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—¿Y por qué enciendes una vela todas las noches, papá?

—Porque así lo hicieron muchas personas antes que nosotros. Es una tradición.

—¿Por qué?

Iris giró la cabeza hacia su padre, sentada en una de sus piernas para poder mirar de cerca el candelabro. Las mechas dibujaban sombras esquivas sobre el mantel de la mesa.

—Porque... —Volvió a responder sus preguntas, exhalando un suspiro cansado—.

Desde el vinilo del salón se apreciaba la melodía de la canción Fly me to the moon, mientras la aguja se arrastraba sobre el disco.

—Hace mucho, mucho tiempo —Le explicó, abrazándola para que descansara, deseando que eso sirviese como el cuento para dormirla—, el rey de Siria se enfadó con su pueblo. Porque él creía en los dioses griegos, y quería que todos rezaran a esos dioses.

—¿Por qué?

—Porque no podía permitir que alguien no compartiese su opinión. —Resolvió, acunando su espalda con un brazo, y con la otra mano sacó el teléfono del bolsillo al oír un mensaje—.

—¿Y se enfadó con su pueblo porque pensaban diferente? 

—Sí. —Contestó él, abriendo el chat de Ava. La luz de la pantalla se reflejó en sus gafas mientras leía—. Era un rey bastante malo.

Agápē
Podemos hablar?

—¿Si era malo porque era rey?

—Porque un rey no se escoge. —Levantó ambas cejas, sorprendiéndose por su pregunta—.

Jonathan A. West

Claro
¿A qué hora ha sido el juicio? ¿Ha salido todo bien?

Agápē
Sé que no puedo pedírtelo
Pero podemos hablar de verdad?
Quieres ir a un café?

Dudó en ceder.

Jonathan A. West
Tengo a Iris
¿A las ocho en mi casa?

—Así que para terminar con las otras religiones, este rey quiso destruir el Templo donde los judíos rezaban. Y lo consiguió durante un tiempo, pero el pueblo empezó a enfadarse con su rey.

Continuó explicándole mirando el móvil, esperando su respuesta.

—Así que los judíos entraron al Templo por la fuerza, y volvieron a rezar. Pero después de todo lo que lucharon para poder entrar al Templo otra vez, se dan cuenta de que no hay suficiente aceite para encender la Menorá: que es un candelabro como este.

—Nosotros tenemos aceite en la cocina. ¿Ellos no tenían?

—No. —Se rio—. No es el mismo aceite. Es algo especial.

—¿Y no se puede rezar sin eso?

—Exactamente. —Asintió él, meciéndola suavemente para que se durmiera—. Ese aceite debía durar ocho días para encender las velas, pero en el Templo solo quedaba suficiente para uno. Ellos lo encendieron igual, confiaron en que eso era lo que podían hacer. Y al final, ese poquísimo aceite, se mantuvo encendido los ocho días.

Iris ahogó un jadeo, formando una "o" con sus labios.

—¡Fue magia!

—Sí. —Suspiró él, cansado—.

Se levantó de la silla, teniéndola en brazos, y ella se abrazó a su cuello.

—¿Y por qué tienes tanta barba papá? —Le pinchó la mejilla con el dedo—. No me gusta.

—Hoy tienes muchas preguntas, ¿no? —Jonathan arqueó una ceja, girando la cabeza para morderle la mano—.

Ella soltó una risa, y apartó la mano rápidamente.

—¿Y tú? —Le preguntó, subiendo las escaleras con ella en brazos. Las luces cálidas del pasillo iluminaban con un tono ámbar—. ¿Cómo te ha ido el día? Cuéntamelo.

Llegó a su cuarto, forrado con una alfombra de terciopelo rosa, y varias estrellas fosforescentes pegadas a la pared. Mientras ella hablaba entusiasmada por su día en el colegio, Jonathan la convenció para bañarla y peinarla. Eso siempre la dejaba tranquila.

—...pero luego me cogió los juguetes y se fue. —Contó haciendo un puchero, jugando con el agua mientras le deshacía la trenza—.

—Deberías decirle estas cosas a la profesora.

—¡Sí, pero él-él lo hace cuando la profesora no está mirando!

El teléfono de Jonathan volvió a sonar. Estaba arrodillado frente a la bañera, y se secó la mano con la toalla antes de sacarlo del bolsillo.

Agápē
No.
Mejor olvídalo
Es muy tarde

—¿Dónde está Dory?

Jonathan A. West
Solo son las siete y media
Aún puedes venir

—La habrás olvidado en casa de mamá. —Le respondió, meciendo una mano bajo el agua para asegurarse de que no se había quedado fría—.

Ava se quedó en línea.

—Ah... Es verdad. David ha comprado a Nemo para jugar con los dos.

—¿Si? —Jonathan levantó ambas cejas, mirándola un momento antes de volver al móvil—.

Jonathan A. West
No me molestas

Apagó la pantalla y lo dejó sobre el lavabo, cerca del grifo.

—Pero él no juega contigo en la bañera, ¿verdad?

Se subió un poco más las mangas del jersey y empezó a lavarle el pelo con un champú de almendras.

—No. —Contestó, concentrada en la espuma que tenía entre las manos—.

—Solo papá y mamá pueden acompañarte al baño y cambiarte de ropa. Lo sabes, ¿verdad? —Volvió a explicarle, acariciando su mentón para que lo mirase—. Incluso papá dejará de bañarte en unos años.

—¿Por qué?

Se quedó un rato callado, mirándola.

—Porque deberás aprender a bañarte tú misma. —Le dijo, arqueando una ceja—.

La sacó de allí envuelta en una toalla suave, y terminó de secarla para ponerle el pijama. La lana beige acarició su cuerpo, como un abrazo, y cuando empezó a secarle el pelo Iris ya estaba bostezando. Le pidió que la llevase a la cama en brazos y Jonathan lo hizo. Se abrazó a él con piernas y brazos, dejándose caer dormida en esos ocho pasos que tardó en cruzar el pasillo.

Abrió la cama para ella y la arropó, sentándose a su lado para mirarla.

Ladeó la cabeza, sintiendo que su corazón se oprimía. Él también necesitó de eso, de ese cariño y esos abrazos que no paraba de darle a Iris. Él también fue un niño una vez, pero nadie lo trató como tal.

Bajó las escaleras pasándose una mano por la cara, quitándose las gafas un momento. Llegó al comedor y volvió a poner el vinilo. Un ruido de fondo, para no sentir la casa tan vacía. Tenía que poner el friegaplatos, pero antes abrió un poco la puerta trasera, y se encendió un cigarro con el gas de los fogones.

Mientras fumaba apoyado en la puerta trasera su móvil vibró en el bolsillo.

Agápē
Sé que no te molestaría
Pero ya tienes una niña que cuidar, no?

Se quedó en línea.

Jonathan esbozó una sonrisa silenciosa mientras miraba el móvil.

Jonathan A. West
No me importa cuidar de otra-

No, no debía escribir eso. Releyó la frase, y borró las palabras antes de enviarlas.

Jonathan A. West
Iris ya está en la cama

Ava estaba en línea, pero tardó bastante en escribir algo. Como si hubiese leído el mensaje que él acababa de borrar.

Agápē
He hablado con Pedro

Leer eso le tendió un escalofrío. Repentinamente una brisa fría se coló dentro de casa.

Jonathan A. West
¿Sobre qué?

Se quedó un rato en línea.

Agápē
Sobre ti
Sobre esto

Sabía que había hablado con él, le había convencido de alguna manera para evitar que lo despidieran. Cuando el día anterior se sentó en la mesa de reuniones esperó ver caras de decepción, de asco, incluso escuchar algún insulto: Pedro estaba en uno de los extremos de la mesa, mirándolo.

Pero empezaron a hablar sobre la planificación del siguiente trimestre con normalidad. Nada del vídeo, ningún reproche, solo la mirada de Pedro puesta en él. 

Y hubiese preferido que lo despidieran ahí mismo para huir de la sala y no soportar más esa presión sobre sus hombros, su nuca, entre los ojos: cualquier parte donde tuviese la mirada de Pedro encima.

Agápē
Cogeré un taxi
No te robaré mucho tiempo

Jonathan tragó saliva, y exhaló el humo por la nariz. Cansado. Soportar sus pensamientos consumía más energía de la que quería.

Jonathan A. West
Róbame el tiempo que quieras

Pudo escuchar su sonrisa. O al menos, eso quiso intuir.

Apagó la pantalla, y pensó que debería esperarla, pero llamaron a la puerta. 

Anduvo por el pasillo, con la voz de Louis Armstrong en el vinilo, y cogió el pomo para abrir. Y ahí estaba Julie, con sus aros de oro asomándose entre los mechones de su pelo castaño.

—Hola. —Le dijo ella, moviendo sus labios teñidos de carmín—.

Su presencia olía a vainilla y canela, una nota dulce pero empalagosa como la miel.

—Hola. —Respondió él, aún con el ceño—. ¿No habíamos acordado el miércoles para hablar de la custodia?

—Sí. Sí, pero pensé que podríamos hablarlo entre nosotros antes de meter a los abogados.

—Ah... —Jonathan entreabrió los labios, mirándola—. Vale.

Se acomodó las gafas, apartándose de la puerta para dejarla pasar.

—Sí, bueno... —Dijo él, pasando por su lado para ir al salón, y abrió un cajón del mueble—. Podríamos firmar el acuerdo ahora, y pasar por los juzgados el lunes.

Julie murmuró una aprobación, acercándose a él. Sus tacones chocaron contra la alfombra beige.

—Ten. —Las yemas de sus dedos se tocaron cuando aceptó el sobre—. Es la misma copia que redactó el juez.

—Vale.

—No lo entiendo. —Intervino él, negando con la cabeza, y meció un mechón más blanco que gris de su pelo rizado—. ¿Te vas antes de Navidad?

—No. Walker aún no me ha dado vacaciones. Estoy bastante... Hasta arriba de trabajo.

—Siento oír eso.

Jonathan se sentó en el sofá, y ella le dedicó una mirada antes de sentarse a su lado.

—Creo que me lo llevaré para leerlo. —Comentó—.

—¿Qué? —Respondió casi al instante. Y Julie lo miró—. ¿Por qué? Lo hemos leído cien veces.

—Lo sé. Pero se debe leer un contrato antes de firmarlo.

—De hecho no, porque es el mismo documento que aprobamos. Los dos.

Ahí estaba el acuerdo de custodia actualizado, ya que Julie vería menos a Iris por trabajo, además del reparto de dinero; las clases de ballet, las vacaciones... Todo estaba ahí. Pero ahora lo miraba con la duda en su mirada, con recelo.

—Lo sé. Lo sé... Lo único, es que creo que lo más racional es leerlo por separado, y podemos redactar alguna corrección o minucia.

Jonathan la miró a los ojos con los labios entreabiertos, buscando la respuesta, pero a pesar de estar a su lado no supo entenderla. Llevaban semanas hablando del acuerdo.

—Dios, no puedo creerte. —Soltó en voz baja, dejando de mirarla—. Vale. Siéntate aquí, ¿de acuerdo? Ahora mismo. Puedes leerlo, o copiarlo las veces que quieras. Tómate el tiempo que necesites.

—No entiendo cuál es el problema, ¿que sea más racional llevarlo a casa y leerlo? —Frunció el ceño—.

—Muy bien. —Le dijo él de espaldas, abriendo otro cajón para buscar la copia del contrato de custodia original—.

—Escucha...

—No, léelo. Otra vez. Te voy a dejar sola. Y tómate el tiempo que necesites para acabar de una puta vez con esto.

Julie lo miró mientras cruzaba el arco que separaba el comedor del salón, frunciendo el ceño al sentirse atacada.

—¿Por qué me hablas de esa forma? —Le dijo, siguiéndolo—. ¿Qué pasa?

—¿Qué pasa? Hemos pasado por esto muchas veces. —Se giró, mirándola a la cara—. Pasamos meses discutiendo el divorcio. Y no quiero que el tema con Iris se aplace tanto tiempo.

Movió las manos para expresarse, encogiéndose de hombros, y Julie se acercó a él para hablarle.

—¿Cuál es tu nuevo capricho? —Le recriminó, exasperado—. Quiero decir-.

—Vale, ey, ¡ey! No, no te preocupes. —Contestó ella, tocándole el hombro, y descendió por su brazo como una caricia. Jonathan suspiró, girando la cabeza para no mirarla—. Estamos aquí, ¿vale? Podríamos arreglarlo entre nosotros, y dejar que mañana nuestros abogados se griten.

—Sí, ya. —Murmuró él, pensativo. Pero estaba tan cansado de esas miradas acusativas, de sentir que merecía que le gritasen y lo despidieran pero nadie lo hizo... Sentía él mismo esa culpa dentro de su consciencia, creciendo—.

Al menos, antes de que se acabase ese día, quería obtener un voto de confianza por parte de Julie.

—Solo quiero leerlo otra vez antes de firmarlo.

Jonathan chascó la lengua, negando con la cabeza.

—Sí. Sí, está bien. —Recogió los papeles de la mesa—. Llévatelo a casa. Léelo con calma, asegúrate de que lo analicen.

Le tendió el sobre.

—Y que vean que no estoy intentando joderte con alguna cláusula secreta —Movió la mano con un ademán, siendo condescendiente—, o algo así.

—Jonathan. No hagas esto. —Le pidió con voz calmada, negando con la cabeza—.

—Está bien, no me importa. Y para que lo sepas, si hablamos de renegociar, será bilateral y hay varias cosas ahí...

—No digo que quiero renegociar. —Terminó con su paciencia, abriendo mucho sus ojos chocolate, formando esas arrugas de expresión en su frente—. Solo digo que quiero leerlo. ¿De acuerdo?

—Vale. —Jonathan se encogió de hombros, pasándose una mano por la barba—. Vale. Solo lo estoy diciendo.

Volvió a sentarse en el sofá. La música aún seguía surgiendo del vinilo.

—¿Por qué te molesta? —Le preguntó Julie, tomando asiento a su lado—.

Jonathan tragó saliva, y abrió la boca para decir algo, pero sintió que se quedaba en blanco.

—No... No te entiendo. ¿Por qué haces esto? Aplazaríamos el acuerdo de la custodia otro mes. Esto no es por el dinero, ¿verdad?

Julie tragó saliva, y se escuchó un pequeño suspiro por su parte.

—¿Entonces qué es?

—Nada. No es... Todo está bien.

Carraspeó, y giró la cara. Se cruzó de piernas, y siguieron con ese silencio un poco más.

—¿Cómo está Iris? —Dijo, sin mirarlo—. ¿Ha salido bien del colegio?

Jonathan asintió con la cabeza, sentado a su lado pero con los codos apoyados en sus rodillas, inclinado hacia adelante.

—Sí. Ahora está dormida.

—Ah... —Murmuró—. ¿Y ella ya ha conocido a tu novia?

—Oh, Dios... —Jonathan cerró los ojos, apretándose el puente de la nariz bajo las gafas—. ¿Es por eso? ¿Has venido hasta aquí para hablar de eso?

—Solo comparto mi opinión, como su madre, de que no deberías presentársela.

—Julie. —La llamó con fastidio—.

—Yo tardé mucho tiempo en presentarle a David, ¿sabes? Y aún así no tiene una buena relación con él. Fallé con eso. Y me gustaría poner por escrito que no debería tener contacto con alguna pareja nuestra sin haber mantenido un tiempo estable.

Jonathan soltó una carcajada ronca, irónica, y dejó de mirarla para mirar al frente.

—Los niños son muy sensibles en una separación, tanto como los padres.

—Estoy orgulloso de que seas consciente de eso. También deberías haber pensado en ella cuando un día decidiste hacer la maleta y abandonarnos por otro hombre.

Sus palabras arrastraron rencor, y la miró directamente a los ojos, con el reflejo de las luces en sus gafas. Pero Julie se quedó callada, mirándolo como si hubiese escuchado mal.

—Wow. —Murmuró, dolida, y aspiró una sonrisa irónica. Se puso en pie—. ¿Eso es lo que le cuentas de mí?

—No, no lo hago. —Negó con la cabeza—. No le hablo de la separación. Y mucho menos le presentaría a alguien a nuestra hija.

—He visto el vídeo, Jonathan. —Le recriminó—. Y con la cría de Pedro, joder-. No... No te creía capaz de eso.

Julie soltó una carcajada sarcástica, incrédula.

—Pero el problema no es que yo lo haya visto. Mucha gente lo ha visto.

—No sé si debo explicártelo, pero no estaba planeado que nos grabaran sin que nosotros lo supiéramos.

—Pero es tu alumna. —Le recordó, sin levantar la voz porque Iris estaba durmiendo arriba. Lo miró directamente a los ojos—. ¿Sabes que hay países donde podrías ir a la cárcel por esto?

—¿Y qué quieres que haga? —Él se encogió de hombros, mirándola con desespero—. No puedo hacer nada. No tengo nada en mis manos para poder arreglarlo. Deja de actuar, como si pudiese hacer algo para cambiarlo.

Después de eso, se miraron a los ojos, como si buscaran la respuesta en los ojos del otro.

—Cometí un error. —Le dejó claro, estando de pie delante de ella—. Y Dios me ha castigado para que me diese cuenta. Pero no puedes quitarme a mi hija por eso.

Dijo con un hilo de voz, retorciéndose el miedo en sus entrañas.

—No lo sé, si eres tan irresponsable quizá no sea la mejor opción dejarte a cargo de Iris tantos días.

Jonathan cogió aire profundamente, porque se dio cuenta que había dejado de respirar, y negó con la cabeza.

—Yo no quería que esto pasara. No pude... No pude impedir que nos engañaran y pusieran cámaras. —Susurró, bajando la mirada avergonzado—.

—Pero pudiste escoger no acostarte con ella.

Luego de eso, simplemente estuvieron en silencio. Pero Julie intentó reprimir una sonrisa, ahogando una risa. Y miró al suelo, con las manos en los bolsillos de su gabardina blanca.

—No, pero qué suerte ha tenido esa chica de encontrarte ahora. —Apretó los labios, apartándose un mechón de la boca—. Habría tenido que esperar hasta... El matrimonio, para hacer la mitad de las cosas que hacéis.

Jonathan la miró con pesadumbre. 

¿Cuándo?—pensó—¿Cuándo no podía acostarme contigo sin llorar después? ¿Cuándo me obligaba a tomar pastillas porque ese era uno de mis deberes como marido? ¿Cuándo tenía que meterme directamente en la ducha para intentar arrancarme esa sensación de suciedad que me quemaba la piel?

Pero todo eso ella no lo sabía. Nunca conoció sus miedos, sus secretos, su yo más débil.

Jonathan le daba lo que ella merecía tener, y guardaba su parte más oscura y llena de cráteres como la luna.

—No soy el mismo hombre que hace veinte años. Lo sabes, ¿verdad?

—Por supuesto que no. —Julie frunció el ceño—. Y, ¿sabes? Podrías habérmelo dicho cuando te pregunté si estabas conociendo a alguien. Aunque... Bueno, es justo, porque a ella ya la conocías.

—Si no tienes nada más que decir por favor, coge el acuerdo, y vete.

Se lo pidió, porque su consciencia ya trabajaba duramente para atormentarlo, y ella lo miró, encogiéndose de hombros.

—Esto ha sido muy maduro por tu parte, Jonathan. —Terminó, girándose para mirarlo a los ojos antes de irse. Él apretó los dientes, y miró al suelo—. Y espero que tu amigo no se entere de esto, porque no se lo merece. Tú tenías... Tenías unos principios.

¿Antes de qué? ¿Antes de ti? ¿Antes de que me hicieras trizas?—Pensó Jonathan, pero no lo dijo—Porque joder, Julie, ya no me reconozco.

Cogió el pomo para salir, pero cuando la puerta se abrió ahí estaba Ava con la mano levantada: a punto de llamar. Ella los miró a los dos.

Fue un momento incómodo, pero Ava no terminó de entender si debía sentirse incómoda.

—Hola. —Les dijo. Llevaba su abrigo largo, y debajo un jersey marrón de cuello alto—. ¿Llego en mal momento?

Julie la miró, viendo a una chica en sus últimos años de adolescencia, y resopló por la nariz.

—Muy maduro, Jonathan. —Giró la cabeza para dirigirse a él—. De verdad. Acostarte con una cría.

Le habló con desdén, y pasó por el lado de Ava para bajar del porche e irse, pero escuchó la carcajada suave que salió de ella. Así que se giró.

—¿Por qué dice eso? —Le preguntó Ava con su preciado acento británico, y una sonrisa—. No sé porqué la gente cuando ve el vídeo ignora el completo consentimiento que doy. No sé si lo sobreentiende pero "la cría" también quería acostarse con él.

Se señaló a sí misma, exhausta por el transcurso del día y las bromas.

—Ava. —La llamó Jonathan desde el umbral de la entrada—.

—De verdad, niña, espero que dentro de unos años puedas ver lo mal que está esto.

—Lo... Lo siento. —Frunció el ceño y fingió estar dolida, llevándose una mano al corazón—. ¿Así que opina que ser infiel es de mejores personas?

—No sabes nada de mí. —Le dejó claro Julie con voz tranquila, de pie frente a ella—. Nada. Al igual que no sabes nada de él. Y me entristece verte en esta situación.

—¿Cuál? ¿Debajo, encima o al lado?

—Eres... —Cerró los ojos con fuerza, frunciendo el ceño—. No eres consciente del daño que puede hacer esto a tu vida profesional, Ava.

—Eso no debería preocuparle. Deme un año y deberá dirigirse a mí como 'doctora' Verona. ¿Qué edad pensaba que tenía?

—Pues veintitrés años menos. Por favor, si aún eres una adolescente.

—¿Y eso le molesta? —Inquirió Ava, repentinamente seria y con una voz profunda. Colmada de comentarios sobre el vídeo—. A mí me molesta saber que lo engañó con otra persona.

Dio un paso hacia ella, y su nariz se arrugó cuando habló con una mueca de desdén. Jonathan quiso pararla, ¿pero quién disuadía a Ava?

—Eso no tiene nada que ver.

—No, pero ha empezado a hablar de mí con mucha soltura aunque no me conoce de nada. —Respondió ella al instante, delante de Julie—. Y a mí me gustaría saber si usted no tenía esta habilidad para comunicarse. O si de verdad le daba morbo acostarse con otra persona en secreto.

—No. —La interrumpió, pasándose una mano por el mentón—. No, suficiente. No voy a discutir esto contigo.

Se dio la vuelta para irse, abandonando la conversación.

—¿Porque sabe lo qué pasa? —Le habló directamente, levantando ambas cejas. Se acercó a las escaleras para seguir hablándole—. Que está avergonzada de haberle hecho tanto daño a una persona que la amaba. Porque usted sabía lo que hacía.

La miró, pero ella seguía de espaldas, andando hacia su coche.

—¡Y yo también sabía lo que hacía! —No pudo evitar terminar la discusión, ignorando a Jonathan detrás de ella—. Pero no puede avergonzarme por haberme acostado con una persona voluntariamente.

—Ey, Ava. Ya basta. —La giró, poniendo una mano en su hombro. Y Julie encendió su coche—. No vas a mejorar nada haciendo esto.

—Y tampoco voy a empeorarlo. —Le dijo algo agresiva, levantando la mirada para hablarle—. ¿Sabes cuántas miradas he soportado hoy por el puto vídeo?

Le apartó las manos, y él asintió con la cabeza: comprendiéndola. Sumiso ante sus palabras.

—Sí, me lo imagino. —Bajó la voz—. Lo siento.

Ava apretó los dientes, girando la cara para no mirarlo. Sostuvieron un silencio entre los dos.

—No me tengas pena. —Lo reprendió—. Diría que siento el espectáculo, pero no sería verdad. ¿Podemos entrar? Hoy hace bastante frío.

Él asintió y la invitó a pasar primero. Al entrar en casa, esa atmósfera cálida los golpeó, cediéndoles un suspiro. 

Jonathan cerró la puerta, y Ava se quitó el abrigo, en un silencio apacible por la noche y el vinilo a bajo volumen. Esa casa olía a comodidad y familia.

—¿Te apetece un poco de vino, o algo? —Dijo con un tono de voz cansado—.

Le pidió el abrigo para colgarlo.

—No, gracias. Pero puedo aceptarte un café.

—Vale. —Asintió él con la voz algo suave, percatándose del cómodo silencio que había dejado la ausencia de Julie—.

Ava se giró en un pestañeo, mirando el pasillo al lado de las escaleras que recordaba como camino a la cocina, pero se quedó quieta esperando que él pasara primero.

—Eh. —La llamó con voz templada, tocándole el hombro con suavidad para girarla a él. La miró a la cara para preguntarle, quedándose unos instantes en las pinceladas verdes de sus iris marrones. Como un lienzo de Van Gogh—. ¿Estás bien?

Ava sintió el peso de su mano, y la calidez de su tacto sobre el jersey de cuello alto. Sabía que no podría empezar nada sin preguntarle antes aquello.

—Sí, estoy bien.

Jonathan también asintió, bajando los ojos tras el cristal de las gafas, y aunque estaba tranquilo por su respuesta, no pudo quitarse ese manto de seriedad y tristeza.

—Vale. 

Subió y bajó la mano por su hombro en una caricia suave, vagando la mirada por su nariz, su mentón, y sus mejillas. Cualquier lugar menos los ojos. Fue así hasta que ella notó esa pesadez en su mirada, y esa pena en su tacto. 

Como respuesta bajó la mirada hasta la nuez de su cuello, sin poder mirarlo a los ojos, y en silencio deslizó una mano por su cintura, notando la suavidad de su suéter de algodón, casi con miedo a hacer algo mal.

Dio un paso lento hacia él y giró la cara para descansar la cabeza sobre su hombro, abrazándolo de la cintura. Y Jonathan envolvió sus hombros con delicadeza, aceptándola.

—Lo siento. —Le repitió, abrazándola con fuerza—. Lo siento mucho.

Por si la había manipulado, como todos decían, pero él no podía ver cómo. Por si se había aprovechado de ella, le pedía perdón por si le había hecho daño, le pedía perdón por si ella no había disfrutado de nada; le pedía perdón por si él en verdad había actuado de manera egoísta, buscando solo su placer.

—¿Qué sientes?

Miedo. Arrepentimiento. Culpa.

—¿Sientes haberme conocido, Jonathan?

—No. —A eso sí encontró una respuesta, y solo una. Aunque no resultase ético confesarla—.

—¿Entonces qué sientes? —Habló en su oído—. ¿Que nos hayan descubierto?

Deslizó una mano por su espalda, mientras sus labios le rozaron la curva de la oreja. Y él reprimió un suspiro.

—Porque te encantaba que fuera tu secreto. —Susurró—.

Jonathan cerró los ojos, sincronizando los latidos de sus corazones al tener su cuerpo pegado al suyo. Ava paseó la yema de los dedos por la línea marcada de su mandíbula, entre su barba canosa, e hizo que la mirase a los ojos, apartándose de su hombro.

—Admítelo. —Le susurró Ava, moviendo sus labios lentamente—.

Escurrió una de sus manos frías por el cuello de Jonathan, causándole un grácil escalofrío. Y cuando sintió su piel contra la suya, le cedió una rampa de plácido dolor imaginario. Bajó sus ojos miel hacia los labios del mayor con perspicacia, acariciándole la nuez suavemente con el pulgar.

—Me deseas porque te deseo. —Habló ella en voz baja—.

Subió una mano por su pelo frondoso, deslizando los dedos entre sus gruesos rizos.

—Miénteme. —Le dijo sobre los labios, con un tono horriblemente seductor—. Dime que esto está muy mal.

—No deberíamos hacer esto. —Susurró sobre su boca, vagamente a su merced—.

Subió una mano hasta las costillas de Ava, descendiendo a su cintura sobre la ropa.

—Sé que te has dado cuenta de que no llevo sujetador. —Sus labios rozaron los suyos en cada palabra, podía sentir esa sonrisa cínica en su pecaminosa boca—. Y quieres tocarme.

No lo supuso, lo afirmó en un susurro intangible. Pero se apartó con una sonrisa suave cuando él intentó dejarle un beso.

—Querrías haberme besado delante de ella. No te hubiese importado... Te pongo muy cachondo cuando me enfado, ¿verdad?

No pudo responder, porque empezó a besarla con hambre, hundiendo la nariz en su pómulo.

 Subió una mano por sus costillas sin dejar de hacerlo, ahuecándola para tomar su pecho, y sintió la fricción de su pezón bajo la tela cuando lo apretó gentilmente, hundiendo los dedos en su piel blanda.

Dejó tiernos besos en sus labios, mezclando sus salivas en un toque sucio y húmedo, mientras la empujaba contra él. Siguió tocándola sobre la ropa, y lo hubiese seguido haciendo siempre que ella lo pidiese, porque a él no le importaban sus cicatrices, ni sus quemaduras. Nunca se trató de su cuerpo.

Siempre fue su carácter descarado, esa chispa de rebeldía que habitaba en ella y saltaba al mínimo contacto. Esa aura de superioridad y cinismo que veía reflejado en sus pasos o sus palabras, incluso en mínimos gestos cuando se apartaba el pelo de la cara o se relamía el azúcar de los labios.

Nunca se trató de su cuerpo. Siempre fue ella.

Todo cesó.

Jonathan abrió los ojos.

Solo habían pasado unos segundos desde que lo había abrazado, y se apartó de Ava.

—Yo también lo siento. —Respondió ella, soltando un suspiro. Frunció el ceño con preocupación, enfatizando sus ojos miel—. ¿Ha habido algún problema con tu hija?

Jonathan entreabrió los labios para responder, acomodándose las gafas, pero levantó la vista hacia las escaleras cuando escucharon el crujido de una puerta. Ava observó su perfil, la figura de su nariz grande, la montura de sus gafas, ¿sabría él que con esa luz cálida su pelo gris parecía más oscuro?

—Ahora se ha despertado. —Levantó ambas cejas, devolviendo la vista a ella—.

—Oh... P-Puedo irme. —Lo interrumpió con miedo, apartándose—.

—No, no hace falta.

Ella lo miró a los ojos.

—Va a volver a dormirse. —Se dirigió a las escaleras—. Puedes sentarte si quieres, y cuando baje hablamos de lo que querías decirme.

Subió el primer peldaño, y Ava asintió con la cabeza tras procesar sus palabras, retrocediendo para apartarse del recibidor.

—Vale. —Le contestó en voz baja, teniendo las manos bajo el pecho para arrancarse la piel alrededor de las uñas. Un tic ansioso—

Jonathan asintió con la cabeza, reteniendo la mirada puesta en la suya, y subió las escaleras.

—Hola, papá. —Apareció Iris al final de los peldaños, sonriente—.

Él sonrió, con unas arrugas de expresión en sus ojos.

Hola, mi amor. —Le contestó en su idioma, provocando que Ava girase la cabeza al escucharlo—. ¿No querías estar sola?

Abrió los brazos para cogerla, y ella no se resistió en ningún momento. Ava intentó seguirlos con la mirada, pero ya estaban en el piso de arriba.

Fuera apenas había empezado a llover, y las gotas resbalaban con tranquilidad por el cristal de las ventanas. Se sintió un poco extraña en ese salón, sola. Se abrazó a sí misma y se giró para desvelar el vinilo de donde provenía la música suave. Había un disco de jazz, y esa canción pertenecía a Frank Sinatra: The World We Knew.

No supo qué hacer ahí, sentía que ese no era su lugar, definitivamente no debería estar en esa casa. Pero no podía irse, al menos no sin decírselo antes. Deambuló frente las estanterías que coronaban la televisión, plagadas de libros gruesos o con el lomo malgastado, de autores que ella nunca se habría interesado en coger; Albert Camus, Sylvia Plath, Nizar Qabbani, Dostoyevsky, Kafka...

Se quedó esperando hasta que escuchó la voz de Iris y a Jonathan diciéndole que sí, le contaría un cuento.

Al principio no quiso escucharlos, pero después de cuatro minutos largos estuvo sentada en el tercer peldaño de las escaleras. Lo escuchaba mientras contaba el Mito de la Caverna, bostezando al caer en lo cansada que estaba.

Cuando acabó de narrar Ava levantó la cabeza ante el silencio, y se centró para escucharlo cerrar el libro. Sin estar muy segura, se levantó con cuidado y subió las escaleras. Se acercó a la puerta entreabierta, dudando, pero vio a Jonathan sentado en esa pequeña cama.

Se escuchó el crujir de la madera cuando Ava dio un paso, y él giró la cabeza, mirándola por encima de las gafas. Arropó a Iris antes de salir de la habitación.

—¿Puedo verla? —Le susurró Ava, teniendo que levantar la mirada cuando él se acercó—.

Su reacción natural fue sorprenderse, pero rápidamente cambió de opinión. Asintió con la cabeza.

Ava pasó casi con miedo, dando solo un paso dentro, pero sintió la mano de Jonathan en la espalda, subiendo hacia los omóplatos para invitarla a pasar.

Así que se acercó a su cama pequeña, para adaptarse a lo pequeña que era ella, y la vio plácidamente dormida. Su pelo rubio parecía una fantasía, demasiado rubio en las puntas, y de un dorado luminoso en las raíces. Sus labios eran de un rosa muy bonito, al igual que ese leve rubor en sus mejillas y la punta de su nariz. Se habría quemado por no llevar protector solar.

Sin averiguar el motivo, Ava se encontró sonriendo, con un calor en el pecho. Era esa inocencia que acompañaba a los niños lo que ella querría proteger y cultivar eternamente.

—No es mi hija.

—¿Qué? —Ava abrió mucho los ojos, esforzándose por susurrar, y giró la cabeza hacia él—.

—No es mía. —Volvió a susurrar él, con una calma que la ponía de los nervios—.

—¿Pero...? 

—Julie no sabe que lo sé. —Volvió a mirarla a los ojos en un pestañeo, callándose un momento porque Iris susurró algo entre sueños—.

—¿Qué? —Volvió a susurrar Ava, indignada y con el corazón acelerado por el coraje que le causaron sus palabras—. ¿Y cómo lo sabes? ¿Por qué...?

—Ella y yo somos A positivo. —Le explicó, deslizando una mano por el brazo de Ava para irse de la habitación—.

Salieron al pasillo, y Jonathan entrecerró la puerta otra vez.

—Pero Iris... —Ella dejó la frase en el aire, sin querer terminarla—.

—Me di cuenta que su grupo sanguíneo es AB. —Respondió en otro susurro, dejando de tocarle el brazo—.

—Biológicamente es imposible. —Dijo innecesariamente. ¿Por qué le dolía tanto enterarse de eso?—.

Jonathan asintió con la cabeza.

Ava dejó de mirarlo para deambular los ojos por el pasillo, llevándose una mano al corazón al sentir ese pinchazo de dolor.

—Lo... Lo siento. —Esas palabras abandonaron su boca, sin poder reflexionar—. Lo siento muchísimo.

—¿Qué hay que sentir? —La reprendió con una sonrisa amable y atractiva entre su barba canosa. La invitó a bajar las escaleras con un gesto—. A ninguna otra niña podría interesarle tanto la filosofía, o el arte, como a Iris.

—Eso... —Suspiró, intentando procesarlo—. Es verdad. Es igual que tú.

Jonathan rio a su espalda, bajando detrás de ella.

—Eso es lo que me importa. —Retuvo esa sonrisa sonora en sus labios, mirándola a los ojos—.

Ava también lo miró, expectante, y Jonathan se dirigió al pasillo, esperando que lo siguiera. Y eso hizo.

—¿Pero ella...? —Continuó preguntándole—. ¿Tu ex mujer no lo sabe?

—Supongo que no. Si lo supiese ya me la habría quitado.

—¿Y cuándo...? —Apoyó las manos en la isla, mirándolo mientras preparaba el café en la máquina. ¿Por qué no era capaz de terminar una pregunta?—.

—Hace dos años. —Respondió, subiéndose las gafas—. Estuvo ingresada por varicela y me di cuenta en el informe.

Giró la cabeza para mirarla, y sus ojos miel estaban bastante abiertos: procesándolo todo.

—Me hubiese gustado tener hijos. —Comentó para ella, vertiendo un poco de azúcar en el café—. Tres o cuatro. Honestamente, me volqué en tanto en aceptar el sexo, o solo tolerarlo, porque quería tener hijos. Pero Julie no. Y como se supuso que Iris fue un error, me costó una vasectomía, porque...

—Era la única mujer con la que querías una familia. —Terminó por él, mirándolo a los ojos cuando se acercó para dejarle el café—.

Había escuchado muchas veces esa frase de Pedro para Dhelia, aunque no terminaba de entender porqué continuaba queriéndola tanto después del divorcio.

—Sí pero no. —Le contestó, viéndola tomar el café humeante—. Ya estoy muy mayor para volver a empezar.

—Pedro y Dhelia ni siquiera duermen con el bebé. —Le salió ese comentario de forma natural, con una sonrisa cansada—. Pero son felices. Incluso ahora.

Jonathan dejó su sonrisa lentamente, mirándola, pero se alejó de ella en un pestañeo. 

—¿Y tú? —Carraspeó, agachando la cabeza para servirse una copa de vino blanco al otro lado de la isla—. ¿Cómo te ha ido el juicio?

—¿Mi juicio? —Ava arqueó una ceja, con la mirada algo perdida al haber mencionado ese tema—. Bien.

—¿Bien?

—Todo lo bien que podría haber ido. —Fue lo único que le respondió, dando otro trago al café—.


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El Juicio.
A Ava le sudaban las manos, la tela de la corbata resbalaba entre sus dedos. 

Estaba en el baño antes de entrar en la corte, y llevaba un par de minutos intentando hacer el nudo delante del espejo, pero al final desistió. Tomó aire mirando su reflejo, y sacó dos pastillas del bolsillo para tomarlas con agua del grifo.

—No, no lo canceles. —Pedro estaba hablando por teléfono—. Podemos aplazar el acto para la graduación de este año.

Estaba esperando a Ava en el pasillo, y cuando salió la paró un momento para hacerle el nudo de la corbata. Apoyó el teléfono entre el hombro y la oreja, y la escuchó resoplar mientras ajustaba la tela alrededor de su cuello.

Llevaba un traje azul intenso, de corte femenino. 

—En quince minutos estoy ahí. —Cortó la llamada, guardándose el móvil rápidamente para terminar de apretar el nudo—.

Ava no lo miró a él. Seguía con la mirada tendida sobre los extraños de ropa cara y perfumes intensos. Los juzgados resultaban un lugar frío, demasiado artificial. Todo estaba demasiado limpio, demasiado elegante, demasiado incómodo. Le pareció ver a Blake y Eros de espaldas.

—Ya está. Sólo serán diez minutos. Lo sabes, ¿verdad?

—Ya.

No le dio más margen para dudar

—Vamos. Tu tía está esperando.

La acompañó hasta la sala del juicio. Ahí también estaba Dhelia, sosteniendo su abrigo sobre el brazo, del mismo negro noche que su falda, que caía hasta tres dedos por encima de la rodilla. Ceñida a su abdomen y muslos.

Ava tomó una respiración difícil, de nuevo frente a las puertas de su juicio. Al menos, ese año no sería televisado.

—Nos vemos en la universidad. —Se despidió Pedro, dejándole un beso en la mejilla—.

Pedro no estaría en el juicio, porque Ava no quería, ni tampoco su abuelo. Así que Dhelia se colocó a su lado, y cuando las puertas dobles se abrieron con un chirrido, la multitud sentada en la corte giró la cabeza para mirarla.

Ese olor a naftalina y seriedad le picó en la nariz, por lo que evitó tomar una respiración profunda. Le repugnaba ese olor a deidad, como si la gente del tribunal fueran personas especiales, cuando en verdad resultaba gente desconocida.

Mientras andaba hacia su puesto en la corte el sonido de sus tacones pareció ínfimo ante el ruido de esas miradas. Docenas de ojos sobre ella, sobre su pelo, su cara, sus piernas.
Dhelia tomó asiento entre el público, mientras que en la mesa residía un hombre vestido con cadenas y esposas, una abogada de expresión anodina y un vaso de agua que no había sido tocado.

Ava subió al estrado, sumida en ese silencio que se le otorgaba a las víctimas que habían sufrido cualquier abuso. Esa mínima inflexión en el rostro, esos diálogos que nunca se dijeron, ese "pobrecita" que escribían las miradas y las expresiones.

Le entraron ganas de vomitar a pesar de la medicación.

—Usted. —El teatro empezó, por boca de ese guardia de piel morena—. Vianne James Bennet, ¿jura decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad?

Ava tragó saliva por su garganta seca y arenosa.

—Yo —Arrastró la mirada por el público frente a ella, haciendo una efímera pausa—, Vianne James Bennet, juro decir la verdad. Toda la verdad y nada más que la verdad.

Se sentó, y todo el mundo pareció callar. Fueron las preguntas de siempre, el tono anodino de siempre. 

Anthony era el abogado de la familia James, un hombre larguirucho y de voz firme. Que hacía preguntas monótonas, había suspiros ahogados en el público, el mismo tono seco como respuesta, las mismas evasivas... Ava estaba ahí, sentada en esa silla cómoda, y parecía simplemente un escenario mecanizado y ensayado de su vida. Pregunta, respuesta. Pregunta, respuesta.

—Siento tener que hacerle estas preguntas, pero es parte de mi trabajo. —Se excusó innecesariamente. Algo sobre obligaciones éticas y morales con el trato al cliente—. ¿Podría decir cuántos hombres vio mientras estuvo retenida?

Ava bajó la mirada en un parpadeo, dándose cuenta de que estaba apretando demasiado el puño, y volvió a levantar la vista hacia su abogado, con sangre en la palma.

—Cuatro.

Dhelia entrecerró los ojos al ver su respuesta. Su lenguaje corporal cerrado, sus labios perpetuos en una línea, se clavaba las uñas con fuerza en el antebrazo. 

Estaba mintiendo.

—Bien. Eso es todo. —Asintió solemnemente el abogado—. Ahora, con su permiso, Señoría, pasaremos a las pruebas ilícitas.

Ava tragó saliva, tenía un sabor raro en la boca que no remitía, y se rascó la mandíbula varias veces. Le picaba toda la piel.

Cuando encendieron la televisión, lo único que hizo Ava fue bajar la cabeza. Al menos silenciaron el audio. Solo podían imaginarse los gritos, los sollozos, porque las lágrimas, el dolor, la violencia explícita contra su cuerpo y su persona, eran imágenes que nadie podía quitarse de la cabeza una vez que las veían.

Esos vídeos VHS que funcionaban como pruebas los enviaron a Dhelia y Pedro mientras ella estaba aún retenida. Para que lo viesen, dejarles claro cuándo y qué hacían con ella.

"Joder". Pedro se revolvió en el sofá, poniéndose en pie para dejar de mirar. "¿No decías que el karma nos atraparía? Este es nuestro puto karma, joder".

Casi arrancó la cinta, pero Dhelia lo paró.

"No lo quites".

"¿Qué-?"

"Quiero verlo" Giró levemente la cabeza para mirarlo, declarando su orden con los dientes apretados, y sus ojos verdes rojizos por las lágrimas que contenía con esfuerzo.

—La defensa no tiene preguntas, señoría. —Se despidió la abogada—.

—Yo tengo una.

El juez giró la cabeza hacia ella, pero Ava seguía mirándolo. Después de tres años, después de esa "despedida" que tuvo con ella, sus ojos volvían a encontrarse con él con un escalofrío que le revolvió el alma. Pero ahora era él quien no la miraba.

—Adelante, señorita James.

Ella se levantó, aún con la mirada clavada en esa persona, y bajó del estrado. Anduvo hacia él, con las miradas sobre ella, menos las de ese hombre. Él solo se miraba las manos encadenadas sobre la mesa, como si no existiera nada más.

Ava lo miró con asco.

Pero Vianne estaba llorando, gritando con sangre en la garganta.

Se llevó las manos al pecho para desabrocharse la camisa.

—¿Te acuerdas de esta? —Le preguntó con firmeza, mostrando la cicatriz de su esternón—.

Aunque le estaba costando respirar, y su pecho subía y bajaba dolorosamente irregular. Lo miró con una rabia que desembocaba en un miedo irracional, pero supo ocultarlo. Y si nadie veía algo, ¿de verdad existía ese 'algo'?

—Dijiste que querías probarme, y te bebiste mi sangre. 

Después de eso, solo existió el silencio. Pero el hombre levantó la mirada, no la cabeza, y la miró con ese silencio retorcido en un suspenso aterrador. 

La miraba a los ojos, como si viese su alma, tranquilo y callado como si fuese la muerte esperando.

—Ya no te tengo miedo. —Le dijo mirándolo a los ojos—.

—Ya estás muerta. —Sentenció, sin mostrar nada en su expresión—.

Ava sonrió levemente. 

—Guardias. —Los llamó el juez dando un golpe con el martillo, pero ellos ya fueron hacia él—. Llévenselo.

Lo cogieron de los brazos para levantarlo de la silla, y Ava no dejó de mirarlo con esa sonrisa suave hasta que lo arrastraron fuera del juicio. Incluso cuando cruzó la puerta hacia su celda, ella lo miró por encima del hombro, sin dejar de sonreírle en silencio.

Lo llevaron a la celda, y un guardia lo empujó dentro, pero ya había un hombre sentado en su catre. 

Llevaba traje, y miraba un peluche de conejo descosido entre sus manos. 

—Tú la mataste.

Levantó la mirada. Y el preso no retrocedió.

—Mataste a mi niña. —Se puso en pie, con la voz triste—. La mataste y me hiciste mirar cómo lo hacías.

—Lo hice. —Irguió los hombros—. No sabes lo dura que se me puso cuando la vi con ese vestido. Quería que la mirasen. Es una puta.

Tenía las manos libres, y no pudo oponerse cuando Pedro lo cogió del cuello, empujándolo contra los barrotes de la celda para apuñalarlo. Sacó la navaja, no muy grande, más bien pequeña y para nada afilada, para clavársela en la entrepierna. 

Una y otra vez. 

Una y otra vez. 

Un río de sangre bajó por sus piernas, y clavó los dedos en sus mejillas para que lo mirase a los ojos mientras lo hacía.

—Esto no te va a matar. —Le explicó, saboreando su agonía de cerca—.

—¿Sabes qué voy a hacer? —Dhelia entró, apretando con la mano los restos de carne descolgada que era su polla. Le arrancó el aliento—. Voy a meterte un palo por culo hasta que te salga por la boca. ¿Me has oído?

Apretó más.

—Hasta que te salga por la boca.


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—¿Qué querías decirme? —Le preguntó Jonathan, tomando asiento a su lado en la isla de la cocina—.


Ava se sorbió la nariz de nuevo, seguramente porque se había resfriado. Y se calentó las manos al coger su taza de café, volviendo al ahora.

—Que... —Suspiró ella, viendo el café negro en la taza—.

Esa quietud de la noche, el ligero ruido de la lluvia y la presencia tranquila de Jonathan la hacían sentir en paz, dejándola somnolienta. No más "¿Y si...?", porque irónicamente confiaba completamente en él ahora.

—Todo era tan bonito, y tan fácil, cuando no me conocías.

—¿Por qué dices eso? —Le preguntó con el ceño fruncido—.

—¿Por qué? —Sonrió ella—. Pues porque ahora sabes que mis tíos son narcos retirados, mi madre una prostituta, y yo... Joder, yo soy yo. Pero Ava era tan...

Se encogió de hombros, negando levemente con la cabeza porque no sabía cómo expresarse.

—Normal.

—Ava era muchas cosas. Pero no 'normal'.

—Sí, bueno. —Sonrió tristemente—. ¿Deseable entonces? Unas notas casi perfectas, es constante, atrevida, tan...

—¿Inefable?

—Puede ser. —Dejó de mirarlo para mirar el café—. Pero no sé qué significa esa palabra así que...

—No se puede explicar con palabras.

—Bueno, pues ponme un ejemplo de qué significa 

—No. —Sonrió Jonathan, con esas arrugas de expresión en sus ojos—. Inefable significa que no se puede expresar en palabras.

—Ah...

—¿Sabes lo que te dije? —Le planteó con voz débil—. ¿Que te quitaras la máscara porque quería besarte el alma y no el cuerpo?

Ella asintió vagamente.

—Porque eso sigue en pie. —Defendió él, en una voz que pareció un susurro agradable—. Y tu alma siempre me ha sabido a dolor

Ava aceptó sus palabras, soltando un suspiro que no sabía que estaba guardando. Después se quedaron rezagados en la quietud de la noche, mirándose.

—Deja de mirarme con esos ojos. 

—¿Qué ojos?

—¿Por qué estás aquí, Ava?

Entreabrió los labios, perdida, y logró negar levemente con la cabeza en su epifanía. ¿Por qué estaba ahí? 

Jonathan la miraba sin entender, y cuando ella se inclinó para besarlo de nuevo, fue como abrir una herida. Cerró los ojos a merced de sus labios, y deslizó las manos por su barba, acariciándole el rostro. 

Pero cuando volvió en sí Jonathan negó con la cabeza para apartarse, carraspeando al ponerse en pie.

—He venido para saber si aún me sentía así si te besaba. Y sí, joder. Todavía me odio por quererte.

Se acercó a él, levantándose para hablarle.

—No. —La redimió, acariciándose la barba para borrar el recuerdo de sus besos—. No, Ava. No me hagas esto.

—¿Que yo no haga esto? Tú fuiste el que empezó. Yo solo he tratado de arreglarlo, de alejarme de ti, de hacerme a la idea de que debía olvidarnos, y no quiero. No quiero acostumbrarme a estar sin ti, no renuncies ahora que sé que te necesito.

—No. No me obligues a rechazarte. No podemos, no debemos, nunca más.

Ava entrecerró los ojos, dolida por ese golpe esquivo, y cogió aire.

—¿Y por qué no me dijiste eso al principio? —Lo atacó, sin levantar la voz, pero endureciendo su tono—.

—Te pediré perdón las veces que quieras oírlo. —Cerró los ojos para negar con la cabeza, intentando enmendarse—. Pero eso no va a reducir la culpa que siento ni puedo cambiar lo que hice. Y lo siento, Ava, lo siento muchísimo. Esto habría podido arruinar tu carrera, y tu futuro. Yo podría haberlo arruinado todo.

—¿Y qué tan jodida estoy ya, que debo esconder mi nombre y pretender ser otra persona?

—Lo entiendo, te entiendo Ava. Pero esto debe acabar. —Especificó, moviendo una mano para expresarse—.

Lo tenía delante, y parecían muy sumergidos en la conversación. Pero tuvieron un silencio que cubrieron con una mirada.

—Pedro... —Farfulló el nombre de su amigo—. Pedro casi me mata.

—Ya sabías que pasaría. —Contestó, altiva—.

—Sí, pero ahora que ha pasado —Asintió él, siendo razonable—, no quiero volver a jugar con él.

—No estamos hablando de él, estamos hablando de nosotros.

—Pero no podemos continuar con esto. —Terminó Jonathan, negando levemente con la cabeza—. Yo soy... Yo soy tu profesor. Ahora, incluso ahora, fuera o dentro de clase, y eso no va a cambiar.

—¿Entonces yo...?

—Tú eres mi alumna favorita. —Terminó por ella, ahuecando las manos para coger sus mejillas—.

Deslizó las manos por su rostro en una caricia, notando su piel caliente bajo los dedos. Y la miró a los ojos con una nostalgia que escondía deseo. Deseo a lo prohibido, deseo a ese 'no', deseo a su alma rota y su nombre borroso.

—Eso no va a cambiar. —Dijo sobre su rostro, acariciando su mejilla con el pulgar antes de apartar la mano—.

Ava ahogó una risa que no terminó de nacerle.

No.

Ese no... ¿Le había dicho que no, a ella?

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