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—¡Oé! ¡Mercante a estribor! ¡Rumbo sudoeste!

Marina cerró su libro de inmediato y se incorporó en la cofa junto a Oliver, que le dio el catalejo señalando el barco que acababa de avistar. Ella lo estudió un momento y sonrió de inmediato.

—Buen trabajo, Oliver —dijo, devolviéndole el catalejo. Aseguró el libro en su faja, se encasquetó el sombrero y descendió apresurada por las jarcias—. ¡Vamos tras él, caballeros! —ordenó de camino al puente.

Desde allí, Morris también observaba al barco español que navegaba al norte del Espectro.

—Eso no es un mercante —comentó Marina llegando a su lado—. Va demasiado ligero.

—Tiene la bodega vacía. Y le corre prisa —coincidió el joven—. ¿Vamos tras él de todas formas?

—¿Tienes algo mejor qué hacer?

Morris meneó la cabeza riendo. —¡Dicho como un verdadero Hermano de la Costa!

Marina esperó a que el Espectro virara para seguir al bergantín y fue a su cabina a cambiarse. De regreso al puente vio que habían acortado la distancia. Pronto lo tendrían a tiro. Sobre cubierta, los piratas se aprestaban para una posible lucha antes del abordaje.

—Tenías razón con que no es mercante —dijo Morris—. Es el Doña Margarita. Pertenece al gobernador de Puerto Rico.

Marina se volvió hacia proa asintiendo. —Eso significa funcionarios o documentos urgentes en ruta a Tierra Firme.

—O ambos. Sea lo que sea, tendrá custodia armada. ¿Cómo quieres atacarlos?

Marina observó el bergantín un momento más.

—De Neill, dos puntos a estribor —dijo.

—¿Les pasaremos por atrás? —preguntó el pirata desde la rueda del timón.

—Vuesamerced lo ha dicho —respondió ella en español, haciéndolo reír.

Morris frunció el ceño. —¿Con soldados a bordo? Será interesante.

Marina le guiñó un ojo y recuperó la seriedad de inmediato. Sería la primera vez que atacaran un barco con dotación militar. No podía distraerse.

Poco después ordenó arriar paño para no incrementar la velocidad y abrirse un punto a babor. El Espectro tomó un curso paralelo al bergantín hacia el oeste, con viento de popa. Marina aguardó a tener al otro barco a la vista por la derecha. Cuando lo tuvo tras las jarcias del palo mayor, ordenó volver a virar dos puntos a estribor y desplegar foques, cebaderas y velas de sosobre. Ella y Morris se sujetaron a la barandilla cuando el Espectro cobró nuevo impulso. El bergantín volvía a estar a proa, ahora en curso de colisión.

Mientras tanto, parte de la tripulación se apostaba con mosquetes sobre cubierta, y en las cofas y vergas.

—¡Soldados a bordo! —avisó el vigía desde el trinquete.

—¡Listos tiradores! —ordenó Marina— ¡Lista la batería de proa! ¡Alerta la de babor! ¡Mostrad nuestros colores, caballeros!

Los piratas se echaron los mosquetes al hombro, en tanto Maxó transmitía sus órdenes bajo cubierta. La bandera negra flameó a tope del palo mayor y los colores de Francia se desplegaron a popa.

—¡Tuyo, De Neill!

El Espectro se abrió medio punto a babor, justo lo necesario para dejar pasar al bergantín, que se hallaba a menos de trescientos metros, y retomó luego su curso para cruzar la estela del barco español.

—¡Piezas de proa! —ordenó la muchacha—. ¡Morris, encárgate del velamen!

—¡Sí, perla!

Los disparos simultáneos de los cañones de proa del Espectro impactaron de lleno en la popa del bergantín, arrancándole el timón.

—¡Todo a babor! ¡Tiradores!

Mientras Morris y Briand daban órdenes a los hombres a cargo de orientar el velamen, dos docenas de soldados españoles aparecieron tras las bordas del bergantín. Abrieron fuego con sus mosquetes, y los piratas respondieron de inmediato.

—¡Baterías de babor!

Al mismo tiempo que el Espectro cruzaba la estela del bergantín, sus diez cañones de babor abrieron fuego por turnos, haciendo saltar por el aire la pequeña batería de popa del bergantín y destrozando el castillo. De Neill, asistido por otro timonel, hizo girar la rueda a toda velocidad. El Espectro se inclinó a babor, esquivando por centímetros la popa del bergantín en la virada. El barco español podía mantener la velocidad, pero no alterar su curso, y el Espectro corrió paralelo a su borda de estribor.

Marina y Morris bajaron del puente ahora que estaban a tiro de los mosquetes. Sin tiempo para recargar los cañones, los artilleros treparon por la escotilla y corrieron hacia la borda para protegerse del fuego español. En sus manos llevaban garfios de tres puntas atados a gruesos cabos.

Con un último golpe de timón, De Neill pegó los costados de ambos barcos. Los artilleros lanzaron los garfios de abordaje para mantener los barcos juntos, mientras los demás descargaban sus mosquetes por última vez. Entonces todos echaron mano a pistolas y armas blancas y se encaramaron a la borda aullando como demonios.

—¡Philippe, la rueda! ¡Briand, quedas a cargo! —Marina empuñó espada y pistola—. ¡Morris, Maxó y De Neill conmigo! —Corrió hacia la borda de babor y se encaramó entre sus hombres—. ¡TORTUGA!

Los piratas repitieron su grito a voz en cuello y se arrojaron sobre los españoles que intentaban rechazarlos. Marina descargó sus pistolas apenas pisó cubierta española y sacó su puñal, lanzándose en medio de la refriega.

El empuje del abordaje hizo retroceder a los soldados españoles, que intentaron agruparse entre el palo mayor y el puente, un frente compacto erizado de aceros desde donde todavía llegaban disparos. Los piratas arremetieron contra ellos, y pronto todo era una violenta confusión de espadas y picas y hachas buscando la carne enemiga.

Marina guió a los suyos hacia el centro del frente español y lograron abrir una brecha, introduciéndose entre ellos como una cuña. Progresivamente aislados unos de otros, los soldados comenzaron a retroceder. Pero los filibusteros no les permitieron alcanzar el puente, empujándolos hacia la borda de babor.

—¡Alto!

La voz de Marina se alzó entre los gritos y ruidos de la lucha, imponiendo una pausa inesperada. Españoles y piratas se volvieron hacia ella, sorprendidos por igual. Aunque no por eso bajaron las armas o se soltaron unos a otros. Marina avanzó para enfrentar al oficial que lideraba a los españoles y le habló en su idioma.

—Estáis vencidos, señor. Deponed las armas y no derramemos más sangre.

Un murmullo corrió entre los soldados, que bajaron un poco espadas y sables para mirarla con ojos desorbitados. Al parecer, acababan de recordar los relatos que escucharan sobre la tal Perla del Caribe. El oficial abrió la boca para responder cuando una voz enronquecida lo acalló.

—¡Muerte a la puta fra...!

El grito fue interrumpido bruscamente por un ruido breve y un gruñido de dolor. Marina detuvo con un gesto a Morris y varios más que se adelantaron amenazantes y se volvió en esa dirección. Los españoles bajaron la vista y se apartaron, exponiendo a uno de sus compañeros, que se sujetaba la cabeza. El hombre junto a él la enfrentó con una mueca y soltó la pistola que usara para darle un culatazo al otro. Marina le dirigió una breve sonrisa.

—Os lo agradezco, caballero —dijo, y enfrentó de nuevo al oficial, alzando las cejas.

El oficial miró a sus hombres y asintió, dejando caer su espada de forma que lo vieran. Los demás lo imitaron en silencio apesadumbrado.

—¡Jean! —llamó Marina—. Déjame al oficial y encierra a los demás.

—¡Sí, perla!

El oficial mantuvo la vista baja mientras sus hombres eran desarmados y empujados hacia una escotilla. Así vio que Marina recogía su espada y la clavaba de punta al pie del palo mayor.

—Allí estará cuando vengáis a recogerla. No es vuestro honor lo que quiero —le dijo la muchacha.

El español la enfrentó sorprendido.

—¿Qué o quién escoltáis, señor?

La mirada del hombre se hizo suplicante y apretó los labios. Marina sonrió de costado.

—Comprendo. Antes de despedirnos, caballero, permitidme daros un consejo: enseñad modales a vuestros hombres para que agreguen decoro a su bravura. Ese insulto podría haberos costado las vidas que intentabais salvar.

El español asintió, enrojeciendo hasta la raíz de sus cabellos.

—¡Oliver! Llévate al caballero con sus camaradas.

—¡Sí, perla!

—Maxó, averíguame qué custodian con tanto celo.

—Con gusto, perla.

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