Capítulo 14: ¿Descanso?

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Ainelen se levantó, gruñó y se estiró un poco, entonces puso manos a la obra. Se echó la mochila al hombro y observó los alrededores de la rivera. Todo se veía tranquilo. El sol había avanzado hasta un cuarto de su trayectoria, por lo que ellos se habían quedado descansando más de lo que en un principio habían querido. 

 Amatori, por alguna razón caminaba de aquí para allá, inquieto. El chico tenía una extraña curvatura en la comisura de sus labios, como si de un gato se tratase. Por otro lado, Danika se hallaba con los ojos de un pez muerto, con bolsas oscuras debajo de estos y evidente cansancio. Se había despertado hace poco. Holam no había dormido, sino que todo el tiempo había estado estudiando a Amatori con gesto serio, sin parar. Y Vartor, bueno, él había dormido, luego despertado, después se había vuelto a dormir y entonces despertó y comió. 

 Ainelen se había mantenido desvelada, al igual que los otros dos chicos, pensando en qué sucedería de ahora en adelante. No se le ocurría absolutamente nada. 

 Cada uno de ellos poseía su equipaje completo, por lo que el desgaste sería grande a cada paso que dieran. Ainelen se sentía incómoda con su armadura de cuero. Le dolían los hombros. 

 Los que parecían más aptos para el viaje eran Danika y Amatori, quienes eran, sin duda, los que mejor musculatura poseían. 

 Tuvo un pequeño recuerdo de Erica. Ella había dicho algo como: "Mira, ¿no crees que estos músculos enamorarían a cualquier chico, Nelen?". Ella era alta y tenía bastante fuerza. Con Ainelen había forcejeado varias veces y, esta solía terminar en el suelo, pataleando para que Erica la soltara. 

 Ah, sus amigas. ¿Cómo les estaría yendo? 

 Ailin a esta altura ya debía estar casada. Pobre de ella. 

 —Así que... —dijo Vartor, moviendo su cabeza de izquierda a derecha, entonces sonrió— ¡¿Regresamos?! 

 —Hagámoslo rápido. Ya estoy aburrida de este lugar —respondió Danika. 

 Holam asintió sin decir una palabra. En cuanto a Ainelen, esta se mantuvo neutral, viendo de reojo a un Amatori que parecía resignado. El chico con boca de gato estaba jugando con una mecha cerca de una de sus orejas. 

 Nada que hacer. 

 Poco antes de partir, Ainelen se sacó la mochila y revisó si llevaba todo.

 —Oye, lerda, te dejaremos —se mofó Danika con rostro malhumorado. Era la última del resto, quienes ya iban unos metros más adelante. 

 —Rayos —murmuró Ainelen, así que aceleró el ritmo. 

 El camino por el que habían venido no fue tan difícil de identificar. Ellos habían seguido el mismo riachuelo la noche anterior. 

 El grupo caminó durante el mediodía a través del terreno carente de árboles, los cuales se hallaban a la derecha e izquierda, siendo una abertura en el imponente Bosque Circundante. Reconocieron aquella elevación en el terreno, un monte que era surcado por un camino yermo: la ruta principal entre la Mina Suroccidental y Alcardia, el lugar por el que habían llegado desde el principio. 

 Los chicos avanzaron sigilosamente, y, de repente, Amatori se acercó a Ainelen, aprovechando que el resto se había adelantado y pasaba entre hierbas y matorrales. 

 —Hay que detenerlos. Si volvemos con La Legión estaremos en peligro. 

 —Pero, dime, ¿qué es lo que está mal? —preguntó Ainelen, deseosa de saber el verdadero motivo por el que el chico temía tanto. 

 Amatori desvió la mirada, con expresión dubitativa. 

 —¿No sabes nada?, ¿En serio? Tu diamantina... es porque.... Maldición, ¿captas la idea? 

 —Eh, ¿no? 

 —Estamos jodidos. 

 Los interrumpieron murmullos que provinieron de sus compañeros en la vanguardia. Holam y Danika hicieron el gesto de llevar sus manos a las empuñaduras de sus espadas. Estaban detenidos en la cima, cuando se dio la alerta. 

 —Goblins —dijo la rizada. 

 —¿Todavía?, ¿qué ha pasado con La Legión? —preguntó Amatori, pasando a Ainelen y llegando hasta la línea frontal. 

 —Deben haberse marchado hacia otra zona. Abandonaron el lugar —comentó Holam. 

 Eso no podía ser. ¿Ellos habían sido olvidados? Las cosas de verdad parecían estar yendo por una mala senda. 

 Vartor enarcó una ceja y pestañeó dos veces. 

 —Esto es malo, ¿verdad? 

 —¿Que si es malo?, ¡Obvio que lo es! —exclamó Amatori con voz susurrada. Pero Ainelen fue capaz de ver que él no estaba enojado. Era todo lo contrario: Amatori ladeó la cabeza y en un ángulo en que los demás no lo verían, le dedicó una sonrisa a la muchacha. No era una que diera buena vibra, precisamente—. Bueno, en ese caso, creo que la única opción será regresar por nuestra cuenta a Alcardia. 

 Holam entrecerró sus ojos. Había estado viendo al otro joven con esa expresión, incluso más fría de lo que era normal en él. 

 La idea en todo caso fue acatada sin inconvenientes. Parecía que todos concordaban en que era una decisión lógica. 

 Los chicos regresaron monte abajo sin ser vistos por goblins y luego tomaron la ruta. La caminata llevó toda la tarde, sin pausas, obligados a recorrer la mayor distancia que pudieran antes de que cayera la noche. Lamentablemente, no lograron evitarlo, lo que tuvo como consecuencia el buscar un lugar apto para levantar las tiendas. 

 El grupo se instaló junto al río Lanai. Al esconderse el sol tras las montañas, Ainelen se ofreció para encender el fuego, mientras que Holam y Vartor armaban las carpas y Danika con Amatori revisaban la zona. No fue algo planificado, solo terminó dándose de esa manera. 

 —No has sujetado bien la tienda —estaba diciendo Holam. Vartor se agachó hasta ojear las estacas que se hallaban puestas en los cuatro extremos y, entonces una ráfaga de viento levantó el telar. 

 —¡Woah tienes razón!, perdón. 

 Ainelen observaba a los dos chicos mientras frotaba un trozo de metal contra el pedernal. Debajo, había reunido hojas secas de los alrededores, además de cáscaras. A su lado también había dejado un montón de ramas que servirían como combustible más duradero. 

 No se dio cuenta, en su afán de ver muy divertida a sus compañeros apañándoselas para armar las tiendas, de que el fuego ya había prendido y le estaba quemando la manga izquierda de la casaca. 

 Dejó salir un pequeño grito. Ainelen agitó su mano histéricamente hasta que la llama se apagó. 

 —Peligroso, muy peligroso, amiga mía —Vartor suspiró aliviado, como si él fuese el que casi se quemó. 

 Ainelen rio. 

 —Tendré más cuidado para la próxima. 

 Después de eso, Danika y Amatori llegaron al campamento desde direcciones opuestas, informando que no había goblins ni nada peligroso. 

 Los chicos comieron parte de sus provisiones, las cuales no aguantarían mucho tiempo más. Ainelen poseía un último odre de agua, aunque eso podría solucionarse yendo al río. No obstante, dudaba de la calidad de la misma, pues al río Lanai se arrojaban desechos en Alcardia. Tal vez era mejor consumir con moderación el agua que aún mantenía con ella. 

 La grieta luminosa del cielo fue aminorando su grosor, hasta que, en determinado momento, se fragmentó en puntos que terminaron por diluirse en la negrura. El cielo se había tornado estrellado, aunque nubes oscuras lo surcaban de sur a norte. 

 «Lloverá», pensó Ainelen. Lo intuía. 

 En la oscuridad total, solo las siluetas de los jóvenes eran visibles ante la fogata. Ellos tenían los ojos en cualquier parte, como evitando mirarse unos a otros. 

 —Oigan —Vartor golpeó un puño con la palma de su otra mano—. ¿Qué tal si nos presentamos?

 —¿Para qué? —cuestionó Danika. 

 —Para conocernos mejor, obvio. Empiezo yo: me llamo Emia Vartor. Trabajaba en las granjas como agricultor, pero ahora mi nombre es Zei Vartor. Soy hijo único, aunque en verdad tuve un primer hermano que falleció. 

 Eso explicaba por qué a sus padres se les permitió tener un segundo varón, creyó Ainelen. El caso de ella era otro. 

 Aparentemente el muchacho flacuchento diría algo más, sin embargo, pareció que lo que dijo antes terminó desanimándolo. A veces pasaban ese tipo de cosas. Vartor clavó la mirada al frente, buscando relevar el turno y, quien se hallaba ahí... 

 —Mi nombre es Diou Ainelen, o mejor dicho, Zei. Trabajaba de costurera y soy hija única —dijo la muchacha con cierta timidez. Buscó la atención de la otra chica. 

 Danika exhaló con exasperación. 

 —Maldita sea, ¿esto es necesario? 

 Ainelen asintió dos veces, echándole ánimos. 

 —Danika. Trabajaba en las minas —dijo la rizada, con voz extremadamente artificial. 

 —Pero eso ya lo sabía. 

 —Pues mejor. 

 Ella no colaboró más, así que el siguiente fue Amatori. 

 —Bien, bien, ya saben cómo me llamo. Creo que esta es una idea estúpida, pero les diré algo importante: soy alguien que logra lo que se propone. Suficiente con eso, ¿cierto? —el muchacho enarcó una ceja, con rostro presumido. 

 Y finalmente. 

 —Mi nombre es Holam. 

 Hubo silencio. 

 —No dirás... ¿nada más? —Ainelen se encorvó, anonadada por esa corta descripción. 

 —No. 

 —Oye, oye —alegó Vartor—. No seas así, dinos más. Seguro que tienes algo interesante que contarnos. 

 La respuesta del pelinegro se vio interrumpida por un repentino aullido. Los rostros bañados en la luz naranja del fuego se tensaron. No era lo que se creía que era, ¿verdad? 

 —Será una coincidencia. De vez en cuando se oyen lobos en las lejanías —comentó Amatori, con voz despreocupada. De hecho, parecía tan relajado que hasta bostezó. 

 Ainelen pensó lo mismo, sin embargo, con el pasar del tiempo, repentinos aullidos resonaron desde lugares más cercanos. Los chicos se pusieron de pie. 

 —Vaya, tenemos muy mala suerte —rio Amatori, desabrochando la funda especial que mantenía cautiva su diamantina. 

 Ainelen estaba preocupada. Ellos todavía no tenían ningún tipo de experiencia, a parte de huir de goblins. Pero si se dejaban estar, probablemente la pasarían mal. 

 —La fogata debería ayudar —dijo Holam, quien había cambiado a una postura defensiva, espada en mano. 

 —No me fiaría de eso —objetó Amatori—. Las bestias hambrientas solo retrocederán cuando les demuestres que no serás una presa fácil. Es la ley de supervivencia lo que manda. 

 Los sonidos ganaron intensidad. Pronto los aullidos vinieron desde una distancia muy corta, probablemente, no más de cien metros. Asomaron puntos brillantes, agrupados en pares. Los lobos redujeron la carrera a medida que entraron en el rango de los jóvenes soldados. 

 —...dos, cuatro. Vaya, tenemos a cinco perritos visitándonos. 

 Los dichos de Amatori pusieron más nerviosa a Ainelen. El equipo se formó con cada miembro al lado de otro, de espaldas a la fogata. Ella hizo amago de retroceder, pero fue regañada por el mismo compañero de antes. 

 —¡Oye, tonta! ¡No retrocedas! 

 La muchacha hizo caso a duras penas, obligándose a resistir su cobardía. Ainelen se quedó en su posición, con el bastón-hoz empuñado firmemente. Todos los demás llevaban espadas, lo que la dejaba en desventaja directa. 

 Un lobo de abundante pelaje negro en la cabeza y de pecho y patas blancas se adelantó, seguido de otro blanco puro. Amatori gruñó y balanceó su espada con un corte diagonal. Fue bastante impetuoso, pero incluso Ainelen, quien nada sabía de combate, supo que lo que menos tuvo fue prolijidad. El joven con boca de gato dio un paso en falso y casi resbala intentando repeler al segundo lobo. 

 —¡Cuidado! —gritó Vartor, enfrentándose a otro animal. 

 Danika cerró distancias con el enemigo, quien tenía a Amatori en una situación complicada. En vez de ir con su espada, fue con su brazo y se llevó una mordida. Sin embargo, para el deleite de sus compañeros, ella iba blindada con un resistente brazalete. El lobo no la soltó, lo que le dio la oportunidad a Amatori para asestarle un corte directo en una pata delantera. La bestia soltó un aullido de dolor y retrocedió erráticamente. 

 Por el otro lado, Holam no perdía de vista a los dos adversarios restantes. Se trataba de un par de lobos grises, de aspecto desnutrido y que se dividieron antes de atacar. Ainelen llegó hasta su lado y ambos intentaron lanzar un ataque, pero chocaron sus armas. 

 —¡¿Qué están haciendo...?! —Danika los socorrió a ambos interponiéndose entre ellos y los dos lobos. Su espada bastarda era de mayor tamaño que las demás, con una hoja que partía ancha en la guarda y se iba estrechando hacia la punta. Debía pesar una inmensidad, pero la chica parecía dominarla correctamente. 

 Los lobos retrocedieron, luego comenzaron a caminar, trazando una media luna alrededor del grupo, estudiándolos. 

 Ellos eran un equipo, se debían conocer. Como manada debieron haber hecho esto incontables veces. En cambio, los chicos, incluso siendo cinco contra cinco, demostraban que tenían una pobre coordinación. Ainelen reflexionó sobre cuan abajo estaban. 

 «Atacarán ahora. No. Ese de ahí tiene pinta de que girará. ¿El de allá se ha alejado mucho? No lo sé. El lobo herido se está retirando. Oularis, dame fuerza». La cordura de Ainelen parecía que se quebraría.

 Amatori comenzó a lanzar ramas encendidas con el fuego de la hoguera, lo que al parecer intimidó a los lobos. 

 —¡Fuera de aquí, pedazos de mierda!, ¡Mierdas con pelos!, ¡Mierdas con ojos!, ¡Mierdas con mierda!, ¡Ah! —gritó y luego de arrojar todo lo que pudo, movió su espada como un viejo loco.

 Los lobos gruñeron y entonces dieron media vuelta, perdiéndose en una misma dirección. 

 —¿Se ha terminado? —preguntó Vartor. 

 —Creo —respondió Amatori—. Pero dudo que podamos dormir. 

 Todos relajaron sus posturas. Danika se dejó caer al suelo, con su pesado blindaje tintineando. Otros dejaron salir suspiros de alivio. Por ahora estaban a salvo. 

 Vartor señaló algo con el dedo. 

 —¡Oh, el pasto está incendiándose! 

 —¡Apágalo, hombre! —Amatori se dio la vuelta, yendo a buscar el agua torpemente. Los demás corrieron espantados a imitarlo.

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