Capítulo 54.

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Capítulo54

—¿Eres tú de verdad? —preguntó Hermione en un susurro.

Leah caminó un par de pasos hacia atrás, observándolos con cautela. Había conseguido sobrevivir casi dieciséis años, huir de ellos... pero ahora la habían encontrado. Maldijo en un susurro. ¿Qué demonios había hecho mal? Nada, nada diferente, al menos. ¿Cómo habían podido rastrearla hasta allí unos magos? Al menos Adhara estaba en el Colegio Ilvermorny de Magia y Hechicería, allí no corría ningún tipo de peligro y nada le sucedería a su hija.

—Creo que estáis equivocados —musitó la mujer, al tiempo que llegaba hasta la puerta y salía corriendo.

El primer instinto de Draco y de Hermione fue correr tras ella. Hermione, aún en shock por lo que acababa de suceder, le hizo una señal a Draco. Después salió junto a él, apresurándose a alcanzar a Leah.

—Hay que cerrar la oficina. Si alguien entra y encuentra a la recepcionista así...

Leah, que la escuchó hablar, corrió aún más rápido. Draco musitó un encantamiento que bloqueó la puerta y apretó la varita entre sus dedos con más fuerza aún.

—¿Habéis matado a Helen? —preguntó, espantada.

—No, no, ¡no! —se corrigió Hermione—. No le hemos hecho daño a nadie, ni te lo haremos a ti, Leah.

—¿Cómo demonios sabéis mi nombre?

Draco estaba cansado de muggles entorpeciendo su misión por ese día. Casi como acto reflejo, alzó su varita y apuntó a la mujer con ella. Leah, que les llevaba varios metros de ventaja y se giraba de vez en cuando para observarlos, ahogó un grito.

—Draco, ¡por Merlín! —le recriminó Hermione—. Eso sí que no. ¡Con ella no!

«Me necesitan viva», pensó Leah.

Llegaron a un pequeño parque muy verde del campus de la Universidad de Purdue. Unos diez alumnos transitaban por el parque, a pesar de que ya casi fuera de noche. Hermione imaginó que en la universidad habría clases nocturnas, lo que, por una parte, era una desventaja para ellos. Todo habría sido mucho más fácil si no hubiera nadie allí: podrían hablar con Leah más detenidamente.

La mujer siguió corriendo y Hermione sintió una enorme desesperación recorriéndole la espina dorsal. Leah estaba viva y estaba allí... pero esa podía ser su única oportunidad de hablar con ella en toda su vida.

—¡Si quisiéramos hacerte algo ya lo habríamos hecho! —gritó Draco.

Desde luego, él no estaba arreglando la situación ni mucho menos. Lo intentaba, al menos, pero sus palabras eran casi tan amenazadoras como lo era su varita. A Draco le faltaba mucho para conseguir relacionarse con las personas de su alrededor de un modo normal.

—Hay testigos. No podéis hacer nada aquí —se defendió Leah—. El Magicongreso... el Magicongreso os rastreará y sabrá que habéis sido vosotros.

—¡No vamos a hacer nada, Leah! —exclamó Hermione una vez más. Un par de chicas, con carpetas entre sus brazos y mochilas a la espalda, se quedaron mirándola con una mezcla de curiosidad y desagrado—. ¡Somos amigos de Sirius!

Y esto, por fin, hizo que Leah se detuviera, antes de cruzar la calle. Hermione sentía que le faltaba el aliento, su corazón bombeaba a toda velocidad ante esa situación. Jamás, ni en sus mejores sueños, habría creído que podría encontrarse cara a cara con Leah. Y que Draco estaría allí, con ella.

—Dile que baje la... —pidió Leah.

Hermione supo que quería decir «varita», pero el uso de esa palabra levantaría muchas sospechas. Hasta ese momento, para el público, Draco solo era un joven atractivo y sexy, en una universidad, apuntando a una mujer con un palo. Poco habitual, sí, pero nada ilegal, todavía.

Draco la bajó de inmediato tras la mirada de súplica que recibió de Hermione. Joder, él no era un monstruo y, desde luego, también sentía aprecio por Leah y sus cartas. ¡Si la había apuntado con su varita era solo para asegurarse de que ella no huyera, después de todo por lo que habían pasado! Estaban en los Estados Unidos, ¡en otro maldito continente!

—Hemos venido a hablar contigo. Hemos viajado aquí desde Inglaterra —anunció Hermione.

—Eso ya puedo verlo —dijo Leah con desconfianza—. No hace falta que me digáis más: debéis de ser los dos farsantes que hablaron con mi hermano Allan. ¿Me habéis encontrado gracias a él? Sabía que os había dado mi dirección, ¡lo sabía! Me dijo que jamás lo haría... pero él siempre ha sido un sentimental.

—Tu hermano no nos dio tu dirección. Tan solo... nos dio una pista. ¿Te ha hablado de nosotros?

—Me dijo que dos adolescentes me buscaban en Inglaterra. Que no erais peligrosos pero... ¿qué sabe mi hermano? Él ni siquiera entiende lo que sois. No conoce nada de vuestro mundo.

Hermione se aproximó poco a poco.

—Por favor, Leah, habla con nosotros cinco minutos. Cinco, y nos iremos de aquí. No tendrás que saber nada más de nosotros nunca más. ¿De acuerdo?

Leah debía reconocer que el chico había tenido razón en lo que dijera antes: si hubieran querido dañarla, ya lo habrían hecho. Los magos tenebrosos que ella había conocido en Inglaterra no habrían tenido ningún tipo de reparo en asesinar a todos los muggles del parque, incluyéndola a ella, por supuesto. Leah sabía que ese Lord Tenebroso que tanto había arruinado su vida y la de Sirius dieciséis años antes, había regresado en Inglaterra. Por esa razón, ella trataba de vivir una vida lo más alejada de la magia posible, a pesar de que su hija Adhara fuera bruja, tal y como lo había sido su padre, Sirius.

—Cinco minutos. Y si intentáis algo... créeme que no saldréis bien parados. El Magicongreso está muy alerta con las visitas ilegales de Inglaterra. Probablemente ya saben que estáis aquí y si habéis matado a Helen...

—¡No hemos matado a nadie! —insistió Hermione—. No somos mortífagos. —Acto seguido miró a Draco y suspiró—. Bueno, la verdad es que, técnicamente...

—No somos mortífagos —la interrumpió Draco con una mirada de lo más significativa.

Leah no supo qué significaba eso, pero caminó hasta el parque y se quedó parada frente a un banco, en la puerta de uno de los edificios de la Universidad. Ahí se sentía segura: había muchos testigos. Aun así, siempre estaría en riesgo mientras estuviera en presencia de un mago. Ella, como muggle, no podía enfrentarse a ellos de ningún modo.

—¿Por qué decís que sois amigos de Sirius? Eso no puede ser, Sirius está muerto.

Hermione suspiró.

—Es una historia difícil. Y larga.

—Pues acortadla —murmuró Leah con mal humor.

Para su sorpresa, frente a ella, ese chico soltó una pequeña carcajada.

—Desde luego no te imaginaba así, de ningún modo. ¿Lo has visto, Hermione? ¡Tiene un carácter terrible! Por eso todo el mundo dice que te pareces mucho a Leah, ahora encaja todo.

Si algo no encontraba en ese momento Hermione era ocasión para hacer bromas. Golpeó en el brazo a Draco y el chico se rio aún más fuerte. Después se volvió de nuevo hacia esa hermosa mujer.

—Lo primero que debemos hacer es presentarnos. Yo soy Hermione Granger y él... él es Draco Malfoy.

El nombre resonó en la memoria de Leah con fuerza. Dio un paso atrás, asustada, y su semblante se volvió pálido. De nuevo tenía miedo y se dijo a sí misma que no debería haber aceptado hablar con ellos.

—Eres... un Malfoy.

Si tenía que ser sincero, Draco se encontraba esa reacción a su apellido de forma bastante más habitual de la que él desearía.

—Soy sobrino de Sirius... o algo así. Mi madre es...

—Su prima. Lo sé. ¿Narcissa? ¿O Bellatrix? No recuerdo cuál de las dos se casó con un Malfoy.

—Narcissa. —Draco tuvo que disimular el escalofrío que le provocó escuchar el nombre de su tía. Quería olvidarlo, eso habría sido para él una de las mejores cosas que podrían sucederle—. Narcissa es mi madre.

—Odiaban a Sirius —recordó Leah con un malestar muy evidente—. Todos lo hicieron desde que nació. Para ellos Sirius era muy diferente... la diferencia era que él era bueno. ¿Y ahora viene a buscarme un Malfoy?

Su forma de hablar hizo que Hermione se sintiera mal por Draco. Al igual que le había pasado a Sirius mil veces, Leah estaba juzgando a Draco por su familia. En un gesto instintivo, la Gryffindor apretó el brazo de Draco. Lo miró a los ojos un momento.

—Ha venido conmigo, Leah. Soy yo quien te estaba buscando y Draco me ha ayudado mucho a conseguirlo.

—No me suena tu apellido —comentó Leah, suspicaz—. En su momento, creo que yo conocía a todas las familias de magos de Reino Unido. Sirius me habló de todo el mundo.

—Eso es porque no vengo de ninguna familia de magos. Mis padres son muggles.

Si Leah se hubiera esperado una respuesta como esa, podría haber preparado una expresión menos sorprendida que la que llegó de pronto a su rostro. Alzó las cejas y su boca se quedó entreabierta.

—Tus padres son muggles y tú... ¿has venido a buscarme con un Malfoy? Ahora sí que no entiendo nada.

—Draco, al igual que Sirius, no es como su familia. Ha estado conmigo todo este tiempo, mientras yo trataba de localizarte. Creía que estabas muerta, Leah, lo he creído durante meses. Y ahora estás aquí...

—¿Por qué me estabas buscando?

Fue entonces cuando Draco y Hermione se miraron el uno al otro. Hermione asintió con la cabeza imperceptiblemente y ambos se separaron unos centímetros una vez más. La joven tomó aire, sabiendo que lo que estaba a punto de hacer marcaría un antes y un después en el desarrollo de su visita a los Estados Unidos en busca de Leah. Hermione apretó los labios mientras introducía su mano en el pequeño bolso que llevaba. Como siempre, estaba tan lleno de cosas como si fuera una mochila de acampada, a pesar de no ocupar más que unos pocos centímetros.

Lo que Hermione Granger extrajo de su bolso dejó a Leah con la boca abierta: un pequeño paquete de cartas anudadas con una cuerda y que ella reconocía muy bien.

—Las descubrí en septiembre, en la casa de Sirius. Durante el verano pasamos varias semanas allí junto a mi mejor amigo, Harry Potter. Según he leído, a él sí lo conoces, ¿verdad? —preguntó en un susurro—. Hemos leído estas cartas y también encontramos un nuevo paquete en la casa de Draco. Habían sido enviadas por la madre de Sirius para que fueran destruidas. Fue así... así como Draco y yo conocimos tu historia y la de Sirius. Y por eso estamos hoy aquí, por eso hemos venido a buscarte.

De todas las opciones que Leah habría esperado escuchar, esa era, sin lugar a dudas, la más improbable. Creía que ellos habían llegado hasta allí para matarla, o para llevarla de nuevo a Inglaterra, sin saber muy bien el motivo pero... ¿ellos estaban allí porque habían leído las cartas que Sirius y ella se habían mandado cuando eran jóvenes? Esa opción la mareó. Sus ojos se nublaron al escuchar las palabras de Hermione, pero se mantuvo en pie, tan solo necesitando un segundo para reponerse.

—Será mejor que vayamos a algún lugar más privado para hablar —pidió Leah—. Volvamos a la oficina... ¿qué demonios le habéis hecho a Helen?

—Solo la he petrificado —explicó Draco—, es muy sencillo y fácil de deshacer. Es que esa mujer estaba siendo un auténtico fastidio.

Y, para su sorpresa, Leah se rio con sus palabras.

—Ojalá pudiera quedarse así un par de semanas. Helen es inaguantable —bromeó. Porque era una broma, ¿verdad?

Hermione se sentía mucho más tranquila mientras volvían a la oficina. Al parecer, Leah había comprendido que lo último que querían era dañarla y eso le abrió un nuevo camino de esperanza: podría hablar con ella cara a cara, saber cómo sonaba su risa, su voz, ver sus gestos tal y como Sirius la había visto años antes.

Pero sus ilusiones se vieron truncadas de un plumazo en cuando llegaron a la oficina de la Universidad de Purdue en la que habían estado apenas unos minutos antes. Tan pronto como abrieron la puerta, los tres se dieron cuenta de que no estaban solos. Ya no.

Un par de hombres examinaban el cuerpo petrificado de Helen y no daban la impresión de estar allí por casualidad. No parecían estar sorprendidos por el estado de la secretaria sino que aparentaban estar... ¿investigando?

—Aurores —susurró Leah, avisando a Draco y a Hermione de la identidad de esos dos desconocidos.

Y entonces los aurores se giraron hacia ellos.


Espero que os guste la historia. Mil gracias por leerme. No olvidéis que tenemos una página de facebook de La estrella más oscura, donde podemos estar en contacto. ¡Nos leemos pronto!

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