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Dhelia estaba sentada en la cama perfectamente hecha. Lydia estaba en la cuna de madera, despierta, y llorando con los puños apretados. Era miércoles, su cumpleaños.

—En una hora llegarán todos. —Pedro llamó a la puerta—.

El bebé siguió llorando, cerrando con fuerza sus ojos y sus pequeñas manos, dando patadas a la nada.

—Vaya... Mierda. —Dijo ella entre dientes—.

—¿Estás bien? —Le preguntó desde el otro lado, apoyando una mano en el marco de la puerta—. Le tocaba comer hace quince minutos.

—Pasa.

Pedro obedeció, y abrió la puerta. La vio de espaldas, sentada en la cama de matrimonio, y su pelo castaño caía más abajo de sus hombros como ondas definidas.

—¿Qué te pasa? 

Cogió a Lydia en brazos, sosteniéndole la nuca, y la puso sobre su pecho. Aunque al principio siguió quejándose se acomodó al tacto del suéter, y se acurrucó.

—Deberías estar abajo. Controlándolo todo y gritándole a los del catering, como todos los años.

Surgió una risa de su boca, pero Dhelia giró la cabeza para no mirarlo, abrochándose la blusa. Aunque tenía esa expresión seria y agria de siempre, Pedro supo que estaba mal.

—¿Qué te pasa? —Volvió a preguntarle, palmeándole la mejilla—. Me preocupas cuando no estás insultándome.

—¿Qué me pasa? Nada. ¿Qué coño quieres que me pase?

Pedro se sentó a su lado.

—Me han dado el premio Afrodita por mi ensayo clínico, me han ascendido, voy a cumplir cuarenta y dos años... —Relató en un suspiro, encogiéndose de hombros—. Las dos hipotecas pagadas, coche nuevo, un bebé de cuatro meses...

Pasó el dorso de la mano por sus ojos, sorbiéndose la nariz. Pedro giró la cabeza para mirarla, sentada a su lado.

—Y no siento... —Cogió aire—. Nada.

Susurró esa palabra, sus labios pálidos temblaron, mientras sus ojos verdes se cristalizaron en una capa de lágrimas. Se sorbió la nariz y dejó de mirarlo.

—Claro que sientes. —Contestó él, pasando un brazo sobre sus hombros, y sosteniendo a Lydia con el otro—. Estás sintiendo algo ahora mismo.

—Voy a ser una madre horrible. —Contestó ella, rompiendo a llorar, y Pedro frotó su brazo en una caricia—. Cuando ella tenga diez años yo voy a tener cincuenta, y-y me va a odiar porque no sabré cómo hacerlo, la voy a cagar con ella también.

Las lágrimas rodaban por sus mejillas, y Pedro subió una mano por su brazo, invitándola a que se apoyara en él. Y eso hizo.

—Ni siquiera tengo leche. —Lloró sobre su pecho, cerrando los ojos mientras las lágrimas mojaban sus pestañas—. Soy vieja, y mi cuerpo sabe que no debería ser madre.

—Eso es mentira. —Le contestó en voz baja. Sabía que estaba en un tratamiento de estrógenos y tomaba oxitocina para intentar darle el pecho a Lydia. En resumen: estaba muy sensible por las hormonas, e irritable por cualquier cosa—. Eres una mujer fuerte, sabes que el trabajo y la maternidad no van a poder contigo.

—Oh, claro, para tí todo es fácil. —Se apartó—. Cambias pañales con una mano, escoges su ropa, te quiere a ti cuando llora de madrugada. Y a mi no me soporta.

Lloró, sintiendo un peso enorme en el pecho. Ese sentimiento, y recordatorio constante, de que no iba a ser buena madre, y que su hija no la aceptaba.

—No te odia. —Le repitió Pedro—.

—Oh, sí, sí lo hace. —Se levantó de la cama, con los brazos cruzados, y se sorbió la nariz mientras se limpiaba las lágrimas—. Y si no lo hace ahora lo hará en unos años.

—¿Por qué dices eso?

—¡Por qué no sé cómo hacerlo! —Le gritó, abriendo los brazos—. ¡No lo sé! ¡Tu madre es la mujer más buena que he conocido! ¡Y trata con Lydia tan bien como tú! Pero yo no sé cómo hacerlo.

Lo señaló con el dedo, medio gritándole y medio llorando. La luz que entraba por el balcón iluminaba su rostro mojado, acentuando sus facciones.

—¿Qué le va a esperar a Lydia? No merece una madre como yo.

—¿Pero qué dices? —Pedro frunció el ceño, también levantándose, y le tocó el brazo—. Eso no tiene nada que ver. Lo que pasaste no define quién eres ahora, o quién puedes llegar a ser.

—Pero no pude salvar a Vianne. —Dijo con un hilo de voz—. No pude. Le dije que no saliera vestida de esa manera, pero lo hizo igual. Y pensé: No pasa nada, Dhelia, no seas como tu padre.

Sus hombros se encogieron por sollozar, y mientras se cubría los ojos Pedro subió una mano por sus hombros, dándole una caricia para consolarla.

—Pude haberla obligado a cambiarse, y-y habría salido quince minutos tarde. Quizá esos hombres se habrían quedado en el tren esperándola. Todo fue por mi culpa. Todo fue mi culpa, Pedro. 

Apoyó la frente en su pecho.

—No, no lo fue. —Le aseguró—. No fue tu culpa.

Frotó su espalda, besándole la cabeza. Aunque era una mujer terca, fría, distante, estoica y pesimista, Pedro sabía que la amaba. De la manera más ciega e irracional que un hombre enamorado podría.

—Cada marca que tiene ella me la merezco yo. —Lloró contra la tela de su camiseta—.

Él se estremeció. Durante esos tres largos años, Dhelia no había pronunciado palabra sobre lo ocurrido. Estuvo en fase de negación todo ese tiempo, por miedo a admitir lo que había pasado. Y ahora el mundo se le venía encima.

—¿Crees que Ava te odia? 

—Sí.

—No, no te odia. —La consoló, apoyando el mentón sobre su cabeza, ya que Dhelia estaba descalza—. Te admira.

—Mentira. No necesito que me mientas para hacerme sentir mejor.

—¿Por qué crees que quiso entrar en la universidad? Su madre le había quitado esa ilusión, pero quiso intentarlo porque quería ser alguien como tú.

—Quiso intentarlo porque se lo dijiste tú.

—Pero aceptó la carrera porque quería hacerte sentir orgullosa. —Le dijo al oído, para que lo entendiera—. Toda la vida ha buscado tu aprobación, Dhelia. No la de Lauren, ni la mía.

Ella apartó la cabeza de su pecho, y levantó su mirada llorosa para encontrarse con la expresión calmada de Pedro.

—Solo te buscaba a tí en cada entrega de premios. —Le contó, mirándola a los ojos. Porque ella nunca estaba—.

Ella lo miró, vagando sus ojos verdes por el rostro de Pedro.

—Sí. —Asintió con la cabeza—. Solo necesitaba que la quisieras.

—Pero. —Cerró los ojos, frunciendo el ceño, y negó con la cabeza—. ¿Por qué es tan jodidamente estúpida? ¿Si no la quisiera aquí conmigo habría aceptado su custodia? Podría haberla dejado en un orfanato, ¿eso no lo sabe?

—Esa es tu forma retorcida de decir que la quieres. 

—Pero eso no sirve. —Discutió, separándose un paso de él, dejando ese abrazo—. Ya lo sabe. Y me odia igual.

—No, no lo sabe. Deberías decírselo. —Dejó al bebé dormido en la cuna—.

—No se lo digo, pero se lo he demostrado. Nosotras no somos unas sentimentales como tú.

—¿Qué quieres decir con eso? —Pedro frunció el ceño, casi indignado—.

—Ella no necesita escuchar todo el rato que la quiero porque ya lo sabe, esa mierda de abracitos y palabras no la necesitamos. Y tú, al contrario, necesitas saber explícitamente que te quiero.

Lo miró a los ojos, ladeando la cabeza, y dio un paso lento hacia él.

—Que te he querido tanto que a veces me olvidaba de quererme a mí misma porque tú lo hacías por mí. —Le relató, mirándolo a los ojos. Y esa vez, al igual que unas pocas, Pedro se quedó callado—. Nunca voy a querer a nadie como te he querido a tí.

Dhelia negó con la cabeza, como si todas esas palabras que narraban sus labios no fueran nada más que humo. Sin saber, que para todos los demás, las palabras significaban mundos enteros. Y es que lo había amado como hombre, como amigo, y ese sentimiento nunca desaparecería. Dejaría un espacio en blanco, porque siempre estaría ahí.

Pedro siguió callado, apoyando una mano en la cuna para sostenerse, y tragó saliva mientras la miraba delante de él. Descalza, y sin maquillaje.

—Oh, Dios, ¿vas a llorar?

—Lo siento, lo siento. —Se excusó él un momento, apretándose el puente de la nariz—. Es que esto... Ha sido muy bonito viniendo de tí. Gracias.

—Solo son palabras. No demuestran nada.

—Yo también te quiero, Dhelia. —Hizo ademán de abrazarla, y aunque ella intentó rechazarlo la abrazó igualmente—. Siempre.

—Sí, eso díselo a las otras. —Musitó, apartándolo—.

—Bueno, nuestra relación está caducada, ¿y qué? Ya hablábamos del divorcio antes de Lydia, pero quisimos tenerla igual. Los dos quisimos darnos otra oportunidad por Ava, y ¿sabes? Si tuviese que volver a escoger, volvería a tener una hija contigo.

—Eso no es excusa para acostarte con otras, y...

—Eres una persona fuerte. —La interrumpió, acunando su rostro con ambas manos—. Algo cínica, pero segura de sí misma y eres preciosa. Yo quiero que mi Lydia sea como tú. Bueno, no tan... Borde y con tu carácter de mierda.

—No sé si eso ha sido un cumplido. 

—Lo que quiero decir. —Volvió a interrumpirla—. Es que no me arrepiento de haberte conocido. Me has dado a Lydia, y a Ava, y no cambiaría por nadie todos estos años que hemos estado juntos.

Dhelia cogió aire por la nariz, y dejó ir un suspiro pesado mientras lo miraba a los ojos, notando las manos de Pedro en sus brazos. Descendió en una caricia, y tomó sus manos finas.

—Lo sé. —Susurró ella, con su impoluto acento británico—. Eres un buen hombre, Pedro.

Él curvó una sonrisa suave en sus labios.

—No me des las gracias. Somos un equipo.

Asintió levemente con la cabeza, y esa vez fue él quien suspiró mientras la miraba. Tomó sus manos, notando la elegancia de sus anillos dorados bajo las yemas. 

Se acercó a ella, y aunque Dhelia no se movió tampoco se apartó, y Pedro muy sutilmente acercó los labios a los suyos, ladeando la cabeza. Se quedó sobre su boca, y fue ella la que permitió ese beso antes de cerrar los ojos, notando su bigote presionando su labio superior. Él llevó las manos a la cadera de Dhelia, y retrocedieron un paso mientras alargaban ese beso en el silencio de la tarde.


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Treinta minutos después llegó Ava a casa de su tía. Esa tarde de noviembre corría una brisa helada, haciendo volar su pelo, y tuvo que agachar la cabeza para que las hojas no chocaran contra ella. 

—Pasa, pasa. —Le abrió la puerta Pedro, con Lydia en brazos—. Pensaba que tendría que ir a buscarte.

Ava hizo una mueca que pareció una sonrisa y entró. La calefacción del recibidor se encargó de abrazarla.

—Joder, qué frío. —Exhaló un suspiro, quitándose los guantes negros—.

—¿Qué te has hecho en el labio?

Ava se tocó la herida. 

—Me he mordido.

—¿Tan fuerte?

—¡Espera no me cierres! —Gritó Eddie, empujando la puerta con la mano—.

—Perdón.

Eddie hizo un ademán, restándole importancia, y también se quitó los guantes blancos, al igual que su pelo.

—¿Al final has organizado la fiesta? —Preguntó Ava, colgando su abrigo en el perchero—.

—Sí. —Contestó, acomodando el lazo en la cabeza de Lydia—.

—Si no te importa voy a probar los canapés. —Mencionó Eddie, pasando entre ellos para ir a la cocina—.

—A las cinco sale el tren. —Dijo Ava, quitándose el jersey de lana para quedarse con la camiseta negra—. Y la comida que sirven es asquerosa, así que voy a comer aquí. 

Pasó por su lado para seguir a Eddie.

—Andrew ni siquiera ha respondido cuando su madre ha dicho que yo representaría a la universidad. Solo se ha ido y...

—Espera, espera. 

—¿Qué?

Le señaló el cuello.

—¿Qué es eso? —Rio con voz ronca—.

—¿Qué es qué? 

—Pues que tienes un chupetón como una diana en el cuello. —Contestó Eddie por él, volviendo a la conversación con un plato pequeño de canapés—.

Ava se cubrió el cuello con la mano, frunciendo el ceño. Sintió que perdía el color, y se quedaba pálida. Debería haberse mirado en el espejo antes de vestirse, debería haberse maquillado, no tendría que haberse quitado el jersey.

Tragó saliva, fingiendo normalidad. Podía ser inteligente, pero mentir no entraba en sus habilidades.

—Bueno, ¿y qué? —Se limitó a responder, quitándose la mano del cuello—. ¿Es algo malo?

—No, no pasa nada. —Pedro se encogió de hombros, con una sonrisa—. No pasa nada, es...

—No hagas preguntas. —Intentó disuadirlo, haciendo una mueca—.

—¿Cómo se llama? —Le preguntó emocionado—. ¿La conozco? ¿Es Wanda? Dios, dime que es Wanda.

—¿Qué? —Ava frunció el ceño, sin entenderlo—. ¿Por qué piensas que es una mujer?

—Ah... —Levantó ambas cejas—. ¿No lo es?

—Yo también tuve que aceptar su heterosexualidad. —Lo apoyó Eddie, comiéndose otro canapé—.

—¿Podemos dejar este tema? —Les pidió, apretando los dientes. Su expresión, y sus gestos, recordaban mucho a Dhelia—.

—¿Es Blake Sanders? —La expresión de Pedro se endureció—. Porque no quiero a ese gilipollas cerca de tí.

—He dicho que vamos a olvidar el tema. —Repitió Ava, tensa—.

—Te gustaría a tí. —Rio Eddie, comiendo mientras escuchaba la conversación—.

—¿Por qué has supuesto tan fácilmente que ha sido Blake?

—Hombre, siempre te persigue por los pasillos y te pide la cuenta a tí cuando va a la cafetería. —Comentó Eddie—. He visto que se le pone una cara de imbécil cuando te mira...

—¿Así que es él? —Pedro la señaló con el dedo, enfadado—. ¿Sabes la clase de persona que es? Te juro que lo mato. Si te busca, si vuelve a hablarte, o si se acerca a tí otra vez, lo mato.

—¿Qué? No, ¡por Dios! ¡Y no soy una niña! ¡No necesito tu permiso! Por favor: Deja. El puto. Tema.

—No, no lo voy a dejar. —Se puso serio, dándole el bebé a Eddie porque había empezado a llorar—. ¿Sabes de qué lo acusan?

La siguió por el pasillo, hasta que terminaron en la cocina. Habían varias enredaderas escalando por la pared, dirigiéndose a la ventana. También había un tragaluz, y los rayos dorados del sol se derramaban sobre toda la cocina.

—¡Es un puto maltratador! 

—No. —Negó Ava con voz tranquila, apoyando la baja espalda en la encimera—. No lo es, en verdad.

—Hasta que no se realice el juicio no voy a creer lo contrario. 

—No entiendo por qué te pones así. —Discutió ella con voz firme—.

—Porque-.

—No, no creo que el motivo sea Blake. Es que siempre vas a estar cuestionando mis decisiones, sean cuales sean.

Pedro soltó una carcajada.

—Por supuesto que lo voy a hacer. 

—¿Ves? ¡No me dejas margen para equivocarme! Tú solo... Me has sostenido siempre. ¿Sabes el miedo que tengo a caer?

—¿Por eso no me lo has contado antes? ¿Sabes lo que podría haberte hecho? ¿De verdad crees, mi amor, que ese puto inútil te merece?

—¿Por qué? —Se puso a la defensiva, con sus cejas castañas muy juntas—. ¿Por qué tiene notas peores que las mías? ¿Por que a mi lado es solo un inútil?

—No, no estoy hablando de eso.

—¡Porque una nota no te define! —Hablaron los dos al mismo tiempo—.

Entonces Pedro, como rara vez ocurría, se quedó callado.

—¿Qué has dicho?

—Que un número no te define. —Le repitió, mirándolo directamente a los ojos—. Solo demuestra que te has presentado a un examen y has sacado más que un cinco. Eso no significa tener más principios o valores por los títulos que posees, ni por las materias que te interesen.

Pedro se quedó callado un momento, procesando sus palabras. Se extrañó, preguntándose porqué después de tantos años su mentalidad cambiaba tan drásticamente. No podía contar todas las veces que le había dicho a Ava que su nota jamás avalaría sus esfuerzos, pero nunca lo había creído. 

Hasta ahora.

—¿Y ya está? —Dijo él tras un breve silencio—. ¿Viene un imbécil y te convence de que "tus notas no te definen"?

—No es... —Discutió ella con una mueca, aunque él no dejó de hablar—. No es un imbécil.

—¿Por eso te daba vergüenza contármelo? —Siguió Pedro, indignado—.

—No, no es por eso, es que no encontraba un momento para decírtelo. 

—Pues espero que hayas disfrutado de estos días, porque definitivamente no vas a volver con él. 

—¿Qué? —Esbozó una sonrisa involuntaria—.

—Ava, es un chico problemático. —Se puso serio—. No se esfuerza en su futuro, tiene antecedentes por maltrato y posesión de drogas. ¿Crees que mereces algo tan mediocre? ¿Alguien que te hará sufrir?

—No. —Le respondió, alargando la última letra—.

—¿Entonces por qué estás con él? —Le suplicó la respuesta, frunciendo el ceño—. Por favor, yo esperaba que me presentaras a Wanda Kamiński, premio Universe a nivel internacional, y me encuentro con... Esto.

—¿Sabes? Creo que nunca aprobarás mis relaciones.

—Eso no tiene sentido. 

—Oh, claro que sí. —Asintió Ava, abriendo mucho sus ojos miel—.

—De lo que estamos hablando, es que estás en una relación con un chico que entró de milagro en nuestra universidad. No tiene trabajo...

—Pedro tengo que contarte una cosa. —Dijo, cruzándose de brazos—. Siento que no puedo escondértelo más tiempo.

—...no sabemos nada de sus padres, y ha repetido tres veces. —Continuó Pedro, ignorándola—. ¿Eso te lo ha dicho? Tiene cinco años más que tú, tiene casi veintiséis.

—Escúchame por un momento... —Intentó explicárselo, pero calló cuando escuchó lo había dicho. Entonces levantó la mirada, y se encogió de hombros, indignada—. ¿Y qué si es mayor que yo?

Pedro ahogó una risa, pasándose una mano por la mandíbula.

—¿Cómo se supone que voy a vivir sabiendo que estás con un repetidor de veintiséis años que se centra más en tocar la batería con su grupo que en tener un buen trabajo? —Hizo un ademán con la mano, chascando la lengua—. Por Dios, esto suena demasiado cliché.

—¿Y...? —Apretó los labios, encogiéndose de hombros. Sinceramente, no sabía cómo responder en esa situación—. ¿Y si lo quiero?

—¿Qué? —Casi lo gritó, frunciendo el ceño, y dejando claro con su expresión que no lo entendía—. ¿Qué acabas de decir?

Eddie también entró en la cocina, con Lydia en sus brazos, y se quedó en el umbral de la puerta para escucharlos.

—Que lo quiero. —Repitió, más para ella misma que para él. Tragó saliva—. Lo quiero en mi vida. 

Tragó saliva mientras lo miraba, notando cada latido de su corazón.

—Me he dado cuenta de que quiero hablarle todos los días, quiero verlo aunque solo sea un momento, y... Dios. —Sonrió sin darse cuenta, como una estúpida—. Lo que siento cuando nos miramos es... Es algo que incluso las pastillas no me han hecho sentir nunca.

Pedro se mordió el labio inferior, con las manos en la cadera.

—No estamos hablando de Blake, ¿verdad?

Ella negó con la cabeza, mirándolo a los ojos. Pedro suspiró por la nariz, mirando al suelo, y arrastró un taburete de la mesa de madera.

—Oh, Dios, necesito sentarme. —Suspiró, apoyando los codos en la mesa de madera—.

Eddie se acercó rápidamente a la mesa para sentarse a su lado, con la pequeña Lydia curiosa en sus brazos.

—¿Eso es...? —Le preguntó Ava, repicando los dedos contra la mesa—. ¿Malo?

—¿Qué? No, no. —Contestó él, negando con la cabeza—. Es algo normal. Lo que me extraña es que no lo hayas sentido antes.

—¿Y de quién estás enamorada? —Comentó Eddie—.

Le sonrió, tirando de la manga de su camiseta negra. Ava frunció el ceño, sin entenderlo. Lydia también la miró, con sus labios mojados, y apretados por dos mofletes carnosos.

—No lo sé. ¿Estoy enamorada?

—Por lo que dices sí. —Le sonrió Pedro entre su barba dispersa—.

—Ja. —Soltó ella, con la mirada perdida—. Pues es un sentimiento... Raro. ¿Se supone que debo decírselo o ya lo sabe porque siente lo mismo?

—No, por favor, no hagas igual que tu tía. —Pedro negó con los ojos cerrados, tomando su muñeca—. Díselo.

—¿Y quién es? —Insistió Eddie—. Qué tensión.

—Mientras no sea Blake me conformo. —Sonrió Pedro—.

—¿Es el hermano de Wanda?

—¿El de atletismo? No le des ideas, ese imbécil tampoco me gusta.

—¿Y el hijo de la rectora? —Eddie le guiñó un ojo—. Ya sabes, un enemy to lovers.

—¿Ese niño mimado? —Discutió Pedro—. No. Estoy seguro que es el chico que participó en el concurso Atlas: William Cooper.

—Pues estáis frío frío. —Comentó, arqueando una ceja—.

—Pero tú tienes... —Empezó Eddie, haciendo una mueca—. El... Ya sabes.

—VIH. Sí, puedes decirlo.

—¿Pero él lo sabe? Tienes que decírselo.

—Sí que lo sabe. —Ava frunció el ceño—. Sabe quién soy. Y no le importa.

—¿Entonces os habéis acostado? —Eddie le dedicó una media sonrisa, emocionado—.

—No, no digas eso. —Lo avisó Pedro—.

—¿Qué? ¿Por qué? Pero si el se...

—No digas esa palabra. Nunca más.

—Tengo la prueba de que tú también lo haces justo en mis brazos. 

—Nunca.

—Bueno, igualmente no me refería a eso. —Dijo Ava, arrancándose la piel alrededor de las uñas—.

—¿Sabes? Cariño, deberías volver a terapia si quieres entrar en una relación con una persona nueva. —Le sugirió Pedro, tomando su muñeca para que dejase de hacerse daño—.

—¿Por qué? Sabes que el doctor Finn no me cae bien.

—Pues podemos buscar a otro. Pero son muchas emociones nuevas, alguien debería ayudarte a sobrellevarlas.

—¿Y quién es? —Sonrió Eddie nerviosamente, repicando la mesa con una mano—. ¿Quién es nuestro anfitrión?

Ella los miró a los dos, contrastando el color oscuro de los ojos de Pedro con el color zafiro que dominaba la mirada de Eddie. Entonces tragó saliva, y no estuvo segura de si quería hacerlo. Preguntándoselo a ella misma, ¿qué era esa relación que estaba llevando con Jonathan?

Los dos esperaron su respuesta, pero ella al final negó con la cabeza, indecisa.

—No me siento preparada para decir eso. —Les contó—.

—Eh, está bien. —Le contestó Pedro, levantándose—. Está bien.

—Esperaré para saber el cotilleo completo. —Eddie le guiñó un ojo—.

—¿Él te hace sonreír? —Le preguntó Pedro con una sonrisa, bajando por sus brazos en una caricia—. ¿Estás bien con él?

Ella indagó en los ojos oscuros de Pedro, y sintió tranquilidad. La misma paz que sentía cuando miraba los ojos marrones de Jonathan a través de sus gafas.

—Sí. —Contestó Ava—.

—Pues eso es lo que importa. —Le aseguró, atrayéndola hacia él para darle un abrazo—.

Ella giró la cabeza para apoyarla en su pecho, y sin saber porqué suspiró cuando sintió sus brazos rodeándola. Se sintió segura. 

—Vale. 

—Pero como sea un gilipollas, mayor que tú, y sin saber qué quiere hacer con su vida, lo mato. —Le susurró—.

—Lo sé. —Respondió ella, identificando su perfume Sauvage de Dior como una nostalgia que no supo explicar—.

Se separó de él, y tomó su muñeca para revisar la hora en su reloj. 

—Si no me voy ya perderé el tren. —Pensó en voz alta, soltando su mano—. Tengo que irme.

—De acuerdo. —Se despidió Pedro, acompañándola por el pasillo para volver al recibidor—. ¿Necesitas que te acerque?

—No, no hace falta.

—Y oye. —La llamó—.

La señaló con el dedo, dando un paso hacia ella.

—Por cualquier cosa, si alguien intenta hacerte daño, tendrá que pasar por encima de mí. —Dijo en voz baja, pinchando su hombro con el índice—. ¿De acuerdo? Yo siempre te querré más que él.

Ella asintió, sonriéndole.

—Espantabas al hombre de mis pesadillas, ¿crees que no podrás asustarlo a él?

Pedro rio a boca cerrada.

—De esto ni una palabra a Dhelia.

—No. —Negó él, estando completamente de acuerdo—. El que de verdad asustaba al hombre de tus pesadillas era Dhelia.

—¿Yo qué? —Apareció, bajando las escaleras—.

Sus tacones finos chocaron contra el suelo. Unas ondas castañas y suaves cubrieron sus clavículas desnudas. Cuando bajó el último escalón se dio cuenta.

—Estás resplandeciente con eso. Dijo con su acento inglés, enfatizando las palabras—. ¿Vas a mostrárselo a todos en la entrega de premios?

Ava se cubrió el cuello con una mano, quitándole la mirada.

—No te vayas de aquí sin cubrirte eso. Es muy vulgar.

—Igualmente nadie lo va a ver. —Contestó, poniéndose el jersey de lana beige—.

Pedro carraspeó, y Eddie también llegó al recibidor, pidiéndole que cogiera al bebé. Mientras Dhelia miró de pies a cabeza a su sobrina. Y de un momento a otro, los tres se habían callado.

—¿Te vas ya?

—Sí. 

—¿Sin verme soplando las velas?

Ava giró la cabeza para mirarla, mientras volvía a recogerse el pelo en una coleta alta.

—Sí.

—No digas tonterías, siempre hemos pasado mi cumpleaños juntas. —Le discutió, con los brazos cruzados bajo su escote—. Quizá no tu madre, pero tú sí.

—Bueno, este año no puedo. 

—Los del catering han dejado la tarta en la nevera. Va, será un momento.

Y sin esperar su respuesta, se giró para andar hacia la cocina.

Dhelia abrió la gran nevera blanca, y sacó la tarta de nata y fresas de un solo piso. La dejó sobre la mesa de madera.

Ava arqueó una ceja al ver la tarta, que tenía los bordes decorados con trozos de fresas y una letra horrible que escribía "you're so old".

—Esa es la tarta que te hice a los nueve años. Cuando me apuntaste al curso de cocina.

—Lo sé. Les he enseñado una foto a los del catering.

Dhelia le devolvió el mechero a Eddie, y colocó bien la tarta en el centro de la mesa.

—¿Sabes cuántos cumplo, Ava? —Le preguntó, dejando de mirar la tarta para mirarla a ella con sus profundos ojos verdes—.

—No.

—Mejor.

—Voy a hacer una foto. —Sonrió Pedro, acercándose a ella para pasarle a Lydia—.

Ava esperó a que Pedro hiciese la foto, carraspeando para intentar que el tiempo pasara más rápido. Iba a perder el tren.

—Tú. —La llamó, haciendo un ademán con la cabeza—. Ven.

—No, gracias.

Solo se lo repitió una vez más.

—Ven. 

—No quiero. —Frunció el ceño, sin entender eso—.

—Vamos a enviársela a tu madre, muévete hasta aquí.

Ava resopló, obedeciendo para no perder más tiempo, y rodeó la mesa para ponerse a su lado. Las dos bastante serias, como casi dos gotas de agua si no fuera por la elegancia natural que acompañaba a Dhelia y el agotamiento que se veía reflejado en el rostro de Ava.

Después de eso Dhelia se inclinó y sopló las cuatro velas, sonriendo cuando vio al bebé riéndose.

—Muchas gracias por permitirme presenciar esto. Tengo que irme.

—Espera. —La paró la voz de Dhelia—.

Ava suspiró, y tuvo que volver a girarse. Vio que Dhelia pasaba el bebé a Pedro, y luego volvió a centrar su atención en ella. Todos se quedaron en silencio para escuchar lo que tenía que decir. Pedro abrió mucho los ojos, presionándola con la mirada para que lo hiciera.

La mayor hizo una mueca, pasando la lengua por sus dientes.

—Ven. —Le dijo, haciendo un ademán con las manos para que se acercase—.

—¿Para qué?

—Tú ven.

—Estoy perdiendo el tren en estos momentos.

—Ven a darme un abrazo, joder. —Le ordenó, abriendo los brazos—.

Ava frunció mucho el ceño, abriendo más de lo normal sus ojos. Se sintió débil.

—¿Por qué? —Dijo con miedo—. ¿Te vas a morir?

—No.

—¿He hecho algo malo? —Le preguntó con recelo, frunciendo el ceño—.

—Ven. —Repitió con el mismo tono afilado—.

Dhelia apretó los dientes, mirando a su sobrina, y ella obedeció insegura. Sin mucha confianza se acercó a ella, con el ceño fruncido, y esperó que hiciese cualquier cosa, cualquiera, menos abrazarla. 

Casi retrocedió cuando Dhelia lo hizo, teniendo que levantar la cabeza porque era más alta que ella en tacones. Fue tan extraño, como un acercamiento entre dos desconocidas, tan incómodo que Ava se quedó rígida en el sitio como un poste de luz. 

Esa mujer olía a Channel, y a dinero.


Cuando se separaron ninguna supo qué decir a continuación, y se miraron un rato. Ava tenía el ceño fruncido, y sus labios perpetuos en una línea recta, sin entender porqué lo había hecho. Pasó un buen rato hasta que Dhelia carraspeó, juntando las manos para arrancarse la piel alrededor de la manicura roja.

—¿Algo más? —Le preguntó Ava—.

—Lo... —Dhelia carraspeó, cerrando los ojos. Tomó aire por la nariz, y volvió a abrir los ojos rodeados por sus pestañas maquilladas—.

La miró a los ojos, y Ava seguía sin entender nada. Detrás de ella, estaba Pedro, asintiendo con la cabeza mientras le sonreía para incitarla a continuar.

—Yo lo... —Volvió a enredarse con las palabras, cediendo toda su atención a los ojos miel de Ava—. Lo siento.

Su sobrina solo arqueó una ceja, y no dudó en hacerla repetir aquello.

—¿Lo sientes?

Dhelia asintió seriamente.

—Lo siento.

Ava apretó los labios, y sin esperarse eso, asintió profundamente con la cabeza.

 Inconscientemente, ¿había esperado toda su infancia por esas dos palabras?

—Vale. 

—¿Vale?

—No te perdono. 

Dhelia frunció el ceño.

—Pero... He dicho que lo siento.

—Sí. —Asintió Ava, seria—. Y no puedo perdonarte.

Dhelia se quedó con el corazón en la garganta, y no supo procesar su respuesta. Tragó saliva para intentar deshacer ese nudo que sentía en el estómago.

—Vale. —Susurró—. Lo entiendo.

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