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El olor a sala de espera le causaba náuseas.

Pedro la acompañó mientras pasaban consulta. Y ella, sentada en esa camilla, sin que sus pies tocasen el suelo, se sintió como una niña pequeña. 

—¿Por qué no me lo dijiste antes? —Apoyó una mano en la cadera, apartando la americana—. ¡Ya sabes tu situación! ¡Podrías habe-!

—Pedro, no ha sido nada. —Lo interrumpió con un susurro por el dolor de cabeza—. Solo una conjuntivitis.

—¿No ha sido nada? Podría haberlo sido, Ava, podrías haber perdido visión. Más aún.

—Sí, pero con las gotas antibióticas no me va a pasar nada...

—¿Para qué crees que estoy aquí? —Le dijo, acercándose a la camilla—. ¿Soy decorado?

—No... —Murmuró sin abrir los ojos—

—¡Soy tu tío, Ava!

—Ya lo sé...

—Estos meses parece que no me quieres a tu lado. Es como si te molestase.

—No es eso. —Lo miró con los ojos entrecerrados por el ardor que le dejaron las gotas—. Claro que no es eso.

—¿Entonces por qué, Ava? ¿Por qué me esquivas? Yo también te echo de menos, ¿has pensado en eso? Cada vez te siento más lejos.

—Lo último que quiero es molestarte.

—¿Alguna vez he dicho que lo hagas?

Ella suspiró en voz baja.

—Es por Lydia, ¿verdad?

Ava no respondió.

—Ni siquiera fuiste a verla al hospital.

—No... —Respondió ella como si fuera obvio—. Ese momento era para vosotros.

Abrazó sus piernas, sentada en la camilla sin levantar la mirada.

—¿Qué iba a hacer yo allí? —Se encogió de hombros—. Solo molesto.

—Eh. —La llamó suavemente—. Tú también eres mi hija.

—No, no lo soy.

—Tengo tu custodia, legalmente lo soy. —Contestó Pedro, buscando su mirada—. Y quiero que Lydia sepa que su prima es la Nobel de Física.

Rio, provocando que ella también lo hiciera.

—No voy a ganar un Nobel. —Sonrió—.

—Quién sabe. 

Ava lo imitó sutilmente, mostrando sus colmillos afilados.

—Ay... —Pedro levantó una mano, palmeando su mejilla—. No puedo contigo.

Ava lo entendía cuando hablaba en español, pero no lo suficiente para responderle de la misma manera.

—Pasaré por la farmacia y compraré las pastillas. Te las dejaré en casa.

—Gracias. —Ava lo miró a los ojos, apretando los labios—. Por todo, muchas gracias.

—Vuelves a darme las gracias y me llevo tu ropa, para que vayas con la bata del hospital a todas partes.

Ella asintió con la cabeza, sonriéndole suavemente.

—Tengo que irme a una reunión, pero si pasa algo llámame. —Le recordó—. Llámame, ¿eh?

—Sí, señor.

Pedro asintió con la cabeza, girándose para cerrar las cortinas. Abrió la puerta de la habitación y se fue, poniéndose la chaqueta.

Ella tomó una respiración profunda en su soledad, deliciosamente somnolienta por los ansiolíticos. La realidad perdía el color y se desdibujaba ante sus ojos doloridos, llevándola de la mano a la inconsciencia fingida de los sedantes.

Cerró los ojos. Porque incluso la poca luz que entraba por la ventana, a través de las cortinas, la molestaba. Se cubrió hasta la cabeza.

Perdió la noción del tiempo ahí dentro, no sabía a qué hora llegaron al hospital, pero había dejado de llover hacía mucho. Siguió inconsciente un rato maravilloso, le hormigueaban las manos por estar encogida en sí misma y tenía calor por la fiebre. Su corazón latía con una calma inusual, plácida, y se sentía en paz...

Escuchó de fondo que alguien abría la puerta.

—Mamá ha insistido en venir.

Se escuchó el ruido de un mensaje enviándose, y unos dedos tecleando. Luego sintió una mano sobre su cabeza, rascándole suavemente el pelo. Escuchó un suspiro, pero no fue suficiente para despertarla.

—¿Aún te duele? —Bajó la voz, más grave—. Estoy aquí. No va a pasarte nada mientras esté contigo. Eso lo sabes, ¿verdad, cariño?

Se inclinó para besarla en la frente, aún caliente por la fiebre que se negaba a desaparecer, y sus labios fueron tibios, rodeados por la suave barba que acompañó ese beso. Entonces Ava se despertó en un jadeo, asustada, y se incorporó al instante. La otra persona también se apartó, y con esa oscuridad no supo quién era.

—¿Quién eres? —Le preguntó con la respiración agitada, cogiendo aire por la boca—.

—¿Ava? —Dijo su nombre, con ese acento americano—.

Ella exhaló un suspiro pesado, y siguió esa sombra con la mirada hasta que se abrieron las cortinas. Tuvo que cubrirse los ojos con una mano, frunciendo mucho el ceño. Parpadeó varias veces, y se encontró con el profesor West a los pies de la cama.

—Profesor. —Exhaló el aire que contuvo, dejando de apretar la sábana contra su pecho—.

Su pelo, sus rizos grises, estaban hechos un desastre. Y tras esas gafas de montura fina se escondían unas bolsas oscuras. Parecía cansado, y su ropa estaba arrugada.

—Lo siento, te he confundido con mi hija. —Se llevó una mano al pecho, negando con la cabeza. También estaba confundido—. Lo siento mucho.

—¿Tu hija también está aquí? —Cogió aire, calmándose—.

—Sí. —Jadeó, descendiendo la mano por su abdomen. Llevaba un jersey color tierra, de lana—. Desde las dos de la mañana. Y yo no he dormido mucho... Así que... Estoy bastante cansado. Lo siento, me he equivocado de habitación.

Ava asintió con la cabeza, mirándolo mientras él se pasaba una mano por el pelo. Agachó la mirada y no tardó en ponerse roja cuando volvió a sus ojos marrones, pensando que había estado tan cerca de ella, y la había besado.

—Y yo... —Suspiró él, vaciando sus pulmones de aire. Señaló la puerta con la cabeza—. Ya me voy.

—Sí, vale. —Murmuró Ava algo nerviosa, con la cabeza agachada mientras se acomodaba. Le ardían las mejillas—.

—De nuevo, lo siento. 

—No importa. Tu hija te estará buscando.

—Sí. —Respondió Jonathan cansado, apretándose el puente de la nariz bajo las gafas, y cerró los ojos—.

Asintió con la cabeza, y agachó la mirada un momento. Pareció que quiso decirle algo, pero decidió arrepentirse antes de pronunciar palabra, dejando un pequeño silencio entre ambos.

Ellos solían ser de silencios.

Entonces sonó su teléfono, y Jonathan lo sacó de su bolsillo. No pudo evitar suspirar, estaba decaído, cansado pero aún en pie, y sin saber porqué eso lucía atractivo en él.

—Ya nos veremos, Ava. —Levantó la mirada para despedirse de ella—. Y siento mucho haberme equivocado.

Ella volvió a asentir con la cabeza, y el profesor West se dirigió a la puerta, contestando a la llamada.

—Adiós. —Se despidió ella, pero él ya no estaba—.

A los pocos segundos aparecieron dos enfermeras, acudiendo para revisar los cables que tenía conectados. Una le tomó el brazo, y Ava se lo ofreció, sin entender nada.

—¿Ha pasado algo? —Le preguntó—. Le ha subido la tensión.


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Era la hora de comer. 

Eran las dos en punto y Ava se moría de hambre. Había dormido toda la mañana, y la enfermera le trajo la comida, todo sin sal y hervido. Sencillamente, se negaba a comer eso. Tenía hambre. Por suerte su tío Pedro le había dejado dinero en la bolsa donde guardaba la ropa, sin que ella lo aceptara. 

Así que se quitó el camisón del hospital y se vistió con la ropa que llevaba antes, saliendo a por un resquicio de libertad. Ese olor a antiséptico y medicinas seguía causándole náuseas.
Siguió la flecha de color verde que había en el suelo, señalando el camino hacia la cafetería.

Anduvo unos minutos, y pasó por las puertas abiertas, identificando el ruido de la máquina de café como estar en casa.

Cogió una bandeja, sirviéndose una porción generosa de espaguetti a la boloñesa, con unos brownies de chocolate como postre. El comedor era bastante grande, pero también había bastante gente, así que se fijó en la terraza: con vistas a la carretera y el aparcamiento lleno de coches. 

Se asomó, y a primera vista identificó a Jonathan entre la poca gente que comía fuera. Lo vio de perfil. Estaba fumando, y parecía preocupado mientras exhalaba el humo por la boca. En vez de cansado parecía enfadado por algo. También tenía un botellín de cerveza al lado, y una copa vacía.

—¿Te importa?

Sólo entonces pareció que él se percató de su presencia. Levantó la mirada. Ahora llevaba un jersey negro sin arrugas, que contrstaba con su pelo grisáceo y canoso.

—No. —Respondió, irguiéndose en el sitio, y señaló la silla frente a él con la mano—. Siéntate.

Ella lo hizo. Tomó asiento, aunque Jonathan tenía la silla girada, mirando directamente hacia la carretera y el aparcamiento. Ava cogió los cubiertos, y los espaguetti amontonados desprendían un vapor apetecible por lo calientes que estaban.

—¿No vas a acompañarme? —Le preguntó Ava, arqueando una ceja mientras enrollaba el tenedor de plástico entre la pasta—.

—No, gracias, ya he comido.

Ava se encogió de hombros, arqueando los labios hacia abajo, y se llevó el primer bocado a los labios.

—Como quieras. —Dijo, empezando a comer—.

Él siempre le inspiraba una confianza extraña pero cómoda. Justo lo contrario de lo que sentía con los chicos de su edad. Los repudiaba, y simplemente el sexo opuesto la aburría como para querer interaccionar.

Jonathan giró la cabeza para mirarla. Su pelo castaño, por primera vez, estaba suelto, y unas ondas suaves (más enredos que otra cosa) se mecían con la brisa fría que corría entre las mesas. Su piel era pálida, carecía de brillo, y tenía dos bolsas oscuras bajo los ojos. La chica de los ojos cansados.

—Eres muy jóven. —Pensó en voz alta—. ¿Estás sola en el hospital? 

Ava tragó y luego le contestó, abriendo su lata de Coca-Cola.

—Sí. —Respondió, frunciendo el ceño—. ¿Qué importa si soy joven o no?

—Que a tus padres debería importarles más si estás en el hospital. —La convenció en un tono suave, levantando ambas cejas. Aunque parecía molesto por algo, no era con ella, y no le habló mal—. ¿Puedo preguntarte cuántos años tienes?

Se lo pidió amablemente, y Ava contestó llevándose el vaso a los labios.

—Veintiuno. —Dijo. Recogió el tenedor y lo enrolló entre la pasta—. ¿Y tú?

Levantó la mirada en un pestañeo, y Jonathan la miró desde el otro lado de la mesa, estando de perfil. Ava vagó su atención entre sus ojos, tras el cristal de las gafas, y arqueó una ceja al ver que no respondía.

—Una pregunta por una pregunta.

Oh, ¿quieres jugar? No tengo muchas ganas de jugar ahora mismo. —pensó él—.

Hinchó su pecho de aire, y suspiró por la nariz.

—No me hagas adivinarlo. 

Él se encogió de hombros, arrugando el jersey ceñido a su pecho.

—Adelante. —Le permitió, con un tono cansado—.

—¿Seguro? —Preguntó, ladeando la cabeza, y él asintió una vez—.

Lo miró a la cara; sus rizos desordenados, de un grisáceo característico, compartían las mismas canas que en su barba, y su expresión parecía cansada, con unas arrugas de expresión en los ojos y la frente. Camufladas por las gafas de montura fina.

—No lo sé. —Hizo una pausa para comer—. ¿Treinta y cinco?

—No hace falta mentir. —Le dijo, esbozando una sonrisa espontánea—.

—¿Cincuenta?

—Tampoco te pases. —Agachó la mirada, sirviéndose más cerveza en su copa. La espuma floreció, destellando bajo el claro del sol—. Tengo cuarenta y tres.

—Mm. —Dijo Ava encarando una ceja, enrollando la pasta—. Los aparentas.

—Me lo tomaré como un cumplido.

—Lo era. —Respondió, frunciendo el ceño—.

Dio otro bocado a los espaguetis a la boloñesa, calientes y bañados en salsa de tomate y carne picada, con el punto justo de sal. Él dio un trago a su cerveza fría, y su manzana de Adán se movió.

—¿Estás mejor? 

Ava asintió con la cabeza, y antes de responder se limpió los labios con una servilleta.

—Sí. Gracias por preguntar. 

—Oh, de nada. No quiero perder a mi alumna favorita.

Ava sonrió, estirando sus labios, y cerró mucho los ojos.

—Gracias por admitirlo. —Dijo con una sonrisa tonta—.

—Hmm. —Él frunció el ceño—. ¿Me lo parece a mí o estás muy amable?

—Estoy muy drogada. —Se rió, soltando el tenedor para apoyar el codo sobre la mesa y cubrirse los ojos con una mano, mostrando sus dientes blancos, con sus colmillos afilados—.

Jonathan asintió lentamente con la cabeza mientras la miraba, y tragó saliva, con el regusto de la cerveza.

—Eso me parecía.

—Lo siento. —Se disculpó, soltando un par de risas ahogadas. Era agradable verla sonreír, no parecía la misma persona—.

—Deberías volver a tu habitación. —Le aconsejó con un tono suave, amable. Como siempre—.

—Primero voy a terminar de comer. —Sonrió ella, volviendo a lo poco que quedaba de su plato—.

Jonathan apartó la copa medio vacía, deslizándola sobre la mesa para dejarla al lado del botellín de vidrio.

—Deberías volver a tu habitación. —Le repitió sin pretender sonar tan amable—.

Esa órden pareció molestarla.

—¿Debería? —Repitió Ava, frunciendo levemente el ceño, y se inclinó hacia atrás, descansando la espalda en el respaldo—.

Fingió que pensaba en su propuesta, pero no se movió del sitio.

—Sí, creo que debería. —Asintió con la cabeza—.

Paseó las uñas por el final del reposabrazos, mirándolo delante de ella. No se iba a ningún sitio. Él formó una media sonrisa que no pudo evitar, y negó levemente con la cabeza.

—Mírate. —Le dijo, terminando de dibujar su sonrisa, y dejó de mirarla, acariciándose la mandíbula entre su barba grisácea—. Ahí estás otra vez.

—Aquí estoy. —Se encogió de hombros, mirándolo sin imitar su sonrisa—.

Unas nubes grises, restos de la tormenta, cubrieron el sol de manera pasajera, otorgando sombra para agravar ese clima frío. Jonathan se rio en voz baja, cerrando los ojos, y negó con la cabeza.

—¿Por qué no puedes...? —Se subió las gafas con el índice—. ¿Simplemente obedecer a tu médico, y quedarte en la cama en vez de pasear por ahí?

Ava encaró una ceja.

—Porque simplemente no quiero. 

—Si estás en el hospital es por algo.

—Oh, lo siento papá... Es que no tengo sueño para volver a la cama. —Se burló—.

—Te repito. —Habló él—. Que deberías volver a tu habitación y descansar. No ignorarlo todo y salir por donde quieras.

Ava ahogó una risa sarcástica.

—Y yo te repito que no eres mi padre. Deja de darme órdenes como si fuese una puta niña.

Él levantó una ceja y formuló un hm con voz ronca. Recogió la copa de cerveza para dar otro trago.

—Vale. —Dijo, relamiéndose la espuma de los labios, y dejó la copa de cristal sobre la mesa, abandonando la conversación—.

Ava no pudo evitar fruncir el ceño ligeramente, un gesto hostil.

—De acuerdo. —Terminó también ella, tomando la Coca-Cola fría, con gotas deslizándose por la lata—.

El sol volvió a aparecer entre las nubes, creando unas sombras pasajeras en el suelo.

—Siento haberte molestado.

Ava se encogió de hombros mientras bebía. Se le erizó la piel al dar un trago, unas burbujas explotaron en su nariz por el gas de la bebida.

—Tampoco es eso. Eres amable. Eres muy amable, pero yo no te he pedido que lo seas conmigo.

—¿Te molesta que sea amable? 

—No. —Quedó Ava, negando una vez con la cabeza mientras lo miraba a los ojos—. No. Solo pido que no me trates con condescendencia.

—No lo hago. —Dijo en tono cansado, levantando ambas cejas, con el mentón apoyado sobre su puño—.

—Oh, sí lo haces. —Sonrió Ava, asintiendo—. Lo estás haciendo ahora mismo.

—¿Hacer el qué? —Insistió—. ¿Escucharte?

—No... —Ava frunció el ceño, negando con la cabeza—. No hagas eso.

—¿Y qué estoy haciendo?

—Hablarme como si fuera una niña.

—No estoy...

—Y aquí vas otra vez. —Dijo al unísono, levantando la vista al cielo nublado—.

—...tratándote como una niña. —Especificó, abriendo las manos—. Somos dos adultos tratando de mantener una conversación.

—Eres tú quien la reconduce a una órden muy innecesaria.

—Y eres tú quien me ve como una figura de autoridad. 

Respondió él, entrelazando las manos sobre su regazo. 

—Oh. —Sonrió Ava ampliamente, mostrando sus dientes blancos—. ¿Vas a sacarme a Freud ahora?

—Solo te estoy diciendo que intentaba ser amable contigo. —Le explicó pacientemente—. Nada más.

—Ya. —Asumió Ava, girándole la cara—.

Apoyó un codo en el reposabrazos, mirando con indiferencia las nubes que eran empujadas por la brisa en lo alto del firmamento.

—Ava. —La llamó suavemente, apoyando una mano en la mesa, hablándole lentamente—. Llevas un día muy malo, ¿vale? Estás cansada, se te ve cansada, y por eso te he dicho que deberías volver a tu habitación.

Hizo una pequeña pausa, levantando la mirada para ver si le respondía, y solo la vio de perfil, ya que tenía la cara girada.

—Te pido perdón si lo has interpretado como que me molestabas.

—Ya, bueno, pues lo siento. —Volvió al tema, encogiéndose de hombros mientras él le mantenía la mirada—. Siento tener este carácter, ¡siento pensar que siempre molesto, y siento haberte respondido de esa manera, joder!

Arrugó la nariz mientras hablaba de manera rápida, y su mirada se endureció.

—Lo siento. 

Jonathan pestañeó tras las gafas, y se enderezó en el sitio para apoyar los brazos en la mesa, exhalando un suspiro silencioso por la nariz. Estaba serio, pero su mirada seguía amable.

—Eres una buena chica, Ava. —Le dijo mirándola a los ojos, deslizando una mano sobre la mesa para tomar la suya, y ella no se resistió cuando deslizó los dedos sobre los suyos, acariciándole los nudillos con las yemas—.

—Yo no lo creo. —Respondió, indiferente—.

Jonathan pensó en la teoría del color cuando miró las pinceladas verdes en sus ojos castaños. Ella también lo miró, centrándose en cada ojo, y exhaló un suspiro cansado, bajando la mirada para no mantener el contacto visual, y cayó en sus labios.

—Si sabemos que somos crueles con los demás, ¿cómo de crueles podemos llegar a ser con nosotros mismos? 

Ella giró la mano para aceptar la suya, sintiendo el calor de su piel, y él acarició las venas de su muñeca con las puntas de sus dedos, descendiendo hacia su palma.

—Deja de aplicar la filosofía en todo. —Le pidió, mirándolo a los ojos—.

—No puedo. —Sonrió él, apartando la mano de la suya, y se irguió en el sitio—. Está por todas partes.

Sonó su teléfono, y Jonathan agachó la cabeza, sacándolo de su bolsillo. Leyó el nombre del contacto y dejó que sonara un poco más, levantando de nuevo la mirada hacia ella. Carraspeó y se puso en pie.

—Tengo que contestar. —Dijo, rodeando la mesa—.

Ava inclinó la cabeza hacia atrás, y levantó la cabeza para mirarlo.

—De acuerdo. 

Jonathan siguió mirando la pantalla de su teléfono, y volvió a Ava unos segundos antes de contestar.

—Ah... ¿Te acuerdas que te he pedido perdón? 

Ava asintió, sin pronunciar palabra. Él frunció un poco el ceño, y negó con la cabeza.

—Pues te he mentido un poco.

—¿Qué? —Pidió ella, también frunciendo el ceño—.

—Nos vemos en clase, Ava. —Se despidió, contestando al fin la llamada—.

Se puso el móvil en la oreja y abandonó la terraza, entrando de nuevo en la cafetería. Ava se giró, sentada en su silla, y se dio cuenta de que no había entendido nada.

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