Capítulo 56

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Tenía muchas ganas de volver con La estrella más oscura :)

Capítulo 56

Astoria y Pansy entraron en la habitación de los alumnos de Slytherin tan silenciosamente como pudieron. Pansy no dudó antes de llegar hasta la cama de Blaise y, manteniendo la calma, le cubrió la boca al joven dormido. Éste se despertó en cuanto sintió el roce de su piel, pero no pudo gritar porque ella se lo impidió.

Pansy le hizo una seña para que guardara silencio y contempló cómo, al otro lado de la habitación, Astoria hacía lo mismo con Theodore Nott. Nott pareció confundido durante varios segundos. ¿Qué demonios estaban haciendo sus amigas allí en mitad de la noche? ¿Qué quería decir eso? Les hicieron señas para que se vistieran tan rápido como pudieran y ellos obedecieron, sin enterarse de cuál era la situación.

Fue en ese instante cuando Astoria, dubitativa como estaba, supo que necesitaba avisar a Draco. El mismo Ron le había confesado que iba a matarlo y ella solo sabía que necesitaba impedir que algo así sucediera, la guerra entre ellos era lo último que necesitaban.

—¿Cuál es la cama de Draco? —preguntó en voz baja a Blaise.

Zabini le hizo un gesto, señalando a una de las hermosas camas de madera de la habitación. Astoria solo necesitó dar un par de pasos en esa dirección para percatarse de un hecho que le paró el corazón: la cama de Draco estaba vacía.

—¿Dónde está? —preguntó, entrando en pánico.

Pansy le hizo una señal, recordándole que debía guardar silencio. Después, el resto de sus amigos miraron hacia la cama de Draco, cuyas sábanas estaban perfectamente colocadas sobre el colchón como si nadie las hubiera tocado en todo el día. Astoria sintió que se iba a desmayar, pero logró sobreponerse a la sensación de mareo y corrió hacia la puerta. Sus amigos la siguieron, Blaise y Theo aún colocándose la ropa de forma acelerada. Theo no llevaba camisa aún y Blaise se abrochaba los pantalones a duras penas. Consiguieron salir a la sala común, donde los cuatro se miraron, los unos a los otros. Alejados del resto de alumnos, ya podían hablar en un tono de voz normal.

—¿Qué está pasando? ¿Estáis locas? —preguntó Zabini.

Pansy miró a Astoria, que era la encargada de explicar la historia. Tenía pensado dar muchos más detalles para que sus amigos comprendieran la situación, pero, a vistas de que Draco Malfoy no se encontraba allí, sabía que el estado era de urgencia en ese momento.

—Seré breve: tenemos que correr, ¿de acuerdo? Hay que avisar a Dumbledore; los mortífagos van a atacar el Ministerio esta noche.

—¿Estás segura de eso? —preguntó Theo, enarcando una ceja—. ¿Cómo lo sabes?

Astoria gruñó, irritada. No tenía tiempo para ponerse a explicar nada en absoluto, pero aun así lo hizo.

—Mi hermano me ha contactado, me lo ha confesado hace solo un rato.

—La Marca Tenebrosa lleva horas doliéndome —la apoyó Pansy—. Eso solo puede significar que Lord Voldemort está convocando a los mortífagos.

Blaise entornó los ojos, preocupado por Pansy. Le habría encantado abrazarla para consolar su dolor de algún modo, pero sabía que ella nunca se lo perdonaría, no delante de sus amigos.

—Pero eso no es lo peor. Ron Weasley, Harry Potter y Hermione Granger están buscando a Draco. Quieren matarlo y no estoy exagerando, quieren matarlo de forma literal. Y él no está en la habitación así que... necesitamos hacer algo al respecto.

—¿Qué estás diciendo? —Blaise no daba crédito a lo que escuchaba—. Granger y Draco están... bueno, no sé. ¿Saliendo? ¿Por qué querrían hacerle daño sus amigos?

En ese momento, el rostro aniñado de Astoria se oscureció. Su cabello platinado cayó sobre su frente mientras apretaba los labios.

—Porque Draco ha matado a Ginevra Weasley.

—¿Cómo? —preguntó Theo.

—Vámonos. Ahora. No hay tiempo para explicaciones, Theo.

Astoria corrió hacia la puerta de la sala común y Pansy no dudó en seguirla. Los chicos, por el contrario, se quedaron congelados dentro de la sala durante varios segundos más. No entendían esa sensación, ¿de verdad Draco había asesinado a la pequeña de los Weasley? Eso no podía ser, ellos lo habrían sabido... ¿verdad? Pero, a la hora de la verdad, ellos no eran mortífagos. Ni siquiera Pansy lo era ya... por lo que no sabían a ciencia cierta qué estaba sucediendo entre las filas de los adeptos del Señor Tenebroso.

—¡Venga! —gritó Pansy al salir, percatándose de que sus amigos no la seguían.

Theo y Blaise se miraron una última vez, preguntándose el uno al otro qué demonios debían hacer. Un instante después, ambos corrieron detrás de las dos chicas, rumbo al despacho de Dumbledore.

***

Una mujer de mediana edad plantó delante de Hermione y de Draco un plato inmenso con una hamburguesa de varios pisos y patatas fritas recubiertas de salsa por todas partes. Llevaban horas sin comer nada, pero los nervios por la situación que estaban experimentando les había formado un nudo en la boca del estómago que les impedía comer, tal y como desearían.

—Vamos, comed —les instó Leah, señalando la hamburguesa. Con un gracioso movimiento, la mujer adelantó un par de dedos y agarró una patata frita, después se la metió en la boca—. Se os va a enfriar.

Draco se revolvió en la silla, incómodo. Estaban en un restaurante en mitad de la carretera y algo le decía que no estaban tan a salvo allí como Leah aparentaba.

—No sé si deberíamos quedarnos aquí, tan... a la vista de todo el mundo —comentó el joven rubio—. ¿Qué pasa si nos encuentran los aurores? —preguntó, bajando la voz.

Leah se encogió de hombros, para sorpresa de los dos adolescentes.

—¿Qué queréis que haga? ¿Qué os esconda en mi maletero? —Negó con la cabeza, robando otra patata frita del plato—. No os preocupéis, si nos encuentran... pues volveremos a salir corriendo.

Era increíble ver cómo el carácter de esa mujer era tan despreocupado y, a la vez, temerario. Draco y Hermione se miraron el uno al otro, pensando en lo obvio: que no querían quedarse allí esperando a que los aurores los encontraron y mucho menos les apetecía salir corriendo en una persecución como la que acababan de experimentar. Cuando Hermione se giró de nuevo hacia Leah, no pudo evitar soltar una pequeña risa.

—¿Qué pasa? —preguntó Leah, confundida.

—Es solo que... te pareces mucho a Sirius. Él también adoraba la acción.

Leah pareció orgullosa de que Hermione le dijera algo así.

—Lo sé, era una de las cosas que nos unía: ambos éramos un poco estúpidos cuando éramos jóvenes y... —Leah suspiró—. Bueno, me imagino que algunas cosas nunca desaparecen. ¿No estáis de acuerdo? Pero, de todas formas, ¿cómo sabéis eso? Alguien ha debido de hablaros mucho de él, imagino. Sois demasiado jóvenes para conocerlo.

Los ojos verdes de Leah se nublaron con una tristeza que parecía llevar allí demasiados años y que, con toda seguridad, ella enmascaraba todo el tiempo con una sonrisa socarrona que, sin duda, encajaba perfectamente con la mujer de Sirius Black.

—Es una historia muy larga —respondió Draco.

—Bueno... —comenzó Leah—. Pues contádmelo todo, ¿no?

En un gesto de cariño, Draco posó su mano sobre el hombro de Hermione con suavidad, dándole ánimos para que la muchacha comenzara a hablar. Hermione frunció los labios, tratando de ordenar sus ideas. Había pensado en ese momento durante tanto tiempo... y, en realidad, no sabía muy bien qué decir. Decidió dejarse llevar por lo que le pedían su instinto y su corazón.

—Todo empezó cuando encontré las cartas que tú le habías enviado a Sirius. Fue en su cuarto, en Grimmauld Place. Las leí todas y ahí comencé a cuestionarme qué había sucedido contigo. No sabía dónde podrías estar y, poco después, el señor Lupin me dijo que habías muerto.

—¿Remus? —preguntó Leah, alzando las cejas al escuchar el nombre de alguien a quien conocía.

—Sí, Remus Lupin. En esos momentos descubrí que tus cartas no eran las únicas que se habían conservado, sino que, en la casa de Draco se encontraban las cartas que Sirius te había enviado a ti. Y entonces comenzamos a investigar juntos... pero no había más noticias sobre ti, creíamos que estabas muerta.

—Me temo que perdí el contacto con todo el mundo y... tuve que fingir mi muerte; esa era la única oportunidad que tenía de escapar de Inglaterra. Después de que Sirius desapareciera... temía por mi vida. Me dijeron que la guerra había acabado, pero... ¿dónde estaba Sirius? Su familia me había amenazado en multitud de ocasiones, me dijeron que si trataba de contactar con Sirius de nuevo acabarían conmigo y... finalmente me enteré de que él había muerto y que esa era la razón por la que ya no contestaba a mis cartas.

Hermione tomó aire. Observó el rostro de Leah, descompuesto al hablar de Sirius, aunque su voz no temblaba al hablar. Era como si hubiera aprendido a convivir con el dolor hasta cierto punto. Precisamente por eso le dolía tanto tener que decirle esas palabras que, sentía, debía pronunciar:

—Leah... —susurró—. ¿Cuándo crees que murió Sirius?

Ella enarcó una ceja y su expresión se tornó casi divertida.

—¿Qué quieres decir con «cuándo creo»? Sirius murió en el 81, ¿no? Bueno, quiero decir... lo mataron en el año 81.

Y, de nuevo, Draco y Hermione intercambiaron una mirada. Ambos sabían que el mundo de esa mujer estaba a punto de cambiar cuando Hermione hablara de nuevo, pero debía hacerlo, no podía guardar silencio y dejar que Leah siguiera pensando que la vida de Sirius había trascendido como ella siempre había creído.

Hermione se aclaró la garganta, sintiendo un acceso de llanto cuando levantó su mirada y volvió a fijarla en esa mujer.

—Sirius murió hace menos de dos años, en el 96 —susurró—, él permaneció doce años encerrado en una cárcel, pero consiguió escaparse de allí y regresó a su antigua casa.

Frente a ellos dos, Leah Simmons tardó varios segundos en procesar esa información. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, cayendo por sus mejillas mientras escuchaba esas palabras. Para ella, oír esa historia era casi como sentir una vez más que Sirius Black estaba muriendo. Pasaron minutos enteros sin que nadie dijera nada y Hermione se sintió culpable. Se preguntó si no habría sido mejor que se callara esa historia, que lo dejara pasar... pero eso no habría sido justo para Leah.

—¿Trató de buscarme cuando escapó? —preguntó Leah, al cabo de unos minutos en silencio. Sus mejillas, surcadas de lágrimas, brillaban como si el agua de sus ojos se tratara de magia líquida. Se limpió los ojos con el dorso de sus manos, tratando de mantener la compostura.

Hermione asintió con la cabeza.

—Creyó que habías muerto, por eso desistió —susurró.

Y Leah suspiró, moviendo la cabeza en sentido de afirmación, aunque sintiéndose rota por dentro: sabiendo en ese mismo instante que su propia mentira había sido capaz de engañar a la única persona que ella habría querido que no cayera en su trampa. Había hecho creer al propio Sirius que estaba muerta.

—No pudo conocer a Adhara.

La mención de ese nombre captó la atención de Hermione de nuevo. Era la segunda vez que hablaba de esa tal «Adhara» y esta vez tanto Hermione como Draco la miraron, curiosos.

—¿Adhara? —preguntó Draco.

—Mi hija. Bueno, y la hija de Sirius, también.

Y ahí estaba, por fin, esa noticia: Leah había estado embarazada y el niño, es decir, la niña, estaba viva. Hermione no tardó en contar rápidamente. Según sus cálculos, Adhara debía tener unos quince años en esos momentos, tan solo un par de años menos que Draco y tres años menos que ella misma. No dejó de parecerle muy triste saber que Sirius nunca había sabido que Leah estaba embarazada, pues la carta en la que ella se lo confesaba se encontraba aún sellada cuando Hermione la encontró, lo que significaba que Sirius ya había estado en prisión para ese momento.

—Entonces... ¿tenéis una hija?

—Sí. —Leah consiguió sonreír por encima de esas lágrimas amargas que aún derramaba—. Es increíble, se parece mucho a él.

Hermione y Draco la observaban, con los ojos muy abiertos. En sus rostros parecía brillar una pregunta que no se atrevían a formular, pero que Leah fue capaz de leer sin necesidad de que ellos la pronunciaran en voz alta.

—Y también es bruja —confirmó.

Al escuchar eso, Hermione compuso la sonrisa más brillante e ilusionada que Draco había visto nunca.

—¡Harry va a morirse de alegría cuando se entere! —exclamó—. Todo el mundo va a hacerlo.

Leah pareció dubitativa.

—Pero... ¿qué sucede ahora mismo en Inglaterra? He oído que la guerra ha vuelto.

—Sí, lo ha hecho. —Draco habló con voz dura—. Pero acabará pronto, es cuestión de tiempo.

Los ojos de Leah se dirigieron a la forma en que Draco apoyaba su mano larga y fina en la piel del hombro de Hermione. No se le había escapado, de ningún modo, que esos dos tenían una relación mucho más estrecha de lo que podía intuirse a simple vista.

—¿Y tú? —le preguntó a Draco—. ¿No luchas por los ideales de tu familia?

Él no se alteró ni un ápice al negar con la cabeza.

—He estado perdido durante mucho tiempo. —Se giró hacia Hermione—. Pero alguien ha sabido ayudarme a encontrar mi camino.

La forma en la que esos dos adolescentes se observaban era tan pura como la que Sirius y ella habían compartido quince años antes. El amor se intuía en cada uno de sus gestos de un modo que no podía esconderse... y, del mismo modo que Leah era capaz de ver eso, también podía notar en ese chico, en Draco Malfoy, que había algo que lo atormentaba: algo que le estaba ocultando a Hermione. Esperaba, por el bien de todos, que las cosas no acabaran mal para ellos. Había algo en esos chicos que le provocaba ternura.

—Deseo que tengáis razón. Que la guerra acabe pronto.

Y el modo en el que Draco abrazó con suavidad a Hermione, de forma protectora, le confirmó que entre ellos había algo muy especial.

—Oh, casi lo olvido —dijo Hermione de pronto. Tomó su bolso entre sus manos y sacó de él un sobre blanco. Se lo tendió a Leah.

—¿Pero cuántas cosas guardas en ese bolso? —preguntó Draco, sorprendido.

Ella lo fulminó con la mirada antes de girarse hacia Leah de nuevo y hablarle a ella.

—Sirius te escribió esta carta cuando salió de la cárcel, antes de descubrir que supuestamente estabas muerta. Remus me la dio, me dijo que podía leerla, pero... pero no lo hice. —Hermione señaló a la carta—. Imagino que, al menos, os queda un poco de privacidad después de que Draco y yo hayamos leído todas vuestras cartas. Esta es solo para vosotros.

Leah dejó escapar una pequeña risa mientras tomaba entre sus dedos la carta que Hermione acababa de tenderle. No pudo evitar acercarla a su rostro y olerla, aunque no quedaba nada del olor de Sirius en ella ya. Se había perdido hacía tiempo. La mujer observó ese sobre casi con fascinación. Si Sirius había escrito esa carta después de salir de la cárcel, eso significaba que era bastante reciente, por lo tanto, ese era el único contacto que ella había tenido con el Sirius adulto... y el único que tendría ya. En sus manos estaba el último resquicio que tenía de quien había sido el amor de su vida.

Al final, todo se reducía a cartas. Las cartas eran la primera forma que Sirius y ella habían encontrado para comunicarse y, al parecer, una carta también sería el final de todo. Las últimas palabras que él tuviera para dedicarle estarían escritas en ese papel y Leah no sabía cómo afrontaría todo eso. A pesar del dolor que sentía, sonrió cuando observó de nuevo a esos dos chicos.

Quizás no le habían dado buenas noticias, pero había algo que Draco y Hermione le habían dado a Leah: la verdad y, a pesar de todas las cosas terribles sucedidas, esos jóvenes también le habían traído una nueva esperanza.

—Gracias —susurró—. No sabéis cuánto significa esto para mí.


¡Hola! Ay, cuánto tiempo, ¡qué ilusión! Bueno, no quería acabar el año sin un capítulo nuevo de La estrella más oscura. Creo que este capítulo es bastante emotivo, ¿qué os ha parecido? Seguro que ya lo sabéis, pero he estado MUY dramionera últimamente y he comenzado a subir un nuevo fanfic Dramione llamado "Nunca le hagas cosquillas a un Dragón herido". Si no habéis pasado por allí, por favor, ¡hacedlo! Me está encantando compartir ese fanfic con vosotras, siento que el fandom está muy vivo y me hace muchísima ilusión que, de momento, está teniendo muy buena acogida.

Yo creo que este año, con suerte, terminaré de escribir La estrella más oscura. ¡Os iré contando!

Felices fiestas y nos seguimos leyendo. ¡Mil besos!

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