22- "Casa ajena"

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Quería agasajarla yendo a mi restaurante preferido, después de todo, en menos de 12 horas tendría que regresar a la oficina a sumergirse nuevamente en la vorágine laboral.

 Era nuevo para mí esto de cotejar a una dama, no estaba acostumbrado a las salidas a restaurantes ni invitaciones de cine. La mujeres con las que me acostaba, no eran más que mujeres conocidas en coctails o eventos empresariales, que lógicamente, no organizaba yo. 

Una serie de mensajes y un acuerdo previo de confidencialidad, nada escrito pero si implícito, formaban parte de las condiciones de acceso a mi vida privada. 

Con Lucero todo parecía fácil. 

Había conocido nada más ni nada menos que a mis padres y al batallón familiar...¡qué más! 

Caí en la cuenta que era algo único lo que me sucedía; jamás había dejado que otra mujer que no sea Selene entrase a mi casa, oliera mi intimidad y sobre todo, que dirigiese mi destino. La incertidumbre de saber qué nos esperaba era enorme; mientras que con Selene no era necesario contar sobre sufrimientos, ni explicar el dolor de un pasado (ya que era el mismo para los dos) con mi valkiria personal las cosas contenían un simbolismo y una carga emocional de la que no me sentía del todo preparado.

 Pero con 10 años menos que yo, Lucero me daba una muestra de compromiso y madurez extraordinaria. Se la veía emocionada tras su viaje a Berlin, hablaba y hablaba gesticulando abiertamente, sin importar quiénes estuvieran alrededor; esa vitalidad, su sonrisa ancha y generosa, siempre me sacaría una sonrisa aun en los días de lluvia.

Ésta resultaría la primera navidad de mi vida en la que no tuve la necesidad de beber alcohol para evitar que mis pensamientos vuelen hacia aquella fatídica noche.

Ella y su terquedad insistirían en que la lleváramos a su casa. A pesar de aquello, sentí que paradójicamente, esa semana de lejanía nos acercaría, haciéndome recapacitar sobre mi propuesta de estar juntos. A nuestro modo, yendo con pie de plomo,yo estaba dispuesto a ceder algo de mi en agradecimiento a tanto dado por ella.

— ¿Sabes que puedes quedarte en mi casa, verdad? ¿Y que si estamos aquí es porque tú eres fastidiosamente insistente?— acaricié sus pómulos con mis pulgares, absorbiendo la tersura de su piel inmaculada. Oh Dios santo...¡cómo la deseaba!

— Insistencia es mi segundo nombre — dijo bajo la luz de la farola de la calle. Permanecíamos de pie frente a la puerta de su apartamento.

— ¡Ya lo creo que sí!— asalté su boca tras esas palabras, la necesitaba, quería saborear su lengua, cada rincón de sus jugosos labios. Me contendría durante muchos días, que simularon eternidad— . Mmm moría por besarte — la voz gruesa que salió de mis entrañas se calentaban a pesar del brusco frío de la noche.

— Y yo ansiaba que me beses— se colgó de mi cuello, atrapando mi nuca y empujando mi cabeza favoreciendo un contacto más profundo, mas intenso.

En mi pecho, los alaridos de pasión pujaban por salir de mi boca; quemándome como una brasa ardiente. Sus pestañas no dejaban de moverse sobre mi rostro, generando unas cosquillas que me excitaban sobremanera.

— Felipe — pronunció mi nombre bajo la niebla nocturna que nos envolvía o tal vez era el vapor de la nieve chocando contra nuestros cuerpos caliente— , quedáte a dormir conmigo... no quiero estar sola esta noche — su deseo profundo me congeló más que la mismísima nieve.

— ¿Quieres que me quede a mirarte?

— Entre otras cosas, sí — sus mejillas encendidas delataban que se avergonzaba ante semejante pedido. Accedí, porque lo que más deseaba en este mundo, en ese preciso instante, era sentir su calor, su piel alimentándose de la mía.

— Pero no tengo ropa —recurrí a un ardid que se le daba bien a ella.

— Podrás ponerte algo mío — guiñó su ojo — , o si preferís podemos decirle a Richard que pase a buscarte más temprano, como lo hace conmigo.

— Creo que lo segundo estará mejor. Aguárdame que hablo con él —acercándome a mi ladero fiel, le di las directivas para esa noche y mañana por la mañana.

La ayudé con su maleta, arrastrándola por las escaleras que nos separaban de la primera planta de ese pequeño grupo de tres apartamentos sobre 57 Commmerce.

— No es un gran piso como el tuyo, pero tiene su encanto — abrió la puerta de su vivienda.

— No todo lo que brilla es oro...¿conoces ese dicho?

— Un poco — frunció la nariz divertida y ante mi quedó expuesto el palacio de mi princesa.

El espacio era diáfano, claro a pesar de la noche. Cuando encendió las luces, me atrajo la simplicidad de aquel apartamento, cómodo, pero no muy grande.

— Acá no te perderás como yo en tu casa —rió con ganas, quitándose su abrigo— . Dejá el tuyo en aquel sillón—señaló.

El gran ambiente principal se separaba en dos sectores: ingresando por el medio exacto de la vivienda, a mi izquierda, un pequeño sector de cocina armada en U, con un ala más alta que las otras dos, oficiaba de barra para desayuno. 

Dos altas bancas de madera blanca y respaldo tapizado con tela brillante se colocaban por detrás. En el sector más bajo, se distribuía el fregadero y una mesada para trabajar con la comida. Un sofá de pana gris oscuro aparecía por detrás del sector culinario, en donde ella misma abandonó su abrigo antes de ir raudamente hasta donde supuse, se encontraría su dormitorio. 

Una otomana de vidrio grueso junto a unas banquetas bajas retapizadas, se adueñaban del centro del espacio, siendo lo único que obstaculizaba las vistas francas desde los ventanales de la sala de estar. Todo el departamento tenía sutiles toques femeninos, sin caer en el recargo.

— Era un departamento amueblado — leyó mi mente dando un grito — pero si lo hubiese tenido que redecorar probablemente lo habría hecho así — confesó— . ¿Querés algo de tomar? — ofreció retomando su viaje a la cocina.

— Un té puede ser.

— ¡Té en marcha! —levantó sus manos pasando por delante mío para poner a calentar el agua. Una carcajada muy estridente de mi parte retumbó en los vidrios al ver sus pies: unas enormes pantuflas con forma de tigre sobresalían exageradamente de su piernas.

— ¡No te burlés de mis pantuflas! ¡No entendés nada de moda!— alentó desde la cocina, mientras revolvía sus estantes con ímpetu.

Unas ganas locas y poderosas me arrastraron hacia ella; la tomé por detrás, con impulso incontenido. Con una de mis manos corrí su cabello hacia delante, despejando su nuca, dejando a la vista aquel maravilloso tatuaje de estrellas con el que soñé cada noche de estas últimas semanas. Rocé con mi nariz cada una de sus cervicales. Ella se inclinó hacia adelante invitándome a un mayor contacto.

— Eché de menos tu piel — susurré a su oído, mordisqueando el lóbulo descubierto de cabello.

Sus risitas nerviosas y su piel de pollo, la delatarían. Ella esperaba lo mismo que yo. Asiéndola de las caderas, apoyándome contra ella, ofrecí que sintiese la extrema necesidad que me conectaba a su cuerpo. Era delicioso rozar sus glúteos con mi prominente erección que no dejaba de crecer por la excitación. Nos mecimos de un lado al otro, bailando unas notas de música imaginarias, dejándonos llevar por el silencio atormentador del momento.

— ¿No querías un té? — murmuró con cadencia.

— Sí, pero no ahora. Tengo otros planes.

Y vaya que los tenía.

Volteé hacia atrás su garganta; acariciando su nuez con la punta de mis dedos, para terminar de posar mi palma entera entera sobre ella.

—Adoro ver el modo en que tu boca permanece entreabierta — dije con sus labios a punto de emitir un gemido ronco. 

Al tener algo mas que 20 centímetros de diferencia con su altura, podía verla completa; desde la línea de largada de sus pechos bifurcándose a través de su camisa rosa pálido hasta la punta de sus pantuflas ridículas. 

Arrastré una mano por delante de su torso, mientras sus brazos colgaban inertes a su lado. Con los dedos de una mano abrí la hebilla de su cinturón, generándole un repentino corcoveo que presionó aun mas mi erección.

— Quieta...no pretendo que esto termine tan pronto —amenacé con indecoro.

Sabía a caramelo, tan dulce, tan gustosa. Sus jadeos me encendían como un brasero ¡Joder que me movía la ratonera!

De un tirón quité el cinto dando un latigazo involuntario en el piso, rechinando ante el contacto en la madera.

— Esto puede sernos de utilidad pero más tarde— agregué perversamente, imaginando sus posibles usos posteriores. El destino de mi otra mano era hurguetear;curiosa, deseaba recorrer la piel húmeda de Lucero. Tironeé su camisa sacándola por fuera de su vaqueros y aflojé este último, desabrochando el botón.

Lucero apretaba los ojos muy fuerte, contenía la respiración a modo defensivo  a pesar de que las aletas de su nariz no dejaban de dilatarse con cada centímetro de su piel explorado. Bajar su cremallera fue el momento más placentero de estas dos semanas de angustia inentendible.

Metí la mano entre la cinturilla del jean, abriéndome paso a la fuerza entre su pieza íntima de algodón. Un quejido ahogado se estrelló en mi oído, el que albergaba su cabeza inclinada por mi mano.

Estaba mojada, lista, tan deseosa como yo.

— Buenas noches —saludé maliciosamente, encontrándome con la bienvenida de sus pliegues que se abrían enjugados para mí. Introduje dos dedos, que coreográficamente desplegaron su conocimientos del tema y de su zona privada, dibujando círculos lentos.

— Mmm así, así— sus palabras huecas me llenaban las entrañas de un calor sucio y desesperado.

Aceleré el ritmo; su pulso latía despiadadamente, su boca se apretaba como si arrojara besos al aire y sus manos se apretaban en dos puños a punto de romperse. Los círculos dejaron su lugar a un dedo pasajero, que iba de adelante hacia atrás, impregnándose de su néctar; atrapada contra mi cuerpo y por mis manos, no tenía escapatoria.

Sus puños recobraron el aliento al escabullirse por detrás de mi cuello; elásticamente arremolinaba el cabello que rozaba mi nuca. Sus pechos subían y bajaban ante mi díscola mirada que absorbía cada movimiento de sus senos, volviéndome loco con cada latido.

Era extraordinario tener el control de su cuerpo, de sus gemidos, ser el dueño de cada exhalación entrecortada y del vibrar de sus párpados inquietos.

Liberando su garganta, mis dos brazos arrinconaron su torso, para comenzar con la ardua tarea de desabrochar cada botón; de a uno, con lentitud y de abajo hacia arriba, desprendí su tela suave y con aroma a rosas. Cada botón vulnerado equivalía a un gorgoje excitado de su parte.

Al retorcerse contra mi cuerpo, sentí que la ropa caliente me quemaba. Cuando su camisa se abrió ante mí dejando expuestos sus pechos cremosos, mi bragueta quiso explotar; contuve el aliento ante la vista espectacular de esos dos montículos redondeados que deseaba follar con todas las partes existentes de mi ser.

Los acuné con fuerza, masajeándolos, poseyéndolos con las manos; bajé las copas del soutien acercándome un escalón más hacia el paraíso. Sus pezones sensibles se erigían ante mis pellizcos traviesos.

Rechiné los dientes de imaginarlos mordisqueándolos.

Totalmente a mi merced, abusé de su confianza dándole de beber de ella; la sensación de su boca engullendo su propio sabor provocó el morbo y la lujuria de querer convivir con esa imagen en mi cabeza el resto de mis días. Con la humedad de su lengua en la yema de mis dedos, bajé arrastrando la capa fina de sudor que se agolpaba en sus poros para finalizar con el trabajo que estaba prometiendo desde hacía rato.

Con el pulgar en el punto cúlmine de su entrepierna y dos dedos listos para el contraataque, pasé mi otro brazo por sobre sus pechos, impidiéndole cualquier tipo de movimiento, obligándola a mantenerse quieta.

Se contorneaba con fuerza pero mi cuerpo era más poderoso, más grande. En mi postura de absoluto dominio, continué embistiéndola con mis dedos, llegando hasta el fondo, metiéndome más y más en el suave terciopelo interior de su cuerpo. Unas lágrimas brotaban de sus ojos, rodando en caída libre hacia mi hombro, aquel que continuaba albergando su cabeza inclinada.

Sus respiraciones eran quejumbrosas  y mi voluntad, de hierro para esas alturas porque no solo estaba conteniendo sus movimientos espontáneos, sino también la quemazón que sentía en mi vientre.

— ¡Dámelo,dámelo!—pedí retumbando en sus tímpanos, acosando lo más profundo de su femineidad.

Exhalando un grito agudo, largo y liberador me entregó el premio por el que tanto hube de trabajar para conseguir; sus piernas se aflojaron a la altura de las rodillas y sus manos se deslizaban por mi cuello transpirado. Abrumada, recobró su sentido de la orientación. Bajó lentamente su cabeza, dolorida por la posición incómoda de su cuello.

Ofrecí mis dedos para su último regocijo; me tomó por la muñeca para meter sus dedos en su boca y chuparlos, uno por uno.

Mi ratoncillo daba vueltas y vueltas en la rueda mental de mi cerebro; a tanta velocidad, que se salio de eje. Sus ojos azules, codiciosos, se guardaban para sí la imagen de mi rostro desencajado por su desenfado.

— Me debés unos masajes—dijo delineando mi dedo índice con su lengua y recubriendo su punta con un beso suave. Imaginarla haciendo eso en mi miembro, aceleró las pulsaciones de toda mi masa muscular. Su tono imperante, su voz rasposa...deseaba todo y más de ella— . Pero antes—avanzó como una leona en pleno ataque —hay alguien aquí a quien debo saludar— con fuerza, rozó el bulto creciente de mis pantalones. Su modo bromista de dirigirse a mi erección me sacó una risa divertida; ella podía lograr en mí tal como despertar todas las emociones al mismo tiempo.

Exponiéndome a una montaña rusa de vértigo, seguridad, alegría y obstinación no me importaban las vueltas que diera hasta llegar hasta el final del recorrido.

Se agachó ante mí, no sin antes quitarse la camisa para pasar sus manos por detrás de su espalda, brindándome la vista completa de su escote desnudo.

— ¡Nop!...se mira y no se toca — prohibió con seriedad antes que mis palmas calientes se posaran sobre sus pechos rozagantes.

Se acomodó de frente, quedando con su cabeza a la altura de mis caderas.

Volteé el cuello hacia atrás, enviando una plegaria al cielo y agradeciendo por mi buena suerte.

Mantuve las manos los más quietas que pude, conteniendo el ímpetu por estrellarlas en alguna parte de su precioso cuerpo.

Los dientes de la cremallera resonaron en mi cabeza a medida que la bajaba, haciendo un eco imaginario en la cocina. Tragué fuerte, me vendría en cualquier instante. Avanzando unos pasos milimétricos hacia mí, pasó sus pulgares por la cintura de mis pantalones, para bajarlos con dificultad, hasta la altura de mis rodillas.

— Podrás moverte menos si los dejo a esta altura — dijo condenándome con sus ojos a la tortura que yo le impuse al inmovilizarla minutos atrás.

— ¡Rencorosa! — lancé entre dientes.

— ¡Memoriosa! —retrucó con esa sagacidad que me hervía la sangre.

Pasó su lengua lentamente por su labio inferior, regodeándose ante el pedido de piedad de mis ojos.

Mi bóxer blanco estaba a punto de colapsar; juré haber oído las costuras de la tela crujir a cada instante, con cada crecida de mi sexo. Gruñí apretando la mandíbula cuando con su dedo pulgar trazó una línea sobre mi bulto palpitante; encerrado aun en su cápsula de algodón. Iba a estallar si ya mismo no me liberaba de esa terrible presión.

— ¡Inquieto! — hizo un puchero con la boca de que no me recuperaría. Quise soltar mis manos, para revolver su melena desacomodada pero me tomó las muñecas con fuerza; no la suficiente como para no retraer su movimiento y ser yo el que tomase las suyas; aun así, le permití el beneficio de ser ella quien tome el control de la situación. Sinceramente, estaba más acostumbrado a estar a la expectativa de que Selene decidiera qué hacer y qué no, que aun dominio consensuado, como el de esta noche.

Algo incómoda, pero no menos perserverante, pasó mis manos amarradas con las suyas por detrás mío, rozándome los glúteos.

Su rostro, expuesto a mi protuberancia, se regodeaba con la vista; graciosamente pensé cual sería su próximo paso: si sus pequeñas manos secuestraban a las mías, ¿como continuaría esta dulce condena?...bueno, pues más fácil de lo que imaginé.

Enfundando sus dientes bajo sus labios, masajeó cruelmente mi polla encendida y dura como una piedra, ejerciendo una ligera presión a su paso. Luego, pasaría el filo de su nariz, de arriba hacia abajo, de abajo hacia arriba una y otra vez.

Creí que me moriría en ese mismo instante.

Solté un gruñido inentendible para cualquier idioma existente sobre la faz de la tierra; una suerte de mezcla entre "perra/mamada/sexo/exploto" incongruente para el resto de los mortales, incluso para mí mismo.

A pequeños pasitos, casi con la cara pegada en mi boxer, extendió su cuello quejumbroso para morder el elástico de la cintura de mis calzones.

"¡Oh no...eso no podia estar pasando!"

Hábilmente, rompiendo con cualquiera de mis presunciones, jaló de mi calzón con mucho cuidado de no tironear ningún vello púbico; eso podía ser realmente doloroso. Seductora y dueña de unos ojos perversos, apartó la tela de mi pelvis, arrastrándola hacia abajo con sus dientes.

El suave roce de su pequeña nariz en la punta de mi pene mientras bajaba, causó una corriente eléctrica que recorrió desde la base de mi cráneo hasta el talón. Dios santo, me estaba desangrando por dentro a medida que pasaba el tiempo y todavía estaba en ascuas.

Moviendo la cabeza pausadamente, algo incómodo por no ceder en su voluntad de sostenerme de las muñecas; lograría su cometido. Su insistencia y perseverancia eran sus dos mayores características.

¡Bien Logrado Lucero! Vitoreé hacia mis adentros.

Abandonando mi bóxer en el mismo sitio que los pantalones, asaltó la parte interna de mis muslos con su lengua húmeda, obligándome a dar un paso hacia atrás involuntariamente, con tanta fuerza, que la arrastré hacia mí.

Enredada a mis piernas, dejaba una hilera de besos mojados a su paso, para inmiscuirse en la unión de mis piernas, donde mi pene y mi trasero llegaban a su fin...o a su comienzo. Lamió con insistencia aquel punto recóndito de placer, haciéndome tragar exageradamente mis gritos libidinosos.

Esa harpía disfrazada de hada celestial, me entregaba un placer que no conocía de límites; excediendo las poses sexuales o el juego previo a una buena follada; por el contrario, se tomaba el tiempo (que a mí me resultaba angustiante en igual proporción que delicioso) para que yo disfrutara.

La mayor parte de mis conquistas sexuales se limitaban a aceptar lo que yo les daba; pocas veces se detenían a pensar en lo que yo deseaba o necesitaba pero este caso era distinto. Todo en ella lo era.

Cediendo en su amarre, sus manos descansaron sobre mis caderas, movimiento que le permitió engullir la totalidad de mi miembro lubricado y urgido. Tomó envión con su cuello, tomándome de a poco, con suavidad. Pude sentir el masaje de su lengua mientras me chupaba. La muy condenada ninfa me arrinconaba contra mis deseos más oscuros.

Entraba y salía con insistencia, tenacidad y delirio. Sus palmas ardidas incineraban mis muslos ya endebles los cuales poco sostenían todo mi esqueleto. Sin apoyo cercano, imprimía fuerza más de la cuenta para no caer derrotado ante la cachetada de placer que Lucero me propinaba.

Girando levemente su cabeza, torcía el rumbo de su felación, arrastrándome al borde...allí nomás, a la cornisa del orgasmo.

Abrí los ojos absorbiendo la imagen de su cabellera revuelta, rotando frenéticamente, mientras su manos se escabullían en la base de mis testículos, masajeándolos con delicadeza. Salió estrepitosamente de mí, con la boca húmeda, envuelta en saliva, para terminar con mi masacre cerebral al pasar su lengua por la vena gorda que surcaba mi pene de cabo a rabo.

— ¡Lucero, me estás matando! — bramé con todos mis sentidos expuestos sobre la mesa.

Encendiendo la mecha de su lado más sediento con esas palabras, regresaría al punto de partida.

¡Mierda! —maldije cuando sus movimientos se acrecentaron; el subibaja de su lengua, el roce tibio de sus dientes, sus manos empuñándome con fuerza y presión... Todo parecía complotarse en mi contra para hacerme perder la cabeza y la razón.

Incapaz de sobrevivir a semejante incendio posé con fuerza mis manos sobre las suyas, tatuadas en mis piernas; empujé mi pelvis hacia adelante, penetrando su boca, follándomela bruscamente y con ella aceptando mi potente intromisión.

Presionando mis glúteos, arqueando mis caderas y apretando la quijada casi hasta quebrarse, la lava sanguínea que recorría mi cuerpo irrumpió en su boca, en su pechos turgentes que se pavoneaban entre mis pelotas.

Espasmódicamente, liberé cada gota de mi ser sobre ella; decorando sus labios, sus senos, sus manos...

Aligerando mi peso, sin poder seguir manteniéndome de pie, llegué a tiempo para tomarme de una de las banquetas ubicada a pocos centímetros de la barra de la cocina. Transpirado, sudoroso, con la presión arterial al borde de la internación; comencé a ralentizar mi respiración, tragando fuerte, inspirando alerta.

Mis ojos boyaban en torno a mi miembro desnudo. Lucero, de pie, giró para lavarse las manos, echarse un poco de agua en el rostro y frotar su pecho con unas servilletas humedecidas.

M mirada, hasta ese momento perdida en lo que ya se había ido, recaló en el espectacular trasero moldeado por sus jeans desabrochado. Cerré los ojos, no estaba preparado para volver a contraatacar.

"¿O sí?"

Fingiendo autocontrol, miré hacia el techo, pero no fue posible.

Ella continuaba limpiando sus partes en la cocina, dándome la espalda como la primera vez que la tomé por sorpresa, en el momento en que comenzamos con este suplicio. Incorporándome por completo, di un paso al costado para dejar de lado mis pantalones y mis calzones, avanzando los ocho pasos que apartaban nuestros cuerpos.

Súbitamente, sin permiso y sin sensiblería que valga, tomé sus caderas y con un movimiento seco e impertinente, bajé sus vaqueros, causando un quejido de su parte por la rusticidad de la tela.

Su culo pomposo y seductor, atravesado por una pequeña tanga azul marino con un lazo pequeño en la cintura, dilapidó cualquier rastro de cordura. Estaba duro otra vez.

— ¡Traidor! ¡Me doy vuelta y ya estás atacándome! —ronca, deseosa de más, lanzaba sin mirarme.

Mordisqueé sus nalgas redondas y tersas, pero este jueguito no se quedaría ahí. Ya habíamos estado suficientemente tiempo de pie.

Rodeando su cintura, la levanté en el aire; simulando ser una pluma, no oponía resistencia en absoluto.

— ¡Juguemos sucio! — dí inicio al pleito.

La arrojé sin miramientos sobre el sillón de pana el cual nunca dejaría de cobijar nuestros abrigos.

Extendida a lo largo sobre él, manoteaba las prendas arrojándolas al piso, para luego concentrarse en mi rostro.

Desnudos de la cintura para abajo, me quité por sobre el cuello mi abrigo de cachemira; lo único que nos separaba de la desnudez total era esa telita color azul que rápidamente quité de mi vista.

Era hermosa, delicada y seductora, pero ahora quería follar a Lucero sin nada que mediase entre nosotros. Tironeé la tela con brusquedad, mientras ella desperdigaba besos en mi cuerpo, sonriendo, jalando el lóbulo de mi oreja, zambullendo sus manos alrededor de mi pelo desordenado.

Ahora, sin interposiciones, levanté una de sus piernas sobre mi hombro, arrastrándola hacia mí.

"Mierda" no tenía condones a la vista...eso significaba que habría una pequeña conversación previa a la follada.

Era extraño, yo jamás olvidaba esos detalles cuando estaba cerca de una mujer a la que me podía montar, pero esta vez, no estábamos en mi casa y tampoco habría supuesto que mi pequeña querría que durmamos en su apartamento.

— Hermosa, sé que no es el mejor momento, pero no tengo preservativos a la vista.

— En el botiquín...del baño — jadeó algo fastidiada.

Volé primero sin saber hacia dónde ir, aunque era fácil deducir que de un lado estaba la cocina y no era sitio para encontrar condones; yendo finalmente, directo hacia el otro lado.

Sin detenerme en el cuarto revolví unos cajones; "el tercero de la derecha" gritó y me alegré. De otro modo estaría tres días más jugando a la búsqueda del tesoro de no ser por sus precisas coordenadas.

De regreso en el sofá, rompí el paquete de diversión.

Retomando la postura con que habíamos quedado, lamí la parte interna de su rodilla, mientras ella se sostenía fuerte de uno de los brazos del sofá. Clavaba sus uñas en la tela de paño, dejando el rastro de su agarre.

Rocé un poco, tanteando terreno. Húmedo, expectante, de seguro delicioso como lo imaginaba. Sin espera, sin cortejo y sin suavidad la penetré duro, hondo. Su pierna levantada me permitia abrir sus caderas, garantizando un acceso inmediato y profundo.

Era la gloria; se sentía caliente como el mismísimo infierno, tierno, placentero. Más y más bombeaba en ella, sin dejar de notar el bamboleo de sus pechos ante mis estocadas violentas. Me pedía más...me calentaba mucho eso. 

Y ella lo sabía.

Levanté su otra pierna sin despegarme ni un solo momento de su carne, para amarrar sus tobillos con ambas manos y darle, fuerte...cada vez más. Envuelto en un frenético movimiento de caderas, que se resumía en entrar y salir, la follé con necesidad plena y extrema. Como en navidad, quise dejar mi huella en ella, albergaba la esperanza de que nadie más fuese capaz de darle el placer que yo tenía para ofrecerle.

Quise ser el único en la vida de Lucero: su único novio, su único amante, su único amor.

Con su torso ligerísimamente elevado,ella parecía quebrarse. Sus brazos eran olas que chocaban contra la costa y sus manos ya no tenían tanta fuerza cayendo inertes sobre el sofá; sus brazos perdían rigidez en tanto que su vientre enrollaba un calor que sentí como propio.

— Felipe... —exhalando, diciendo mi nombre, su líquido pulsante estallaba en mí. Simplemente se sentía maravilloso.

Proseguí con mi ritmo por unos instantes más, hasta que también puede abrazar el cielo con las manos. Sus piernas movedizas escurridizas luchaban por descender de mis hombros, buscando mayor comodidad.

Agitado, me senté desplomándome sobre el sofá, apoyando mi espalda en la tela.

Lucero permaneció tumbada boca arriba, con su brazo extendido a la altura de sus ojos, tapando su rostro. Su cuerpo estaba sonrojado, todo él. Simpáticamente, me agaché y di un beso en su monte de Venus. Su mano tomó con firmeza mi cabello, desconcertándome.

— ¡Ni se te ocurra seguirla!—dijo riéndose estruendosamente— . ¡Ya no tengo fuerzas ni para hablar! ¡Y eso me preocupa!

Inevitablemente sonreí por su comentario.

— Tranquila, meine fee...lo dejaremos para otro día...quizás para mañana.

— ¿Mañana? —quitó su brazo de su rostro para tomar asiento normalmente. Se acomodaba un poco dolorida. Su cuerpo desnudo frente a mí no dejaba de mostrar su perfección absoluta— . Mmm— llevó la mano a su barbilla, simulando pensar — , creo que en unas horas estaré más repuesta.

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