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En realidad, Haneul Min accedió a ir a la casa de la chica rara del colegio porque tenía curiosidad de saber cómo era su vida, quería soltarles el chisme a sus amigas. Se moría de ganas de enterarse si era rara por naturaleza, si existía una historia triste de por medio, si en realidad era una artista incomprendida o un fenómeno.

Además, también quería invocar algo y que no fuera en su casa o la de un amigo, solo por las dudas de que fuera verdad que el espíritu se queda en las paredes del lugar donde es llamado. Era una oportunidad perfecta. Sería una idiota si no la aprovechaba.

¿Cómo sé todo esto si no puedo leer mentes ni soy Dios o un narrador omnipresente? Bueno ahí te equivocas, en realidad los fantasmas sí somos narrados omnipresentes.

¿Recuerdas aquella vez que dijiste voy a copiarme en este examen nadie me verá? ¿Voy a robarme la camisa de mi mejor amigo quién se enterará? ¿Solo es un segundo estacionando en el lugar para discapacitados? ¿Quién sabrá si escupo sobre el pastel que llevo a la feria escolar? Pero siempre había alguien mirando o, en mi caso, alguien que mirará.

Una ventaja de venir al mundo de los vivos y ser un puto muerto, es que la memoria y los recuerdos de las personas flotan frente a ellos todo el tiempo y solo ciertas fuerzas podemos verlos, entre ellas, los fantasmas, su servidor.

Pero me adelanto demasiado.

Lo que importa aquí es que Kwan Keun, Suni Hye Y Haneul Min concordaron en hacerlo en ese mismo instante y emprendieron juntos el camino a la casa de Suni.

Suni no se replanteó si a ella le daban miedo los espíritus, ni si pudiera funcionar la invocación y atraer algo sumamente maligno y poderoso, como yo, lo único que pensó fue en la forma tan rítmica y atractiva que tenía Kwan para caminar. Como un alma libre y de campo, como chica soñadora, estaba llena de hormonas.

Era largo, media un metro setenta. Notó que se había cortado el cabello y ahora le llegaba por las orejas, la última vez que lo había perseguido a su casa, hace tres días, lo llevaba por el cuello. Le quedaba bien de las dos formas.

Suni le llegaba al hombro.

Sentía que eran una pieza de rompecabezas, destinada a encajar.

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