Darling

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Los ojos me pesan un montón cuando intento abrirlos. Lo primero que veo son los muebles que reposan a lo lado de mi cama, como sardinas en una lata. Tantas en tan poco espacio.

Me doy la vuelta como reflejo de un dolor de cuello mañanero que siempre llega puntualmente a hacerme la vida de cuadritos; solo para encontrarme con el pié pequeño de mi hermano de cuatro años contra mi cara.

Tenemos dos cuartos. Uno con una cama y el otro con dos. El que tiene una cama es el "mío"; pero casi nunca duermo allí, pues por alguna razón siempre despierto en la madrugada. Tipo tres o cuatro de mañana. Además, es el lugar perfecto para que mi papá vea algunas películas antes de dormir sin molestar a los demás.
(Excepto por las veces que mi mamá y yo le hacemos coro para que baje el volumen).

Gruñendo para mis adentros, agarré su pierna algo bruscamente y la arrojé al lado. No soy muy agradable en la madrugada.
Afortunadamente, mi hermano tiene el sueño pesado y se vió mínimamente fastidiado por mi acción.

Miré a mi alrededor buscando algo que reconocer entre tanta oscuridad. Y estiré mi mano hacia el mueble más cerca a mí, tomé mi celular lo más delicadamente posible y me dí cuenta, muy molesta, de que no lo apagué la noche anterior.

Lo encendí y le bajé el brillo para no quemar mis retinas, mientras ocultaba el brillo restante con la sábana. Había varios mensajes sin leer, uno que otro recordatorio de X actualización y unos cuantos estrenos programados para hoy en la mañana; una pena, pues no regresaría del colegio hasta en la tarde.

Un momento... El colegio.

Miré aterrada la fecha, decía claramente "Lunes" 3:59 de la mañana. Al parecer despierto en la madrugada independiente de en qué cama duerma.
Apagué el aparato lo más rápido posible y lo escondí debajo de la almohada. A estas horas mi mamá se estaría levantando para despertarme.

Intenté hacerme la dormida.
Cerré mis párpados con fuerza, cubrí mis ojos con una parte de la sábana, intentando bloquear la luz recién encendida del cuarto de al lado.

Durante unos minutos, todo fue un total silencio sepulcral. Intenté contar ovejas, a pesar de estar consciente de que jamás me ha funcionado antes. Llegué hasta las veinticuatro y me rendí; en desesperación, me abracé a mi misma esperando estar en una pesadilla.

Perdí la noción del tiempo; y como una mala broma, mi mente empezó a recetar la lírica de una de las mil canciones favoritas que tengo archivadas en el vacío de mi cerebro.

Quise gritar pero eso me pondría al descubierto, así que solo lo ahogué, estrujando la cabeza contra la almohada desinflada que tenía.

Cinco segundos después, escucho a mi papá susurrando mi nombre, y por mi parte maldije mi nombre unas tres veces.

Lo más cariñosamente posible, mi papá me levantó y me ayudó a ponerme en pie. La gravedad no era la única fuerza que me mantenía en cama.

Desde ahí hasta que salí de casa me la pasé con una cara más arrugada que una pasa en invierno. Mi papá antes me recriminaba por eso, pero ya no. Supongo que se dió cuenta de que ya no valía la pena arreglar algo que no estaba roto.

Las clases empezaban a las 6:20, ya eran las 6:25, mi madre estaba desesperada porque supuestamente yo "no me apuraba", eso solo hizo que mi mal humor aumentara.

Subí con mi papá y mi otro hermano al carro; y al llegar al colegio me fui diciendo un "Bye", como si fuéramos ingleses.

Corrí a la puerta y casi me cierran; intentando poner una buena cara, saludé a la señora que tenía las llaves de la puerta, quien parecía ya haberse acostumbrado a mis retrasos.

Al llegar corriendo a mi salón, rezando para que la directora no me viera, una de las cuarenta y algo de compañeras que tengo me grita en broma "¡Buenas noches!".

Con una gran rabia, la busqué con la mirada, pero me rendí sabiendo que no valía la pena empezar el día así.
Al sentarme en mi silla, inmediatamente miro a una de las pocas niñas que me atrevo a decir que son muy buenas amigas mías. Ella se encontraba hablando con una amiga de ella, me volteó a ver y sonrió.

Tan solo esa sonrisa me bastó para devolver el gesto lo más sinceramente posible.

Dejamos de cruzar miradas y miramos a nuestros cuadernos con un aire desesperanzado; aunque ¿Quién nos puede culpar?

En clase suelo prestar atención.
Bueno... Casi. Intento meterme en la cabeza (a la fuerza) que eso me servirá en algún momento en la vida. Por supuesto, la paz mundial se solucionará con el sexto caso de factorización. Por supuesto.

Es eso o entretenerme en uno de los pocos libros que suelo llevar al colegio en caso de que me aburra, y correr el riesgo de perder el examen.
Así que... No hay opción.

Unas insufribles tres horas y media de clases después, llega el descanso*, hermosa media hora para respirar un aire contaminado en menos de un 30%. Buenos tiempos.

*Descanso, así le decimos al recreo.

Algo desanimada me levanté de mi silla, busqué al grupo de niñas en las que me escabullía siempre para comer y no sentirme invisible.
En la puerta encontré a la chica que me saludó antes. Estaba con su amiga, quien también me invitó a comer juntas.

Estaba muy sorprendida. La verdad no recordaba un solo momento desde que empezó el año en el que me hayan tratado tan bien. Sentí un cosquilleo en la espalda, en la nuca y mis mejillas.
Antes de darme cuenta de que era casi la única que quedaba en el salón, salí corriendo a por mí lonchera; suplicando que el ardiente sol no hubiese hervido el agua en mi termo.

Ya cuando el profesor de turno salió del salón, intenté camuflarme entra la multitud de gente que salía también de sus aulas.

Jamás. Jamás me han gustado los lugares con multitudes. Se siente muy asfixiante.

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