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 Leviatán había regresado en el cuerpo de un niño de cinco que era seguido por un guardia gordinflón, dijo que había visto terroristas, pero cuando llegaron ya no había nadie, solo Suni cubierta bajo una manta.

Después de unos retos, de un interrogatorio y de que Leviatán poseyera a algunos empleados del aeropuerto, nos dejó libres. Más tarde, transcurrido el episodio, nos subimos al último avión que tomaríamos.

Los tres concordamos en que necesitábamos respuestas. Leviatán intuyó que se trataba de una ola de muertos desertores y muchas quejas que obligaban al sindicato, en especial al departamento de M.I.M.O.S.O.S, a enviar caza recompensas. Dijo que lo adivinó todo porque según él contaba con una sabiduría suprema y espiritual.

—¿Si tan sabio eres porque no previniste el ataque? —se quejó Suni que se encontraba muy enojada de casi ser envenenada con albóndigas.

—¿Y cómo no se te ocurrió que había algo raro en una azafata y un piloto con albóndigas gratis en un puto baño público de mujeres? —refutó Leviatán, evidentemente ofendido—. ¿Acaso tus padres son primos? ¿Piensas con el estómago?

—Mi mundo no es tan hostil como el de ustedes —rumió ajustándose el cinturón de seguridad del asiento y cruzándose de brazos mientras que se nivelaba tras el despegue.

—Perdona por interrumpir tu vida en el universo de Barbie Fairytopia —se quejó Leviatán haciéndole una zancadilla a un adolescente que caminaba con dirección al carrito de compras.

El chico cayó al suelo de forma ruidosa, algunos pasajeros se levantaron de sus asientos y se preocuparon por él. El muchacho tenía las mejillas tan rojas como la tierra de Marte.

No era culpa de Suni haber sido arrastrada a esa situación. Aunque a todas luces parecía una trampa, ella no lo había notado. Porque en parte, ella pertenecía tanto al mundo de los humanos como yo. Suni se había criado en mitad del campo, era una chica de praderas, granjeros y cosechadores nómades, no conocía mucho de las grandes ciudades o de las multitudes.

—¡Bueno, ya está! —tuve que intervenir para que no se mataran entre ellos—. Llamaremos al infierno y pediremos explicaciones, hay un rincón seguro donde podemos convocar muertos sin que venga ningún demonio.

Los dos asintieron, ya sabían a qué me refería.

El Nivel del Pico, la mugre olvidada por Dios y por los demonios. La cumbre de pecadores que no merecían condena.

Íbamos a llamar a Alan.

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