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—Vale, ¿qué pasa en la rotación de un púlsar? 

Le preguntó Eddie con la hoja en una mano, hurgándose la nariz en una excusa de colocarse el septum.

—¿En serio?

Ava se agachó para sacar un juego de tazas y las colocó en la bandeja. Su coleta se meció a la altura de la nuca, con mechones pegados a su frente por el sudor.

—Vamos, dímelo desde el principio. —La incitó, haciendo un ademán—.

—Es de primero de carrera. Puedes contestar a esa tú mismo.

—¿Es que no sabes la respuesta y quieres que te lo cuente yo?

Ava tomó una respiración por la boca y vertió el café en un vaso largo con hielo.

—El viento de partículas puede interactuar con el medio circundante y dar lugar a un plerión. Esta radiación se produce por sincrotrón de las partículas de alta energía del viento y por partículas que se aceleran en la propia onda de choque.

Ava colocó las dos tazas de café en la bandeja, y distribuyó el azúcar junto con las galletas para que todo estuviera compensado. Rodeó la barra sosteniendo dos cervezas frías con la otra mano.

—En algunos pleriones se ha observado también un segundo componente de radiación. —La siguió Eddie—.

—Rayos gamma, que se produce con efecto Compton Inverso de estas mismas partículas en fotones ópticos. 

Continuó, agachándose para dejar las cervezas en una mesa.

Los dos chicos le dieron las gracias y ella sacó el abrechapas del bolsillo del delantal.

—Explica el proceso de "la muerte de una estrella". —Le dijo, siguiendo la planificación del test—.

—Una estrella emana luz por la fusión termonuclear del hidrógeno en helio en su núcleo, que libera energía. —Contó los peniques para devolverles el cambio—. Esa energía atraviesa el interior de la estrella y, después, se irradia hacia el espacio exterior

—Gracias. —Le dijo el chico, recibiendo el cambio—.

Ava asintió con la cabeza, y se dirigió a la otra mesa con la bandeja en las dos manos. Pesaba bastante. Tomó una pausa, y siguió explicando el proceso químico hasta que Eddie volvió a interrumpirla.

—Aquí pone que la radiación de un plerión es mayor en rayos gamma.

—Lo habrás descargado mal.

Se acercó a la mesa que ocupaba Pedro, el decano. Dejó la bandeja un momento.

—Dame. —Le robó la hoja, leyendo aprisa las últimas frases—. Esto está mal.

Sacó un bolígrafo del delantal, apoyando el papel en la mesa para corregirlo. "Un flujo muy polarizado y un índice espectral plano en radio de α=0-0.3. Este índice es mayor en rayos X debido a pérdidas por sincrotrón y suele tener un índice espectral de α=1.3-2.3"

—Veo que estás apretando con el temario. —Comentó Pedro, cogiendo su taza de té—.

—Ya estarán grabando el trofeo con tu nombre, Ava. —Comentó el profesor de cosmología—.

Ella no intentó ocultar su sonrisa.

—Gracias, profesor.

—Tampoco anticipemos las cosas. —La cortó Pedro, sacando la cartera—. La prueba final es mañana.

Ella resopló, encogiéndose de hombros.

—Quédate con el cambio.

—Compito contra Brown, y ese chico que siempre va de traje.

—El campeón de ajedrez a nivel nacional: William Cooper. —Le dijo Pedro—. Él y Nathan Brown.

—Esos. —Le dio el cambio pero él negó con la cabeza—. Tampoco me lo ponen difícil.

Dejó las monedas sobre la mesa.

—Siento haber llegado tarde. —El profesor West se unió a la mesa, quitándose el abrigo mientras se sentaba delante de Pedro—. Tenía que dejar a mi hija en el colegio.

Ava arqueó una ceja, y se inclinó para recoger las servilletas, limpiando así las migajas. No entendía porqué huyó de esa manera si solo tuvo un sueño involuntario, algo irreal. Sabía que no se sentía atraída por él. 

Solo se sentía cómoda, lo admiraba, y le gustaban sus conversaciones. Pero era algo lógico, era su profesor, debía sentirse cómoda, admirarlo por todo aquello que enseñaba. Jonathan era un hombre culto, interesante, amable, nunca había demostrado prepotencia a menos de que ella lo mereciese... Indagando mejor, sí, le gustaba Jonathan. 

Pero no en el sentido sexual que todos rápidamente atribuían a la atracción de una persona hacia otra. Ella sentía admiración, y seguridad con él. Planteándoselo mejor, ¿lo que sentía no era la definición de amor que tenía Platón? Jamás se había sentido atraída por un hombre de manera sexual, y él no era la excepción. ¿Y si Eddie tenía razón y era asexual? ¿Pero entonces por qué había tenido ese sueño erótico?

—Ava. —La llamó Eddie, chascando los dedos frente a su nariz—. Joder, te habías quedado sin parpadear.

—...y no te preocupes, ya hemos empezado sin tí. —Comentó Pedro a Jonathan, cogiendo una de las galletas rellenas de chocolate—.

—Perfecto. —Sonrió, mostrando sus dientes blancos—. ¿De qué estábais hablando?

Ava se dio la vuelta para volver a la barra, tirando las servilletas y las migas a la basura. Se limpió las manos en el delantal negro y sin darse cuenta volvió a quedarse mirando a Jonathan. 

Tenía los brazos apoyados en la mesa, y una sonrisa mientras hablaba, asintiendo con la cabeza o levantando una ceja para expresarse. Su pelo grisáceo formaba rizos suaves, aclamando las canas dispersas. De perfil se apreciaba la estructura de su mandíbula, camuflada por su barba, como sal y pimienta.

Sin darse cuenta Ava había dejado de respirar, y volvió a subir su mirada hacia las gafas que llevaba Jonathan. Se notaba la curva prominente de su nariz, la geometría de sus rizos suaves. Involuntariamente Ava se mordió el labio inferior mientras lo miraba, clavándose los dientes, mientras recordaba que tenía cuarenta años, era su profesor, y él no podría mirarla de la misma manera que lo estaba haciendo ella. Cosa que, para su sorpresa, le gustó.

En un instante, mientras Pedro y el otro hombre hablaban, Jonathan giró sutilmente la cabeza, encontrándola mirándolo.

Y ella no le quitó la mirada. Sintió su corazón latiendo bajo su pecho, y dejó de morderse el labio. Mirándolo embobada sin saberlo.

—Camarera. —La llamaron desde otra mesa, levantando la mano—.

Ava primero giró la cabeza, y luego, en un pestañeo, centró su mirada en el chico que la había llamado.

—Sabes que tengo nombre.

—Perdona. —Dijo Blake, descansando la espalda en la silla—.

—Hace varios días que no estás por aquí.

Blake esbozó una sonrisa, y se irguió en la silla. Llevaba una camiseta de algodón escarlata, y él había dejado los botones desabrochados, mostrando sus clavículas y el inicio del pecho.

—Eres tú quien no me ha escrito.

—¿Te refieres a ese papel con tu número y esa estúpida pregunta?

—Exactamente. —Sonrió él mostrando sus dientes blancos, en armonía con su pelo rubio—.

—¿Sabes cuántas hormigas se necesitan realmente para levantar a una persona?

—No. ¿Cuántas?

—Teniendo en cuenta que una hormiga pesa aproximadamente tres miligramos, sabemos que soportan veinte veces su peso, cada hormiga puede soportar 0'006 kilos. Así que, para levantar a una persona de 45 kilos, se necesitarían 75.000 hormigas.

Blake levantó ambas cejas, y asintió con la cabeza. Nunca lo habían rechazado con tanta frialdad y normalidad al mismo tiempo.

—Vaya.

—¿Qué te pongo? —Le preguntó con las tazas en las manos—.

—Pues, un sándwich vegetal y un zumo de naranja, por favor. —Le pidió, sosteniendo un billete con dos dedos, y se lo tendió—.

Ava asintió con la cabeza.

—Y... Oye, eh... —Volvió a hablarle Blake mientras ella sacaba el cambio—. Mañana estaré como público en la sala del observatorio.

Ava le dio el cambio.

—Estoy seguro de que vas a ganar. —La animó con una sonrisa a boca cerrada—.

—Yo también. 

Al acercarse vio a Eddie apoyado en la barra, centrándose en ella. Cuando dejó las tazas y rodeó la barra fue cuando soltó lo que tenía preparado.

—¿Por qué estabas ligando con Blake?

Ava también frunció el ceño, dejando las tazas sucias en el fregadero.

—No estaba ligando.

¿Sabes cuántas hormigas se necesitan para levantar a una persona? —Imitó su acento de Liverpool, fingiendo un tono de voz que ella no utilizó—.

—No lo estaba diciendo de esa manera, y... No sé porqué te estás acariciando unos pechos imaginarios.

—Ya, bueno, deberías alejarte de él. —Se puso serio, volviendo a su acento de Londres—. Es peligroso, no me gustaría que desaparecieras de la nada y te encontrasen en el sótano de su casa, o algo así.

—Parece que vives en un libro. —Le recriminó—.

—Y parece que tú no ves las notícias.

Ava murmuró algo y sirvió el sándwich junto al vaso de zumo en la bandeja, volviendo a dirigirse hacia la mesa de Blake.

—Gracias. —Le dijo, con una sonrisa—.

—De nada. 

Blake suspiró por la nariz. Empezaba a aceptar que pasara de él, pero no desistía en querer hablarle. 

Ava se acercó a la barra, y sacó un trapo morado para limpiarla. Levantó la mirada un momento, y vio al grupo de profesores todavía hablando. Jonathan miraba a Pedro, y tenía las gafas muy abajo en su nariz.

—Eddie. —Lo llamó—.

Él se inclinó un momento para alcanzar un ChupaChups de cereza del otro lado de la barra.

—Dime. —Le contestó, llevándose el caramelo a la boca—.

Ava miró sus ojos azules desde el otro lado de la barra, y dobló el trapo morado para ponérselo sobre el hombro.

—¿Por qué te gustan los hombres?

—¿Qué?

—Que porqué te gustan los hombres.

—¿Sabes? A veces sí podría pensar que eres un poco homofóbica.

—No iba por ahí, imbécil. Me refiero, a, ¿cómo sabes que te gustan los hombres?

—¿Esta es tu manera sutil de decirme que te gustan las mujeres? —Insinuó, mordiendo el caramelo—.

Eddie había descubierto su sueño en el hospital, pero no terminaba de creerse que a Ava le gustase su profesor, lo tomó más como una broma. Incluso ella dudaba de eso, de qué sentía respecto al tema.

—No.

—Bueno, ¿y por qué te gustan a tí los hombres? —Le planteó, señalándola con el palito blanco del Chupa Chups—.

No fue una pregunta retórica, esperó a que respondiera, pero no pasó.

—¿Quieres que responda? 

—Pues sería lo suyo, sí.

—No lo sé. —Dijo con el ceño fruncido, encogiéndose de hombros—. ¿Por qué crees que te lo estoy preguntando?

—¿No sabes por qué te gustan? —Le dijo, ladeando la cabeza con sus cejas blancas muy juntas—.

—Mm... No.

—Dios, ¿nunca te han hablado de sexo?

Ella negó con la cabeza.

—Mi madre solo me hablaba de estudiar. —Le explicó—. Y nunca me he llevado bien con mi tía, así que no nos hablamos directamente.

—¿Y cuando te vino la...? —Lo dejó en el aire, como todos los hombres, pensando que la palabra menstruación les iba a hacer daño—.

—Busqué en internet qué me pasaba. Y me tomé como cinco pastillas para el dolor.

—Con razón pareces un robot en algunas cosas.

—Disculpa, ¿puedes ponerme un café para llevar? —Interrumpió Jonathan, acercándose a la barra con su bandolera de cuero en un hombro, y el dinero en la mano—.

Ava lo miró, y Eddie también se giró.

—Sí. —Respondió ella, secándose el sudor de las manos en el delantal—.

—Uh... ¿Tan fácil? Pensaba que volverías a huir de mí.

Ava apretó la mandíbula mientras sostenía el vaso para que se llenase de café, molesta.

—¿Huir? —Preguntó Eddie con una sonrisa burlona, volviendo a mirarla aunque estaba de espaldas—.

—Solo me fuí de la cafetería porque se había acabado mi turno. Y estaba cansada. —Respondió Ava, cogiendo una tapa desechable para el vaso—.

—Vaya. —Le sonrió, con perspicacia—. 

Eddie subió los ojos hasta el reloj de la pared.

—Mhm... Ya son las doce. —Comentó, palmeando la barra—. Tengo que irme a alemán.

Cerró la mano un par de veces para despedirse de Ava, y ella le sonrió, haciendo un ademán con la cabeza mientras colocaba la tapa en el vaso de cartón.

—A mí no me pareciste tan cansada. —Comentó Jonathan—.

Ava levantó la cabeza para hablarle desde el otro lado de la barra, con ambas manos apoyadas en la barra.

—¿Con o sin azúcar? —Le preguntó, refiriéndose al café—.

Jonathan arqueó una ceja, ladeando la cabeza.

—No paré a hablarte porque tenía prisa. Ayer no dí clases. —¿Se estaba disculpando?—.

—Tampoco te hubiese pedido que pararas a hablarme. 

Si se suponía que sentía algo por él, ¿por qué ahora actuaba como si lo odiase? Ava no sabía la respuesta, y no saber algo siempre la ponía de mal humor. Él borró su media sonrisa tan rápido como había aparecido.

—Oh, lo siento. ¿Entonces te puse nerviosa?

Ava irguió la cabeza cuando lo escuchó, arqueando mínimamente una ceja, volviendo a su seriedad.

—He pasado cinco años de mi vida en aulas repletas de hombres, demostrando ser mejor que ellos. Así que no. Nada me pone nerviosa.

—He visto que sueles ponerte a la defensiva cuando estás nerviosa. 

Ava evitó responder, porque le molestaba que tuviese razón, y se quedó unos segundos más en sus ojos al tomar una respiración profunda.

—¿Con o sin azúcar?

Jonathan sonrió levemente, con las manos en los bolsillos.

—Con, por favor. 

Ella lo hizo, agachando la cabeza un momento para coger un sobre de azúcar moreno.

—Estábamos hablando del concurso Atlas. —Siguió hablando Jonathan, aunque ella no levantó la mirada—. ¿Eres una de las finalistas?

—Me ofende que lo dudes. Y sí. —Sostuvo, volviendo a tapar el vaso de cartón, y levantó la mirada para hablarle—. Soy una finalista.

—Mm... —Murmuró mirándola a los ojos, asintiendo con la cabeza—. Creo que iré a verte.

Ava sintió una chispa en su pecho, como un hormigueo tierno en el estómago, y su expresión se relajó.

—Gracias. —Se sorprendió—.

Jonathan le sonrió entre su barba grisácea, y recogió su café de la barra.

—Espero que pierdas. —Comentó, despidiéndose—. Te queda muy bien.

Ava ahogó una risa aún en contra de su voluntad, formando una media sonrisa que contrastó con sus ojeras oscuras. Jonathan le dio la espalda, dirigiéndose a la salida.

—¿Si pierdo me contarás la historia de tu reloj roto?

Él se giró.

—¿Por qué ese interés?

Ava se encogió ligeramente de hombros, como si fuera obvio.

—Porque las cosas que no sé me intrigan.

—Y cuando las descubres te aburres de ellas.

—No siempre. 

—Nos vemos en clase, Ava.


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Eran las cuatro de la tarde, y Ava estaba en la biblioteca, ocupando casi una mesa por todos los libros que tenía. 

Sintió la vibración de su móvil en el bolsillo: la alarma para dejar de estudiar y acudir a clase de filosofía. Así que cerró todos los libros que tenía delante, y guardó su cuaderno de solapas rojas. Se levantó de la silla y salió de la biblioteca con la bandolera cruzándole el pecho. 

Ese día llevaba un jersey de cuello alto por el frío, algo ceñido al cuerpo, y unos pantalones de pana marrón, con un cinturón también castaño. Combinaba con el color de su pelo, y sus ojos.
Subió las escaleras con prisa, llegaba cuatro minutos tarde a clase. Anduvo por el pasillo, con el paisaje otoñal reflejándose en las ventanas. Llamó un par de veces y abrió la puerta, asomándose a la clase que ya estaba empezada. 

Todos la miraron, sin mucho interés, solamente porque había interrumpido.

El profesor West tenía una tiza en la mano, y también giró la cabeza cuando Ava abrió la puerta. Se disculpó con la clase y se acercó a la puerta para hablar con ella.

—¿Qué pasa? —Le preguntó en voz baja, frunciendo el ceño—. ¿No puedo entrar?

—Ya, respecto a eso... —Respondió él, subiéndose las gafas. Olía bien, olía a perfume intenso de hombre, y a libros—. ¿Te acuerdas cuando me respondiste en la cafetería del hospital, y empezaste a discutir en vez de hablar?

—¿Qué tiene que ver eso?

—Cuando te arrepentiste, y yo te pedí perdón por haberte molestado primeramente... Pues te mentí un poco. —Se sostuvo en el pomo de la puerta, sin dejarla pasar—. Sí me molestó que me hablases de esa manera.

—¿Por eso no puedo entrar? —Abrió sus ojos marrones más de lo normal al captar lo que estaba pasando—. ¿Porque... Porque empecé una discusión absurda fuera de la universidad?

—Sí. —Se limitó a responder con tranquilidad—.

—No lo entiendo.

—Puedes buscarme después de clase si quieres hablarlo.

—Esto es muy poco profesional. —Sonrió Ava, negando con la cabeza, sin creerse lo que estaba escuchando—.

—No es un acto profesional, es algo más... Personal.

—¿Ah, si? ¿Y qué se supone que debo hacer? ¿Pedirte perdón como si fuésemos dos críos enfadados?

—Hm... No lo sé, ¿crees correcto pedir perdón cuando cometes un error? —Se cruzó de brazos, pellizcándose la barba—.

Ava se relamió los labios, pasándose una mano por el pelo, y miró al techo antes de volver a él.

—Esto es una tontería.

—Solo vas a perderte una clase. —La sedujo, encogiéndose de hombros para restarle importancia—.

—La voy a perder porque a tí te apetece.

—...podrás recuperarla.

—¿Y qué se supone que voy a hacer esta hora y media?

—Bueno... —Suspiró con una mano en el bolsillo, retrocediendo un paso para volver a la clase—. Deberías volver a tu habitación.

—¿Y ese rencor?

Él se encogió de hombros.

—No me gusta que me hablen mal.

Y con eso cerró la puerta, dejándola en el pasillo.

Después de esa clase, Jonathan esperó a Ava, pero no apareció. Recogió sus cosas del aula, esperando encontrarla en el pasillo, pero tampoco estaba ahí. Entonces empezó a sospechar. Se había fijado en la mirada de Ava, de esas ganas horribles que tenía por contestarle y entrar en clase como si no la hubiese echado. ¿Y ahora desaparecía?

Sabía que en la próxima clase, ella se lo recriminaría. No pudo evitar reírse al pensar en eso.
Cuando el reloj marcó las siete de la tarde, Jonathan entró en su última clase del día: con los de segundo año. La mayoría de los alumnos se habían inscrito, todas las filas del aula estaban ocupadas.

El profesor West sostenía un libro abierto, y una tiza en la otra mano para escribir. Sus gafas se habían deslizado por el puente de su nariz, pero no malgastó tiempo en subirlas.

—Platón siendo el gran discípulo de Sócrates toma gran parte del fundamento metafísico de su maestro, aún cambiando varias cosas de su teoría. —Explicó, leyendo por encima la página del libro donde se mencionaban los pensamientos sofistas—.

—¿Su relación era noble? —Preguntó uno de los alumnos—. ¿Cómo sabemos que no fue Platón quien inculcó la duda para denunciar a su maestro y ocupar su lugar?

—Sócrates era para Platón un modelo de maestro, e incluso un héroe, que murió injustamente por buscar el bien y la verdad.

—Buenos amigos, compañeros, colegas... Lo que fuera menos amantes. —Canturreó una voz—. La historia odia a los amantes.

—Sí. —Empezó, teniendo que mirar dos veces para darse cuenta—.

Volvió a levantar la mirada del libro, y en penúltima fila, entre chicos que vestían con colores oscuros, se encontró a Ava en una clase que no era la suya. Con una sonrisa deliciosa mientras hacía bailar un lápiz entre sus dedos, vestida con colores tierra y su pelo castaño recogido. ¿Llevaba toda la clase ahí?

Jonathan ahogó una risa mientras erguía la cabeza, cerrando el libro que tenía en la mano. Definitivamente acababa de entrar, porque la habría visto antes.

—¿Qué te hace dudar de la relación entre Platón y su maestro? 

—¿Por qué no debería dudar? —Respondió al instante—. La filosofía se basa en plantearse todo lo que podemos dar por sentado, ¿verdad?

—Necesito argumentos, señorita Verona. —Le dijo, apoyando una mano en el escritorio—. No puede...

—Sócrates definitivamente tenía una doctrina, ¿por qué no iba a saberse? Si es nada menos que Nietzsche, descomunal crítico de Sócrates, quien nos dice esto, puede erigirse como un buen argumento: que Platón de alguna manera distorsionó, sistematizó e idealizó, el pensamiento de su maestro. —Le soltó, con las manos entrelazadas sobre la mesa—.

—Ja. —Jonathan sonrió, mientras se pellizcaba la barba con una mano—. Nietzsche.

Por favor, que no me responda—Repitió Ava en su interior. Lo que la salvó fueron las manecillas del reloj deteniéndose a las ocho de la tarde.

—La clase ha terminado.

Entonces todos los alumnos empezaron un zumbido, como en una colmena, mientras hablaban entre ellos y recogían las cosas. El profesor se quedó en el sitio, esperando que la niebla de estudiantes se disipara. 

Se escucharon una docena de pasos subiendo o bajando las escaleras para abandonar la clase, y ese ambiente cargado de pensamientos y personas desapareció.

Jonathan levantó la vista del suelo, y bajando desde la penúltima fila, estaba Ava con la bandolera colgando de su hombro. Tragó saliva y agachó la mirada cuando ella bajó los peldaños, con esa nube con aroma a brownies y café flotando alrededor suyo. De nuevo se encontraban a solas.

—¿Eres la última en salir? —Le preguntó fingiendo desinterés, tomando los papeles que tenía en el escritorio para ordenarlos—.

—Soy algo lenta recogiendo mis cosas. 

—Y querías que te regañase por colarte en una clase que no es la tuya. 

—También. —Sonrió, mostrando sus dientes blancos—. Siendo justos, pensaba que me echarías como Eddie.

—¿Crees que te merecías eso? 

Era una aula diferente, mucho más grande, pero pareció tan pequeña cuando lo tuvo delante. 

—Sabías que vendría. —Dijo Ava, reteniendo esa sonrisa odiosa—.

—Sabía que no dejarías el tema para más tarde.

Ava ladeó la cabeza, sonriéndole. Unas pocas arrugas de expresión acentuaron sus ojos miel, y sus bolsas oscuras se enfatizaron.

—Nunca dejo algo para más tarde. No me gusta procrastinar. Me causa más estrés.

—¿Entonces has venido a pedirme perdón? —Arqueó una ceja—.

—No. No voy a pedir perdón por mi carácter.

—Los narcisistas no suelen pedir perdón por sus errores, o por los daños que han cometido.

—Los manipuladores son personas que necesitan controlar, cambiar y deformar los comportamientos o percepciones de los demás. —Contraatacó ella—.

Jonathan sonrió en silencio, curvando los labios entre su barba canosa.

—¿Crees que escucharte e intentar orientar tu conducta hacia un camino positivo es ser manipulador? 

—¿Crees que saber la importancia de mis esfuerzos y estar orgullosa de ello, me convierte en una narcisista? —Le respondió en el mismo tono, seria—. Si fuese un hombre me llamarían vanidoso, y ganador.

Jonathan ladeó la cabeza.

—Solo te estoy pidiendo que te disculpes. —Le repitió en un tono amable, pidiéndolo—.

—Y yo te estoy explicando que es mi carácter. No pienso disculparme por ello.

—Ava. —La llamó, enfatizando sus palabras—. Fuiste grosera conmigo. Acepta tus actos, y pide perdón cuando hagas algo mal, intencionadamente o no.

—No fue mi intención empezar una discusión. —Se encogió de hombros, como si fuera obvio—. Pero solo puedo controlar lo que yo siento, no lo que sientes tú.

—Hm, ¿así que ya está? ¿No vas a disculparte?

—¿Por qué? ¿Vas a seguir castigándome?

—Es fácil. —La alentó, levantano ambas cejas—. Solo debes decir una palabra. Y todo terminaría.

—No voy a disculparme por ser quien soy. —Se cruzó de brazos—. He llegado muy lejos teniéndome solo a mí.

—Es como si estuviese leyendo a Schopenhauer. —Rio por lo bajo—. Podría poner un comentario en tu expediente ahora mismo. Lo sabes, ¿verdad?

—No lo tienes. —Sonrió, negando con la cabeza mientras lo miraba a los ojos—.

El rostro de Jonathan se relajó, dejando de sonreír, y en un instante se puso serio, frunciendo el ceño.

—¿Cómo sabes que no lo tengo? 

—¿Es por eso? —Le recriminó, levantando ambas cejas—. ¿Porque no quiero pedirte perdón? Oh, qué pena... ¿Has descubierto que no soy una buena chica?

Fingió un puchero, tentándolo a dejar ese tono amable para que le gritase, para que le hablase mal. Pero a cambio de eso, levantó una mano. Y aunque ella retrocedió la cabeza, cerrando los ojos, él solo le acarició la mejilla. Muy sutilmente, sin dejar el peso de su mano, y su pulgar le acarició la piel tibia del pómulo.

—Al contrario. —Dijo, mirándola a los ojos—. Sé que eres una buena chica bajo una fachada que intenta protegerte.

—Pero... —Apretó los labios. No quería que le hablase así, quería que discutiera con ella, quería que le gritase, quería que la insultara por ser cómo era... Porque en el fondo sabía que se lo merecía—.

Él escurrió la mano, acariciándole la mejilla con el pulgar, y empujó los dedos contra su nuca para acercarla, agachándose para besarla en la otra mejilla. Ava se quedó rígida en el lugar, sin esperarse ese acto, y sintió sus labios tibios besándole la piel. Otra vez.

No sintió su barba como algo rasposo, sinó como un tacto suave que acompañó ese beso, y su olor a perfume de hombre la golpeó como una ola. Luego se apartó, prematuramente, dejándola con una respiración agitada, como si le faltase el aire, y lo miró con un aire de tristeza que decoró sus ojos miel. 

Su pecho subía y bajaba rítmicamente, mientras su corazón se aceleraba. ¿Por qué la besaba? ¿Por qué no la insultaba? Ella misma conocía su comportamiento, sabía que era grosera, directa, y egoísta. Había empezado a discutir con él por un motivo absurdo del que ella misma hizo una montaña, solo porque se sintió atacada. ¿Y después de su terquedad insoportable, no la torturaba por ello?

—Lo siento. —Confesó, y su labio inferior tembló—.

Él asintió levemente con la cabeza, mirándola suavemente a los ojos.

—Lo sé. —La consoló—.

—Lo siento. —Repitió en voz, frunciendo el ceño, y ladeando mínimamente la cabeza cuando hizo un puchero involuntario. Su voz tembló por primera vez—. Siento ser como soy. Sé que hago daño sin quererlo, y luego no sé si seré capaz de enmendarlo.

—No te preocupes por eso. Debes ser fuerte por tí. Pero pedir perdón no es de débiles.

—Es fácil decirlo. —Sonrió, encogiéndose de hombros con los ojos tristes—. Si estás enfadada tienes la regla, si estás sentimental son las hormonas de las mujeres, si tienes miedo a dar el paso con tu tesis eres una indecisa y débil, si te pones una falda para una exposición quieres que te miren en vez de escucharte... Es jodido.

Apretó los labios, enfadada. Pero sin saber porqué, y sin saber con qué. ¿Con ella misma, quizá?

—Es muy jodido. —Dijo entre dientes—.

—Lo sé. —La consoló, escuchándola, y asintió con la cabeza—. Y si un hombre os entiende solo quiere aprobación femenina. ¿Por qué todo es tan difícil con vosotras?

—No lo sé. 

—Creo que es la primera vez que te escucho decir eso voluntariamente. —Le sonrió, mostrando sus dientes blancos—.

Parecía que se estaban despidiendo, pero ese silencio que floreció entre ellos pareció no molestarlos. Se miraron, y se escucharon en el silencio. Ava tragó saliva, y en un pestañeo miró al suelo.

—Bueno ya has conseguido que te pida perdón. ¿Quieres algo más? 

Él estaba serio, y asintió levemente con la cabeza, mirándola a los ojos a través de sus gafas de montura fina.

—Quiero abrazarte.

Ella frunció el ceño sin darse cuenta, extrañada.

—Me gustaría abrazarte. —Le pidió en voz baja, mirándola a los ojos—.

—¿Por qué? —Le preguntó, frunciendo el ceño—.

—¿Cuándo fue la última vez que alguien te abrazó cuando lo necesitaste? —La desarmó con una pregunta—.

Eso la dejó callada, con los labios ligeramente entreabiertos. Y no supo qué responder.
Repudiaba el contacto físico. Le asqueaba la idea de sentarse justo al lado de alguien, rozar los hombros con alguien, o chocarse sin querer. 

Le gustaba la comprensión, y el apoyo de su tío Pedro era el único pilar firme que tenía en su vida. Le gustaba abrazarlo, o apoyar la cabeza en su hombro cuando se quedaba dormida en el sofá, y al mismo tiempo no quería nada de lo que él pudiese ofrecerle. Era una necesidad privada por la negación constante al contacto ajeno.

Ava no debería necesitar a alguien que le diese palmadas en la espalda o la abrazase como una niña pequeña, era una adulta. Ellos le dejaron claro que no merecía nada. Solo se tenía a sí misma, y eso tenía que ser suficiente.

Pero cuando abrazó a Jonathan, lo único que ocupó su mente fue: Qué bien huele. No había ruido, solo sintió el tacto suave de su jersey, y la comodidad de su calor corporal.

Él no bajó las manos más allá de su media espalda, y ella no hizo nada más que apoyar sutilmente el mentón en su hombro. No supo si fue reconfortante, o acogedor... Simplemente no sintió nada. Su mente era como una discusión constante, la ansiedad era ruido dentro de ella, y cuando cerró los ojos en sus brazos escuchó el repentino silencio que ocupó su mente.

Solo por un instante, y como una chispa que se consume al instante, se sintió bien. Era una sensación extraña, pero cómoda, fue como descubrir el cinturón de seguridad en un trayecto que iba demasiado rápido.

—Gracias. —Le susurró, pensando que después de haber descubierto esa sensación, querría volver a tocarlo—.

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