke, su mejor amigo, que llevara un grupo de hombres a buscarlos; sin embargo, la búsqueda fue en vano, porque nadie los encontró. Pensando lo peor, el rey ordenó que se doblara la seguridad del pueblo, pero, aun así, no estaban preparados para la tragedia que estaba por venir.

Cuatro días después de la búsqueda fallida, comenzaron a ocurrir cosas extrañas en el pueblo. Una aldeana que había ido a lavar al río desapareció, cuando algunos aldeanos comenzaron a buscarla, dijeron ver en el bosque los ojos brillantes de una bestia aterradora que los observaba desde una colina, oyeron un aullido desgarrador, y en sus intentos de escapar y correr de vuelta al pueblo, tropezaron con el cuerpo sin vida de aquella aldeana, asegurando de que anteriormente, el cuerpo no se encontraba ahí. Los aldeanos llevaron el cadáver junto al rey, el cual ordenó al sacerdote Isi Imhotep que examinara el cuerpo, lo que más llamó la atención de éste, fue la forma que asesinaron a la mujer, ya que tenía heridas en su cuello similares a dos colmillos, y la sangre de su cuerpo fue totalmente drenada, no parecía tener signos de lucha o de haberse defendido de algún animal, no, esta mujer fue asesinada.

Cuando el rey entró al templo con la familia de aquella mujer y pidió a Imhotep alguna explicación, este simplemente pudo decir:

—Demonios.

Alarmados por esta declaración, los aldeanos comenzaron a clamar al rey y a pedirle que busque alguna solución.

—No podemos vivir con miedo todo el tiempo —clamaban algunos.

—¿Acaso tenemos que encerrarnos y vivir como aves enjauladas? —expresaban otros.

El pueblo tenía miedo, y ese miedo alimentaba cada vez más las energías del Dios, y, por lo tanto, también aumentaba el poder de Sebastián y sus creaciones. El rey no tenía respuestas, los consejeros de él no sabían que hacer, era la primera vez que enfrentaban una amenaza como esa.

Sintiendo impotencia ante aquella situación, el rey ordenó que se enterrara el cuerpo de la aldeana, y mediante magia élfica, aquellos aldeanos bebieron un elixir de olvido, olvidando así todo lo que había pasado, tanto con la aldeana, así como con los dos soldados. Sin embargo, ese problema estaba lejos de acabar aún; esa misma noche, junto a la sepultura de aquella aldeana, una figura humana estaba sentado en cuclillas mirando la tumba, sus ojos eran de un rojo brillante, como el color de la sangre, salpicada de un toque de luz. Ahí, a la oscuridad, era imposible ver su rostro, y, aun así, en sus ojos resaltaban su malicia.

En sus manos, tomó un poco de la tierra que había en aquella sepultura, y balbuceando algunas palabras en un extraño idioma, las volvió a tirar en su lugar; minutos después, el suelo empezó a temblar y la tumba comenzó a abrirse, y el cadáver, poco a poco, comenzó a salir. Primero una mano, luego la otra, y después, el cuerpo de aquella mujer que observaba en silencio a la criatura de ojos rojos.

—Miren nada más, ha despertado nuestra querida aldeana —la voz de esta criatura era suave, calmada, y si no fuera por la intimidación que causaba su aspecto, sería hasta agradable.

La mujer que esa misma tarde había sido enterrada, ahora estaba viva, o al menos, parecía viva, aunque, aún en aquella oscuridad su aspecto era diferente. Después de unos minutos de largo silencio, el viento despejó a la luna, logrando de esa forma iluminar el rostro de aquellas dos personas que estaban en el bosque, pero no, no eran personas, aunque asimilaban su forma, algo horrible los caracterizaba: estaban muertos.

La piel de la criatura era grisácea, pálida, con algunos moretones de color morado, vestía extraño, llevaba una armadura negra la cual hacía resaltar perfectamente sus ojos rojos. La mujer, en cambio, tenía la piel sucia debido a la tierra, y, aun así, podía observarse la palidez en su rostro; sus ojos, o bueno, lo que deberían ser sus ojos eran dos cuencas vacías, negras, y, que, aun así, podían observar todo a su alrededor.

—¿Recuerdas algo de tu vida anterior? —Preguntó la criatura.

—No... —respondió la mujer, su voz era áspera, como si una lija raspara su garganta.

—Mejor —, añadió casi con alegría—. Mi señor te pondrá un nombre —, había dicho "mi señor" como si realmente estuviera obligado a hacerlo—. ¿Tienes hambre? —Ella asintió, a lo cual él le pasó un odre con un contenido extraño, espeso y de un olor nauseabundo.

—No quiero esto —, mencionó dudosa oliendo su contenido.

—Créeme que sí —, comentó con calma aquella criatura, y luego vertió un poco de aquel extraño brebaje en sus dedos y se lo pasó por los labios, ella, al sentir su sabor, comenzó a sentir ansiedad, una ansiedad voraz que la atormentaba y quemaba sus huesos por dentro; con deseos de consumir más, le arrebató el odre de las manos y comenzó a beber, tanta fue su rapidez que no se había percatado de que, al beber del odre, sus colmillos habían hecho dos orificios en él, al ver eso, la criatura sonrió de satisfacción, como si estuviera viendo un proyecto que había tenido éxito, y es que, precisamente eso era, estaba observando su creación.

—¿Qué soy? —preguntó ella tocando sus colmillos— ¿Qué eres tú? ¿Quién eres tú? —Insistió.

—Soy una de las mejores creaciones del submundo querida —respondió con altivez— soy un vampiro, SOMOS vampiros —enfatizó— y me llamo Ray, el primer vampiro.

De esa forma, Sebastián comenzó su ataque, sigilosamente, con paciencia, de a poco fue infectando a algunos habitantes del pueblo, infiltrando a sus malvados demonios entre los Isis y los aldeanos, y ni siquiera los elfos se librarían de esta amenaza, puesto que Sebastián crearía a unos seres que destruirían la paz de aquellos seres mágicos también. Así, el ejército de la oscuridad fue creciendo, y creciendo, y haciéndose más fuerte con cada anochecer, ansiosos, puesto que estaba llegando el momento de su ataque final; y Seytan, el dios, llamó a ese ejército: Ordu, puesto que en su idioma ancestral significaba "ejército de la oscuridad".

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