14 - " La invitación"

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng


Richard nos aguardaría en en el aeropuerto a la hora señalada. Sin mayores contratiempos estábamos de regreso en París. Sinceramente, lo más profundo de mi ser no deseaba dejar atrás aquellos días en Canadá, aun suponiendo la crudeza de aceptar la realidad que nos esperaba aquí. Kenneth tomaría un taxi por su cuenta, en dirección a la casa de sus padres en Saint Dennis, mientras que, a regañadientes, Lucero aceptó que la alcanzáramos hasta su apartamento.

— ¡Buenas noches, Richard—saludó enérgicamente a mi chofer. A pesar de su rostro somnoliento, sus modos simpáticos de dirigirse a las personas, hacía de ella todo un encanto. Su melena estaba desordenada y una de sus mejillas muy colorada por la fricción de haber dormido sobre ella.

Aquellos días en Montreal alojarían una cruda cicatriz en mi pecho; acababa de conocer a una mujer íntegra, fuerte, inteligente...una muñeca de aspecto frágil y carácter completamente explosivo.

Deseaba con todas mis fuerzas aquel contacto carnal y emocional que me permitiese conocerla en profundidad, pero lamentablemente, tenía la cabeza llenas de mierdas que ella no tenía por qué saber; de seguro, al conocer la verdad, me arrojaría una mirada condescendiente y me ignoraría por completo. 

Odiaba el compadecimiento, la lástima y yo nomerecía ni siquiera eso de su parte.

Lucero necesitaba un hombre de verdad que la abrazara cuando estuviese triste; que palmee su hombro al equivocarse alentándola a seguir adelante, no que huyera ante el mínimo compromiso.

Mi alma estaba en ruinas, perturbada por un jodido pasado y obsesionado con una mujer que lo único que deseaba de mí era satisfacer sus necesidades sexuales y tener un juguete a su disposición a quien maltratar cuando estuviese enojada.

— El lunes seguiremos adelante con la propuesta de Berlín. Es probable que necesitemos que viajes en enero; si no te incomoda y no te perjudica, claro está—dije dentro del coche rumbo a su casa.

— Por supuesto que puedo— sonrió con sus ojos — ¿Iremos juntos? —parpadeó.

Mi cobardía sacaría a relucir sus herramientas.

— No, Lily lo hará

— Oh— vi la desilusión apoderarse de su cuerpo, sus dedos nerviosos enredaban una hebra de su cabello desordenado. ¡Mierda que ansiaba ir con ella! Fui consciente, por un instante, que no podía perder el control de la situación nuevamente— . Yo debo quedarme aquí, tengo unos asuntos pendientes con Jefferson y unos futuros inversionistas.

— Está bien.

Un nuevo e incómodo silencio, se convirtió en el cuarto ocupante del coche.

— ¿Harás algo mañana?— pregunté cambiando de tema.

— Ponerme al día con la Universidad, supongo.

— ¿Nunca sales?¡Diviértete! — arengué.

— No vine aquí a divertirme,Felipe. Lamentablemente no dispongo de mucho tiempo para hacerlo—respondió con un atisbo de resignación— . Tampoco me arrepiento...— se corrigió sobre la marcha— , quiero decir que estoy feliz de estar ocupada con el trabajo de Studio y las responsabilidades que ello conlleva...¡y ni qué hablar de la Universidad!¡Esto es un sueño hecho realidad! — reconoció visiblemente y mi mirada se iluminó por la sinceridad.

— Agradezco tu compromiso con el trabajo. Lo digo como jefe y compañero.

— ¿Qué ha sido de Gerard?

— Se fue.

— ¿Lo echaste? —lució preocupada.

— No en persona. Lily se ha encargado del trabajo sucio— recordé que mi compañera me debía unas cuantas por haberla reemplazado durante esas semanas, sobre todo en el momento del reclutamiento de personal; Gerard había sido una elección suya.

— O sea que no lo soportaremos más.

— No. Nos hemos ahorrado de su presencia.

Visiblemente reconfortada agradeció mi decisión; Gerard resultaría ser un grano en el culo para todos nosotros.

— ¿Te espera Selene? — disparó sin anestesia.

No pude responder simplemente porque no lo sabía; Selene habría prometido estar en mi apartamento al momento de mi regreso. Deseé que pensase en navidad...y fue para entonces cuando me imaginé con ella, mi pequeña fee.

— Daré por hecho que eso es un sí—reparando en mi mutismo, giró su vagando por la incipiente nevisca que cubría las calles.

En absoluto silencio, llegamos a su morada. Descendí del Mercedes dispuesto a ayudarla con su equipaje, que pesaba y mucho. Lógicamente, se negaría de plano.

— ¡No seas orgullosa! Déjame cogerte algo — forcejeé ligeramente, en vano. Elevé la vista, cuando vi que una sonrisita escapaba inocente de sus labios; caí en la cuenta que el término coger en su diccionario, tenía otro significado—  No tengo incorporado tu glosario aun —de solo pensarlo, yo también me sonrojé.

— Ya tendrás tiempo.

De pie frente a la puerta de entrada, no quiso que la ayudase a subir su maleta, despidiéndome allí mismo, caprichosamente. Sin más por luchar, recorrí cada ángulo de su rostro, conservando cada pedacito de su piel en mi mente.

Su gorro tejido tapaba la línea de sus cejas; si continuaba jalándolo hacia abajo, llegaría a su cintura. Sus guantes de piel azul y su bufanda gruesa, conformaban el vestuario completo de un oso de felpa. A punto de entrar, la detuve.

— Gracias por brindarme esta oportunidad, nunca sabría cómo pagarte— dijo contra mi pronóstico.

— Con tu perdón es suficiente.

— Felipe, lo que sucedió fue un error de ambas partes. Olvidáte.

— No significó un error para mí Lucero. Ese es el verdadero punto de la cuestión. Nunca estuve tan seguro de desear algo y con tantas ansias. Sí fuese por mí, ya mismo subiría para recorrer cada parte de tu bello cuerpo — sus ojos brillaban en la oscuridad, llenando de luz mi corazón rendido a sus pies— . Pero es sensato reconocer que tengo muchos asuntos por resolver. No quiero joderte la vida con todos mis problemas.

— ¿Y qué de lo que yo quiero? —su voz pendía de un hilo.

— Lucero, puedo intuir lo que te cautiva de mí. Lo agradezco con creces, pero me temo que estás deslumbrada. No me conoces lo suficiente...eso es lo principal.

— Ese es tu problema Felipe, no lo que piense de vos, sino lo que vos mismo pensás de vos. No te permitís avanzar por un estúpido miedo al fracaso.

— Sea como fuese no soy lo suficientemente bueno para tí, Lucero.

— No tenés la más remota idea de lo que es bueno para mí. No seas autoritario y dejáme que lo averigüe por mí misma—sonó suplicante.

— Créeme que sí sé lo que es lo mejor para ti— y no soy yo.

Como dos necios permanecimos de pie, sin ceder en nuestra postura y a las 00.30 de la madrugada, muriéndonos de frío.

— Nos vemos el lunes—avanzó sin darme un beso, adentrándose en las angostas escaleras que la conducían a la planta alta de la vivienda.

— Hasta el lunes—me despedí con las manos vacías.

———


La semanas pasaría con normalidad, deseaba inventar excusas para verla, sobre todo después de haber bailado "Tristan e Isolda" en mi despacho. Esa habría sido la última vez que pudimos compartir un ambiente de intimidad.

Aquella muchacha de ojos hechiceros me quemaba en carne viva, como la cal. Para mi infortunio, el trabajo previo a la navidad se acumuló más de la cuenta; el hecho de no tener asistente me daba vueltas en la cabeza como un trompo, obteniendo que solo me sobrecargase de cosas por el simple hecho de no delegar nada a nadie. Reconocí mi parte de culpa, pagando las consecuencias en silencio.

De reunión en reunión, ultimando detalles con Frederik y Lily por el tema del viaje del próximo 7 de enero a Berlín; comencé a pensar en la ausencia de Lucero por más de cinco días y aquello, me sofocaba. Verla y no poder tocarla era el fastidio de pelotas más grande de la historia de la humanidad; era como estar frente a una máquina expendedora de chocolates y ser alérgico.

Mañana de por medio me levantaba húmedo, alzado como un burro y con el pulso acelerado; tenía que descargarme en soledad, imaginándome sobre Lucero, comiéndola a besos, follando sus pechos bellos y redondeados.

Llevaba muchas semanas sin tener relaciones sexuales con alguien, eso era cierto, pero no porque no tuviera ganas de hacerlo sino porque mi valkiria personal era la única con la que deseaba acabar liado. Ella anularía la capacidad de registrar a cualquier otro par de piernas femeninas que se cruzara por mi camino; era imposible no pensar sólo en su figura, en su voz.

Rememorarla enfundada en su vestido azul labrado de Montreal, en su blusa suelta de gasa negra que transparentaba su sostén con pequeños lunarcillos blancos...hasta su pantalón blanco ajustado a la curva de sus glúteos terminaría siendo una obsesión. Desear su cabello, aquel manto sagrado que siempre estaba acomodado de formas distintas:recogido con un bolígrafo, cayendo en ondas como una cascada veraniega, sujeto en media coleta, hecho una trenza desprolija amarrada con un lazo de color, se transformaría en una adicción.

Sus manos al dibujar, su labios al hablar, sus pies al andar...todo me omnubilaba los sentidos, era víctima de una maldición gitana de la que no podía huir.

Maldije en silencio cada puta hormona revuelta. ¡Joder! ¡Que no era un crío de 20 años para fantasear con una niña!

En una de sus pocas apariciones en la oficina, Frederik habría tenido el buen tino de darnos libre la última semana del mes de diciembre, a modo de adelanto de vacaciones, para visitar familiares o hacer lo que se nos viniera en gana. Muy considerado de su parte, el dueño del imperio se despachaba con esos gestos inmensos que siempre agradecería; como cuando me sumaría al equipo de Studio Rondeau París, con apenas 24 años y el titulo de Licenciado en Marketing Publicitario bajo el brazo y sin estrenar.

Me conocía desde pequeño gracias a la entrañable amistad entablada con su sobrino Adam y su manipuladora hermana Selene. Su perdón sería lo mas grandioso que alguien pudo haber hecho por mí; yo me resumía en polvo, con la cabeza a punto de estallar, cuando él me recogió de la depresión que me supuso el accidente de Adam.

Recordar esa tragedia encogía mi cuerpo, cada músculo se tensaba automáticamente como si un cable de alta tensión lo atravesase de punta a punta. Nunca me repondría de aquello y menos, teniendo a Selene como recordatorio constante de esa fatídica noche.

Selene y  su valija llena de reproches recalaron en mi apartamento apenas supo de mi regreso desde Montreal.  Acto seguido a mi apertura de puerta, se abalanzó con su equipaje gritándome, diciéndome que yo tendría que haber calculado que para esa fecha ella estaría allí, que no podía esperarme para siempre...blablabla.

Eso y una bola de cosas que ni siquiera me molesté en escuchar. Anulé su voz, a su estúpida paranoia y a su desmedida arrogancia.

Fui feliz al notar que no me dejé doblegar tan fácilmente, que todo lo que vociferaba ya no me afectaba como antes. Sus palabras dolorosas, sus puñales certeros, no causaban el mismo daño; porque ella ya no me importaba. Y con todo el coraje que fui capaz de aunar, se lo hice saber.

La sujeté de las muñecas en pleno ataque histérico, zamarreándola sin violencia pero con convicción, obligándola a mirarme y a callar su voz chillona e insoportable para decirle que se fuera, que se alejara de mi casa y de mi vida. Que me había cansado de ella, de sus berrinches de nena caprichosa. Que nada de lo que dijera lastimaría como antes...porque yo no era el mismo.

Su rostro cambió por completo, perdiendo fuerzas en sus extremidades. Abrazó el derrumbe emocional, pero bien yo tenía conocido que era una estrategia bastante estudiada por ella. La extorsión como táctica; la victimización como recurso. Casi sistemáticamente, yo solía pedirle disculpas, ella aceptaba a desgano y nos follábamos con desesperación y fin del cuento. Ella volaba hacia algún sitio sea por desfiles o por placer, y yo me quedaba seducido y abandonado. Patéticamente desbordado.

Esta vez me propuse que sería diferente. 

Porque mi corazón abría una de sus puertas para dejar pasar a otra mujer; una que no me lastimaba, alguien capaz de entenderme, de llegar a mí de un modo simple y desinteresado.

Una mujer que también estaba ligada de un modo extraño a mi vida. Una "fee", mi valikiria, mi propia "Isolda".

Selene comprendería a medias que ella ya no ejercía ese poder absoluto y contradictorio con el que me ahogaba; despechada, enojada, rabiosa, comenzó a arrojarme cosas, las cuales esquivé con una gran cintura.

Agazapado, volví a tomarle las muñecas.

— Llamaré a la policía, será un gran escándalo y la vergüenza pública no te dejará dormir, te conozco lo suficiente como para saber que así será— sometiéndola a unas horribles palabras pero no menos ciertas, bajó sus manos, tomó su equipaje y con una amenaza cerrada y errante, se fue de mi casa.

A medida que pasaron los minutos, mi pecho se descomprimió; el aliento nuevamente permitió que mi corazón bombeara sangre nuevamente a mis venas. Por primera vez en mi vida, había podido hacerle frente, sin lastimarla, sin perder la comporsura, pegándole donde más le dolía: su orgullo frívolo y manipulador.

Caminé libre por la calle, como si todos supieran que acababa de quitarme de encima una mochila de cien libras sobre los hombros.

Saludaría a todos y cada uno de los miembros de la oficina el día 23 de diciembre, deseándoles una feliz navidad y una mejor noche vieja. Calentándome las palmas, junto a Matt y Lily, les entregaríamos un pequeño presente: un vino, tres panes de leche de una reconocida marca y cosas ricas propias de las festividades.

Descendiendo de la banqueta alta, despidiéndose de los chicos de su equipo, Lucero se colocaba esa bufanda larguísima tejida a sus 18. Su primer tejido según su cómico relato, cuando padeció sarampión.

— ¿Puedo hablar contigo?— me acerqué sutilmente por detrás, ante la atenta mirada de Lucille y Katie quienes me saludaban con la palma de la mano realizando gestos mudos de "llámame" a su compañera de mesa.

— Sí,cómo no— dijo espontáneamente. Aquel gorro de lana color azul resaltaba sus hermosos ojos.

— Pero no quiero hacerlo aquí— susurré.

— ¿Por qué no? — con cierta alarma en su voz, miraba compulsivamente hacia sus costados, como si estuviésemos en pleno raid delictivo.

— Porque no quiero que se rumoreen cosas que no son — repliqué impercetiblemente.

— ¿Y qué cosas serían las que no son?

— Deja los trabalenguas y acompáñame a mi despacho, por favor.

Bufando como una niña y cruzándose el bolso sobre el pecho, fuimos hasta mi oficina. Aventajándola por tres o cuatro pasos, llegué primero dada mi altura y mis ansias por tenerla encerrada entre mis cuatro paredes lo antes posible.

— ¿Qué necesitas Felipe?— de pie, lucía irritada.

— Tomá asiento por favor.

— Tengo que ir rápido a casa; me esperan un fangote de cosas pendientes— dijo confirmando su fastidio.

— ¿Fangote? ¿de qué cosas?

— Fangote...¡muchas! — apeló inmediatamente al sinónimo   — ...y cosas, mías — revoleó los ojos y una sonrisa maliciosa surcó su rostro. Pagaría fortunas por adivinar sus pensamientos en ese mismo momento.

— Bueno...—me desilusioné ante la vaga descripción de "cosas mías", apresurando mi discurso—  Quiero hacerte una propuesta.

— ¿Otra más? ¡Wau!¡Sumála a la lista!

— ¿Qué planes tienes esta nochevieja? — ignoré la acidez de su comentario previo.

Abrió sus ojos y pensé estar viendo el propio océano frente a mí.

— ¿Por qué lo preguntás de vuelta? — recordó cuando lo hice en Montreal.

— Respóndeme sin repreguntar.

— No lo decidí. Supongo que mirar TV o quizás quede con alguna de las chicas de la universidad para encontrarnos después de las 12. Lucille estará en la casa de sus padres junto a su novio; Katie viajará a Roma a ver a su hermano...y yo, no lo tengo claro. Ahora ¿puedo preguntar por qué?¿es necesario que lo resuelva ya mismo?

— Porque...—revolví mi nuca, me sentía como un niño tonto incapaz de coordinar palabra cuando la tenía cerca — porque quiero que vengas a pasar el día de mañana en mi casa. Conmigo.

— ¿Qué? — su grito agudo se escuchó hasta en China — ¿Por qué? No entiendo...¿tus padres no venían de Barcelona?

— Si ¿y qué con eso?

— ¿Qué demonios haría yo entre ellos?

— En primer lugar, no estarías sola. Yo sé lo que se siente estar lejos de todo y de todos. No hay llamado telefónico o mensaje de texto que alivie la congoja de que te falte un buen abrazo — apoyé mi trasero sobre el filo del escritorio, cruzando un tobillo sobre el otro y metiendo las manos en mi bolsillos— . No quiero que estés sola—repetí.

— Me resulta sorpresivo —dudó y con razón— . Pero no me parece que sea lo correcto.

— ¿Por qué?¿Qué tiene de malo?

— Porque sos mi jefe...y están tus padres...— un extraño gesto con sus manos similar a unir sus índices me desconcentró. ¿De dónde sacaba semejante habilidad?

— Ser tu jefe es un rol que mantenemos en el ámbito del trabajo o cuando las circunstancias así lo indican. En este caso, la invitación proviene desde el lugar de...amigo— me permití decir con alguna que otra vacilación.

— ¿Amigo? — preguntó con la misma cara que yo hubiese puesto en su lugar. Ni yo me lo creía.

— Sí, amigo. Contigo he conversado de cosas más profundas que con los más cercanos.

Quedando muda por un instante, solo abrió la boca para responder:

— Dejáme decirte que tenés un círculo muy cerrado de amistades Felipe si pensás que puedo ser tu amiga.

— Vamos Lucero, no seas tan estricta. Te invito de buen corazón, deja de ser tan orgullosa. Yo no diré a mis padres que eres mi novia, mi prometida ni nada por el estilo; simplemente que estáis sola en una ciudad fría y sin compañía, cosa que es cierto y si no ¡niégamela! — le subí el dedo acusador y se rió de lado, formándosele ese hermoso hoyuelo que le surcaba las mejillas aniñadamente— .Ellos adoran estar rodeados de gente.

— ¡Porque están acostumbrados a ser cien!

Festejé su ocurrencia incorporándome para combatir las distancias.

— Mis padres te adorarán, eres dulce, simpática y ellos no son unos ogros. La pasaremos bien.

— ¿Tengo alguna otra opción además de decir que sí? — cruzó sus brazos sobre su pecho, marcando su punto de vista.

— ¿Puedes decir que al menos lo tendrás en cuenta?

— Bueno, es mejor que tener solamente una alternativa— acomodó su gorro por enésima vez. La noté nerviosa, no era para menos.

— Sinceramente, deseo que digas que sí...— intempestivamente desarmé el nudo que se habría formado entre sus brazos para tomarle las muñecas, y luego, sus manos. Besé sus nudillos de a uno, pasando de una mano a la otra, hasta detenerme en el anillo de iniciales gruesas — . Por favor...piénsalo.

Su mandíbula lucía tensa.

— ¿Hasta cuándo tengo tiempo de responderte?

— Mmm, ¿hasta dentro de diez minutos? — bromeé.

— ¡Sos un tramposo!

— Nunca dije que no lo fuera.

— Y arrogante...

— Tampoco lo he negado.

— Y...bonito... —suave como un lamento, hizo un puchero que rasgó mi pecho, paralizando mis órganos vitales. Me acababa de decir "bonito".

— Tampoco he dicho lo contrario— respondí con picardía.

— Dejame ir tranquila o no podré pensarlo mientras estemos en una misma atmósfera. No tengo capacidad de raciocinio con vos tan...cerca.

— No sabía que mi despacho ocasionara semejante confusión.

— No es tu despacho...sos vos y en cualquier escenario —escapándose de mí, aprovechando la impasividad de mi cuerpo ante su declaración, me dejó de pie como un tonto.

Habría medita aquella posiblidad durante toda la semana; yo conocía lo que era estar solo, en una ciudad gigante y en medio de un invierno crudo. Acariciando la oscuridad absoluta y la depresión, hube de seguir de cerca las huellas del suicidio; leído incluso la letra chica de mi contrato con el diablo.

Pensar en Lucero, en la soledad de su departamento, sin sus padres sin esa madrina de la que tanto hablaban, sin la única familia que tenía, sería devastador para ella...y para mí con imaginar que una lágrima de tristeza rodaría por esa piel perfecta.

No supe si lo que me sucedía con ella era amor, capricho, o una historia juvenil de las que se ven en las películas de TV. Lo único de lo que estaba seguro era que deseaba atesorarla como esas muñecas frágiles de porcelana.

Me encontraba a expensas de ella, fastidiándome otra vez con tener que esperar que una mujer me volviese a tener en su puño. El planteo era distinto, pero la sensación de incertidumbre era un fierro caliente que no dejaba de quemarme el estómago.

Sería la primera vez que una mujer que no fuese Selene (ni mi madre, claramente) entraría a mi apartamento, a mi espacio, a mi lugar.

Eso debía de significar algo.

___

— ¡Hijo mío! Estamos en en Aeropuerto — la voz cálida de mamá se filtraba en el teléfono de mi casa— . Pasaremos por el hotel para registrarnos y dejar las valijas. Más luego, iremos a tu apartamento.

— Perfecto, los espero —dije con el acento español arraigado en cada palabra.

Era cierto que todos éramos franceces de nacimiento y que desde pequeños el castellano sería nuestra segunda lengua, pero jamás la había usado tanto como en este último tiempo.

Por "culpa" de Lucero, mi hada encantadora que me seducía con su voz como las sirenas a Ulises, el español hubo de transformarse en mi lengua por adopción desde hacía casi tres meses.

Por segundo año consecutivo, papá y mamá dejaban la comodidad de su enorme casa en Barcelona. La misma que me vería crecer desde mis 6 hasta mis 12 años, para luego ser rentada hasta que cumplí mis 18; momento en el que todos emigraron a España para estar cerca de mis padres.

Esta nueva tradición implicaba que a cambio, el fin de año tuviese que viajar a ver a toda mi familia. Refunfuñaría año atrás, pasaba de estar sumergido a la soledad absoluta a enrolarme en el batallón del ejército otra vez. Pero aun así, debía reconocer que a alguna parte de mí le agradaba el calor de mis hermanas parlanchinas, escuchar a mi hermano contando las anécdotas de sus amoríos y corretear a mis sobrinos por el parque nevado.

¿Masoquismo? Quizás. Pero del bueno.

No veía a mis padres desde hacía más de 6 meses cuando viajé a Barcelona por el cumpleaños de Enrique. Me maldije por recordar que iba solo a su cumpleaños y al de papá, tal vez como un modo de sentir que los acompañaba en el sentimiento de ser hombre en un núcleo sumamente femenino.

Mamá apareció en escena con una cálido abrazo, emotivo y muy fuerte. ¡Cómo la echaba de menos! Sus comidas, su voz suave, su modo de reír tan particular...incluso hasta su forma de regañarme. Era una mujer fuerte, una ejemplo de perseverancia y cariño; junto a papá nos criarían con todo el amor y la dedicación posible. Nunca renegarían del tiempo que pasaban con nosotros; jamás estuvimos librados a nuestra propia suerte. Yo les debía lo que era como persona y tal vez mucho más.

Ahora los tenía aquí, en mi propia casa, entregándome un gran paquete con un moño inmenso, con motivo de mi cumpleaños (atrasado). Pesaba y mucho.

— ¡Ábrelo!— dijo mientras colgaba su abrigo en la silla.

— ¿Qué es?—luchando con el papel, como con el regalo de Lucero, me declaré poco diestro en desenvolver obsequios.

— Si te digo antes de que lo veas, no es sorpresa—otra mujer que me decía lo mismo. ¿Estaban sincronizadas acaso? — . Son de parte de Elizabeth y los niños.

— ¿Son los discos del abuelo? —la emoción corrompió mi garganta, jugándome una mala pasada.

— Elizabeth dijo que no tendrían mejor lugar que en la casa del pequeño Pipe.

— Madre, por favor, no me digas así —me sonrojé ante el apodo con el que mis hermanas Victoria y Elizabeth solían llamarme cuando niño.

— ¿Por qué te avergüenzas? ¿Existe acaso alguna chica a la que quieras deslumbrar?— abrió sus brazos dando un giro, con el eco de sus palabras retumbando en las paredes.

— Hoy al menos no— confesé a sabiendas de la catarata de preguntas que vendría sobre mí.

— ¡Explícanos ya mismo cómo es eso! — me arrepentí al instante haber abierto la bocota, no solo Lucero no me habría confirmado asistencia, sino que además, mi madre me acosaría toda la noche para que le contase sobre mi relación con ella, su grupo sanguíneo, dirección postal. Ufff, lo que tenía mi madre de amorosa lo tenía de invasiva.

— ¡Papá!¡interviene por favor! —le dije mientras guardabas los discos sobre una pila de viejos ejemplares comprados de oferta en un escaparate cercano a la oficina. El primero de ellos, tenía a Schubert de ejecutor. Me asaltaron unas ganas terribles por escuchar su "Inconclusa"...pero para inconclusa, tenía la decisión de Lucero.

— Eres grande hijo, creí que sabías lo insistente que es tu madre en esos asuntos...tiene miedo que seas gay— levanté mis cejas con una mueca extraña de mi boca.

— ¿De verdad piensas que soy gay? — mamá le dio un golpecito en el brazo a mi padre quien emitió un leve quejido cuando pregunté desde mi asombro.

— Nunca dije que fueras gay. Es sólo que nunca nos has presentado a nadie. Supongo que esa modelo con la que apareces de vez en cuando no cuenta como novia.

— Amparo, deja tranquilo al chico. Tanto él como Enrique son dos picaflores.

— Sí, sí— incapaz de estarse quieta, mamá colocó los platos, los vasos y escogió uno de los dos vinos que trajeron para la cena— . No te hagas el distraído y dime quién es ella.

No me dejaría en paz. Me lo tenía merecido por poco previsor. Roleé los ojos deseando protección de los dioses del universo.

— Se llama Lucero—exhalé, vencido.

— ¿Lucero? Nombre extraño para una francesa— dijo trozando una baguette, para mojar en la salsa bolognesa que yo estaba preparando.

— Es que no lo es.

— ¿No es francesa?

— Es Argentina.

— Oh — respondió asombrada — . Lo bueno es que se entenderán cuando hablen— concluyó rápida de reflejos.

— Amparito, lo que menos les debe interesar a los chicos es comprenderse con el idioma—papá bromeó por lo alto, comprendiendo los códigos masculinos.

— ¡No seas grosero! — le pegó por segunda vez en escasos minutos. Sentí pena por aquel hombre rodeado de tantas mujeres.

— Tampoco es mi novia. Así que no te ilusiones con eso. Es una amiga que estará sola en estas fiestas y la invité a pasar Nochevieja con nosotros.

— ¡Y mi nombre es James Bond! — mi padre miró hacia un costado, mofándose de mi inocencia, o al menos la que intenté transmitir para evitar el bombardeo de mi madre.

Lo que faltaba, ¡un complot en mi propia casa!

— Es una amiga, una compañera que trabaja conmigo en el estudio.

— ¿Es bonita? — remojando el pan en la vasija con salsa, cerró los ojos, gozando de su sabor—¡Hijo!¡Esto está delicioso! ¿quién te habrá enseñado?— mamá guiñó su ojo en busca de complicidad.

— Creo que ha sido una mujer que pensaba que era gay— largué desplazándola de la cocina - Pásame los platos, la pasta está lista.

___

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro