1- La oportunidad

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"A partir de la sabiduría, entendimiento. A partir de la comprensión, compasión. De la compasión, el amor." Richard Wagner


Sin dudas, lo que menos extrañaría sería la humedad.

Odiaba la humedad con toda mi alma. ¡Y ni qué hablar de las alergias! A estas alturas, estábamos en una época más que propicia para los estornudos.

Esa tarde en particular, el clima pegajoso y el polen circundante de Buenos Aires me recordaban sistemáticamente que estábamos en plena primavera. Más precisamente, transitando un 28 de septiembre.

Con la punta de los dedos tracé líneas invisibles en el cristal de la ventanilla: estaría lejos de Buenos Aires por poco más de 6 meses. Más precisamente, hasta el 31 de marzo.

Sintiéndome rara y hasta nostálgica, permanecí en silencio.

— Lucero, ¿no tendrías que estar más alegre? — mamá miró por sobre su hombro, ubicada en el asiento del acompañante simulando fortaleza.

— Y lo estoy...pero no es fácil alejarse de todo por tanto tiempo...— dije. Mamá contuvo un llanto.

— Es una oportunidad excelente.

"Y vaya que sí".

Había luchado mucho por lograr esta chance; muy pocos conseguían salir airosos de un concurso internacional de diseño y obtener una beca de estudios y trabajo rentado en Francia.

Jugueteé con mi anillo tipo sello con mis iniciales "LW". El regalo de 15 años de mis padres.

El gentío en Ezeiza me desconectó de la subyacente e innecesaria nostalgia: mamá repiqueteaba sus tacos en el piso lustroso del aeropuerto, viendo desde qué puerta tendría que embarcar en tanto que papá Ricardo arrastraba mi pesado equipaje.

— Puedo hacerlo— le dije a él suavemente. Acarició mi largo cabello, negando con la cabeza.

— Pesa demasiado ¿para qué estamos los hombres si no es para ser esclavos de ustedes? —bromeó agradable desde su metro ochenta. Amaba a mi padre absolutamente.

— ¡Es por la 9! — agitó la mano mi mamá, sin desprenderse de su pesada cartera de cuero beige "MK".

Caminando a un ritmo sincronizado, papá y yo nos acercamos al sitio indicado por ella, para esperar por unos veinte minutos más.

— París es muy bello — replicó a mi lado, cruzando sus piernas una sobre otra cuando conseguimos asiento en la cafetería.

— Eso dicen— levanté las cejas, mirando sus ojos oscuros. Él me tomó de la mano, tiernamente. Me estaba despidiendo y aunque no le brotase una lágrima, yo sabía cuánto extrañaría a su eterna pequeña.

— ¿Tenés aceitado el francés? — sonrió, yo había sido una muy buena alumna gracias a su buen manejo del idioma galo.

Oui —respondí fácilmente. Lo cierto es que me encantaban las lenguas extranjeras, leer textos en diferentes idiomas y sumergirme en vidas ajenas para olvidar lo vacía que me resultaba la propia.

Mi padre era médico cirujano del Hospital Cosme Argerich y pertenecía a un grupo selecto de profesionales con un consultorio en plena zona de Recoleta. Pero él no era como muchos de sus colegas, estirados y conchetos que hablaban con una papa en la boca; por el contrario, ningún galardón, ninguno de los mil diplomas que decoraban las paredes de su consultorio y ninguna de las muchas publicaciones que lo distinguían como profesional, lograban hacerle perder esa cuota de buena gente y excelente persona.

— Te vamos a extrañar— finalmente reconoció con nostalgia, apretando mi mano libre.

— Y yo a ustedes— sonreí tiernamente. Echaría de menos las partidas de ajedrez hasta altas horas junto a él y conversar de fútbol.

Sí. Fútbol. Deporte nacional y popular hablado por personas de cualquier género y en cualquier mesa argentina.

Mamá odiaba que yo opinase de fútbol, tratándome de "cachito". Me repetía que yo era una mujer y que ese deporte era para hombres brutos a lo que papá respondía con un revoleo de ojos y yo, con indiferencia. Formábamos un gran equipo y eso, me gusta mucho.

— Te anotaste la dirección del departamento ¿no? — sostuvo. Saqué de dentro de mi bolso de mano una pequeña agenda con mil números y anotaciones.

Elemental Watson.— le guiñé el ojo.

— Por favor, llamá apenas pongas un pie en Francia. Ya sabés cómo se pone tu mamá cuando no tiene noticias tuyas.

— Por más que ya tenga 25 años me va a seguir tratando como una nenita...—fruncí la boca, con los pasajes en mano —. ¡Ya aprendí la lección! — mostré cierto enfado.

— Por supuesto. Para ambos siempre serás una bebé.— replicó con acierto. Bajé la barbilla mirando al piso, eran sobre protectores al extremo— Vamos, Lucero, no quería que te pongas mal. No queremos que nadie más te lastime—dijo mencionando a Nicolás, mi ex pareja, odiada desde el minuto cero por mi padre —Ni que nada te lastime  — hizo referencia a mi incidente con mi viejo coche.

— Lo sé. Pero atosigándome con sus modos no me van a dejar crecer nunca. Sé que cometí el error de no escucharlos con el tema de Nico y fui un poco inmadura al salir manejando como una loca...pero ¿no es momento de que confíen un poco más en mí? — mi voz era un susurro, no deseaba que ella me escuchase y se pusiera mal nuevamente.

Papá acomodó un mechón de mi pelo tras mi oreja. Relamió sus labios y asintió.

— Ya se va a aflojar...y este viaje no es más que una prueba que tienen que pasar ambas.

— Ella va a estar controlándome todo el día— hice puchero.

— Si no, no sería tu madre — dijo con justeza, sobrando la situación.

Volví a bajar la vista, con el reproche en mi cabeza por milésima vez.

— ¿Me prometés que te vas a cuidar?

— Porsupu.

— Buena chica— besó mi frente paternalmente para cuando mamá regresó con unas revistas de moda adquiridas en un puesto de diarios del hall.

— ¿De qué hablaban? — curioseó ella.

— De que llamaré apenas llegue —asintió, dejando sus compras en el asiento de la cafetería donde aguardábamos mi padre y yo hasta que se hiciese el tiempo justo de ingresar a embarcar.

— Menos mal que llegás en invierno. Este calor de porquería te deja los pelos todos desordenados — fuera de contexto, acomodó su cabello cortado dos días atrás. Le sentaba bien ese nuevo look de cabello corto a la nuca.

— ¡Espero que haya nieve! —suspiré con algo más de emoción que minutos atrás.

— De seguro. Antes de venir hasta acá hablé con Fabien Vert, el dueño del departamento que alquilamos y me dijo que estaba muy lluvioso, que era probable que cayera nieve.

— ¿No podés postergar tus operaciones, Bichi? —mamá ronroneaba acomodando el cuello de la camisa de papá—, podríamos tomarnos unos días para ir a París.

— No, Nora. No puedo. Más adelante ya viajaremos. Además este es el momento de Lucero, ella tiene que viajar sola, hacerse cargo de sus estudios y aprovechar esta beca — enumeró con justeza mi padre y el alivio tocó mis hombros. ¡Por fin alguien me veía como una adulta capaz de tomar las riendas de su vida por una puta vez!

"¿Cuándo dejaría de hostigarme?"

— Recordá: del trabajo a la universidad, y de la universidad al departamento. ¿entendido? — enarcando una ceja, penetrándome con sus ojos negros, mamá señaló poniéndose en modo "denso" otra vez. Resoplé haciéndome de un gran acopio de buena voluntad en pos de irme lo mejor posible y sin sus gritos en mis oídos.

Habría googleado la zona en la que se emplaza el departamento que papá gentilmente, y en retribución por mis esfuerzos alquiló, cayendo en la cuenta que se ubicaba exactamente a tres cuadras de distancia de mi trabajo. Una verdadera panacea.

Para llegar a la academia, tendría que combinar líneas de subtes (o metros como le llamaban ellos) pero no me sería problema.

— Sí, mamá —repliqué con burla como una niña.

— Mejor así.

Por suerte, ya estaba a pocos minutos de subirme a un avión rumbo a París para hacer una especialización de Diseño Textil en la Universidad de Bercot y a trabajar en una reconocida empresa de gran expansión durante los 5 últimos años.

La presentación de una nueva colección el verano próximo, suponía el desafío más grande al que se enfrentaban, y con ello, la solicitud de gente con ideas refrescantes e innovadoras capaz de impactar el mercado.

En Bercot, mi modalidad de estudio sería presencial, al menos hasta que de Buenos Aires pudieran tener mi foja académica lista para ser presentada a las autoridades.

Mis buenas calificaciones, mi excelente relación con los docentes, y mis trabajos como educadora ad honorem en la Universidad de Buenos Aires, me habían nutrido de un gran e impresionante curriculum.

Recién graduada de la carrera de Diseño de Indumentaria y Textil de la Universidad de Buenos Aires, me encontraba ante la posibilidad de tomar el toro por las astas y despegarme de esa burbuja de cristal en la que mi madre pretendía mantenerme eternamente.

— ¿Quién te dice que no te vengas con un parisino? — rompiendo mis divagues mentales, papá, mucho más relajado, exhaló junto a una breve carcajada.

— ¿Estás loco? Ella no va para allá a hacerse de noviecitos bohemios de boina — frunció el ceño, disgustosa.

— ¿Por qué no un modelito famoso? — papá la molestaba.

— Porque el mundo de la moda es muy superfluo.

— ¡Ni una cosa ni la otra!¡Voy a ir a estudiar, a trabajar y ya! — detallé volteando los ojos.

— Divertite...— papá me guiñó el ojo, cómplice, dándome un voto de confianza.

— Gracias papá — sonreí complacida.

— Bueno...—mirando su reloj, él se puso de pie. Tomó el asa de mi valija, la extendió hacia arriba e inclinó la cabeza —. Es hora de la despedida. ¿Vamos?

Mamá se incorporó como un resorte, cerrando las páginas de su revista en tanto que yo, tras un fuerte bostezo, los seguí.

— Sé feliz querida — papá acunó mi rostro entre sus manos — , la vida te está abriendo las puertas a una oportunidad que te has sabido ganar con gran esfuerzo y dedicación.

— ¿Me la merezco? — con un hilo de voz, repregunté, esta vez, en voz alta.

— Por supuesto. Te formaste académicamente para conseguirlo.

— Ahora es mi turno  — desplazándolo con elegancia, mamá se puso en primera fila. A veces parecía un nena. Me tomó por los antebrazos, para mirarme concienzudamente —. Sé que a veces me comporto como una bruja. Pero lo hago porque no podría soportar verte sufrir nuevamente — tragó, y no sólo saliva sino también emociones —. Te voy a extrañar mucho, mi cielo — besó mi frente con toda su belleza.

— Lo que vas a extrañar es a quien regañar—  bromeé sollozando para mirar a papá — ¡Te va a hinchar las bolas terriblemente! — largué ante el frunce de boca de mi madre.

— ¡No hables así! No es propio de una chica bien educada— estiró el cuello de mi camisa.

— Mamá...dale...aflojá— dije.

— Está bien...tenés razón...pero portáte bien...¿me lo prometés?

— Mami —dejando de lado mi abrigo, mi bolso de mano y mi pasaje sobre una mesa contigua previa al acceso del pasillo de embarque, tomé sus palmas con perfecta manicura— , yo más que nadie pretendo ser una mujer independiente y segura de si misma. Este es el primer paso a una vida de cambios, de responsabilidad — susurrándole, aseguré con firmeza.

— Adiós hija...muchos éxitos.

— Adiós mamá...y papá...gracias— subí el pulgar y tomé todas mis cosas dispuesta a irme en busca de ese nuevo comienzo. 

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