20 - "Al borde del knock out"

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng


Estaba deseoso por cometer un parricidio.

¡Mi madre y sus ideas!

Al pedir el número de Lucero, pensé que sería solo para molestarme; pero cuando decididamente marcaba su contacto, me asusté. ¿Qué le diría?

Para entonces la cabeza me latía bajo el chorro de agua fresca, deseando que la resaca de los días de alcohol y mal sueño, se evaporaran.

No resultaría ser mala idea irme con mis padres a Barcelona, mi idea era viajar el mismo 31 pero en virtud de mi depresión consumada, un día más allá, no estaría del todo mal. Podría reírme con Enrique hasta mearme encima porque sus anécdotas siempre surtían ese efecto en mí; disfrutaría del parque nevado, aliviaría la carga de los últimos días y descansaría de la jornada de sexo impiadosa del día 25 a la madrugada.

Más repuesto, papá continuaba leyendo el periódico mientras mamá tomaba un café. Alimentado, rasurado y bien vestido, yo volvía a lucir como alguien decente.

— Hemos conseguido tickets para mañana a las 8 de la mañana— acotó mi madre mientras bebía otro sorbo de café—  ¿Qué ha pasado con las tazas? ¡No encontré más que estas dos! — dijo exhibiendo ante mí una roja y otra negra algo vieja y que nada tenían que ver con las que habríamos roto con Lucero. Pensar en esa mañana aun me subía la temperatura indecentemente— . Recuérdame comprarte unas iguales a las que tenías.

—No hace falta madre, prefiero cambiarlas...han cumplido su ciclo —levanté mis hombros, peinando mi cabello con mis manos.

—A efectos de verte en condiciones de salubridad, repuesto y sin ese tufillo a alcohol rancio, puedo decir que hemos cumplido nuestro objetivo de padres— dijo poniéndose de pie y posando su mano en el hombro de papá, indicándole que era momento de marcharse. ¡Por fin!

—Mañana los pasaré a buscar con Richard. No lo olvidaré, lo prometo —como un niño explorador, mostré la palma de mi mano.

—Te tomo la palabra hijo — mamá me besó al igual que papá tras la promesa asumida.

Pero cuando estuvimos en el aeropuerto, horas más tarde, quise que la tierra me tragase en sus fauces.

¿Qué rayos hacía Lucero allí? Toda ella, con su cabello color almendra peinado en suaves ondas, unos leggins con unas gruesas medias de bailarina a lo Flashdance cubriendo su calzado y un sweater gris perla que le llegaba casi hasta las rodillas, aparecía en escena para dejarme desarmado.

Envuelto en una ira tremenda, mamá se habría comportado como Cupido y para colmo de males, de la nada, viajaría con nosotros. ¿Por qué querría torturarme? ¿Qué ganaba con hacerlo?

Le pagaría con la misma moneda. La indiferencia.

Me encapriché y era consciente de ese absurdo; no le hablé durante ningún trayecto del viaje, inclusive cuando llegamos a casa ni siquiera la ayudé a subir su equipaje.

— ¡Has sido un cabrón de mierda! —mamá me golpeó secamente el brazo desde atrás, mientras bebía un té caliente en la cocina de la casa de Tarragona.

— ¡Ouch! ¿A qué viene eso?

—¡A que tu padre y yo te hemos enseñado buenos modales, y supongo que la Universidad también! ¿Qué es eso de no hablarle y no llevar su maleta? — volvió a pegarme dos o tres veces más—  Fui yo quien la llamó, fui yo quien quiso que viniese...¿acaso no viste sus ojitos cuando hablaba de su familia? —mamá me reprendía como un nene chiquito...tal vez me lo merecía. Pocas veces Amparito se mostraba tan enfurecida.

— ¡Estás exagerando! — dije frotándome donde me había golpeado.

— ¿Exagerando? Esa chica está a miles de kilómetros de su gente, estoy siendo amable con ella y ¡te comportas como un idiota con mayúsculas! ¿No recuerdas los años que estuviste solo? Pues bien, yo me desgarraba con solo pensar que estarías en algún bar emborrachándote; el corazón se me hacía añicos de imaginarme lo peor — el llanto se acumuló en su garganta, haciéndola gorgojar. La tomé de sus antebrazos, mientras meneaba su cabeza — , ¿puedes ponerte en el lugar de su madre? A esa mujer, le importa su hija. Y por más que envíe mil mensajes o saludos por la web, no la tendrá cerca para darle un tierno abrazo.

Momentos como esos, eran los que hacían repleantearme si la palabra gilipollas no era suficientemente pequeña para mí. Ver llorar a mi madre era sumergirme en un bote con aceite hirviendo. Ella, siempre tan fuerte, tan arrebatadora, estaba abriéndome su corazón de madre.

— ¡Ahora mismo sube y ofrécele sinceras disculpas! — bajé la cabeza sin retrucar palabra y me fui derecho hacia la escalinata. Ofuscado con ella, por tenderme una trampa llevando a Lucero, enojado con mi valkiria por no importarle cómo estaba yo y enfurecido conmigo por haber hecho llorar a mamá; arrastré los pies a cada paso. Sentí que los 7 pares de ojos, incluso los míos, me observaban con el ceño fruncido desde la pared. Les saqué la lengua.

— ¿Me volverás a hablar en algún momento? — asomándose por el corredor de la planta superior, Lucero reclinaba su cuerpo, apoyando sus brazos en la baranda de hierro forjado. No serían 14 ojos, sino 16 los que estarían mirándome.

Le dirigí una sonrisa forzada, ella se incorporó, y caminó unos pasos más hasta alcanzar mi posición.

— Te extrañé mucho...te llamé una vez...—sus palabras derritieron cualquier intento por hablar de mi parte— , pero no tuve el coraje de seguir intentándolo. Supongo que eso es lo que me estás haciendo pagar ahora — levantó sus hombros y pasó de lado, cuando tomé su codo, deteniendo su marcha.

— Perdóname Lucero —el ruego salió de mi boca. Ella me miró compasiva, frunció sus labios reprimiendo una palabra, miró el lugar donde hacíamos contacto y con un leve movimiento se alejó, descendiendo los escalones restantes dejándome allí como un completo tarado.

Supuse que también me había ganado que ella me tratase mal el día de hoy.

— ¡Hola, hola! ¿Hay alguien en casa? — la voz estruendosa de Enrique atravesaba la puerta de entrada como un cascabel— , ¡Hey! ¡Miren a quién tenemos aquí!¡¡al niño Pipe!! —revoleé los ojos:  hacía mil doscientos años que nadie me llamaba así en aquella casa  y Enrique lo haría saber a los vecinos con semejante vozarrón. Avanzó a grandes zancadas por la escalera hasta quedar a mi mismo nivel—  ¡Hermanito! ¿has adelantado el viaje? —nos estrechamos en un fuerte abrazo, palmoteó mi espalda y acunó mi cara en sus manos como si fuese un nene de 10 años. ¿Por qué todos parecían empeñarse en tratarme así?

— Sí,mamá y papá demoraron su vuelo y me uní a ellos—  dije bajando a la par suya.

— ¡Enrique! —mamá salía de la cocina, visiblemente más repuesta; festejé en silencio por aquello—  ¿Cómo habéis pasado navidad?

— Bien, en lo de Carolina y José. Y con los niños, lógicamente. ¡Tendrías que haberlos visto recogiendo los obsequios del árbol! —Enrique hablaba animadamente fiel a su estilo, mientras se quitaba su bufanda, la enrollaba en su mano y proseguía con su grueso abrigo.

Papá se unía a la escena, y tal como conmigo, se abrazaban muy fuerte.

— ¿Qué estabais haciendo? — preguntó acomodándose su cabello, dejando su ropa sobre el sofá.

— Hablando con Lucero — diría nuestra madre ante el rostro de desconcierto de Enrique, que no entendía de quién hablaba. Desde un rincón, tímidamente, tomándose de la parte inferior de las mangas de su largo pullover gris, asomaba la figura celestial de mi fee. Yo era un espectador de lujo a esas alturas.

Conocía como a la palma de mi mano cada una de las miradas depredadoras de mi hermano, y la que le estaba propinando a Lucero, clasificaba en dicha categoría. Crucé mis brazos por delante, esperando por el ataque felino de Enrique.

— Ella es Lucero Wagner —agregó nuevamente mamá, que la tomaba de la mano y la acercaba a mi hermano. A la boca del lobo feroz.

— Mucho gusto— salió su voz aterciopelada y hermosa. Una sonrisa se coló en su rostro, dejándome con la boca abierta y el corazón en coma.

— Oh, como el gran compositor — ¡eres brillante, hermano! — . ¡El gusto es mío, soy Enrique!— le dio los dos besos de protocolo y quedó posando sus enormes ojos verdes en ella, que miraba nerviosa, de seguro intimidada por el depredador de mi hermano— . ¿A qué debemos tu visita? —preguntó entusiasta, guiñándome el ojo con descaro.

—  Ella es amiga de tu hermano—aventajó mamá y el término amiga me revolvió el estómago. Lo que menos deseaba es que ella fuese mi amiga— . La conocimos en Navidad y le he tomado cariño, créase o no. La he invitado a pasar estas fechas con nosotros. La casa es grande.

— Desde luego...pero no eres de por aquí, ¿verdad?

—No, soy de Buenos Aires.

—  ¿Argentina? —"por supuesto, astuto Enrique, ya deja de hacerte el tonto con la geografía mundial y no le des más conversación".

—Sí — respondió monosilábicamente mi hada vestida de gris.

Una sensación horrible se apoderó de mis costillas, de mi garganta y de mis puños, los cuales permanecían cerrados con las uñas clavándoseme en las palmas.

Eran celos.

Y de los peores.

Que Lucero, mi Lucero, compartiera la misma atmósfera que Enrique era dañino para mi autocontrol. Mi hermano no se detendría hasta enredarla en su cama, no me cabía la menor duda.

— No deseaba que estuviese sola en París —Lucero se ruborizó al oír las palabras de mamá, y yo no tuve la mejor idea que intervenir embarrando el terreno.

— ¡Tampoco es huérfana, está lejos de su familia y ya! —mamá, papá y mi hermano me clavaron sus ojos descalificando mis palabras, pero Isolda, ni se inmutaba.

Golpeé con la parte inferior de mi mano mi frente abriéndome paso en dirección a la cocina a hablar con Antonia, que cocinaba la lasagna.

—¿Puedo ayudarte?—calzándome una de las pecheras de tela para cocinar que colgaban por detrás de la puerta, me acerqué a ella no sin antes coger un cuchara de madera.

—¡No Felipe...no puedes probarla!

—  ¡Vamos Antonia ,bien sabes que lo culinario es lo mío! -—luchando exageradamente ante el físico imponente de la cocinera de nuestra familia por más de 25 años, logré humedecer la cuchara; soplé y probé un poco de la salsa de tomates— . Mmm, está exquisito.

—  No has venido hasta aquí decirme eso nada más...te conozco Felipe—con su dedo acusador me señalaba para que confesara; era la tercera persona en el día que me miraba condescendientemente— . ¡Larga el rollo!

—Mamá y papá están en la sala con Enrique que acaba de llegar—me apoyé de espaldas a la encimera sobre la que trabajaba Antonia;después de mi madre, era la encargada de malcriarme.

A menudo me guarecía tras ella, cuando mis hermanas y Enrique me correteaban siendo pequeños. Con el volumen corporal de Antonia, podía pasar desapercibido completamente.

—Están ellos y la jovencita de ojitos lindos —dijo dando en el clavo.

— Sí, con Lucero también.

—¿Y qué hay de malo con que hagan sociales? ¿Por qué no estáis allí con ellos?

— Porque me desagrada que Enrique despliegue su arsenal de seducción frente a ella.

—¿Te desagrada que lo haga o te desagrada que lo haga con ella? — Antonia me observó fijo. ¿Es que no había sentimiento que me pudiera guardar para mí sin que nadie lo lea?

—Un poco de ambas supongo— jugueteé con la punta de la cuchara, teñida de rojo.

— ¿Compañera de trabajo?

— Sí.

— ¿Muy buena compañera de trabajo? — guiñó su ojo, inevitablemente haciéndome escapar una sonrisita tonta.

— Menos de lo que me agradaría, más de lo que deberíamos — asumí bastante avergonzado.

—  Repregunto entonces...¿y qué haces aquí dejando expuesta a Caperucita antes las fauces del lobo feroz?

— Porque Enrique es mejor que yo...tal vez congenien— pensar en ellos juntos me retorció las entrañas como si me hubiese tragado una lavadora.

— Nadie más que ella puede decidir quién es mejor de los dos para ella...no seas tonto...¡ve y compite, león! — agitando un trapo, golpeó mi brazo, animándome a salir de la cocina.

¿Hoy todo el mundo estaba en contra de mí? Me sentí como un saco de boxeo, al que le pegaban y pegaban sin parar.

—Nah, ya no tengo chances — resoplé escapando....como últimamente se me daba tan bien.

___

La cena transcurrió dentro de los carriles humorísticos impuestos por mi hermano, su risa jovial, sus anécdotas de siempre y las preguntas de rigor. Pero su extrema necesidad por llamar la atención de Lucero me irritaba sobremanera.

— ¿Y dime...algún corazón roto que hayas dejado en Buenos Aires? —preguntó ante la poca sorpresa de Lucero quien posaba la copa de la que estaba bebiendo, para dirigirle una mirada tranquila.

— No....al menos no en Buenos Aires — casi escupiendo el sorbo de agua que acababa de ingerir, tosí muy fuerte ante su respuesta. ¿Persecución mía o era un tiro por elevación?

— ¿Sola? ¿En la jungla parisina? ¿Qué les sucede a los hombres franceses, jolie?¿Están ciegos? — Enrique levantó su copa guiñando su ojo. Al mismo tiempo que me recomponía del exabrupto, observé el modo en que mamá penetraba mi cráneo con sus ojos.

— ¡Deja de acosarla Quique!— papá intercedía, para mi fortuna. Un poco más de coqueteo y yo saldría de la mesa con un cólico renal.

Cuando fue hora de descansar, lógicamente, él subió a la par de Lucero quien se comportaba amable y serena ante el acoso de Enrique; en tanto que yo me demoré por unos segundos en seguir sus pasos. Necesitaba hablar con ella en soledad, pedirle disculpas de una manera adulta y reconocer que yo también la había echado de menos, pero con Enrique revoloteando como una mosca, no podría.

Subí los escalones acelerando el ritmo; previendo detener a Lucero antes de que entrase en su habitación. Pero quién sino Enrique le hablaba al oído. Deseé ser sordo y no haber escuchado que susurraba "las puertas francesas  de mi balcón estarán sin cerrar".

¿Por qué decía aquello? Simple: porque el único modo de entrar a las habitaciones desde el balcón que unía todos los cuartos desde fuera, era dejando sin traba a las puertas.

Ella sonrió por cortesía y palmeó su hombro, dejando un beso rápido en su mejilla. Para entonces, yo ya conocía el modo de actuar de cada músculo de su rostro y sabía que aquello la habría incomodado en demasía. La habitación de Enrique estaba a dos puertas de la suya, y a tres de la mía, ya que ésta era la ultima del corredor y se ubicaba contigua a la que era de Sofia.

Yo dormiría a 4 metros de Lucero, lo cual tensó mi abdomen y mis zonas más bajas también. La quería dentro mío, hacerla gozar, fundirme en su piel, en sus ojos...

Ahora era tarde; me lamentaba sobre la leche derramada.

Otra vez, desaprovecharía mi oportunidad a manos de la cobardía, una que estaba por recoger Enrique. Él no la haría feliz, lo presentía. Mi hermano no era hombre de una sola mujer ni de una sola cama. Yo no era mejor ejemplo, siéndome sincero, pero ya estaba colado por ella como jamás había estado en mi vida.

— ¿Pipe yendo a dormir?

— Eso intentaré —dije avanzando hacia la puerta de mi dormitorio.

—  ¡Te cambio de habitación! — propuso restregándose las palmas como si estuviese a punto de comer un gran trozo de comida.

— ¿Para qué?

— ¡Vamos! No te comportes como su jefe aquí también. No hace falta.

— No es cuestión de ser su jefe, no quiero que la lastimes y salgas corriendo.

— ¿Acaso habla el que no lleva la cuenta de las mujeres que seduce y deja antes del amanecer? ¡No seas hipócrita hermanito, yo también conozco tus andanzas!

— Ya las he dejado atrás.

— El zorro pierde el cabello pero no las maños, Felipe. No intentes engañarme. No a mí.

Lo miré con ira enfrascada en mis ojos; si no fuera mi hermano le soltaría una lista de improperios y golpes. Pero estaba en casa de mis padres y con Lucero a pasitos de nosotros.

— Buenas noches, Enrique, que descanses bien —di por llaneado el tema entregando un movimiento de cabeza como saludo.

Caminó a paso vivo, adentrándose a su habitación, mascullando bronca por mi actitud.

Estuve a punto, como aquella noche en Montreal donde comenzaría nuestra historia, de tocar la puerta del dormitorio de Lucero. Pero era tarde, estaría cansada por el viaje y un poco ofuscada por mi comportamiento. No la culpaba.

La idea de ella regresando a Buenos Aires me quemaba el vientre, pero debería de hacerme a la idea ya que estábamos parados en la mitad de este recorrido.

Observé durante horas, que no supe cuántas, el techo impoluto de la habitación, buscando respuestas para poder dormir. Me senté en el extremo de la cama, con la cabeza entre las manos y los codos en los muslos cuando noté que una voz dulce y melodiosa provenía desde algún sitio de mi cabeza. ¿O no?

De pie, con cierto reparo, me acerqué hacia la pared que dividía nuestros cuartos; efectivamente, se oían voces pero bastante más alejadas.

Avanzando hacia las puertas francesas cerradas al balcón, en silencio, abrí el postigo, cuidadoso de no hacer ruido y ser pillado. Estaba loco pero no para tanto, porque la voz de mi valkiria argentina, se colaba entre la noche oscura y la nevisca que cubría el parque trasero de nuestra casa.

Vamos...es solo por un par de días — susurraba Enrique.

Agradezco tu insistencia, pero tengo que trabajar. Tu hermano me mata si me ausento. Tengo un viaje programado en poco tiempo—excusándose, me invocaba. De qué iba la cosa todavía no tenía ni la menor idea, pero que me usase para no negarse por cuestiones propias, me impacientó. Seguí escuchando.

Yo puedo hablar con mi hermano...—el murmullo caía en su voz, supuse que por la proximidad de sus cuerpos. Se me tensó la mandíbula y los tendones de cada una de mis extremidades se volvieron de piedra.

Enrique, me halaga y mucho que quieras que me quede un par de días más, que desees conocerme...— la sangre se me heló de golpe, como si estuviese desnudo en la mitad del jardín —...pero no puedo, no estoy bien predispuesta a conocer a nadie en este momento.

Un nudo gigante recaló en mi garganta. Enrique estaba intentando hacerla caer en sus redes de seducción; salir de mi dormitorio implicaba quedar en evidencia por lo que me contuve de no romper la puerta en mil pedazos.

Está bien preciosa, no quiero asustarte con mi insistencia —su tono galante y seductor me empalagaba; muchas veces había sido testigo de las conquistas de Enrique cuando éramos mas jóvenes, pero esta vez, no desplegaba sus dotes de donjuán frente a una persona cualquiera. Lo hacia con MI Lucero. Con MI valkiria. Con MI Isolda.

No hubieron más voces; Lucero no articulaba palabra y Enrique tampoco.

Tras unos instantes de silencio, mi hermano reía tras unas últimas palabras.

¿Sucede algo entre vosotros? ¿Con Felipe? — me paralicé por un instante. De esa respuesta dependía si mi corazón seguía latiendo o no.

El silencio fue angustioso, un momento que pareció eterno se interpuso a su respuesta, que quedó inerte, en el aire, evaporándose junto a mi paciencia.

___

Los chicos correteaban de un lado al otro, mis hermanas me abrazaban contentas al verme por segunda vez en el año; sus sermones viejos conocidos eran parte de su repertorio, al igual que mi sonrisa fingida. A veces podían resultar insoportables.

Aun no habrían conocido a Lucero porque hasta donde supe, minutos atrás estaba tomando una ducha; lo sabía porque mi hermano parecía estar al tanto de ello. Mi furia contenida hacia Enrique bordeaba la obsesión; ya todo en él me disgustaba, desde sus palabras hasta sus silencios.

— Te noto tenso— dijo Elizabeth, la única capaz de leer mis estados mentales, aunque no hacía falta ser demasiado inteligente para ver mi cara de culo.

— No he estado durmiendo bien — acepté a regañadientes, con cierta veracidad.

— Hay algo más en esos ojitos, cariño...a mi no me mientes...— insistió y me dio un fuerte beso.

Fui a la cocina, donde cuchicheaban mis otras hermanas, hablando de moda, de gente famosa del mundo del espectáculo; no perdieron la oportunidad de bombardearme a preguntas con respecto a mi relación con alguna top model. A ellas jamás le habría caído en gracia mi relación con Selene. Recordé haber tenido que confesar mi (extraño) vínculo con ella, después de un cuestionario extenso y agotador.

Eran cinco contra uno. Siempre tendría las de perder.

— Chicas — apareció mamá en escena, superponiendo su voz a la de ellas, cosa casi imposible, pero bien lograda —deseo que conozcan a alguien, a nuestra invitada — de espaldas, tomando un vaso de la encimera, giré y se encontraba Lucero entrando a la jaula de los leones. O leonas.

Con Elizabeth ya integrada a la reunión de brujas, al verla, todas quedaron boquiabiertas. Heladas, estáticas, la miraron de arriba hacia abajo.

— Ella es Lucero Wagner —mamá la hizo pasar a la cocina abarrotada de progesterona.

— Buenas noches — saludó tímidamente, visiblemente confundida y expuesta. Noté en sus ojos un puñado vulnerabilidad que la sonrojaba.

— Ella trabaja conmigo —asalté la escena, intentando que de a poco ella se soltara.

— Mucho gusto Lucero. Bello nombre e interesante apellido— Victoria, la mayor y más conciliadora, se acercaba a darle dos besos — . ¡Vaya que eres muy maja!

Y sí que lo era. Lucía un vestido de lanilla violeta oscuro, de escote pico por debajo del busto pertinentemente tapado con una franja oscura. Era largo y rozaba sus rodillas, dando margen para sus botas negras a mitad de pierna.

Agradeciendo cabizbaja, se sometía al escrutinio de las otras tres mujeres, que se unían al saludo y a la conversación.

Para cuando quise acordarme, estaban completamente integradas y el pensamiento que una vez ella confesó en voz alta, se haría realidad. Se llevaría de maravillas con mis hermanas.

— La he invitado porque estaba sola en París — nuestra madre le acariciaba el cabello como si fuese una más de sus hijas.

—Ha sido muy amable de su parte Amparo...

—¡Pues deja de tratarme de usted, niña!

Todo en ella era tan sencillo, transparente, que me derritió con ver sus ojitos  tímidos, revoloteando entre las voces de mis hermanas.

Inquietos por la hora los más grandes; berreando de sueño los más niños, todos estábamos expectantes por que tocasen las 12. Como siempre papá estaría al mando de la cuenta regresiva, mientras todos sosteníamos una copa en la mano; los mayores de vino o champagne, los más pequeños de sodas o jugos de frutas.

10,9,8,7 ...— todos al unísono, con una amplia sonrisa repetíamos. Ni por un instante dejé de mirar a Lucero, distraída entre Victoria y Magdalena, quien no dejaba de hablarle al oído.

— 6,5,4 — dejando de lado a alguno de mis sobrinos que se escabullían entre mis piernas , jugando a las escondidas sin tener bien en claro qué estábamos festejando, avancé hacia ella. Quería darle mi primer beso del año a ella, sentir sus labios y sellar la promesa de que la haría mía de aquí en más.

3,2,1 ...¡Feliz año nuevo! —estallando en una gran algarabía, todos elevaron sus copas, saludándose, estregándose en un abrazo y tintineando las copas evitando derramar las bebidas.

— ¡Felicidades hijo! —papá me tomo por detrás, quitándome de la vista a mi objetivo egoísta de besar a mi Isolda.

— ¡Gracias padre!

—Espero que encuentres la verdadera felicidad este año en tu vida — sentido, visiblemente emocionado, nos fundimos en un abrazo. Era un gran hombre, deseaba ser como él a su edad.

Mis hermanas me atacaron en bandada, atrapándome entre sus cabelleras, sus alaridos y sus besos.

— ¡Hermanito pequeño! ¡Feliz año! — caí en sus redes, sin poder escapar.

— ¡¡Gracias!! — atrapado, saludé una por una.

Mamá se sumaba a la pila humana de género femenino que me arrebataba de la decisión de estar con Lucero. Elevé mi cabeza por sobre mi madre mientras la saludaba sentidamente, cuando la vi de pie, a meine fee, conversando con mi hermano. Él la tomaba de la mano y la llevaba hacia el cobertizo trasero.

Furia, dolor y una puntada en el pecho, me movilizaron a seguirlos segundos después.

Enrique la arrinconaba contra una de las paredes próxima a la hiedra que corría por la pared. Hacía mucho frío allí fuera, pero el calor de su cuerpo parecía abrigarla. Le hablaba cerca de sus labios, extendía su mano por sobre la cabeza de Lucero, de pie pegada al muro, mientras que con la otra sostenía su copa casi vacía.

— Espero no interrumpir —lógicamente era mi meta, Enrique se separó de Lucero a desgano, en tanto que ella recompuso su torso—  Me ha faltado saludarlos a ustedes dos— elevé mi copa y la choqué con mi hermano, abrazo tibio de por medio y luego, con la de ella. Le sostuve la mirada, pero Lucero no haría lo mismo. Había algo en sus ojos que me ahuyentaba— . Felicidades Lucero, me alegra que estés aquí con toda mi familia.

—Gracias jefe — impuso la distancia entre nosotros— .Ha sido una gran idea de tu madre la de invitarme — respondió rápidamente.

—Felipe, si me disculpas, estaba conversando con la bella dama —irritado, mi hermano no dudaba in un segundo en hacerme saber que quería que desapareciera.

—Está bien...los dejo solos—abriendo los brazos, me alejé retrocediendo para voltear rumbo al interior de la casa., desahuciado y molesto.

— ¡Felipe! — la voz de mi valkiria se escabullía en el cobertizo—. ¡ Aguarda! — pero no pude esperar como ella me pidió. Me detuve, pero sin girar. Era una cuestión de orgullo machista o no supe bien cómo explicarlo, pero no deseaba lucir derrotado. NO frente a Enrique.

La relación con mi hermano era maravillosa; nos llevabámos casi 13 meses y durante muchos años seríamos cómplices en salidas nocturnas, mujeres y andanzas varias. Nos fortalecíamos frente a la tropa femenina que siempre llevaba las de ganar, no solo por cantidad sino porque eran mayores a nosotros.

Pero en los últimos tiempos, Enrique parecía estar encaprichado en una estúpida competencia de egos; como si midiéramos la fortaleza del macho alfa dentro de su manada. A mi no me interesaba saber con qué clase de tipas andaba él ni con cuántas; yo tenía suficiente con mis líos con Selene.

Deambulando con la copa en la mano, en dirección al estudio de papá, Elizabeth me interceptó. Encendió la luz  e ingresamos los dos juntos.

—¿Qué ha sucedido allí fuera? — cerrando la puerta tras ella, permaneció de pie.

—No sé a que te refieres— pasé el dedo por el lomo de un libro que descansaba sobre el escritorio de madera de papá.

—Te he dado la oportunidad de que te sinceres conmigo horas atrás. La excusa del sueño me pareció válida, pero no suficiente. No tengo 42 años en vano, querido.

Elizabeth, de todas mis hermanas era las más alta y de mayor porte; superaba el metro setenta, era rubia, de cabello largo, aunque ahora lo mantenía recogido en una larga cola de caballo. Era intimidante cuando se lo proponía. Con ella asistiría a mis primeras clases de piano; gracias a Lizzy entendía de música clásica y de tocar el piano.

— Enrique y Lucero se han ido hacia el cobertizo sin brindar conmigo. He querido chocar las copas —dije sin más, intentando engañarla otra vez.

—Hermanito, yo no puedo entrometerme en tu vida como lo hace mamá —admitió con mucha razón—, pero sí puedo darte mi opinión.

—Lizzy, de antemano agradezco tus sermones, pero es tonto hablar de este tema.

—¿Es tonto hablar sobre la mujer que amas?

—¿Quién te ha dicho que la amo? —era la primera vez que me enfrentaba con una palabra a la que nunca había considerado como propia. Frunciendo el ceño exageradamente, me mostré sorprendido.

—Tus ojos...cuando ella entró en la cocina se te iluminó el rostro; cuando dijisteis que ella era tu compañera, la resignación de admitir que no pasaba algo mas te nubló la vista y apenas ellos se retiraron del festejo, les mordisteis los talones con la excusa de ir a "brindar"— entrecomilló irónicamente  — . Dime ¿qué los separa?

Di la vuelta alrededor del escritorio tomando asiento en la confortable silla de cuero de papá.

—Nos separa mi necedad y su obstinación; su sinceridad y mi falta de ella. Ella se merece alguien que pueda hacerla feliz — asumí apesadumbrado, retomando viejas historias.

—  ¿Ya se han acostado?— me ruboricé ante la pregunta de mi hermana, bastante íntima por cierto— . ¡Felipe, no seas mojigato por el amor de Dios! Te has montado a la mitad de París y aledaños— Lizzy no dejaba de sorprenderme.Las mujeres de su familia y su sinceridad atroz— .¡Respóndeme por favor!

—Si, bueno...ha...pasado...algo — aun siendo un adulto me costaba hablar de estos temas privados con una alguna de mis hermanas. Balbuceé como un idiota.

— ¡Lo sabía! ¡Te tiene agarrado de las pelotas! — puse mis ojos en blanco, y resoplé pesadamente ante su lapidaria deducción.

Elizabeth acortó la distancia entre ambos, tomando asiento frente a mí.

— Tú eres un hombre maravilloso. Háblale de tus pesadillas, ella parece una joven comprensiva, es agradable, sabrá entenderte

— ¿Para qué abrir la boca? Ella se irá en un par de meses, de nada serviría abrirme. Yo quedaré como un tonto.

— Felipe, si no es ella será otra, pero debes dejar atrás de una puñetera vez ese pasado funesto que no te deja crecer. ¡Pasaron muchos años! Tiempo suficiente para que seas feliz. Hiciste tu duelo y el de Selene; no puedes culparte por un accidente.

— Podría haber hecho más Elizabeth, y no lo hice — repliqué tozudo.

—Felipe, deja ya de martirizarte por lo que pudo ser y comienza a pensar en aquello que estás a tiempo de modificar. Durante toda la noche Lucero no ha dejado de mirarte, buscando tu aprobación.

—¡Toda la noche estuvo atenta a Enrique!— concluí haciendo un bollo con un papel que deambulaba sobre el escritorio, con un puchero asomando por mis labios.

—  ¡Porque Enrique no dejó de hablarle ni por un segundo y ella no es una maleducada! ¡Joder hombre que eres cabezotas! — golpeó la mesa de un puñetazo, sobresaltándome — . ¡Deja de compadecerte de tí mismo! ¡Mírate bien! —poniéndose de pie, se inclinó ante mi, escritorio mediante, para señalarme con su dedo acusador— . Eres guapo, profesional, tienes un buen pasar económico y puedes conseguir a la mujer que se te venga en gana, ¿puedes dejar de ser tan gilipollas y valorar aquello que has sabido conseguir con tanto esfuerzo? Esa niña de allá fuera — cambió su postura para dirigir su dedo hacia la puerta —está loca por ti. Si no vas y le dices algo, ¡te juro que lo haré yo!

— ¡La que esta loca eres tú, Elizabeth! ¡Ya no soy un niño que no entiende de corcheas, negras y blancas; soy un hombre de 35 años que sabe cómo manejar su vida!—elevé la voz, y al instante me arrepentí — . Disculpa...— meneé la cabeza — estoy un poco nervioso.

—Está bien Felipe, no tienes por qué...tienes razón, ya sabes manejar tu propia vida. Tan bien la sabes manejar que terminarás como un viejo solo ermitaño y gruñón, reprochándote a cada instante de tu puta vida por qué no has dado el gran salto. Reprochándote por qué has sido un maldito cobarde.

Dejándome boquiabierto, Lizzy se fue, cerrando la puerta con fuerza, dando otro golpe a la bolsa de boxeo llamada Felipe.


___

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro