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FINAL ; parte dos 
❝ hilarante ❞

Era la hora de la gala. 

El bullicio de la gente no aminoraba, y Ava estaba en la habitación del hotel, buscando una manera de cubrirse las marcas del pecho. Mirándose en el espejo del baño, esparció polvos de cobertura por sus clavículas, armonizando el tono de su piel sobre las cicatrices.

El vestido verde enebro se ceñía a su cuerpo, curvándose en sus caderas, apretando sus muslos bajo las medias, y ajustándose al rollito de grasa de su bajo abdomen. Quizá, de esa manera, también le quedaba a su madre.

Hizo danzar la brocha sobre su piel. Cubriendo los gritos de "puta", los golpes, las quemaduras, el dolor después de que la utilizaran, la angustia cuando se corrían en sus lágrimas, o cuando la dejaban sucia en ese colchón con su pena. Empezó a llorar con un ardor en la garganta, mirándose en el espejo. 

La puerta de la habitación crujió al abrirse.

—Dios mío, cariño, estás preciosa. —Entró Oscar, llevándose una mano al corazón al verla—. 

Ava se limpió las lágrimas bajo sus ojos, tomando aire de manera angustiosa. Volvió a retocarse el maquillaje. 

—¿Continúas así, mi amor? —La consoló, acercándose a ella a pasos lentos—. No tienes porqué pensar en eso esta noche. Ni en las cicatrices, ni en Pedro. Porque empezará el tratamiento mañana, y esta gala será la última normalidad que podremos darle.

—Ya-Ya lo sé... —Hipó un par de veces, con los ojos llenos de lágrimas—.

—Todo saldrá bien,

Se acercó a ella por detrás, deslizando las manos alrededor de su cintura. 

—No, no... No llores más. —La animó, respirando el perfume directamente de su cuello—. 

Le dejó un beso.

—Es-es... No puedo mirarme. —Jadeó entre lágrimas, tartamudeando al no poder respirar. Un pequeño ataque nervioso—. 

—Entonces no te mires, mírame a mi. 

Murmuró contra su piel, besándole el cuello lentamente.

Se hundió en la curva de su hombro, y acomodó las manos a la figura de su cuerpo. Su tacto cálido sobre el vestido, ajustándose a la curva de su cadera y el rollito de grasa de su bajo abdomen. A caricias lentas y besos pacientes, la única manera que sabía consolar a alguien.

—No, no, el cuello no... Suéltame. —Suspiró ella—. 

Al principio se negó sutilmente, se retorció bajo su cuerpo, arqueando la espalda hasta que empezó a gemir.

—Para... —Pidió bajo su tacto que la mantenía presa—. 

Él gimió contra su piel, barnizada en vainilla y enmarcada en tristeza. Le besó las lágrimas que se escurrieron por su cuello, cogiéndola de la cadera para empujarla suavemente contra el lavamanos. Ava jadeó al apoyarse. 

—Déjame animarte. —Murmuró Oscar en su oído, raspándola por la barba—. 

Se quitó las gafas. Ava sabía que con un 'no' todo habría parado, ella siempre había tenido el control de la situación, pero no supo descifrar ese sentimiento tan retorcido en sus entrañas. Lo dejó hacer, se dejó consolar, y él le subió el vestido para deslizarse entre sus muslos. 

Apretó un par de besos contra su hombro al descubierto, haciéndola gemir con sufrimiento mientras la frotaba con la mano, empujándola contra él al apretarla contra el lavamanos.

—Oh, joder... Tan suave. —Gimió ronco contra su cuello, resbalando los dedos por sus pliegues húmedos. Estaba llorando por diferentes sitios—. 

—Solo deben faltar cinco minutos para que tenga que bajar...

—Pues céntrate en correrte, o van a tener que esperar.

Ava gimoteó, apretando las piernas. Sus dedos se deslizaban con un sonido cremoso, ahogándose en lo mojada que se estaba poniendo. Él la sostuvo con fuerza, dejando que se derritiera en sus brazos. Disfrutó de su reflejo en el espejo.

—Estás preciosa en este vestido... Mírate, pareces sacada de una pintura. —Habló en su oído, oscureciendo el tono—. Se me ha puesto dura solo con olerte.

Ella siseó algo con los ojos cerrados, escondiendo unos jadeos entre dientes, y se apretó contra él al ser víctima de sus caricias soberbias. 

—N-No... No puedo. —Lloriqueó, adelantando la cadera para frotarse con su mano—. Así no puedo. 

—¿Me estás pidiendo algo? 

—Sí. Sí, Oscar, fóllame como te necesito. —Suplicó, gimoteando dolorosamente cuando sus dedos se movieron rítmicamente entre sus labios, paseando débilmente sobre su entrada. Deseando que se hundiese—. Por favor, por favor...

—Si pudiese hacerlo te lo daría, pero no tengo preservativos aquí... Lo siento.

—¿Y por qué has empezado? —Se quejó con una mueca, arqueándose hasta descansar la nuca en su hombro—. 

Él le besó el cuello con los ojos cerrados, lamiendo y picoteando su piel. Le metió dos dedos en un suspiro, moviendo la muñeca para masturbarla. La escuchó gemir entre susurros, sosteniendo su peso cuando apoyó la espalda contra él y le acarició la barba, exhalando sobre sus labios. 

La besó con lentitud, trazando su lengua con la suya y chupando sus labios, que sabían a champagne dulce. ¿Cuántas veces le había dicho que no debía beber con las pastillas? Como fuera, su otra mano se dirigió sola a su cinturón, quitándose la hebilla para liberar su polla solo un poco, lo suficiente. 

Sus manos venosas recorrían su figura, amoldándose a su forma, y sus fuertes dedos amasaban sus curvas. Agarrando su culo mientras la acercaba, profundizó los besos hasta que sintió su gemido en el paladar. Sin avisarla, meció lentamente la cadera hacia delante, deslizando su polla entre sus muslos. La lubricación hizo que resbalara, los ojos se le cerraron solos al gemir, contrastando con su voz aguda y femenina. 

Solo un roce, solo frotarse entre sus piernas y su coño lloroso. Sin metérsela.

—¿Me estás torturando por algo? —Jadeó ella sin voz, subiendo una mano por su sien para tomar sus rizos grises en un puño—. 

Se miró en el espejo, viendo cómo la cogía de las caderas y la cabeza de su polla desaparecía entre sus muslos carnosos. Apretó las piernas con un gemido patético, saboreando su expresión en el reflejo, sonrió para sí misma al ver lo sucio que podía ser y nadie sospechaba.

—Tan vicioso, ¿verdad?

—Cállate. —Esa vez jadeó él, le faltaba el aire—. Solo un poco... Dame un poco.

Él devolvió una mano a sus pliegues viscosos, parando un momento para meterle los dedos y extender el manto viscoso que la mojaba. Escupió en su palma antes de volver a ella, abriendo sus labios. Sacó de Ava un tartamudo ah-ah-aah... sin dejar de frotarse, deslizando la punta entre sus pliegues empapados. Casi se deshizo en sus brazos. Empujó el culo contra él, disfrutando de la pegajosa sensación. El pre semen mojaba la cara interna de sus muslos, y apretó las piernas a su alrededor, palpitando por el gusto morboso.

—Me vas a matar, cariño. —Soltó Oscar en un suspiro forzado—. 

De un tirón suave bajó su escote, apretando sus pechos pequeños, y amasó su piel caliente aunque apenas le llenaba la palma. Pasó sobre su pezón, lamiendo sus dedos un instante antes de pellizcarla con cuidado. Ambos estaban sensibles, al límite solo por estar en la presencia del otro, y Ava siseó algo con placer, apretando los dientes para reprimir un gemido en su garganta. 

La dictomía entre sus dedos y los golpes de cadera, fue suficiente para llevarla al clímax, gimiendo su nombre con desespero. Cruzó las piernas para ceñir los muslos a su alrededor, casi obligándolo a terminar. Su coño maltratado lo acogió con su calor, corriéndose encima de él, y solo tuvo que apretar la cadera contra su culo. A recaudo entre sus labios empezó a correrse con ella. Unos gemidos roncos, guturales, impactaron sobre el cuello de Ava, y ella al darse cuenta vio por sus ojos entrecerrados la expresión exquisita de Oscar al llegar al orgasmo.

—No, no, no, no... ¡El vestido! 

—Mierda, mierda. 

Salió de entre sus muslos gimiendo profundamente, cogiéndose a sí mismo para terminar de correrse en su mano. Gruesas cuerdas de semen cayeron en su piel pálida, saciándose con la desnudez de su culo respingón, mientras unas gotas blancas se escurrían en sus piernas.

Ambos jadearon con alivio al intentar recuperar el aliento, sintiendo todos los músculos de su cuerpo relajados. Oscar la sostuvo, pasando un brazo por su vientre, y la besó con cariño en la mejilla para intentar devolverle la fuerza. 

—Tengo que... —Tomó una bocanada de aire—. Tengo que presentar la gala.

Miró su reflejo en el espejo, sintiéndose sucia, de sus besos y su cuerpo.

—Vale. —Suspiró él, tomando un trozo de papel para limpiarla sin dejar de sostenerla—. ¿Sin ansiedad ahora?

—Sin nada... 

La escuchó respirar profundamente, y bajó unos besos tranquilos por su mandíbula, bajándole otra vez el vestido.

—Bien. —La miró a los ojos a través del espejo, volviendo a subir el escote. La miró sin reparo—. ¿Te he dicho que estás preciosa?

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Bajo los focos, su pelo castaño parecía brillar. Poco más abajo de sus hombros se encontraban tirabuzones sutiles, y en sus labios un delineado sin terminar. Todo parecía en armonía, incluso la voz firme que entonaban sus palabras y el maquillaje ligero, aún sabiendo que nada cubría las cicatrices, Ava no sentía el peso de todas esas miradas encima de ella. 

Su presencia en el escenario, siempre se basaba en una actuación. Pretender tener confianza, firmeza y elegancia. 

Mientras explicaba a su público la elaboración de la Nebulosa Verona y su sonido, pudo esclarecer a una mujer entrando tarde a la gala; de cuello esbelto y el pelo color chocolate, Julie. 

Ava terminó de hablar inundada en aplausos, y ella solo pudo apretar los dientes mientras miraba a esa mujer. Bajó las escaleras del escenario con la ayuda de Pedro, y le pidió un momento para salir y tomar aire. 

Mientras se dirigía al piso superior, le envió una pequeña adivinanza a Oscar para que la encontrara. Y eso hizo. Ava no recordaba ningún momento comparable a aquel, ni a la sensación de embriaguez que la invadió al mirarla directamente a los ojos mientras lo tenía entre las piernas: gritándole con ese acto que Oscar estaba viviendo un 'después de ella', aunque no creyese posible romper ese lazo sentimental que ataba a su ex esposo. Ya no creaba en él ningún sentimiento más que nostalgia.

Ella era el pasado, y Ava su futuro.

Su sonrisa maliciosa le dejó claro eso, y vio en los ojos de Julie la derrota, la fatiga... Y esa chispa de repugnancia. Sabía que no era fácil mirarla directamente con todas esas cicatrices y cortes. Pero cuando todo terminó, y las luces se apagaron, estaba flotando en una nube de satisfacción personal.

Cuando volvió a su lugar, y puso uno de sus tacones en la sala, un par de periodistas la interceptaron para hacerle preguntas. Todo lo que pudo hacer fue despedirse de Oscar, y volver a su trabajo. 

—Te esperaré en la habitación. —Él le sonrió, deslizando la mano de su hombro para dejarla ir—. 

Ava se giró hacia los periodistas de diferentes universidades, pero Oscar le acarició la mejilla. Un gesto sutil, cargado de afecto en público. Eso hizo que se volviese hacia él, pero ya se había ido.

—Profesor. —Amanda se dirigió a él, pero la ignoró pasando por su lado—. 

Se giró en una única oportunidad, pero vio su traje gris oscuro fundiéndose entre la gente. En una sala repleta de físicos y astrónomos, el único lugar solitario era la barra de bebidas. Ya fuera porque todos estaban demasiado ocupados alardeando de sus estudios más recientes o sus planes de futuro, ninguna persona de ciencias pasaba demasiado tiempo solo consigo mismo. Mientras grandes escritores como Poe, murieron borrachos y sin compañía. Nutriéndose de la solitud de su mundo.

Oscar pidió una copa de Brandy al chico, y sostuvo su soledad todo lo que se pudo permitir. Mientras pasaba una mano por sus labios, buscando borrar cualquier rastro de ella si aún seguía ahí, perpetuo en él, Pedro se acercó para tomar asiento a su lado. 

No dijo nada, y el taburete crujió bajo su peso. Después de un rato, pidió un vaso de whiskey con hielo.

—No deberías beber. —Habló sin mirarlo, cuando el camarero se fue—. No creo que la radioterapia y el alcohol tengan buenos resultados.

—Mariconadas. —Musitó, dando un trago corto—. 

—Claro que sí... —Suspiró Oscar, paseando las yemas por su copa corta—. Tienes que demostrar ser un hombre hasta el final.

—¿Pretendes quedar bien, estando aquí hasta el final de la gala? 

—Pedro, te estás muriendo. —Declaró con una voz débil, dejando una mano sobre la barra. Dejó sus ojos puestos en la copa, sin subirse las gafas—. ¿Puedes...? ¿Por un momento podemos dejar todo esto de lado?

Un silencio sustancial floreció entre los dos. Encontrando ahí su respuesta.

—Cuando quise escapar de casa, compartimos piso en la universidad. Estabas ahí para mi, repitiendo curso por segunda vez, y me pedías ayuda para llegar a fin de mes. Toda la vida hemos estado juntos. Joder, ¿no te acuerdas de eso? ¿Ya no quieres acordarte? ¿Ni cuando tenía putos ataques de pánico por las noches y aprendiste a calmarme porque te importaba? —Saltó Oscar, girando la cabeza para mirarlo a su lado—. Había una época en la que nos queríamos y nos respetábamos, Pedro. Y no sé porqué ahora ya casi ni me acuerdo. 

Los ojos oscuros de Pedro lo miraron sin fe, soltando un suspiro lacio.

—Eres bueno. Pero esto te está quedando más gay de lo que pretendías.

Oscar ahogó una risa, volviendo a mirar al frente. Siguieron en silencio.

—Te perdono. —Susurró—. 

—¿Por qué deberías perdonarme? 

—Por nada. —Sonrió Oscar tristemente, ajustándose las gafas. Lo miró a los ojos—. No sé porqué, pero cuando sabes que alguien que quieres tiene los días contados... Solo te acuerdas de los días más buenos. 

—Creo que me voy a ir antes de que te pongas a llorar. —Pedro carraspeó, poniéndose en pie—. Ya tengo suficiente con todos dándome palmaditas en la espalda. 

—Bien. —Se sorbió la nariz, asintiendo con la cabeza para tragarse sus lágrimas—. 

Pedro se quedó cerca de él, y cuando le dio la espalda para irse, se retractó por un segundo. Se dio la vuelta, y en silencio, dejó una mano en su hombro. Oscar se levantó, y se abrazaron con fuerza, como una despedida precoz en el momento equivocado. 

—No quiero perderte. —Lloró en su hombro, su voz vibró—. ¿Cómo te atreves a dejarme solo, hijo de puta? 

Pedro soltó una risa grave, y le frotó la espalda. Oscar pensó en contárselo. Antes de que la enfermedad terminara con él, antes de que perdiera la consciencia en este mundo. ¿Pero de qué le habría servido? ¿Para crearle más remordimiento a él, y dejar que Oscar descargase el rencor que había decidido aceptar?


Cinco años atrás, 
California.

Julie había formado su bufete de abogados. Esa noche, todos lo estaban celebrando. Alcohol, tabaco, y algún exceso más. La multitud del salón y la cocina parecía una horda confusa, hasta arriba de alcohol, o colocados.

Pedro y Dhelia habían venido desde Inglaterra para apoyarlos, y a la misma vez intentar animarse tras la pérdida de su segundo embrión. Ninguno de los dos estaban dispuestos a disfrutar de la celebración, y nunca supieron porque aceptaron ir. Pero Dhelia se había ido, y Pedro había bebido mucho. 

Una más. —Julie soltó una risa dulce, sirviendo otra copa de vino blanco—. Una. La última. 

—No, no... No puedo. —Balbuceó, retrocediendo—. ¿Dónde está Dhelia? ¿Se ha ido? 

Se dejó caer en el taburete de la isla, mareado.

—Normal, joder... No puedo hacer nada bien. 

—No digas eso. —Rompió una bolsita con polvos sin que la viese, vertiéndolos en la copa—. No digas eso... Eres muy buen hombre.

—No, no lo soy. Soy una persona horrible, ni siquiera puedo estar ahí para ella. —Sollozó, pasándose una mano por el pelo—. 

—No llores...

Le ofreció de nuevo la copa, y esa vez se la bebió de un trago, medio llorando medio confuso. Julie se quedó a su lado, y dejó caer la cabeza hacia un lado.

—Ella no sabe como tratarte. —Lo sedujo, mientras él hacía una mueca por el sabor en su paladar—. 

—¿Qué era eso?

—Vino. —Le sonrió, dejando una mano en su muslo—. Anímate, Pedro. No puedes pasar toda la noche arrepintiéndote.

Él miró la mesa sin reconocer nada, pestañeando pesadamente. Se rascó los ojos para intentar que las cosas dejaran de moverse.

—Necesitas divertirte. Pensar en otra cosa. —Julie le acarició la cara, paseando las yemas entre su barba dispersa—. 

—Tengo que ir a buscarla...

Ella le besó el cuello, inhalando su perfume. Y él no se resistió. Giró la cabeza para buscarla.

—¿Crees que ella lo haría por ti? Dhelia es una zorra egoísta, no me digas que nunca te has dado cuenta.

—No digas eso. —La cogió del cuello, alejándola de él para mirarla a los ojos. Ella se estremeció con miedo—. No la nombres. 

—Lo siento. Lo siento, no quería decir eso.

Pedro no recordaría nada más de esa noche, y a la mañana siguiente se despertaría al caer del sofá. Pero Oscar, en su dormitorio, escuchó a Julie subiendo las escaleras a las dos de la madrugada, y meterse en la cama.

Los había visto coqueteando en la cocina, y la mano de Julie en su pierna, pero decidió ignorarlo. Fue su decisión. Y nueve meses después, nació Iris. 

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La gala llegaba a su fin. 

A Ava le dolían los pies, no dejaba de apoyarse en cualquier superficie o asiento, sosteniendo una copa que no había probado por pura cordialidad. Alguien se encargó de llevar su premio dorado a la habitación del hotel, y estuvo hablando con personas que ni recordaba durante toda la noche. 

Eddie llegó para salvarla como un ángel de pelo blanco.

—Lo siento, la gala ya ha terminado. —La cogió del brazo, rompiendo la conversación que mantenía con Cooper, también finalista del premio Atlas—. 

—Claro, claro. —Rió él—. Discúlpame. Ha sido un placer volver a hablar contigo, Ava.

Ella asintió con la cabeza, y salió con un suspiro pesado, acariciándose el pecho. 

—Gracias. —Se apoyó en él, quitándose los tacones al fin—. Tengo mucha hambre, y no dejaban de perseguirme.

—De nada. Pero no vamos a poder cenar...

—¿Qué?

—Volvemos a casa. —Dhelia también abandonó la sala, reuniéndose con ellos en el pasillo—. 

Ava cerró los ojos con fastidio, suspirando pesadamente para recuperar el aliento.

—Podemos cenar y quedarnos aquí para coger el primer tren.

—No podemos. Te esperamos en mi habitación del hotel. —Le dio la espalda, alejándose. La línea de sus medias encajaba con la suela roja de sus tacones—.

Ava bufó al escucharla, con las manos en la cadera. Eddie se encogió de hombros. 

—A nosotros nos han invitado a un restaurante. Que le den, y quédate con nosotros hasta mañana.

Se giró para recibir a Blake, que llevaba un traje con pajarita anormalmente formal para él, y le dio un beso en la mejilla. 

No, no puedo. Si no aparezco vendrá a buscarme.

—Joder. Musitó Eddie, cruzándose de brazos en su traje marfil—. 

Aunque quizá pueda convencerlo. Voy a llamarlo y te digo algo.

Estaremos en el hotel hasta las diez, ¿de acuerdo?

Sacó el móvil enfadada para llamar a Pedro, dejándolos solos al girar la esquina del pasillo. Ahí había aún menos gente, pero poca cobertura. Intentó enviarle un mensaje para saber si estaba bien, y podían quedarse antes de que todo el proceso médico empezara como una pesadilla.

—Hola, Ava. 

Giró la cabeza hacia Amanda, al ver que se acercaba hacia ella. Su piel negra brillaba con ese vestido púrpura. 

—¿Qué?

—No, no, nada. —Se encogió de hombros, sin saber cómo actuar—. Nada... Es que has estado brillante ahí dentro. Con todos mirándote. 

—Oh, bien. Nadie me lo había dicho. 

Mantuvieron un silencio incómodo, mientras Amanda se frotaba las manos nerviosa. 

—¿Vas a... Decirme algo? —Inquirió Ava, abriendo los brazos con los tacones en una mano—.

Incluso descalza, era casi media cabeza más alta que ella. 

—No, más que... —Apretó los labios, cerrando los ojos tras sus gafas—. Espero que os vaya bien. De verdad.

—¿A mi? —Frunció el ceño—. ¿A quién te refieres?

—A... Al profesor y a ti. 

—Oh. Creo que lo entiendo. Has venido a hablarme para desearme buena suerte después de intentar acostarte con él y chantajearlo con el vídeo. —Sonrió con cinismo, asintiendo con la cabeza—. Eres muy amable.

Amanda tragó saliva, frotándose las manos con saña. 

—¿Qué vídeo?

—¿Vienes a reírte de mi? ¿O a preguntarme qué coño somos? —Avanzó un paso, que ella retrocedió—. Porque no somos amigas, Amanda, solo nos sentamos en la misma aula cuatro horas a la semana. Déjate de esta mierda de empatía entre mujeres o lo que sea que quieras, porque no lo necesito.

—Por favor, Ava. No me interpretes así. 

—¿No? ¿Y cómo debería? ¿Tendría que darte las gracias por todo?

—No, no es... No es una competición. —Hizo un mohín—. Solo quería pedirte perdón si nos viste juntos. Oscar me dijo que no teníais nada entre vosotros. 

—¿Qué?

Ava frunció el ceño, ladeando la cabeza.

—Sí, ya... —Amanda tomó aire, nerviosa—. Ya lo sabes. No me hagas decirlo. Cortó todo conmigo porque volviste tú y te escogió a ti. Vale, ¿ya estás satisfecha?

Ella se quedó con los labios entreabiertos, sin procesar sus palabras. Retrocedió la cabeza, y negó.

—¿Qué estás diciendo?

—Ava, Dios, has estado fenomenal.

Dirigió la mirada al chico que le habló, en un traje gris claro. Al igual que sus ojos. Eros se acercó a ella.

—Yo ya me voy... —Se despidió Amanda, dándoles la espalda—. 

—¿Mal momento?

—No, ¡Amanda estamos hablando! —Quiso pararla, pero ella volvió a entrar en la sala repleta de gente—. 

—¿He interrumpido?

—¿No has visto que estaba hablando? 

—Yo qué sé, lo siento. —Se encogió de hombros, con las manos en los bolsillos—. 

—Sí, sí, ya sé que lo he hecho muy bien. Gracias y adiós. 

Le dio la espalda para dirigirse a las escaleras, buscando la quietud de las oficinas cerradas. Pero Eros la cogió del brazo. 

—Lo siento. —La soltó, ahora que tenía sus ojos sobre él—. No lo sé, quería disculparme por lo que pasó en el bar. 

—Joder... ¿Qué le pasa hoy a todo el mundo con disculparse conmigo?

—No, escúchame, Ava. —La miró fieramente a los ojos, terco y enfadado—. Lo siento. 

Ella se rascó los ojos, inclinando la cabeza hacia atrás por el peso de la noche. 

—No quería besarte. —Volvió a mirarlo a los ojos—. En ningún momento quería, ni borracha ni sobria, léeme los labios: me das asco. Preferiría abrazar a un cactus desnuda que volver a interaccionar contigo, déjame, olvídame, y vete. Joder.

Eros ahogó una risa triste, con los ojos llorosos. 

—A mi también me dio mucho asco besar a mi hermana. 

—¿Qué coño dices?

Alguien la cogió por detrás, ahogándola con algo húmedo, y al intentar luchar aspiró con fuerza esa esencia, dejándola flotando en la nada. Todo se desvaneció frente la oscuridad que la ahogó.

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Volvió en sí con la acidez de una náusea. Se dio cuenta enseguida que tenía una bolsa alrededor de la cabeza, ahogándola, llevándola a hiperventilar con agresividad. ¿Dónde estaba? ¿Cuándo había pasado?

Sus pies descalzos palparon el suelo con inseguridad, dándose cuenta de la piedra fría. No sentía el dolor de ninguna herida, quizá por la adrenalina, pero sí notaba la rudeza de las cuerdas envolviendo sus manos. No intentó liberarse. 

—¿Has vuelto en sí, Ava, mi vida?

Le quitaron la bolsa de la cabeza, y sin querer ella agachó la cabeza por si vomitaba en ese mismo instante. No estaba amordazada, así que si gritaba, estaba segura que nadie la escucharía. 

La luz de un fluorescente la cegó. Cogía bocanadas de aire, con el corazón en la garganta y mechones de pelo enganchados a su frente por el sudor. 

—Mírame. —La cogieron de las mejillas con fuerza, haciéndola jadear—. Mírame, ¿te acuerdas de mi?

Ojos color miel, pelo azabache y ropa más oscura que la noche, con quemaduras en el cuello. Ava intentó respirar, ahogándose con hilos de saliva. Era Rhys, ese tal Rhys. 

—Seguro que sí. 

La soltó con un ademán. Y cuando se movió de en frente suyo, vio otra silla, con la doctora Lee amordazada y completamente atada. Ava lloró con desesperación, cada centímetro de su piel estaba erizado, y sus ojos ahogados en lágrimas nerviosas. Se hubiese arrancado la carne rascándose si no fuese por las cuerdas. 

—¿Sabes? —Rhys se movió para quedar detrás de la doctora, haciéndola sollozar con miedo cuando le tocó el hombro—. Es una buena doctora. 

Sus ojos rasgados se cerraron violentamente, desbordando lágrimas. 

—De verdad, muy buena terapeuta. —Rhys continuó, palmeando su hombro—. Lástima, Ava, querida... Que tuviste que hablarle de mi. 

Su fisonomía de rasgos duros, se deformó en una completa neutralidad cuando deslizó la hoja de una navaja por el cuello de la doctora. Rasgando la piel, la carne, los tendones, y dejando que ese reguero de sangre bajara y explotase a borbotones. 

Le revenó la carótida. Y se desangró delante de Ava mientras ella se retorcía y lloraba, rezando a un Dios que no existía para no ser la siguiente. 

Él lanzó la navaja al suelo, acercándose a pasos lentos. No estaba amordazada, pero sentía que no podía hablar mirando ese charco de sangre. No tenía voz. También se la habían arrancado.

Se quedó a su lado, y Ava giró la cabeza cohibida, para no sentir su aliento de nuevo. Se encontró con la presencia de Eros en una punta de la sala, en la oscuridad. Rhys también levantó la cabeza después de oler su perfume Saint Laurent, y lo miró. 

—¿Él? —Se irguió—. Perdónalo. Se empeñó en conocerte. 

—Lo siento. —Suspiró Eros mirándola, con las manos tras la espalda—. 

—¡Cállate! 

Su grito reverberó en todas las paredes, callando cualquier susurro e incrementando cualquier sollozo. Ese ruido entró en su cabeza, llevándola a cerrar los ojos bruscamente, manteniendo la respiración. 

No, no estaba ahí. Era un sueño. Una pesadilla nueva. ¿Cuándo se había quedado dormida?

—Sabes porqué hago esto, ¿verdad? —Empujó el cadáver para sentarse en la silla—. Ava, mírame. 

Ella estaba mirando el cuerpo amordazado de su terapeuta, con la garganta abierta y los ojos bien abiertos con una expresión de horror, convulsionando mientras terminaba de agonizar.

—Te dije que podía volver a tenerte con la misma facilidad. —Empezó Rhys, recostándose en la silla—. Y te dije que no podías mencionarme. A nadie. 

Hiperventiló para coger aire, quemándose los pulmones. Fue cuando levantó la mirada, y lo vio sentado delante de ella, cuando comprendió que no era una pesadilla. Estaba ahí realmente.

—¿Q-Qué hacemos? —Preguntó con la voz inestable. Le temblaba hasta la mandíbula—. ¿Por-Por qué estoy aquí?

—Estás aquí porque te has portado muy mal. Deberías haber mantenido nuestro secreto.

—Padre-.

—Un paso más y te vas fuera. —Se dirigió a Eros, levantando solo una mano. Volvió a mirarla a ella—. ¿Has visto? De los dos mellizos Dhelia tuvo que dejarme al más inútil.

—¿Qué...? 

Balbuceaba, intentando hilar las palabras. ¿Por qué se estaba quedando dormida de nuevo?

—Aunque fue muy rápido al esconderse y huir por la ventana el día del incendio. —Divagó él, rascándose el mentón—. Nunca te he contado esa historia, ¿no?

—Rhys...

—Aunque tampoco te conté porqué te dejamos marchar, ¿verdad, Ava? —Se cruzó de piernas, tranquilo—. Ese invierno hizo mucho frío. Nunca creí que sobrevivieras hasta llegar a casa.

Ava perdía la consciencia intermitentemente, dejando caer la cabeza por su propio peso.

—Ahora que estamos juntos otra vez puedo contártelo. Tenemos tiempo.

Rhys se inclinó hacia delante, apoyando los codos en las rodillas. La miró de cerca, cada rasgo suyo reflejado en ella, y cada pincelada que le recordaba a Dhelia.

—Ese día, por las cámaras que tenía para vigilar a tu tía, ¿sabes qué escuché? —Alargó un brazo para tomarla del pelo, levantándole la cabeza—.

Los ojos miel de Ava lo enfocaron con desasosiego. Mechones castaños cayeron por su frente.

—Escuché que iban a intentarlo otra vez. —Habló muy cerca de su rostro—. Que iban a tener un bebé. 

—¿Y de qué te servirá? —Susurró ella—. Matarme a mi, intentar matar a Lydia, eso no va a devolverte a tu familia.

—No, no lo hará. 

—La furcia de tu mujer estará muerta siempre. Quemándose con tus hijos.

Deseó herirlo con ese comentario, desglosar el dolor más profundo en sus entrañas, pero Rhys solo dejó de tomarla del pelo con un ademán brusco.

—Como te estaba diciendo. —Se miró el reloj de la muñeca—. Ya sé que no voy a recuperar nada. Hace años que soy consciente de eso. ¿Pero sabes lo más aprovechable de mi?

Le sonrió con satisfacción. Una sonrisa casual que podía dedicar cualquier desconocido inofensivo.

—Que no tengo nada por lo que vivir. Y  tampoco tengo ningún motivo para huir de la muerte. —Le contestó, reteniendo esa sonrisa—. ¿Hueles eso? Es gasolina. 

Ava miró a todas partes, girando la cabeza hacia cada esquina de la sala a oscuras. No intuía ningún bidón, pero olía ese tono dulzón ahogándola. 

—Faltarán unos minutos para que tu tía venga. —Le enseñó su teléfono, con una cuenta atrás—. Te pusieron un localizador por mi culpa, ¿verdad? Y no va a venir con la policía. Dhelia nunca se ha fiado de ellos.

—¿Sabes qué podrías hacer? —Lo retó entre dientes, adelantándose con las manos atadas para hablarle a la cara—. Meterte ese bidón de gasolina por el culo y encenderte un cigarro.

—Oh, ¿estás intentando ganar tiempo para morir tú sola? Qué dulce. Y muy ingenuo para una mujer tan inteligente como tú.

Se puso en pie, y alguien salió de entre las sombras para pasarle un bebé dormido. Ava giró la cabeza todo lo que pudo al escuchar los quejidos de Lydia, y vio al mismo chico que había llevado su premio a la habitación del hotel.

—Es tan tierna. —Le sonrió Rhys, meciéndola para que no empezase a llorar. Le acarició las mejillas rojizas, y ella le apretó un dedo—. Pero... ¿No te parece demasiado blanca? Siendo hija de un-.

—El padre de Pedro es de Texas, hijo de puta. —Bramó entre dientes y lágrimas, viendo al bebé en sus brazos, los mismos brazos que la desvestían a ella—. Dámela.

Suplicó con un hilo de voz, mientras él miraba a Lydia.

—Dámela. Vamos a morir todos por mi culpa, ¿verdad? —Pidió entre su llanto—. Déjame pedirle perdón, por favor. Solo eso.

—No, Ava, esto no es por tu culpa. 

Volvió a tomar asiento frente a ella, meciendo al bebé de siete meses. Ava la miró con los ojos empañados en una niebla densa, sofocada por el olor de la gasolina y su rabia.

—Yo también le pedí a Dhelia que me devolviese a mi niño. —Miró a la niña a los ojos, viéndola llorar—. Le rogué, le supliqué. Y cuando él vino hacia mi yo solo lo vi morir... Delante de mi. Sin poder hacer nada.

—Es un bebé...

—Lo sé. Por eso estamos aquí. Esa necesidad de protección que sentimos hacia un ser tan débil... Tan pequeño... —Le acarició el pelo a Lydia, que seguía llorando con los puños apretados—. Dhelia solo podía sufrir mi dolor si tenía a alguien que la necesitara tanto. 

—No. No, no, no. —Sollozó Ava, negando con la cabeza—. 

Bramó neurótica, aunque sabía que nadie la oiría, e intentó deshacerse de las cuerdas, aunque nunca pudo. 

—Mátame. —Le rogó—. Mátame, por favor. 

—Eso le dije a Dhelia. —Susurró él, con la mirada perdida—. Tantas veces...

—No puedes hacerle daño a un bebé. ¡No puedes quemarla viva! ¡Déjala! ¿¡Por qué si odias tanto a Dhelia te has convertido en ella, cabrón!? —Dio patadas, luchando por liberarse—.

—Porque la violencia se erradica con violencia. Quien ha matado es condenado a pena de muerte. Es justicia. 

—¡Eres un hijo de puta! ¡DÉJALA! —Chilló, atragantándose cuando alguien a su espalda vertió gasolina sobre ella—. 

Tosió violentamente, con el pelo y la ropa empapados; los ojos, la piel, la garganta... Sentía su lengua ardiendo. El mismo hombre acercó el bidón a Rhys, y él ahuecó la mano para mojar el pelo a Lydia, bajando por sus mejillas y empapando su cuello. Mirándola con devoción, se la devolvió para tener las manos libres.

 Fue en ese momento que aporrearon una puerta de metal, abriéndola, y empujaron a dos personas al suelo. Pedro y Dhelia intentaron incorporarse, con las manos mojadas de gasolina. Ava no sintió el coraje para mirarlos, y antes de hacerlo sus ojos rojizos se llenaron de lágrimas desesperadas.

—Lo siento. —Sollozó, viendo cómo retenían a Pedro con fuerza—.

Le retorcieron los brazos hacia atrás, haciendo que se irguiera para mantenerlo quieto. Una línea de sangre bajaba de su nariz.

—Está bien. —Le dijo él sin aliento, asintiendo con la cabeza—. Estoy bien, Ava. Papá está aquí.

Rhys ahogó una carcajada.

—Divertido. ¿No crees?

—Lo juro por Dios, voy a partirte cada diente de esa sonrisa antes de ahogarte con mis propias manos.

—¿Ah, si? ¿Y cómo lo harías? —Sacó un mechero del bolsillo, acercándolo a Ava—. ¿Hm? ¿Eres más rápido que el fuego?

—¿Qué haces aquí? —Habló Dhelia—.

El hombre detrás de ella la retuvo con una mano. Tomó aire prudentemente, su pecho se hundió.

—Estás muerto. —Declaró ella, abriendo mucho sus ojos verdes—. Muerto.

—Si... Deberías revisar la tumba que cavaron para mi. Creo que por fin encontraréis a vuestro amigo.

Encendió la mecha, provocando que Ava empezara a respirar más rápido, inhalando más gasolina. En sus profundos ojos miel se reflejó la llama, que bailaba frente su mejilla.

—¿¡Qué coño haces!?

Apagó el mechero, y cerró los ojos cuando Eros lo roció con lo que quedaba en el bidón. Esa sustancia pegajosa se fijó en su pelo oscuro, empapando su traje y su rostro.

—¡Rhys, Rhys cabronazo! —Dhelia se retorció bajo el agarre que la mantenía presa, mirándolo directamente a él—.

Llamaron su nombre, gritando, exigiendo que parara, o que tuviera valor y los soltara. Pero no lo pasó nada. Y entre sus gritos, dejaron a Lydia en sus brazos. Levantó la cabeza para mirarlos, viendo como se habían quedado callados, asfixiados por sus propios pensamientos.

Rhysand les sonrió mostrando sus dientes, y Pedro, en ese lapsus, consiguió zafarse para clavar el codo en el estómago del hombre que tenía detrás. Él ahogó un gemido de dolor, doblándose, y aprovechó para abalanzarse hacia Rhys, pero otro hombre lo golpeó en la nuca con la culata del arma. Dejándolo tendido en el suelo.

Ava gritó de miedo, colapsada en sus lágrimas, pensando que nunca se despertaría. La niña lloró con fuerza, pataleando en los brazos de un desconocido, mientras Dhelia seguía erguida e inerte mirando el cuerpo de Pedro.

—Espero que Dios perdone las almas que condenaste, Dhelia. —Habló, dejando de mirar al bebé para mirarla a ella—. Dejad que se acerque...

La empujaron desde la espalda, arrastrándola hacia Rhys. Tensó los abdominales, apretó los dientes, intentando quedarse estática, pero tiraron de ella con mucho más fuerza.

—Perdóname. —Lloró Ava, cerrando los ojos con fuerza—. Perdóname, Dhelia. Todo esto es por mi culpa. No debería haber nacido. Mi madre debía abortarme, te arruiné la vida, Dhelia, lo siento... Lo siento.

Rhys hizo un ademán, y la arrodillaron delante de él, estando a la misma altura.

—Sí que me arruinaste la vida. —Dhelia lo miró a los ojos duramente, sin desviar su atención al bebé entre sus brazos—.

Rhysand encendió el mechero, sonriendo tristemente ante al acto final de su miseria.

—Porque yo era una mujer sin miedo cuando nos conocimos en la comisaría. —Ella también sonrió, mirando fijamente los ojos miel de Rhys—. Y a partir de ese día convertiste a esa mujer en madre. No tenía miedo hasta que te conocí a ti, Vianne. Me arruinaste la vida, joder.

Hizo un mohín, admirando con paz los ojos del hombre que tenía delante, y la llama que se reflejaba en sus iris. Porque le estaba dejando hablar con ella, cuando él ni tuvo la oportunidad. El bebé pataleó en los brazos del hombre.

—Dhelia, no. —Se ahogó Ava, negando ciegamente con la cabeza mientras lloraba—. No, no te despidas de mi. Dime que hay un plan, dime que tú te encargas, por favor... Por favor.

—Tienes razón, nena. —Giró la cabeza para mirarla, con sus ojos verdosos cristalizados en un mar austero. Le sonrió—. La tía Dhelia se encarga.

De un movimiento, sacó unas tijeras del bolsillo, y se las clavó en el cuello con fuerza. La sangre tiñó su piel morena, dejando brotar unos balbuceos incoherentes mientras Ava la observaba morir. Sin ningún sonido brotando de sus labios, ni un sentimiento aflorando en su atenta mirada.

—¿¡Qué?! ¡No! ¡NO! —Rhys reaccionó, abalanzándose hacia ella para sostenerla antes de que cayese—.

La recogió entre sus brazos, dejando a Lydia en el suelo llorando, y le sacó las tijeras para taponar la herida. Manchándose las manos de sangre caliente.

—¡Tienes que vivir! —Gritó, mirándola con ferocidad. Negándose a permitirle morir—. ¡Tienes que verlos morir! ¡NO PUEDES MORIR PRIMERO!

Dhelia se ahogó, una burbuja de sangre explotó en sus labios, e intentó apartarlo para irse con algo de dignidad. Pero Rhys presionó la herida cerca de sus clavículas, vociferando unos gritos necesitados mientras intentaba mantenerla con vida.

Sin darse cuenta, que detrás de él, Ava se deshizo de las cuerdas. Solo con un tirón brusco pudo liberarse, y se tiró sobre él, gritando de pura rabia y temor cuando le clavó las tijeras en un ojo, empujándolas con ambas manos. El hombre de trajes caros y sonrisa suspicaz, cayó al suelo cuando la punta de las tijeras se clavó profunda hasta llegar al cerebro. Cayó impío, sin gritos ni lamentos, a la suave muerte que lo acunó con delicadeza.

Al fin, sin más dolor. Ni remordimientos ni una venganza consumida.

Ava se colocó encima de él gritando y llorando fuera de sí, clavándole las tijeras una y otra vez en la cara. Pero ya no oía nada. Esa rabia ciega, la reconoció incluso en la muerte. Esa sensación abrasadora de querer venganza y dolor para intentar sanar, en busca de relievo a través de la ira. Sintió pena por ella. Por la persona rota que él había creado, reflejándose en su propia hija.

Si hubiese podido, habría exhalado un perdón con su último aliento. Pero eso nunca pasó.

—¡Ava!

Pedro pasó un brazo por su abdomen, tirando de ella para apartarla. Cayó al suelo cubierta de sangre, aferrándose a esas tijeras mojadas mientras lloraba de impotencia, abriéndose las palmas.

—Ya está, ya está. —La obligó a acercarse a su pecho, para que cerrase los ojos aunque solo fuese un momento—. Ya ha terminado...

Ella chilló contra su camisa negra, aferrándose a su espalda con un puño. Ida de su propio cuerpo.

—Está bien, cariño, te tengo. —La abrazó con fuerza, frotándole la espalda—. Te tengo.

Las sirenas de policía sonaron a lo lejos, marcando un final. Ava sintió la mano de Lydia buscando su rostro, acariciándole la mejilla. Se apartó un poco para mirarla, creyéndola muerta, y volvió a la vida cuando la apretó contra su hombro, meciéndose hacia delante y hacia atrás mientras la sostenía con desespero.

Todo el ruido que vino después, fue ínfimo. Una docena de policías abrió la enorme puerta, entrando con armas para reconocer el recinto, acudiendo a los supervivientes. Una ambulancia descargó mantas y material quirúrgico para prepararse. Se llevaron a Ava bañada en sangre y en shock, que se negó a soltar al bebé.

La noche cubrió el cielo, y las estrellas titilaron en lo alto, cuando los médicos se alejaron de Dhelia. Pedro les contó que también era doctora, y sonrió con pena cuando se arrodilló a su lado, acariciándole la cara manchada de sangre. Tenía los ojos cerrados, y un maquillaje perfecto.

La puso en su regazo para mirarla una última vez, y los dejaron solos. Pedro sonrió en una caricia, apartándole el pelo.

—Tenía que morirme yo primero.

Apoyó sus frentes, abrazándola después de besar sus labios inertes por última vez, y el sonido de un papel arrugándose lo sacó de su trance. Se apartó un poco de ella, y palpó el bolsillo de su traje para descubrir una nota. Una lágrima mojó el papel al leerla, desvistiendo la tinta.

 No fue un adiós, ni un te quiero. 

Haznos un favor y no le cuentes a Lydia quién fui.

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