Una Larga Espera...

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Yax miraba el calendario con tristeza. Faltaban aún dieciocho meses para que Pablo regresara de su misión. Dieciocho meses de soledad, de angustia, de incertidumbre. ¿Qué estaría haciendo Pablo en ese momento? ¿Estaría pensando en él? ¿O se habría olvidado de su promesa?

Yax recordaba el día que Pablo le había dicho que se iba. Fue hace seis meses, en el parque donde solían encontrarse a escondidas. Pablo le había abrazado con fuerza y le había besado con pasión. Le había dicho que lo amaba, que era lo mejor que le había pasado en la vida, que no podía vivir sin él. Pero también le había dicho que tenía que irse, que era su deber, que era lo que Dios quería.

Yax no entendía. ¿Cómo podía Dios querer separarlos? ¿Cómo podía Pablo elegir a Dios sobre él? ¿No era el amor lo más importante? Yax le había rogado que se quedara, que se fueran juntos, que buscaran una forma de ser felices. Pero Pablo se había negado. Le había dicho que era su destino, que tenía que cumplir con su fe, que era lo único que le daba sentido a su vida.

Yax se había sentido traicionado, herido, abandonado. Pablo le había pedido que lo esperara, que confiara en él, que le escribiera. Le había dado un anillo de plata con sus iniciales grabadas. Le había dicho que era un símbolo de su amor, de su compromiso, de su esperanza. Yax se lo había puesto en el dedo, pero con el corazón roto.

Desde entonces, Yax vivía en una constante depresión. No le interesaba nada, ni el estudio, ni el trabajo, ni los amigos. Solo quería estar con Pablo, verlo, tocarlo, sentirlo. Pero Pablo estaba lejos, muy lejos, en otro país, en otra cultura, en otra realidad. Yax solo recibía de él una carta cada mes, una carta breve, fría, formal. Una carta que le hablaba de su labor, de su fe, de su obediencia. Una carta que no le decía nada de su amor, de su deseo, de su añoranza.

Yax se sentía solo, vacío, perdido. No sabía qué hacer, cómo seguir, a quién acudir. Solo tenía una esperanza, una ilusión, una fantasía. Que Pablo volviera, que lo abrazara, que lo besara, que le dijera que lo amaba, que lo había extrañado, que lo quería. Que se quedara con él, que se fueran juntos, que buscaran una forma de ser felices.

Pero Yax sabía que eso era poco probable, casi imposible. Pablo estaba cambiando, se estaba alejando, se estaba olvidando. Yax lo notaba en sus cartas, en su tono, en su silencio. Pablo ya no era el mismo, ya no era suyo, ya no lo amaba.

Yax lloraba cada noche, cada día, cada hora. Lloraba por Pablo, por su amor, por su sueño. Lloraba por él, por su dolor, por su destino.

Yax esperaba, pero sin esperanza. Esperaba a Pablo, pero sin Pablo. Esperaba el final, pero sin final.

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