Capítulo 29

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*Capítulo dedicado a Carlos, que me alegra muy mucho leyendo mis historias. :)

Capítulo 29

29- «¿Tú crees en la magia, Leah? ¿Qué pensarías si te dijera que yo puedo hacer cosas increíbles?»

De Sirius para Leah, 08 de Noviembre de 1978.

A pesar de llevar puesta la máscara plateada de los mortífagos, Pansy sentía que todo el mundo a su alrededor la reconocía perfectamente. Sentía que se ahogaba y se encontró a sí misma parada en mitad del Callejón Diagón, sin saber qué hacer después.

Oía cristales rompiéndose, mortífagos que se reían mientras destrozaban todas las tiendas a su alrededor y lanzaban hechizos y maldiciones a todo aquel que se cruzaba en su camino. Una bruja y dos magos yacían en el suelo a apenas unos metros de ella. Pansy no sabía si estaban muertos o inconscientes, pero le daba mucho miedo averiguarlo.

Le temblaban las piernas y los brazos, a duras penas conseguía sujetar la varita entre sus dedos. Oyó gritos y gente corriendo, huyendo de los mortífagos que habían aparecido para romper y mancillar. Y por primera vez, además de miedo, sintió asco hacia sí misma. Ella no quería estar allí, no quería hacer algo así. Ni siquiera entendía esa guerra, no estaba de acuerdo con las cosas por las que se luchaba en ella. ¿Por qué debía participar?

A su lado pasaron volando dos enormes nubes negras, ambas se colaron dentro de algún edificio del Callejón Diagón, rompiendo las ventanas. Y Pansy permaneció parada, sin saber qué hacer. Las instrucciones habían sido precisas «tienes que acabar con todo y con todos», pero una vez allí, nada era tan fácil como parecía. No era capaz de llevar a cabo las órdenes del señor tenebroso.

Oyó nuevos gritos y a unos metros de ella alcanzó a ver a un grupito de personas corriendo, huyendo de los mortífagos. Una figura con máscara y capa negra se materializó frente a ellos, Pansy no lo reconoció. Con su varita produjo una espectral luz verde que no podía significar más que la Maldición Imperdonable más horrible.

Uno de los magos que corrían para escapar de allí cayó al suelo. A su lado, una niña pequeña lanzó un alarido que le encogió el corazón a Pansy.

No, no podía permanecer allí. Pensó en salir corriendo, pero sus piernas no respondían a sus órdenes y se tropezó al segundo paso que intentó dar. Le faltaba el aire y el pánico la abatía.

—¡Avada Kedavra! —escuchó exclamar a otro mortífago a su lado.

Unas cuantas risas acompañaron a la maldición y las rodillas de Pansy temblaron aún más. Estaba contemplando a gente morir, gente inocente que no le había hecho ningún daño. Este pensamiento la hizo marearse y su estómago dio un repentino vuelco. Ni siquiera le dio tiempo a contenerse, su cuerpo se dobló y sintió la amarga bilis recorriendo su garganta, provocando que estuviera a punto de vomitar.

Gimió en voz alta, sin importarle ya parecer una cobarde delante de los mortífagos. No estaba preparada para algo así, jamás lo estaría.

—Ni se te ocurra marcharte —dijo una voz a su espalda.

Se giró hacia la persona que acababa de hablar. Vestía una túnica oscura, al igual que ella, y cubría su rostro con una máscara similar a la suya. Aun así, su voz era inconfundible: Bellatrix Lestrange. Pansy habría querido que quien se acercara a ella fuera su madre o su padre, ellos la habrían protegido, ellos la habrían ayudado...

Pansy no respondió ante la amenaza de la mujer. Se sentía demasiado mal.

—No te muevas, ¡maldita sea! —gritó Bellatrix esta vez—. No traiciones al señor tenebroso porque Él...

Ni siquiera se quedó hasta escuchar el final de la amenaza. Sintiendo un último retortijón en el estómago, Pansy tomó aire y se convirtió en humo negro en apenas unos instantes. Quería desaparecer de allí más que nada y lo había hecho, aunque sabía que eso traería consecuencias.

***

Cuando Hermione se apareció en Malfoy Manor visualizó la puerta principal por la que había entrado un par de días antes, pero, para su sorpresa, su cuerpo se materializó dentro de la mansión, al contrario de lo que había planeado.

No lo esperaba, sabía que los Malfoy tenían un mecanismo de seguridad bastante cuidadoso en su casa y que no cualquiera podía acercarse allí como si nada, aun así lo agradeció. Sabía que no sería bueno para Draco que una figura encapuchada entrara y saliera de su casa constantemente.

La casa estaba muy silenciosa, tan solo escuchaba sus propios pasos en el suelo de mármol. Las cortinas de terciopelo negro de la mayoría de salas permanecían echadas, así que era muy poca la luz que iluminaba esas enormes y majestuosas estancias.

Draco debía de haber tenido una infancia muy diferente a la suya. Vivir en esa enorme mansión distaba mucho de criarse como ella lo había hecho, en una casa unifamiliar en un barrio londinense normal. Durante un segundo se imaginó a ella misma creciendo en esa casa y el pensamiento le provocó un escalofrío.

Siguió caminando por la casa, recordando el camino hasta la habitación del Slytherin, donde probablemente se encontraba.

—¿Malfoy? —llamó un par de veces.

Sólo algunos murmullos provenientes de cuadros llegaron a ella como respuesta y también algunas miradas desconfiadas por parte de los antepasados de Draco. Hermione tragó saliva y siguió el camino que recordaba del día anterior. Subió escaleras y cruzó magníficos salones con lámparas de araña y sillones negros y plateados.

Cuando por fin llegó a la puerta que ella recordaba como el cuarto de Draco, tocó la madera con los nudillos. Nada, ni una respuesta.

Suspirando, Hermione asió el pomo y lo giró. Ni siquiera ella sabía qué estaba haciendo, caminando por Malfoy Manor como si esa fuera su casa, como si alguien la hubiera invitado. La puerta cedió y se abrió con suavidad.

Supo de inmediato que se había equivocado, esa no era la habitación de Draco, repleta de libros y con una decoración austera pero elegante. La sala que tenía delante era aún más elegante, con una enorme cama de matrimonio en el medio con sábanas de seda negras perfectamente colocadas.

Una gran chimenea de piedra gris presidía la habitación, que contaba también con varios divanes oscuros. Supo que esa era, sin lugar a dudas, la habitación de Narcissa y Lucius Malfoy... y no pudo resistirse a entrar, mirando hacia atrás un instante para asegurarse de que nadie la veía.

Jamás había visto un cuarto tan hermoso. Ella no habría escogido el negro como color principal en la decoración de una sala, pero ese lugar era tan elegante que no podía evitar maravillarse. Le recordaba en cierto modo a la decoración de los Black en su propia casa, y eso no la sorprendía: al fin y al cabo Narcissa Malfoy era una Black.

Sobre una pequeña estantería de cristal reposaban varias fotos en movimiento. A Hermione se le abrieron los ojos al reconocer la imagen adolescente de Narcissa y Lucius Malfoy posando en el patio de Hogwarts. Ninguno sonreía, pero parecían felices. Ambos eran tan rubios y pálidos que parecían recién salidos de alguna publicidad de moda. Hermione se rió entre dientes al pensar eso, sabiendo cuán absurdo habría sonado para un mago esa comparación.

El resto de fotografías también mostraban a la pareja posando en su juventud. En algunas incluso lo hacían con un bebé en brazos: Draco. Ella lo había conocido con once años y desde luego que había visto a Malfoy millones de veces, pero aun así no pudo evitar quedarse parada ante una imagen que mostraba a Malfoy con apenas tres o cuatro años. Era un niño con el cabello blanco y los ojos plateados, pero sonreía de una forma tan cálida que a Hermione le habría costado reconocerlo de no saber a ciencia cierta que se trataba de él. Draco vestía un pequeño trajecito negro con el que se veía muy gracioso y levantaba una mano como si tuviera en ella una varita con la que lanzar un hechizo.

Hermione tuvo que controlarse para no tomar la foto y mirarla más de cerca. Nunca habría imaginado a Draco Malfoy con esa expresión de dulzura. Se notaba que eso había sido hacía mucho mucho tiempo.

—¿Quieres tener tu propia habitación, Granger? ¿Te vas a mudar aquí por Navidad?

La voz a su espalda la sobresaltó, pero se tranquilizó en cierto modo al reconocer que tan sólo era Draco. Se giró hacia él y descubrió que no parecía enfadado por haberse colado en el cuarto de sus padres, tan sólo... pasivo, como siempre.

—Perdona... quería aparecerme en la puerta, pero sin darme cuenta lo he hecho dentro de la casa. No sabía dónde estarías.

—Solamente te aparecerás fuera cuando eres un desconocido. El otro día te dejé entrar en la casa, eso quiere decir que eres una «invitada», por eso te apareces dentro directamente.

«Por eso mi tía Bellatrix puede aparecerse a su antojo aquí dentro, por desgracia». Pensó, Draco.

—Oh. —Hermione no atinó a contestar nada más. ¿Ahora era bienvenida en la casa de los Malfoy?

—Ven —le pidió Draco, conduciéndola a la puerta para llevarla a su habitación.

Ella sólo lo siguió y tras andar apenas unos metros llegaron a la única sala de Malfoy Manor que parecía habitada por alguien. La cama de Draco estaba hecha, pero sobre ella reposaban desordenadas las cartas de Leah para Sirius. Hermione se había dado cuenta de que se las había olvidado allí después de haber llegado a Grimmauld Place, pero había dado por hecho que volvería a buscarlas.

—¿Las has leído? —preguntó, señalándolas.

—Todas.

No podía creerlo. Imaginaba que Draco Malfoy no estaba interesado en la historia de Sirius y Leah, pero acababa de descubrir que quizás eso no era cierto del todo.

—¿Y qué... opinas?

Malfoy se llevó la mano a su cabello platino y observó un instante los ojos castaños y expresivos de Hermione. Acto seguido suspiró.

—No lo sé —admitió al final—. Creo que me da pena Sirius.

Ella asintió con la cabeza.

—Tuvo una vida muy desafortunada. Su familia estuvo en su contra siempre, sus amigos murieron, pasó doce años en Azkaban... y para colmo nunca más volvió a ver a Leah.

—¿Has averiguado ya qué fue de ella? —preguntó Draco con genuina curiosidad.

Las cejas de Hermione bajaron de pronto, desanimada.

—Murió.

—¿Y el bebé...?

La respuesta esta vez fue sólo negar con la cabeza. Draco permaneció impasible, si de algún modo había sentido sus palabras, solo lo hacía por dentro. El rubio tardó un poco en hablar de nuevo.

—Puedes coger las cartas de Sirius si quieres —ofreció—, quédatelas todas. Probablemente eres quien más merece tenerlas, nunca deberían haber terminado en Malfoy Manor.

Hermione suspiró al escuchar sus palabras.

—¿Te molesta que venga aquí para leerlas?

Draco alzó una ceja, algo confundido. Dio un par de pasos hacia Hermione, aún dudando de si había escuchado bien su pregunta. Curiosamente se descubrió pensando que no, no le molestaba en absoluto que ella fuera allí. La presencia de Hermione calmaba su soledad.

—No —respondió con voz grave.

Un escalofrío recorrió a Hermione al escuchar eso. Como si de pronto se sintiera más unida a Draco, como si la tregua que habían forjado se hiciera cada vez más fuerte. Alzó los ojos hasta clavarlos en la mirada gris de Draco. Las ojeras permanecían ahí, pero aun así el rostro del Slytherin era armonioso y bello. Su corazón comenzó a latir despacio, haciendo que cada bombeo de su sangre se hiciera casi doloroso al mirarlo.

—Si no te importa, prefiero venir a hacerlo. No quiero preguntas por parte de Harry y Ron, no me gusta mentirles.

—Entonces no les mientas. Diles toda la verdad.

Hermione tomó aire, se encontraba muy cerca de Draco. Y el ambiente se hacía pesado a cada instante, era como si sus cuerpos se atrajeran entre ellos.

—Querrán matarte.

—Me da igual.

Negó con la cabeza suavemente.

—No lo haré.

Draco hizo caso a los instintos de su propio cuerpo y alzó una mano hasta posarla en la mejilla de la joven. No sabía por qué, pero necesitaba hacerlo. Sentir su piel contra la suya lo tranquilizaba, tanto como había hecho el día que el dolor de la Marca Tenebrosa amenazaba con matarlo.

Estuvo a punto de hablar, muy cerca de hacerlo... pero un repentino ruido los sobresaltó a ambos. Draco contuvo la respiración cuando se dio cuenta de que se trataba de pasos acelerados, pasos que se acercaban a su habitación a gran velocidad. Se apartó de Hermione de inmediato y tomó su varita entre sus dedos. La Gryffindor tardó algo más en reaccionar, pues apenas acababa de comprender el momento que acababa de compartir con él.

Los pasos se detuvieron frente a su puerta y Draco sintió que su corazón daba un vuelco. No sabía quién estaba detrás de esa barrera de madera, pero sabía que si la puerta se abría y su tía Bellatrix se encontraba al otro lado, podía dar a Granger y a sí mismo por muertos.

Estiró la mano, rozando el pomo para girarlo y tragó saliva. En su mano derecha, su varita temblaba y contempló a Hermione, que también sostenía su varita mágica con bastante más firmeza que él. Hermione asintió con la cabeza, como si le diera permiso para que descubrieran quién más estaba en esa mansión aparte de ellos.

Y entonces él abrió la puerta de repente, rezando por ser quien atacara primero en caso de tratarse de un enemigo.

Pero lo que encontró lo detuvo al instante. Una figura pequeña y envuelta en una capa negra lo miraba a través de una máscara plateada de mortífago. Parecía sollozar, pues sus hombros bajaban y subían rítmicamente y se escuchaban suaves gemidos a través de la máscara.

Fue el mismo Draco quien, con los ojos muy abiertos, tomó la máscara entre sus dedos y la retiró, descubriendo el rostro del mortífago que lo visitaba.

—Draco...

Las lágrimas velaban el rostro de Pansy Parkinson.


Gracias por los comentarios, me dais la vida <3

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