Parte 1

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Joana oteó el horizonte. El sol estaba poniéndose en ese preciso instante, y los últimos rayos que proyectaba caían sobre las apiñadas casas situadas en la empinada ladera de una colina. 


La joven suspiró. Después de todo lo que había vivido, era una verdadera fortuna que hubiese podido llegar, al fin, hasta allí. 


Justo en ese momento, pese a que era verano y soplaba una brisa cálida que le acariciaba el rostro y hacía ondear sus cabellos, un intenso escalofrío le recorrió la espalda de arriba abajo. 


"No debes pensar en ello, no ahora", pensó. Pero, por mucho que intentó evitarlo, una oleada de recuerdos acudió a su mente. Se vio de nuevo frente a Marco, su pareja, que la perseguía por su pequeña casa empuñando un machete. Recordó la noche que pasó encerrada en el cuarto de baño, con el cuerpo sacudido por los continuos sollozos, para evitar que su marido la golpease. Y recordó también el día, que parecía tan lejano, en el que había decidido abandonar el infierno en el que vivía y huir a un lugar seguro. 


En un principio no había tenido ni la más mínima idea de adónde dirigirse, ya que ni siquiera tenía el dinero suficiente como para pagarse un transporte a otro país. Tan solo había pensado en correr y correr, escapar de su oscura vida, refugiarse en un lugar donde él nunca la encontrase. 


Pasaron los días, después las semanas, y, entonces, en un pequeño pueblo perdido en el corazón de Brasil, conoció a una amable y comprensiva anciana que la acogió temporalmente. 

Ella le habló de allí, ella le habló del lugar. Donde cada día no era una pesadilla hecha realidad, Donde no temías por tu vida cada vez que te despertabas por la mañana. Un lugar donde vivir. Un lugar al que poder llamar hogar. 


Joana pasó infinitas dificultades, cruzó medio país con un único objetivo. Y al fin lo había alcanzado. 

La favela pacífica, probablemente el único lugar seguro de Brasil, se extendía ante sus ojos. Era el lugar donde las mujeres habían luchado con firmeza contra la violencia de género y los narcotraficantes. Donde se habían eliminado las diferencias entre sexos. Un lugar al que habían acudido cientos, tal vez incluso miles, de mujeres maltratadas en busca de paz. 


Joana, con estas ideas rondando en su mente, descendió una pendiente pronunciada y llegó finalmente al poblado. Allí, las dirigentes de la favela la recibieron, escucharon su historia. 


Y hoy, pasados tantos años, la joven temerosa que llegó allí sin saber lo que le ocurriría, considera al pacífico enclave como su sitio en el mundo. Donde permanecerá hasta el fin de sus días. 


TEXTO DE ALEJANDRO SAMBADE CAAMAÑO.                 ENERO DEL 2021

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