Capítulo 53: Tenacidad

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El segundo nivel de la mina abandonada era similar al primero. Desde la estructura de rieles que salían desde el yacimiento de diamante azul, hasta la zona de los ascensores. O eso creían, en teoría. Como el grupo apenas había avanzado unos pasos luego de bajar por la cuerda, las ideas no eran más que especulaciones. 

 Danika lideró el avance sigiloso a través del pasillo oscuro. Los pasos ligeros sobre las enredaderas del suelo cobraron protagonismo. No era raro ver insectos dándose un festín entre la hierba que crecía en la mina, pues la naturaleza solía reclamar lo que le pertenecía, tarde o temprano. 

 El grupo avanzó sin inconvenientes hasta la mitad del camino, entonces se detuvo frente a la enorme cavidad que rompía con todos los niveles. El abismo parecía no tener fin. Oh, ahí arriba se veía el camino del primer piso donde antes pasaron. 

 Amatori hizo una seña para que estuvieran atentos. A unos metros del acceso a la sala del yacimiento quedaban los restos de una fogata. También había huesos y algún otro tipo de basura. 

 ¿A dónde fueron los goblins? 

 La incertidumbre reinaba, pero no tenían tiempo que desperdiciar. Amatori se adelantó, ignorando el regaño de Danika. Los demás se vieron en la obligación de seguirlo, yendo en la dirección donde probablemente estaban los ascensores. 

 Al arribar a la habitación, estaba desolada. 

 —Tampoco está aquí —indicó Danika, con las pupilas clavadas en dirección hacia el fondo del agujero bloqueado. El ascensor se hallaba en uno de los tres niveles inferiores. 

 Algo en la cabeza de Ainelen no cuadraba. Tal vez debía estar contenta de no cruzarse con goblins, pero el silencio era un poco anticlimático. Echó vistazos hacia los bancos de roca quebrados en un rincón, luego hacia un carrito oxidado cerca de la entrada. Nada fuera de lo normal. 

 —¿Bajamos al tercer piso? —preguntó Holam, mientras rascaba su frente con el dedo índice de su mano derecha. Uolaris, su cabello ya casi le llegaba a las cejas y bajaba hasta el cuello de su camisa. 

 Hubo un breve debate para decidir si seguían bajando o regresaban al primer nivel. El resultado fue que continuarían. 

 Repitiendo el patrón del piso superior, regresaron hasta el centro y doblaron hacia la izquierda. Una vez más, el yacimiento de precioso azul brillante asomó como una columna, aunque más fina. Era el efecto natural, ya que el diamante azul crecía desde la superficie, hundiéndose en el suelo con forma de embudo. Aun así, la habitación seguía siendo enorme. Allí bien podría caber un centenar, o tal vez medio millar de personas.

 Las paredes estaban adornadas con incrustaciones que se asemejaban a hexágonos, también había cruces y estrellas irregulares. 

 El acceso al pozo que los llevaría al tercer piso se veía defectuoso. Los pilares bloqueaban la ruta luego de haberse desprendido por la evidente antigüedad. 

 Los chicos escudriñaron de cerca, sin dejar de estar atentos por si veían algo que se moviera. La madera sí que estaba carcomida. Todavía quedaba espacio suficiente para seguir avanzando, aunque Danika enfatizó el cuidado que se debía poner al estar andando bajo un túnel sin respaldo.

 Los chicos salieron del túnel a la habitación del pozo. 

 Ahí fue cuando sucedió. 

 Danika tropezó con... ¿una cuerda en el suelo?, ¿por qué había una en ese lugar? 

 No. Esto era... 

 Antes de que el cerebro de Ainelen razonara, una red se desplegó desde el techo y envolvió a la rizada. Amatori activó su diamantina como por instinto. 

 —¡¿Una trampa?! 

 Danika se revolvió en el suelo, garabateando furiosa. Su armadura limitaba sus movimientos, volviéndola una especie de gato al que hubieran puesto dentro de un saco.

 Holam desenfundó su espada. Ainelen estaba preparada para socorrer a su compañera, sin embargo, desde la oscuridad emergieron dos figuras pequeñas y chillonas.

 —¡Así que aquí se escondían, ratitas verdes! 

 «Oh no». Mientras Amatori salió hecho una tormenta con la intención de confrontar a los enemigos, Ainelen se percató de algo terrible. 

 —¡Tori, tienen arcos! 

 —¡¿Qué?!, ¡Oh mierda...!

 Un sonido cortó el aire cerca de la joven curandera. Luego de encogerse por acto reflejo, levantó la vista para buscar al bajito. Lo encontró rodando peligrosamente cerca del agujero, aunque no había sido alcanzado por el disparo.

 Amatori se puso de pie a duras penas, luego un goblin diferente saltó sobre él empuñando una daga. Comenzó una brega donde el chico evadió, luego contraatacó con un mandoble que igualmente fue inefectivo. Ese goblin era bastante movedizo. 

 —Holam, ayúdame a liberar a Danika. —Ainelen desenfundó la cuchilla que portaba para usos de emergencia, pero el pelinegro no respondió—. ¿Holam?

 —Creo que la atravesó un poco —murmuró él, con una extraña risita. Sus ojos más abiertos de lo normal ponían en su rostro la expresión de un loco. 

 La flecha anterior se había clavado de lleno en su costado derecho, cerca de la cintura. 

 —¡Holam! —Ainelen corrió hacia él con el corazón en la mano. 

 —¡Nelen, cuidado! —Holam cambió su expresión a una seria y aterradora. Ignoró por completo su situación, lanzándose hacia Ainelen. La envolvió con sus brazos como si fuera a triturarla, entonces volaron hacia un lado. 

 Ainelen rodó junto a su compañero, su visión del escenario siendo una sucesión borrosa del caos que explotaba inevitable. De un instante a otro el movimiento cesó, descubriéndose todavía abrazada por Holam. Él también le había puesto una mano detrás de su cabeza, hundiéndola contra su pecho en una postura de protección completa. 

 Ella se liberó del agarre y verificó el estado de las cosas. El chico tenía ahora otra flecha clavada en la espalda. 

 —No. Holam, ¿estás bien?, ¿por qué lo hiciste? Tonto. Voy a curarte enseguida. 

 Antes de que Ainelen comenzara el ritual mágico, el pelinegro la agarró de una muñeca, deteniéndola. 

 —Solo son heridas menores.

 Para el terror de Ainelen, Holam se sacó las flechas con un tirón ligero y fue a ayudar a Amatori, quien hacía un trabajo formidable desordenando a los tres goblins. 

 «Cálmate, solo fue un susto», dijo una parte de la mente de la curandera. Claro, solo era eso. Ya habría tiempo más adelante para revisar las heridas de batalla. 

 En paralelo a eso, Danika logró ponerse de pie, aunque seguía presa dentro de la red. Ainelen agitó su cabeza y espabiló por fin, yendo en su ayuda. Si el tiempo sobrara, podrían haberla sacado con toda la prolijidad posible, pero como no era ese el caso, la joven de abundante cabellera ondulada usó su cuchillo y cortó fibra tras fibra. 

 Una vez Danika estuvo libre, puso su broquel en su mano izquierda y la espada bastarda en la mano derecha. Con su ayuda, el equipo acorraló a los goblins rápidamente, obligándolos a adoptar una postura defensiva. No, los seres de largas orejas verdes y de colmillos sobresalientes saltaron al agujero. Con habilidad envidiable, se deslizaron a través de la cuerda hasta caer al nivel inferior. 

 Los chicos se miraron unos a otros; Ainelen temblaba levemente por la adrenalina que recorría su cuerpo; Holam estudiaba la habitación como esperando que de la oscuridad emergiera un demonio; Amatori se dejó caer y trató de recuperar el aliento luego de tan intensa batalla; Danika torció la boca, observando el agujero con una ceja enarcada. Parecía decepcionada.

 En medio del silencio y el frío que se sentía insignificante, el grupo se quedó a la espera de algún evento sobrenatural. 

 —¿Me permites ver tus heridas? —Ainelen se acercó a Holam, quien ya caminaba lejos del resto. No lo dejaría así, por ningún motivo. 

 El pelinegro evitó mirarla a los ojos, pero se quedó quieto. No debía ser agradable que una muchachita viniera y te obligara a que te quites parte de tu vestimenta para una revisión médica, sin embargo, él debía entender la importancia. 

 Viendo lo inteligente que podían llegar a ser los goblins imitando las conductas humanas, bien podían haber envenenado las flechas. 

 Cuando Holam se sacó la armadura de cuero, Ainelen le solicitó respetuosamente que levantara un poco de su camisa, la cual tenía pequeñas manchas de sangre.

 Acercó sus manos al abdomen de Holam, dudando un poco antes de tocarlo. 

 «No parece grave, pero es más que una herida accidental. Podría perder suficiente sangre como para que entre en fatiga», pensó la chica, al tocar por fin la suave y cálida piel. 

 Él ya había sufrido la perdida al golpearse su cabeza, además de la otra herida de la espalda. Confiarse o asegurarse; era una decisión complicada.

 Holam gimió. 

 ¿Qué? Ah, claro. Mientras Ainelen divagaba entre sus maquinaciones, había estado deslizando sus dedos alrededor del muchacho. No supo si le provocó cosquillas o más dolor. 

 Un poco más lejos, sentados alrededor del pozo, Danika y Amatori miraban con rostros un tanto suspicaces. La curandera se puso roja.

 —¿Te duele mucho? —preguntó Ainelen, disimulando el nerviosismo. El paciente tenía su cabeza girada hacia otro lado, eso era un alivio.

 —No —respondió Holam. 

 —Genial. Aun así, voy a aplicarte un hechizo de curación.

 Con la mitad de uno bastaría, el resto dependería de la evolución que hubiera a través del tiempo. Como hasta ahora Ainelen no sabía el comportamiento de la magia en casos de envenenamiento, rogaba que las flechas fueran ordinarias.

 El descanso llegó a su fin, así que los chicos se pararon en círculo alrededor del pozo. La cuerda se balanceaba de forma casi imperceptible, oyéndose ruidos lejanos en el tercer nivel.

 Ainelen, Holam, Danika y Amatori asintieron, entonces este último inició el descenso bajando hábilmente. Luego fue la rizada, la curandera y cabello de erizo.

 —¡Al suelo! —Tan pronto como los pies de Ainelen tocaron la roca, el chico boca de gato advirtió la nueva oleada de flechas que volaron desde el oscuro pasillo. 

 Danika se puso delante de todos y cubrió gran parte de la trayectoria con su escudo y armadura. Aun así, debía tomar resguardos, ya que sus piernas eran tan frágiles como las de los demás. Sabiendo eso, la rizada se mantuvo en cuclillas. 

 Frente al grupo las sombras diminutas de los enemigos se agitaron. Los goblins se refugiaban detrás de unos peñascos y carros viejos. Holam aun no bajaba. Esperó a que la ronda de flechas cesara, entonces aterrizó con un ligero salto. 

 —Hora de atacar —dijo Amatori—. Danika, cúbreme. Holam, atento a si vienen más. Protege a Nelen con tu vida. 

 Parecía que los demás ya sabían eso de antemano, porque el equipo se armó casi antes de que él lo dijera. 

 Danika cerró la distancia con los goblins, dejándolos sin tiempo suficiente para nuevos disparos. Amatori era incluso más rápido, así que le resultó fácil cortar por la mitad a un enemigo, quien solo alcanzó a chillar antes de despedirse del mundo de los vivos. El resto de las criaturas soltó ruidos hostiles, y, en vez de huir, se lanzaron al campo de batalla presionando con ojos inyectados en sangre. 

 Esto era malo. El número de goblins debía estar sobre la quincena. Y detrás venían más. 

 Amatori y Danika actuaron como una efectiva primera línea que no dejaba pasar a nadie hacia donde esperaban Ainelen y Holam. Sin embargo, ¿Cuánto tiempo durarían hasta que se cansaran? Si le sumabas que el espacio del túnel era precario, la rizada ni siquiera podía atacar con su extensa espada bastarda. 

 Pronto un par de goblins logró colarse por los flancos, sintiéndose atraídos de inmediato por Ainelen. La chica retrocedió al observar las retorcidas sonrisas de las criaturas de ojos amarillentos. Parecían babear viéndola. Qué repugnante. 

 Había oído que en las pocas veces en que atacaban humanos, elegían a las mujeres como sus víctimas predilectas. Se decía que las usaban como medio reproductivo. 

 Holam salió al encuentro de los goblins, balanceando su espada con golpes abanicados. Los enemigos eran ligeros, qué gran problema. Ainelen concluyó que no podía quedarse a la deriva en las peleas, así que, usando su bastón como garrote, tomó al otro ser y lo desafió, convenciéndose a sí misma de que podía a lo menos ganar tiempo.

 A medida que la pelea se fue desarrollando, Amatori y Danika fueron cortando goblin tras goblin. Los pocos que lograban atravesar la vanguardia, cayeron cuando fueron alcanzados por algún mandoble de Holam o un garrotazo de Ainelen, quien fue efectiva noqueándolos para así facilitarle la tarea a su compañero. 

 Los alaridos de sufrimiento resonaban tortuosos a través de las paredes. El suelo repleto de enredaderas pronto se cubrió de sangre, miembros mutilados y hasta vísceras. La cabeza de un goblin estuvo a punto de golpear a Ainelen, quien, en un acto reflejo notable, fue capaz de agacharse a tiempo. 

 Qué detestable escenario. El hedor de la muerte parecía un perfume que corroía los pulmones.

 —¡Quedan pocos! —Amatori rio con el rostro salpicado en sangre. Se limpió con el dorso de su mano y apuntó con su diamantina brillante a tres goblins que parecían haber perdido el espíritu de lucha. 

 Ainelen, Danika y Holam respiraban agitadamente. Sus hombros subían y bajaban, intentando recomponerse. El muchacho boca de gato era demasiado tenaz. ¿Cómo hacía para no perder el aliento? 

 En ese momento, desde el fondo del túnel se escuchó el pesado caminar de alguna criatura, a todas luces diferentes a las de un goblin.

 Dos pares de ojos brillaron en la oscuridad. 

 Gruñidos graves, incomparables a los de las otras criaturas. 

 Los goblins pequeños corrieron hacia ellos, como un niño refugiándose en las faldas de su madre. 

 Ainelen tuvo un mal presentimiento. 

 —Hay que retirarse —dijo Holam, sin siquiera dudar de envainar su espada, sugiriendo escalar la cuerda. 

 Pero Amatori no se movió. Como él parecía marcar los tiempos del equipo, nadie dio un paso. De esa manera pudieron vislumbrar las siluetas altas y de generosa masa muscular. La escasa luz del diamante azul incrustado en las paredes reveló unos enormes garrotes. 

Las criaturas que parecían ser goblins, y al mismo tiempo no, eran incluso más grandes que un humano promedio. Si las veías desde una perspectiva de fuerza, eran una amenaza mortal.

 —Podemos matarlos —afirmó Amatori. 

 —O podrían matarnos a nosotros si hay más —refutó Danika. Holam estuvo de acuerdo. 

 —Volvamos y reorganicemos la estrategia. 

 —Por favor, Tori —suplicó Ainelen. 

 Tras un momento, el muchacho chasqueó la lengua y terminó por ceder. Con el pulso descontrolado, Ainelen subió a través de la cuerda ignorando el dolor de sus manos al friccionarse.

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