Capítulo 27: Enfrentamiento nocturno

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Ainelen en algún lugar lo había escuchado. Era un tema que parecía ser muy conocido entre los adultos, pero que pocas veces llegaba hasta oídos de los más jóvenes. Según decían, la provincia de Alcardia estaba rodeada por una barrera mágica que impedía que las personas la cruzaran. Eso aplicaba para ellos, los alcardianos, como también para los minarenses. 

 Era el fruto de una maldición, la de una bruja que había derramado su furia sobre el pueblo de Alcardia. La historia era mayormente desconocida, aunque se podía oír a gente de la Iglesia de Oularis decir, que la razón se debía a que la Rosa Maldita envidiaba al dios supremo. Que quería arrebatar de su creación a los humanos por ser criaturas especiales. 

 Incluso había oído que, en algún punto de la historia, la bruja había sido aliada de Alcardia, pero que algo sucedió y las cosas terminaron como se conocían hasta ahora. 

 Lo anterior eran relatos imposibles de corroborar, sin embargo, la cuestión que importaba dados los sucesos actuales, era el qué sucedía a aquellos que osaban atravesar la barrera. 

 Esto también lo había oído Ainelen, casi segura de que una única vez en su vida. Lo recordó ahora. 

 «¡¿Dónde están Holam y Vartor?!», pensó histérica. 

 —¡Retrocede! 

 Sin que se lo esperara, Danika se interpuso entre ella y el no-muerto, quien había lanzado un sorpresivo ataque hacia Ainelen. Si no hubiera sido por la rizada, el filo de la lanza le habría dividido la frente. 

 La muchacha retrocedió a trompicones, entonces se sacudió con el pulso retumbándole en los oídos. 

 Exhaló. 

 «Eso estuvo cerca», pensó. 

 Amatori gruñó mientras preparaba un mandoble con su diamantina. Quería lanzar un contraataque, pero fue interceptado de lleno antes de lograrlo. La criatura cargó hacia él, como percibiendo la amenaza y queriendo deshacerse de ella. 

 —¡Esta cosa es inteligente! —gritó. Las armas rechinaron espantosamente, deslizándose una contra la otra al tiempo que sus usuarios presionaban—. ¡Y fuerte! 

 —¡Sale de mi camino! —Danika cerró las distancias con el no-muerto. Llevaba su broquel en la mano izquierda, dejando la ofensiva a su derecha. La espada bastarda se tardó en trazar el abanico descendente, lo suficiente como para que el enemigo volviera a escurrirse. 

 Ainelen estaba inmóvil viendo el espectáculo. Tuvo la intuición de que esto no sería nada parecido a lo que habían visto antes. Solo unos instantes observando a sus camaradas embestir contra un no-muerto, atacar y fracasar, para después ir a la defensiva, le bastaron para saber que la amenaza era real. 

 ¿Y qué se suponía que haría ella para ayudar? 

 No podía quedarse parada, aunque si saltaba al conflicto, seguramente terminaría mutilada. 

 Le temblaron las manos y las piernas. Tan solo saber que uno de esos ataques podría matarla, la acobardó. 

 «Supremo Uolaris. ¿Es esto todo lo que puedo hacer? Me siento tan pequeña». 

 —Nelen, no te alejes de nosotros —refunfuñó Danika—. Si quieres hacer algo, intenta llamar a esos dos. 

 —Sí —respondió Ainelen, con voz temblorosa. 

 A continuación, la muchacha rizada, que era el bastión del equipo, cargó una vez más contra el enemigo. Su armadura tintineó, a paso lento. 

 —¡Amatori! 

 No se supo si fue planificado o no, pero mientras la chica se abría paso, el espadachín de la diamantina se ocultó tras ella. Cuando esta cerró la distancia con el no-muerto, Amatori se deslizó por un costado y con un movimiento torpe, le rebanó la mano a ese horrible ser. 

 O eso debió haber sucedido. 

 La hoja definitivamente había impactado, pues hasta el sonido de la carne siendo cortada se escuchó. Sin embargo, también hubo un estruendo, como cuando golpeabas una roca con un palo. 

 —¡Idiota, se atascó en el hueso! 

 —¡Oh mierda! 

 Para el no-muerto fue como si no le doliera en absoluto, ni siquiera le molestó. Lo que hizo fue sacudir su brazo, y, al notar que su contrincante estaba enganchado, con la extremidad buena preparó el zarpazo de su lanza. 

 Si Amatori no soltaba su espada, estaba muerto. Además, como se hallaba en medio, Danika no podía ayudarlo. La trayectoria de un ataque por parte de ella la obligaría a maniobrar con una pausa y, en ese lapso de tiempo... 

 Ainelen contuvo el aire. 

 Amatori cayó de espaldas mientras se cubría con su antebrazo izquierdo. La lanza lo perforó allí mismo. Soltó un chillido que hizo eco en todo el bosque. 

 —¡Tori! —gritó Ainelen, saliendo de su estupor. Corrió a socorrer a su compañero sin importarle el miedo que sentía y su consciente inutilidad. 

 Danika en todo caso fue más rápida. Su espada bastarda trazó un abanico horizontal que le dividió el cuello al no-muerto. Fue un golpe brutal: el sonido metálico limpio y, luego de eso, el impacto seco de la cabeza que rebotó sobre las rocas y se perdió en la hierba. 

 El cuerpo de la criatura se desplomó. 

 —¿Cómo saco esto? 

 —¡La curandera eres tú!, ¡qué voy a saber yo! —exclamó Danika, regañando a Ainelen. Ambas estaban arrodilladas junto a Amatori, ingeniándoselas para liberar su brazo de la lanza, cuya punta y algo más asomaba al otro lado. 

 El muchacho movió su cabeza, mordiéndose el labio. 

La curandera entrecerró sus ojos, estudiando la gravedad del asunto.

 —Perforó completamente. Va a ser muy difícil sacarla, sobre todo por la forma. 

 —Hay que hacerlo de todas maneras. 

 —Puedo detener al sangrado luego con un torniquete, pero... —«Pero le dolerá mucho», terminó por decir Ainelen en su mente. No quería dañar a alguien. El sufrimiento ajeno, aquel provocado por ella, le traía pésimos recuerdos. 

 —Dense prisa, maldita sea —se quejó el chico. 

 Ainelen comenzó a tirar cuidadosamente del arma, hacia atrás. Lento, muy lento. Amatori apretó los dientes, acrecentando sus gemidos de dolor. 

 —Espera —dijo de pronto Danika—. Levántale el brazo. 

 —¿Qué vas a hacer? 

 ¿Por qué ella estaba preparando su espada? 

 —Solo hazlo rápido. 

 Temerosa de hacer lo que Danika le pedía, Ainelen tomó con una mano el brazo de Amatori, mientras que con la otra subía la lanza, evitando así que el peso de esta le hiciera más daño. 

 —Levántala un poco más. Así está bien. 

 La rizada entrecerró los ojos, su silueta casi entera negra contrastando con las lunas del cielo nocturno. Entonces ajustó la altura de su postura, y blandió un corte que dividió la asta de madera. Ya con el arma perdiendo su longitud, Ainelen logró deslizarla sin mucho esfuerzo y liberar el brazo de Amatori. 

 Dejó un momento a Danika presionándole la herida, para ir a buscar tela a su equipaje. Cualquier prenda que encontró, fue rasgada y usada para hacer el torniquete. 

 —¿Cómo te sientes? —preguntó Ainelen, quien se sintió estúpida al notar la sangre que el muchacho había perdido, además de su evidente padecimiento. 

 —¿Cuándo aprenderás magia curativa, mujer? La necesito ahora. 

 Ainelen bajó la mirada. 

 —Perdón. Yo... 

 Una voz interrumpió lo que estaba por decir. ¿Era Vartor? 

 —¡Hey, unos tipos raros andan cerca! —el joven de alta estatura atravesó los arbustos, corriendo con Holam a su lado. Este último lo fulminó con la mirada. 

 —Más no-muertos —Danika chasqueó la lengua— ¿Cuántos eran? 

 —Tres, más o menos. ¡Oh!, ¿Qué le pasó a Tori? 

 —Lo apuñaló ese de ahí. 

Vartor abrió los ojos y pestañeó repetidamente. La tensión del momento se sobrepuso a su usual buen ánimo, ya que de pronto su rostro se tornó serio. 

 —No será bueno quedarnos aquí —señaló Holam. Los demás asintieron de acuerdo. 

 Los chicos reunieron sus pertenencias y se largaron del sitio. Amatori apenas caminaba, lo que hizo que el avance fuera una travesía complicada y con un aire que parecía hecho para tener nervios de acero. Ya parecía que saltaría una sombra desde el árbol más cercano. 

 Si un solo no-muerto les había causado problemas, no querrías saber lo que pasaría si se encontraran tres o más.

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