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—¿Te gusta que te folle en la cama que compartía con mi mujer? —Sonrió Pedro sobre los labios de Bárbara—.

Ella le sonrió de cómplice, riendo.

—Dhelia me da miedo. 

Pedro la miró desde arriba, encontrándose con su boca en un suspiro. La hizo soltar un suspiro cuando sintió la barba dispersa y el bigote arrastrándose sobre la piel de su cuello. Pedro pasó un brazo bajo la almohada, y se acostó sobre ella, dejando la cabeza en su pecho.

—Felicidades. —Soltó ella en una sonrisa, mirando las vigas de madera del techo—.

—Gracias.

—No es por molestarte, pero me estás aplastando. 

—Lo siento. 

Se tumbó a su lado, acomodando la sábana azul. 

—¿Crees que alguien respaldará a Irons en su candidatura? —Dijo, abriendo el paquete de tabaco que descansaba en la mesita de noche—.

—No. Yo creo que el puesto de rector en Enero será tuyo.

—Vale. —Se encendió un cigarro—.

Bárbara se giró de cara a él. La luz de la tarde se derramaba sobre su piel morena, aclarando más el color castaño de su pelo, y provocando que esas canas escondidas se acentuaran.

—No me creo que vayas a cumplir cuarenta y nueve. —Descendió una mano por su pecho—.

—Yo tampoco. 

Su teléfono empezó a vibrar en la mesita, y la apartó al aceptar la llamada.

—Hola, mi amor. —Volvió a llevarse el cigarro a los labios—. ¿Ha pasado algo para que me llames a esta hora?

—Bueno —Se rio Eddie—, no soy Ava pero lo aprecio igualmente.

Pedro también se rio con una voz más grave.

—¿Y dónde está Ava? 

—Aún está en la biblioteca.

—¿No sospecha nada?

—No. Joder... Y yo me lo voy a perder.

—A las nueve ya no quedará nadie en la fiesta, pero puedes pasar igualmente.

—Mm... Odia las sorpresas. —Eddie hizo una mueca—. No sé si primero te gritará o si se irá de casa. Dios... ¿Cómo crees que va a reaccionar?

—Gritándome... —Hizo una pausa para dar otra calada, mientras Bárbara volvía a ponerse la ropa—. ...o con un ataque de ansiedad. Quién sabe.

Al otro lado de la línea se escuchó un ruido distorsionado, y las voces de varios estudiantes hasta que Ava cogió el móvil que le había robado Eddie.

—Hola. —Le dijo Ava, frunciendo el ceño al ver la llamada empezada—. ¿Por qué te ha llamado? ¿Ha pasado algo?

—Me estaba felicitando. Al contrario que tú sí que se ha acordado de mi cumpleaños.

Ava frunció más el ceño, empezando a andar por el pasillo.

—¿Estás fumando?

—No. —Respondió al momento, reteniendo la respiración para no echar el humo—.

—No te creo.

—Tengo que colgar. 

—¿Quieres que le diga a Dhelia que vuelves a fumar?

Pedro colgó antes de despedirse, exhalando el humo de golpe. Tosió un par de veces, sentándose al filo de la cama para guardar el paquete nuevo en el cajón de la mesita.

Bárbara se acomodó el pelo después de ponerse la camiseta negra, y se arrodilló sobre la cama, yendo hacia él para abrazar su espalda desnuda, dejando un mar de besos en la piel caliente de su hombro. Él giró la cabeza hacia ella, y Bárbara apoyó el mentón en su hombro, entrelazando las manos en su pecho.

—¿Me presentarás? —Le preguntó, girando la cabeza para mirarlo—.

—Sí. Pero aún no.

Eso la ofendió. 

Y aunque Pedro acariciaba sus manos, Bárbara se alejó de él. Llevaba demasiados meses con las mismas excusas, pero con Pedro buscándola cuando la necesitaba.

¿Siempre sería "la otra"? Lo miró a los ojos, buscando en el color café de su mirada, y no le resultaban creíbles los rumores que corrían en la sala de profesores. Ese hombre, que tenía ahora mismo delante, no sería capaz de acostarse con todas las profesoras del equipo docente.
Pedro tenía principios, era un hombre de familia, Pedro era... Diferente.

—Pero no puedes ocultarme así. ¿Qué piensas que hará? ¿Dejar de hablarte? ¿Por mi culpa?

—No. —Se limitó a responderle, negando con la cabeza—. Mi Ava no.

—¿Entonces por qué sigo siendo tu secreto? —Le recriminó con pena—.

—No eres "mi secreto". —Respondió más seco, teniendo que repetir esa conversación—. Pero nuestros hijos ni siquiera se llevan bien.

La respiración de Bárbara se aceleró, solo se sentó a su lado, y Pedro volvió a apoyar la espalda en el cabecero, dejando ir un suspiro ronco.

—Estoy cansada de esperar, Pedro. —Le recordó con lástima—.

—¿Esperar a qué?

—¡A ser parte de tu vida! —Exclamó con desespero, mientras él solo miró la puesta de sol en la ventana—. He dejado a mi marido...

—¿Sabes? Yo no te pedí que lo hicieras. —La interrumpió—. Estabas aburrida, querías cambiar algo, y eso está muy bien Bárbara. Pero no me utilices a mí como excusa.

Ella apretó los labios, dejando de mirarlo con un ademán, y recogió su bolso negro del suelo.

—Dejaste a tu marido porque quisiste. —Le recordó Pedro mientras ella se iba—. No por mí. Ni por tu hijo. Lo hiciste porque te diste cuenta de cómo te consumías a su lado.

—¿¡Y eso qué coño quiere decir? —Le gritó desde la puerta, con una expresión de enfado y desesperación—.

—Que no te debo nada, Bárbara.


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El atardecer del lunes llegó como un suspiro.

Cuando Ava entró en la universidad, reconoció ese olor a cerrado y libros antiguos. Eran las seis y diecisiete minutos de la tarde, los últimos rayos de sol se colaban entre las nubes, y se apreciaban las motas de polvo que se sostenían en el aire

.En ese pasillo vacío, hacía frío. Aunque Ava estaba cabizbaja, releyendo la hoja de sus apuntes en el libro de texto.

—Hola, Ava. —La saludó Blake, poniéndose a su lado—. Te he visto en la web de la universidad, y has estado... Bua, los premios han sido increíbles. Yo nunca podría hacerlo.

—¿Qué quieres? 

—Pf, ¿qué? ¿Por qué debería querer algo para hablarte? Somos amigos.

—Dímelo ya. 

—Bueno, em... —Susurró Blake, tomando la muñeca de Ava para pararla—. 

Luego carraspeó, mirando al suelo.

—Necesito... Me jode tener que hacer esto, pero es que no tengo a nadie más para pedírselo.

Ella lo miró, arqueando una ceja con vaga curiosidad. Blake tomó una respiración profunda, reteniendo el aire mientras la miraba. Apretó los labios, soltándolo.

—¿Podrías testificar en mi juicio?

—¿Testificar? —Repitió ella, frunciendo el ceño—. ¿En la corte?

—No, en casa. —Le respondió con sarcasmo, levantando ambas cejas. Pero cuando ella lo miró se retractó—. Lo siento.

—No puedo hacer eso. 

—¿Por qué? —Le suplicó Blake mientras la miraba a su lado—. Solo tendrás que sentarte, y contar lo que te dije en la cafetería. Por favor, Ava, no tengo a nadie más a mi favor.

—Yo no estoy a tu favor.

Giraron al final del pasillo, ambos yendo a la clase de filosofía. La última clase del horario.—¿Por qué no? —Soy pésima mintiendo.

—No tendrías que mentir. Mi abogada te haría unas preguntas, y tú solo responderías lo que sabes.

Un juicio. 

Periodistas.

 La corte. 

Esa silla incómoda en la que las personas daban testimonio. 

La boca seca. 

Las manos empapadas en sudor.

No. No podía volver a un juzgado. Aunque ese no fuera su juicio.

—Ya te he dado mi respuesta.

Blake resopló, haciendo un puchero por lo desesperado que estaba. Se pasó una mano por la cara, siguiéndola.

—Por favor. —Le suplicó otra vez—.

—No.

—Por favor, Ava. —Casi lloró, tomando su brazo para pararla, y cuando se giró para responderle él se arrodilló tomando su mano—. Puedo acabar en la cárcel. Por favor, por favor, ayúdame.

Sus ojos negros se volvieron llorosos, pero no le mantuvo la mirada, y agachó la cabeza mientras tomaba sus manos.

—Por favor, Ava, sé que eres buena persona. —Le rogó, de rodillas en el pasillo—. Por favor. Te lo suplico Ava, por favor, haré lo que quieras.

—Blake, no-.

—No te voy a molestar nunca más. —Le rogó, sollozando mientras miraba el suelo. Entonces recordó otra vez a esas chicas persiguiéndolo para insultarlo, el hermano de Noah que lo siguió a los baños de la universidad, las notas en su correo—. Pero ayúdame, por favor. Por favor... No quiero seguir viviendo así. No puedo.

—Blake, yo te creo. —Lo apoyó, asintiendo con la cabeza—.

Intentó ponerlo en pie, pero él se abrazó a su cintura.

—Por favor, Ava no me dejes así. —Le lloró sin mirarla a la cara—. Por favor...

A ella se le aceleró el corazón al ver quién bajaba las escaleras, y dejó sus labios entreabiertos.

—Blake ponte de pie. —Le susurró aprisa, palmeando sus hombros para que se apartara—.

—Por favor.

Ava tomó aire por la boca, y dejó de mirarlo en un pestañeo para centrarse en otra persona.

—Esto no es lo que parece. —Le explicó Ava, negando con la cabeza—.

Dhelia paró sus tacones delante de ellos, con las manos en los bolsillos de su traje hecho a medida y una expresión de indiferencia en su rostro maquillado. Blake también giró la cabeza, y la vio ahí, con sus perfectas ondas chocolate y dos ojos verdes que lo miraban fijamente a él.

—Tú. —Lo llamó, señalándolo con el mentón—. En pie.

—Perdone, señorita James. —Se levantó rápidamente, sorbiéndose la nariz—.

Luego miró a Ava, y con un pestañeo pesado pasó por su lado, con el ruido de sus tacones.

—Te esperaré en la cafetería. A tu abuelo no le gusta que lleguen tarde.

—¿Y qué quieres que haga? Tengo clase.

—Pues quédate quince minutos más cuando termines. Que piense que nos hemos olvidado de él.

Mientras Dhelia se dirigía al auditorio para atender la invitación de dar una conferencia, Bárbara pasó por su lado. Dhelia no la miró, pero ella sí se giró para observarla. Su figura de reloj de arena era clara incluso en ese traje, y andaba con una elegancia atroz en esos tacones de aguja.

 Era lo suficientemente orgullosa para no dedicarle a Bárbara una sola mirada, pero incluso con esa indiferencia y ese silencio... Bárbara se sentía muy poca cosa delante de ella.

—Joder... —Dijo Blake, sorbiéndose la nariz. Ava giró la cabeza para mirarlo, y él agachó la cabeza para mirarla a los ojos—. Qué buena está tu madre.

Primero, Ava estaba seria, pero ahogó una risa al escucharlo decir eso, y terminó riendo con él a boca cerrada.

—Buenas tardes, Ava. —La saludaron, provocando que se girase—.

Ella solo volvió a su expresión anodina y agria cuando vio a Andrew detrás de su madre.

—Hola, hijo de la rectora. —Ni siquiera lo llamó por su nombre—. Me he divertido mucho presentando los premios.

Él solo la miró de arriba abajo, y sin decir nada más siguió andando por el pasillo vacío.

—Hola, Ava. —La saludó Bárbara, la rectora, con una sonrisa—.

—Buenas tardes, señora Ross.

Bárbara la hubiera corregido, pero se quedó con la palabra en la boca cuando Ava entró en clase, seguida por Blake.

—Da igual. —Susurró para ella misma—.

En el aula, la calefacción era más alta, y la atmósfera cálida daba la bienvenida. Ava bajó las escaleras.

—¿Puedo sentarme contigo? —Le preguntó Blake, mirándola un escalón detrás de ella—.

Los demás estudiantes hablaban entre ellos, y todo parecía sumido en un mar de susurros y risas. Ava llegó a la tercera fila, pero vio a Wanda Kamiński hablando con un compañero en la mesa del profesor.

—Lo siento. —Se excusó con Blake—.

Bajó del todo las escaleras.

—Hola, Wanda. Siento interrumpir.

—No pasa nada.

Su acento eslavo fue como una bocanada de aire fresco, y dejó una mano en la cintura de Ava para besarle las mejillas.

—¿Qué haces en mi clase?

—¿No te han dado el folleto?

Ava frunció el ceño.

—No. 

—Habrá una demostración de elementos para los de Química II. 

—Ah... —Asintió lentamente—. Y queréis que os traiga a Eddie para que sea vuestra pareja en el experimento, ¿no?

—Pensábamos que vendría contigo.

 Ava les sonrió, viendo que el reloj de la pared estaba a punto de marcar las siete.

—Iré a ver vuestros experimentos.

—Gracias, Ava. —Se despidió Wanda, tocándole el brazo—.

Los demás también fueron sentándose, esperando al profesor. Ava subió a la tercera fila, y vio que Blake igualmente ocupó el lugar a su lado: dejándole la mesa que estaba pegada a la pared para ella. 

Tomó asiento con pesadez. Solo había pasado un día desde la vuelta a su rutina, pero también habían vuelto los dolores de cabeza, el agotamiento, los nervios y su ropa cómoda.

—Vale. —Dijo Ava de repente—.

Blake giró la cabeza hacia ella al predecir que le estaba hablando. 

—¿Qué? 

Mientras se miraban, se escuchó la puerta del aula cerrándose. Había llegado el profesor West, y la clase se había callado.

—Voy a ir al juicio. —Le susurró—.

Blake abrió mucho sus ojos negros, entreabriendo los labios para ahogar un grito.

—¿De verdad? —Dejó una mano sobre la muñeca de Ava, que descansaba sobre la mesa—.

Sobre la venda que llevaba bajo la manga del jersey, donde se escondían sus cicatrices más vulnerables. 

Quitó la mano de la suya en un movimiento, quizá, demasiado agresivo.

—No, te he mentido para ver tu cara de ilusión. —Acarició la muñeca que él le había tocado antes—. Estaba siendo irónica.

—Buenas tardes. —Jonathan dejó la bandolera de cuero sobre el escritorio—.

Algunos alumnos contestaron lo mismo, y Ava centró su atención en él en un pestañeo.

—Debéis tener un bombardeo de exámenes estas semanas, ¿verdad? —Su voz solemne inundó el aula—.

—No nos joda, profesor. —Se quejó un chico de gafas negras—. ¿Vamos a tener exámen de filosofía, también?

—No, no. —Soltó una carcajada—. No me refería a eso. Iba a decir: ¿Y a quién le va a apetecería hablar ahora sobre el idealismo del siglo XVII?

—¿Vamos a debatir sobre algo? —Preguntó Blake—.

—No. Vamos a hablar sobre nuestra ética.

—¿Acaso eso no es lo mismo? —Preguntó otro chico—. Todos tenemos valores diferentes, y diseccionamos un tema en base a nuestro propio sesgo. ¿Hablar desde nuestro punto de vista no sería iniciar un debate?

"El hombre filosófico busca la verdad, para vivir en la autenticidad y no en el autoengaño. Busca la teoría para llegar al mundo invisible escondido detrás de la apariencia". —Citó el profesor—. Argumentar una opinión no siempre desemboca en una discusión. Sinó empieza una influencia. No podemos ser individualistas, debemos pensar y completarnos como grupo.

—La Revolución Francesa surgió a consecuencia de eso. La Ilustración fue impulsada por Rousseau, porque en vez de discutir con todos su opinión para quedar por encima de los demás, contaminó a más gente con su pensamiento. —Corroboró Noah—. 

—No lo entiendo. —Se quejó un chico—. ¿De qué estamos hablando?

Sin quererlo la mirada del profesor recayó en la chica que estaba apoyada en la pared. Y Ava le sonrió. Estaba sentada con las piernas cruzadas, entre los demás alumnos, y él estaba apoyado en su escritorio, con una tiza entre las manos.

—...que Rosseau combatió la tiranía a través de la razón y el conocimiento. —Le respondió Noah a ese chico—. No con debates absurdos sobre quién tenía la razón.

—Perdón, ¿quién lo había preguntado? —Jonathan frunció el ceño, devolviendo la atención al resto de la clase—.

—Yo, profesor.

—Lo que os voy a enseñar hoy, será a argumentar vuestra propia opinión. ¿Cuántos de vosotros flaqueáis cuando vuestro amigo tiene una opinión opuesta?

Dejó de apoyarse en el escritorio para apuntar "ARGUMENTACIÓN" en la pizarra.

—Por ejemplo, ¿cuántos de vosotros apoyáis la pena de muerte? 

Muchos levantaron la mano vagamente, y mientras los miraba Jonathan se limpió la tiza de los dedos, vagando la mirada entre ellos.

—¿Por qué? —Les preguntó—.

Ava se relamió el labio inferior, mordiéndolo, mientras lo miraba dando clase. Porque él no la miraba.

"¿Te ha dolido? Deja que los demás oigan lo mucho que duele".

Se ahogó en ese recuerdo, cuando llegaron al hotel después del teatro.

—¿Por qué apoyas la pena de muerte, Evan? —Le preguntó el profesor West a un chico que levantó la mano—.

—¿Los familiares de una persona que ha sido asesinada, no tienen derecho a justicia? —Le respondió con otra pregunta, arqueando una ceja—. El verdugo merece un juicio con la misma compasión que ha mostrado con la víctima.

—Pónte en mi posición 

"Ponte de rodillas, cariño".

Ava tenía las piernas cruzadas, y las apretó. No supo cuánto tiempo pasó, pero no pudo prestar atención.

—¿Ves cómo te he dejado sin poder argumentar tu opinión?

—Sí.

—Y yo estoy en contra de la pena de muerte. —Admitió Jonathan, con una mano en el pecho—. ¿Véis a lo que me refería? No he cambiado la opinión de esta persona, ni he querido cambiar su perspectiva. Solo estábamos compartiendo nuestra opinión. Y él se ha quedado sin hablar porque flaquea ante mí.

—Es el profesor. 

—Sí, bueno, me refiero a que esta situación puede pasar con cualquiera. —Rio Jonathan, haciendo un ademán con la mano—. Hoy os voy a enseñar a cómo demostrar vuestra opinión, indiferentemente de lo que opine la otra persona con la que estáis hablando.

Después de eso, la hora se extendió en teoría ilícita del libro de texto. Citas a pensadores contemporáneos, réplica (la filosofía de Heraclito) y bastantes dedos tecleando todo lo que decía el profesor.

Cuando faltaron diez minutos para terminar la clase, después de esas dosis intensas de filosofía occidental, la lección culminó en una conversación ligera sobre la felicidad.

—¿Qué es la felicidad para mi clase? —Les preguntó, con los brazos cruzados, y las mangas de su suéter negro manchadas de tiza—. ¿Hm?

Se pasó una mano por el pelo. Sus gruesos rizos se escurrieron entre sus dedos, peinándolos hacia atrás.

—La felicidad es un concepto inventado. —Dijo el chico de ojos grises, cabizbajo al jugar con un bolígrafo entre sus dedos—. Nos obsesionan con esa mierda de "persigue tus sueños", como si conseguir nuestras metas nos llevase a la felicidad. Es un camino inventado por aquellos que mienten y que nos es impuesto. La felicidad no es algo externo, es algo que se descubre dentro nuestro.

—Y es efímero. —Lo apoyó Noah, mirándolo—.

El profesor asintió con la cabeza.

—Me parece una perspectiva exquisita, Eros.

—¿Qué coño? —Se rio Ava, mirando al al ojos grises—. ¿Te llamas Eros?

—Vine el año pasado de Grecia. —Le dijo con voz cansada—. Me siento detrás de tí en cosmología, lo sabes, ¿verdad?

—Como dijo Epicuro: La felicidad es placer, serenidad, un estado en el que no hay perturbaciones del alma ni dolor alguno. —Dijo Blake—. Él entendía que no hay un punto medio entre placer y dolor, o se siente uno o se siente otro, pues las definiciones de ambos son la ausencia de su opuesto.

Ava sonrió, mirando su mesa, y dibujó una carita sonriente en la yema de su dedo índice.

—Pues yo opino que solo son felices los que poseen bondad y belleza. —Aportó Amanda, con un rizo muy definido cayendo por su frente—. Aristóteles dijo que las personas "felices" deben poseer tres especies de bienes: externos, del cuerpo y del alma. Las personas deben aceptarse, amarse, repartir ese amor sin alevosía ni celos, y crear un bien común: como el que sería una familia o un hogar. En un estado de beatitud, así se es feliz.

El profesor West levantó ambas cejas, ladeando la cabeza. Al fin escuchaba una definición optimista.

—Es una perspectiva muy bonita y real, Amanda.

Ella intentó evitar sonreír.

—Gracias.

—Pf. —Resopló Ava, sonriendo—. ¿"Beatitud"? ¿Qué coño es beatitud?

—Pensaba que estábamos en una clase de filosofía, no en una utopía moralista. —Continuó el griego, y le dedicó una mirada a Amanda—.

—Bueno... —Dijo ella, encogiéndose de hombros—.

—¿Qué os pasa? —Soltó Jonathan, frunciendo el ceño mientras miraba a Ava y Eros—. ¿Una persona optimista comparte su visión de la vida y os sentís amenazados?

—La vida es la vida. —Respondió él—. No un puto cuento que predicar.

—La existencia es sufrimiento. —Respondió Ava—. También que la contemplación estética de las cosas y los hechos del mundo nos proporciona un estado de beatitud que aleja los males inherentes al tremendo hecho de vivir.

Amanda agachó la cabeza, quedándose callada, y Jonathan dejó ir un suspiro pesado.

—¿Por qué te dejé ese libro de Schopenhauer? —Se pasó una mano por la cara—. Muy bien, Amanda. Me gusta tu punto de vista, y has sabido explicarlo perfectamente. El mundo necesita más animadores como tú.

Ella volvió a mirarlo en un pestañeo, y la piel morena de sus mejillas se estiró al volver a sonreír.

—Gracias, profesor.

—A tí, Amanda. 

Ava puso los ojos en blanco, levantando una ceja. Blake le habló de algo mientras recogía sus cosas, y mientras esos escasos minutos pasaban, el aula empezaba a vaciarse.

—Ah, por cierto. —Le dijo Blake antes de irse, girándose hacia ella, que seguía sentada—. Aquí tienes mi número. Otra vez. Por si quieres hablarme de algo... O no sé.

Ava solo asintió fugazmente con la cabeza, y aceptó el trozo de papel.

—Vale. Esta vez no lo tiraré.

—Gracias. —Le sonrió el rubio, mostrando sus dientes blancos. Le susurró de cómplice:—. Y muchísimas gracias por lo del juicio, Ava. Te estoy muy agradecido.

—Tendrás que hacer algo que yo quiera. —Le recordó—. Me debes un favor.

—Sí. —Asintió fielmente con la cabeza—. Lo que quieras, cuando quieras.

Mientras la gente se iba, Amanda se acercó al escritorio del profesor mientras él recogía. Noah la empujó, no literalmente, a hablarle después de clase. Y terminó convenciéndola a pesar de ser bastante tímida en su cárcel de introversión, porque Jonathan siempre tenía una sonrisa amable, y no daba miedo preguntarle.

—Hola. —Le dijo, sonriendo cuando él levantó la vista de los papeles del escritorio, y la miró—. Siento... Siento molestarle después de clase siendo tan tarde, per-pero...

Se trabó con las palabras, y gracias a su piel oscura no se pudo apreciar que se puso algo roja.

—¿Los dos hablamos el mismo idioma? —Bromeó Jonathan, guardando su cuaderno con las notas en la bandolera de cuero—.

—¡Sí, sí! —También sonrió Amanda, apartándose los rizos negros de la cara—. Bueno también hablo francés.

Tu parles français? —Respondió él, algo impactado que alguien de ciencias le hablase en otro idioma. Los de letras, también tenían prejuicios con los del otro bando—.

C'est ma langue maternelle. —Continuó, con las manos tras la espalda, porque no sabía qué hacer con ellas—.

—¿Qué querías preguntarme, Amanda? —Recondujo la conversación—.

—Yo-. Yo no... —Volvió a balbucear, frunciendo el ceño, y cerró los ojos al equivocarse otra vez, volviendo a empezar en la (casi) eterna paciencia de Jonathan—. Perdón, estoy muy nerviosa.

—Bueno, tranquila, no te voy a matar. —Bromeó él, sonriendo—.

—Amanda, fuera. 

Se añadió la voz, algo más grave, de Ava. Ella se giró al escucharla.

—¿Qué?

—Creo que Noah te está llamando. —Dijo, girando la cabeza para mirar la puerta del aula—.

—¿Si? No la he oído...

—¡Noah! —La llamó Ava, levantando la mano—.

La rubia teñida se dio la vuelta, y con una sonrisa amplia saludó a Ava con la mano desde el pasillo.

—¿Ves? —Le dijo Ava—. Te está llamando.

—Bueno, quizá sí...

—Hasta mañana, Amanda. 

Ella solo pudo sonreírle, bajando la mirada, y carraspeó para despedirse.

—Hasta mañana. 

Él suspiró por la nariz, mirando a Ava, que continuaba sonriendo débilmente.

—Adiós, Amanda. —Se despidió, asintiendo con la cabeza—.

Al final, la chica salió del aula, y cuando el ruido se disipó Ava y Jonathan se quedaron mirándose, con el escritorio como separación entre ambos. 

Solos.

—¿Por qué has hecho eso? 

—¿Por qué has hecho eso? —Le repitió la pregunta, rodeando lentamente el escritorio para ir hacia él—.

—Solo soy amable. Me gusta hablar con mis alumnos.

—¿Hablamos un poco? —Arqueó una ceja, llevando las manos a su cinturón negro—.

—No. —Susurró, entrando en pánico—. No, aquí no.

—¿Por qué no? —Le susurró ella, bajando los labios a su cuello para dejarle un beso. Mientras intentaba deshacer su cinturón—.

—En clase no.

—Mm... —Gimió en su oído, subiendo las manos bajo su suéter, tocando la piel caliente de su abdomen—. ¿Sabe lo cachonda que me ha puesto en una clase, profesor?

—Para.

Bajó unos besos por su cuello, dejando una marca de saliva sobre su piel, y sus manos frías le erizaron la piel al tocarlo bajo la ropa. Quiso besarlo, y atrapó su boca contra la suya, cerrando los ojos para sentir su lengua deslizándose en la suya con un sonido húmedo.

—No. No me beses que me pierdo.

Se tragó sus palabras, ahora con una mano en su nuca para tocar esos rizos que estuvo viendo toda la hora, retorciéndolos entre sus dedos, y Jonathan ladeó la cabeza hacia el otro lado para alargar ese beso. 

Luego, Ava tomó su mano, y le pidió que la tocase. Él arrastró una mano por la piel blanda de su culo, levantándole un poco la falda, y la empujó sin darse cuenta. La espalda baja de Ava quedó apretada contra el filo del escritorio.

—¿Por qué tienes que ser así?

—Porque eres mío. —Jadeó en voz baja contra sus labios húmedos por la saliva del otro—. Mío, joder.

—Tengo que irme, cariño. —Jonathan negó con la cabeza, mirándola de cerca a los ojos—. Tengo a Iris en casa con la canguro.

Que nombrara a su hija, que antepusiera cuidarla por encima de ella, solo le gustaba más.

—Por favor. —Le pidió en un jadeo susurrado, apretando ese dulce sonido contra sus labios mientras tomaba su muñeca, guiándolo entre sus muslos apretados bajo las medias—. Solo un poco...

Él buscó el calor de sus piernas casi involuntariamente, y sus dedos serpentearon entre su piel.

Los ojos se le cerraron solos al sentir su mano colándose con cuidado bajo su ropa. Arqueó la espalda hacia atrás, atrapada por el escritorio. Él sintió ese manto viscoso que recorría su entrada, arqueando los dedos para frotarla con demasiada lentitud. Eso provocó que se retorciera sobre sus yemas calientes.

—Te he visto con las piernas cruzadas toda la clase. —Susurró en un tono grave—. Y ahora veo lo mojada que estás... ¿Siempre será así? ¿Me buscarás para que te folle después de clase, cariño?

—Sí. —Luego sonrió, traviesa—. Sí, fólleme profesor. Por favor.

Él apretó los dientes, pero ese movimiento no se apreció bajo la barba, y ladeó la cabeza, sucumbiendo a sus ojos miel. 

Sacó la mano de sus bragas, y la cogió de la cadera para darle la vuelta con brusquedad, ahora apretándola contra el escritorio para que descansara el pecho sobre el mueble. 

Ava jadeó, notando la presión de su mano contra la nuca para que no se moviera.

—Siempre haces lo que quieres conmigo. —La culpó, levantándole la falda para darle un golpe, dejando la marca rojiza de su mano—.

Los dos escucharon los pasos de alguien demasiado cerca, así que se separaron bruscamente antes de que alguien pudiese ver algo. 

Lo único que vio Dhelia cuando entró, pensando que el aula estaría vacía, fue a Jonathan sentado en la silla del profesor, y Ava al otro lado del escritorio.

 Sus ojos verdes fueron tan inocentes, que no vio que él tenía las piernas cruzadas para ocultar esa brutal erección que había causado su sobrina. Y tampoco se dio cuenta, de que ella no estaba respirando.

—¿Qué miras? —Le dijo Dhelia a Ava—. Al coche. Te dije quince minutos.

Ella asintió con la cabeza, y Dhelia volvió a girarse, despidiéndose.

Cuando se fue, y el ruido de sus tacones fue lejano, Ava escupió el aire que estuvo conteniendo, jadeando por volver a respirar. Se tomó un momento para recuperarse de la gran presión que sintió.

—Ya nos veremos mañana.

—Sí. —Asintió ella rápidamente—. Sí, y perdón por... Por esto.

—Buenas noches. 

—Buenas noches.

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