24 - " Regalo "

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Sin tiempo para escuchar respuestas o reclamos, di una vuelta con su pelo en mi mano, tironeando de su cuero cabelludo, mientras que con la otra mano tomé sus redondos senos por delante, obligándola a arquear su cintura frágil.

Sintiéndome su amo, el propietario de sus orgasmos y el inquilino de su corazón la levanté de la mandíbula, para que su espalda quedase rozando mi pecho y así poder ver las volteretas circenses que daban sus ojos al sentirse penetrada.

— Esto necesito terminarlo dentro tuyo— amenacé bajo la cálida piel de cuello, palpitante, expectante.

La imagen de Lucero extenuada, la de ambos sobre la cama juguetones, riéndonos sin sentido, rozando nuestras pieles, volviendo a follarnos; era el recuerdo que quisiese tener grabado en mi mente para siempre.

Lo recordaba cuantas veces me era posible, ante el temor de olvidar los detalles. Nada de aquello deseaba que se evaporase en mi mente.

Resultaría tortuoso llegar al fin de semana sin poder tener mucho contacto; ella estaba constantemente estudiando, se acercaban las fechas de exámenes finales, y era obvio que necesitaba estudiar para culminar con su ciclo universitario, por el que finalmente habría venido. Las prácticas rentadas eran una estrategia armada para el desarrollo profesional del alumno, entre otras cosas.

Pero con Lucero había mucho más en juego: planeaba de qué modo abordarla en el trabajo sin ser evidente, con qué excusa citarla a mi despacho o incluso, qué temas durante las conversaciones telefónicas podrían ser eternas durante la noche.

La deseaba, necesitaba sentirla, domir con ella, acariciar su cabello dócil, besar sus labios de caramelo...era un obsesión.

Siendo principios de febrero, su cumpleaños se acercaba a pasos agigantados; y así como ella me sorprendió en el Omni Hotel con un regalo único e inesperado, quise hacer lo mismo.

Durante los dias previos estuve inquieto, algo movedizo, y disperso; algo poco frecuente en mi.

"Estoy cansado" solía decir, y como era lógico, me creían. Tenía demasiados asuntos pendientes rondando en mi cabeza, como para que pusiesen en duda mis argumentos. Proponiéndome ser disimulado, me obligué a lucir poco ansioso ese viernes 10. 

Incluso, enviaría un mensaje corto, agradable, pero poco comprometido para no quedar en evidencia que planeaba algo distinto para ese día.

"Feliz cumpleaños, meine fee" no muy original para lo que estaba acostumbrado a hacer, pero efectivo. Me partió el alma despedirme de ella el día de ayer con un simple adiós, negándome a ir a su casa "porque debes estudiar".

Era cierto, ese mismo lunes tendría que exhibir un trabajo importante, y lo que menos hacía cuando estábamos juntos era estudiar seriamente. Logré agudizar sus métodos de concentración, los tendría que patentar, pero no era justo para ella; porque no sólo no terminaba de estudiar lo que debía sino que a toda costa, nunca estaba dispuesta a dejarme empalado...

Llegué temprano a la oficina, que era un completo caos. Mi escritorio estaba repleto de cosas para firmar y el papel amarillo pegado a mi escritorio el día anterior me recordaba que debía reservar hotel en Milán para la Fashion Week que se realizaba todos los años y a la que estábamos invitados por segunda vez.

El año anterior nos habríamos encontrado allí con Selene, lógicamente en vuelos separados, pero le debíamos a ella la apertura de nuestra colección lo que contactos importantes para la empresa. Después de todo yo no era el único interesado en salir bien parado de la compañía.

Selene confiaba en mí como profesional, pero se abusaba de mi lado humano y sensible como persona. Era una perra manipuladora...creo haberlo dicho antes.

Como fuese, estaba sumergido en la vorágine del ultimo día de la semana, con todos los preparativos del viaje del 27 de febrero al 5 de marzo. Marzo...tan cerca y tan lejos; apenas estuviésemos de regreso, Lucero tendría en sus manos la posibilidad de seguir adelante con Studio Rondeau o volver a Buenos Aires, con su familia, con su vida.

Pensar en perderla, me aterró.

— ¡Tu nena ha traído pudin! — como un rayo, Kenny abrió la puerta de mi despacho irrumpiendo como sólo sabía hacerlo él, asomando la cabeza, anunciando que Lucero efectivamente estaba aquí.

Kenneth era uno de los pocos que desde el principio de nuestro viaje a Montreal sospechó que ella me interesaba. Probablemente, el único que sabía leerme con claridad; éramos amigos, no de los entrañables, pero sí lo suficientemente cercanos como para que conociese ciertas intimidades de mi vida personal con Selene, o con su familia.

Durante la breve estadía universitaria de mi hermano Enrique aquí en París, hubo de conocer a Kenneth, entablando una amistad bastante especial. Incluso, conocería a mis padres, durante un viaje organizado a Barcelona. Después de varios años de no verse, continuaban manteniendo contacto, según lo que tenía entendido.

El destino nos encontraría siendo amigos nosotros dos, trabajando juntos y deseando a la misma mujer...aunque él, tras aquella invitación en un bar, mientras Lucero estuvo en Berlin, le confesé que algo intenso me sucedía con ella.

No se sorprendió, por el contrario, alentó a aclarar las cosas, atreviéndose incluso a decir que si no me animaba a abordar la situación, él seguiría intentando conquistarla contra toda queja de mi parte; le gustaba cabronearme.

Meneé la cabeza, acomodé unos papeles, y bajé por las escaleras escuchando la algarabía subyacente desde los pasillos. La mayoría estaba alrededor de Lucero, saludándola, dando sus buenos augurios y felicitándola con efusividad. Otros, le preguntaban su edad ,"25", mientras que los restantes, se concentraban en el pastel (y no pudín como dijo Kenny).

Avancé lentamente hacia ella, Lily me saludaría con un beso en la mejilla, abriéndome paso franco hacia mi pupila, a la que saludé cuando la liberaron de una maraña de brazos.

— ¡Feliz cumpleaños, Lucero!— dije en francés y le di un beso. Mi sentidos se impregnaron con olor a rosas. Contuve mis ganas de comerle la boca y arrastrarla a mi despacho para follarla en la mesa. Nuestra segunda follada en una mesa, para ser precisos.

— Gracias, jefe —su sonrisa me abrazó en silencio.

Por un instante mantuvimos nuestras miradas amarradas por un hilo delgado, dispuestos a gritar a los cuatro vientos que algo especial nos sucedía...dudé si era el momento, si ella estaría dispuesta. Pero una voz interior me diría que no, que aun no había firmado la renovación del contrato, y que no deseaba exponerla a maliciosos comentarios. No antes de no tener la seguridad de que Frederick estaba dispuesto a contratarla por seis meses más.

— ¡Espero recibas muchos regalos! —animé en tono de promesa, un tono que supo interpretar.

— Eso espero — respondió sagaz, en un murmullo casi privado.

El bullicio de los presentes apagó nuestro momento de intimidad, para dar comienzo al corte del pastel de limón tan prometedor que teníamos frente a nuestros ojos.

— No solo es bonita...¡también cocina delicioso!—Pietro, uno de los becarios, golpeaba con su codo a Paul, quien sonreía cómplice.

— Baja tu espuma, campeón —Kenny susurró a mi oído al notar la mirada criminal que le dirigí al italiano— ,después de todo no estaría mintiendo —guiñó su ojo llevándose una cucharada del postre a la boca.

____

"Deseo que cenemos juntos en mi apartamento, a las 8...¿crees poder venir sin tus pantuflas de zoo? "

"Con respecto a la cena, acepto, pero con respecto a las pantuflas...haré todo lo posible por no guradarlas en mi bolso :) "

"¿Siempre desafiándome?"

"Solamente cuando lo amerita...¡y ahora basta! Dejá de mandarme mensajes si querés que termine con esto que me encargó Lily"

"Te echo de menos, y eso que te hace 40 minutos atrás".

"Bien sabés que puedo hacerte una visita express a tu oficina... "

"Me encantaría, pero tengo millones de cosas por terminar ...¿nos vemos en un mi casa entonces?"

"Porsupu"

Ella y sus argentinismos.

___

Descendiendo del Mercedes conducido por Richard bajo mis órdenes, suspiré cuando la vi sin sus pantuflas. ¡Y sin su gorro de lana!

— ¿Puedo darte un beso de cumpleaños como corresponde? — pregunté bajo la nevisca que azotaba París desde principios de semana.

— ¡Lo ansío apenas tocaron las 12! — irrumpí en sus labios templados, calentando su lengua con la mía.

— Feliz cumpleaños fee. Mí meine fee.

— Muchas gracias— exhaló liberando vapor de su boca.

— ¡Subamos ya mismo!— tomé su mano, saludamos a Richard y fuimos al ascensor.

Una vez en la cabina, atrapé nuevamente sus labios, presionando su mandíbula posesivamente, me froté contra su montgomery negro, haciendo crujir los botones de mi camisa contra los botones de su abrigo.

— Llegamos —dije maldiciendo al puñetero ascensor. ¿Era necesario que subiera tan rápido?

Pasé una mano por su cabello, peinándola, mientras avanzábamos con nuestras manos conectadas.

— ¿Preparada?

— ¡Obvio!

Abrí la puerta y se desató la locura, la suya y la de los invitados.

Su madrina, su madre y padrastro levantaban sus manos al unísono.

— ¿Qué es esto? — chilló desorientada

— ¡Tu cumpleaños!—dije quitándome el abrigo, colgándolo en un perchero tras la puerta.

Avanzó para cuando su madre se abalanzó, dejándola sin respirar. Por detrás, permanecía su tía emocionada, y su padrastro, el Richard argentino, en ultima posición.

Reunir a la familia Wagner no habría sido tarea fácil; más allá de haber conseguido el número telefónico de su casa gracias a su foja de trabajo, lo difícil habría sido convencer a su madre.

Masacrándome a preguntas (no solo laborales sino personales también) cual cronista de sección de policiales de un periódico, no dejaría tema por barrer. Al tanto de que la familia gozaba de una posición económica holgada como para solventar un viaje de estas características, quise ser yo quién les demostrase, abriéndole las puertas de mi propia casa  y presentándome ante ellos, que su hija, la pequeña Lucero, era una persona sumamente importante para mí.

Ricardo Wagner (¿otro guiño del destino acaso? ) era un hombre de pocas palabras, de semblante duro y recio, pero no por eso menos amable; lógicamente, estaba enredado con su única hija (no biológica, pero sí en carne y alma) ,  su eterna bebé siendo yo, 10 años mayor que ella.

Tanto Nora como Débora eran parlanchinas y muy bellas; a pesar de ser mellizas, no poseían un gran parecido físico.

Dirigí por un instante la mirada hacia Lucero; la felicidad la desbordaba y el paternalismo del homónimo compositor, era notable. Dejando el bullicio de lado, fui en dirección a la cocina; era su cumpleaños y quería que estuviese con su familia, disfrutando de ellos plenamente.

Corroborando que la lasagna estuviese cocinándose correctamente, me encontré con la figura de su padrastro súbitamente, a mi lado.

— La lasagna es mi mejor plato también —dijo apoyándose en la encimera, observándome estudiadamente. Sus ojos no me perdían paso.

— Tenemos muchas cosas en común por lo visto— abrí una botella de Malbec, serví una copa y se la ofrecí. La tomó entre sus manos y llené una para mí— . Lucero me ha dicho que has realizado especialidades aquí en Paris.

— Exactamente, en La Sorbona. Viví aquí por 12 años.

— Hasta que regresó a Buenos Aires y conocisteis a Nora.

— La mujer de mi vida, sin dudas— bebió de su copa— . ¿Y qué de vos? ¿Con qué finalidad querés a Lucero?— finalmente caeríamos en las preguntas de rigor. Evidentemente, Nora no habría puesto en órbita de sus cuestionamientos a su esposo.

— Como nunca he querido a nadie Ricardo— me encontré respondiendo sin siquiera pensarlo. Era crudo reconocerlo, me sentía expuesto y vulnerado, como me prometí no estarlo nunca más; pero Lucero estaba en mi vida para salvarme.

— ¡Más te vale que así sea! —dijo golpeándome el hombro— . Sino te cortaré las pelotas con un cuchillo oxidado y sin filo— su mirada penetrante, azul oscura, era amenazante. No hacía falta haber visto El Padrino para saber que eso era un llamado de atención más que intimidante.

Ricardo saldría de la cocina riéndose con fuerza. Me aflojé de golpe...aunque sin saber si conservaría las pelotas por mucho tiempo.

____

Escuchar las voces superpuestas de Nora, Débora y Lucero, era ensordecedor. Por un momento recordé la mesa de inicio de año, con todas las mujeres de mi familia riéndose al mismo momento.

— ¡Pobre Felipe! — dijo Nora compadeciéndome — . ¡Le va a doler la cabeza toda la noche!

— Quedáte tranqui mamá ,tiene cinco hermanas mujeres, no hay nada que pueda superar esa situación— sonrió dedicándome una mirada enamorada que me llegó al alma. Nadie me habría mirado así. Me dijo gracias en silencio, leí sus labios...leí su corazón.

— ¡Cinco hermanas!— exclamó Ricardo — ¡y yo me quejaba de las reuniones de Tupper una vez por semana! —agregó señalando a su esposa e hija, quien le arrojó una servilleta.

Reímos al unísono, sin dudas era un tema neutral y del que valía la pena conversar y divertirse.

— En realidad somos siete hermanos, cinco hermanas y dos varones. Soy el más chico.

— ¡Y el más malcriado!— sumó Lucero a mi discurso, tocando mi nariz con la punta de su dedo juguetón.

— ¡Mentirosa! —dije frunciendo exageradamente mis ojos, para robarle un beso recatado y puro. Estaban sus padres analizando cada uno de mis gestos y palabras que decía, no correspondía pasarme de la raya aunque tuviese ganas.

— ¿Yo? ¿Mentirosa? Vos que trajiste a mi familia desde Buenos Aires, lucubraste un plan siniestro a mis espaldas, ¿y me tratás de embustera a mí?

— Bueno...digamos que fuimos varios los del complot —aseguré bebiendo algo de vino.

— ¿Cómo los convenciste?

— Ufff — resoplé...—, es una larga..larguísima historia...

Y Débora se echó a reir.

____

Eran pasadas las dos de la mañana y tanto los padres de Lucero como su madrina se alojarían en hotel en el cual les hice reserva. Permanecerían en París el fin de semana ya que todos tenían compromisos bastante serios, resultando imposible mayor tiempo aquí.

Lavando los platos mientras mi pequeña hada los secaba vestida con mi remera universitaria que tan bien le quedaba, preguntó:

— ¿Qué me mirás?—su mirada fue traviesa.

— Que es la prenda más sexy con la que te he visto  en estos meses.

— ¡Porque es tu ropa !— sonrió mordiéndose el labio.

— La ropa es lo de menos en realidad...lo que me gusta es lo que hay debajo— cerré el grifo, sequé mis manos y tomé de sus garras el plato que secaba abandonándolo sobre la mesada.

— Gracias— susurró a mi oído, colgándose de mi cuello— . Este es el regalo más hermoso que pude haber tenido nunca —sus ojos hermosos se llenaban de emotivas lágrimas. Desenganché sus manos y las besé en sus nudillos, por turnos.

— Es lo menos que te mereces...¿Me aguardas? Tengo algo más para tí.

Como una niña en una heladería, dio pequeños saltos tras de mí, persiguiéndome hasta mi cuarto, sin obedecerme.

— ¿Qué es, que es? —saltó en la cama, como aquella vez de la guerra de almohadas.

— Toma — le entregué un sobre blanco.

— ¿Un cheque en blanco? ¡Muy arriesgado lo tuyo! — esbozó con simpatía sin abrirlo, sólo examinándolo por fuera.

— ¡Vamos!¡ábrelo! — se sentó en la punta de la cama, y yo a su lado.

— ¡¡¡No te puedo creer!!!! — gritó poniéndose de pie como un resorte, noté sus manos un tanto temblorosas— ,¡decíme qué es esto...porque no soy capaz de terminar de leerlo!

— Es un pasaje a Milán y tu tarjeta de acceso al Milan Fashion Week de las próximas dos semanas.

— ¡Es...!—se llevaba la mano al pecho— , ¡increíble!— lloraba, mucho, a mares, pero emocionada—  ¿Vas a ir conmigo esta vez?—preguntó asustada, tal vez creyendo que sucedería lo mismo que con el viaje a Berlin.

— ¡Porsupu! — respondí y estampó un beso en mis labios.

____

Lucero roncaba un poco, me reí solo en la oscuridad de la noche. Estaba acurrucada contra mi pecho; de ese modo yo podía fundirme en su aroma a rosas siempre tan presente en ella. Mi ninfa se habría hecho carne en mi; ya estaba instalada en mi corazón, jamás me podría ir lejos de ella.

Sn embargo, yo continuaba en deuda.

Y sin saber por qué, no era capaz de hablar de ello todavía.

___

— Me resulta extraño que no eligiesen a Pietro para venir a Italia— dijo mientras nos sentábamos en el avión— . El  sabe hablar italiano perfectamente— retrucaba acomodando la valija de mano en el estante superior de nuestra butaca.

— Lo sé, pero quería venir contigo, que por cierto, también dijiste que hablabas italiano. Me has enviado mensajes que parecían bien redactados. Espero que no me hayas mentido solo para conquistarme con eso de que manejas varias lenguas — sonreí al acomodarnos.

— No soy una experta, pero me defiendo — levantó las manos — .  Aprendí en un curso intensivo, cuando tenía 15 ó 16 años más o menos.

— No sabes cuánto me excita que sepas hablar en muchos idiomas — susurré cerca de su oreja, pasando la lengua tímidamente por su lóbulo, evitando que alguien descubriera ese rapto de intimidad.

— ¡Extraño fetiche por cierto! — rió estruendosamente y alejó su cuello de mi ataque. La señora de la butaca delantera la miró de reojo. Ella le sacó la lengua cuando giró ya sin verla— , ¡vieja agreta!— masculló mi hada.

— ¿Agreta?

— Es una deformación de agrio. Por lo pronto vas a tener que agregarlo por tu cuenta. Tenés una hermosa lapicera para sumar palabras.

— ¡De eso ninguna duda!—  la sorprendí al sacar de mi equipaje de mano su diccionario, bastante manoseado por mi recurrente consulta y mi bolígrafo nuevo y bello del bolsillo interno de mi chaqueta.

— ¿Llevás el diccionario a todas partes?—abrió sus ojos como dos soles.

— Lógico. Uno nunca sabe cuando podrá encontrarse a una argentina con la que tenga que tener cuidado de usar ciertas palabras.

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*Tranqui: apócope de tranquila. Modo simpático.

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