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 Extrañaba a mis amigos del infierno, a Jenell, Ruslan y Larry.

Leviatán dijo que con unas palabras en latín podríamos incluso traer a cualquiera de regreso, pero debía ser en tierra, que era territorio de la maldad y los espíritus oscuros, no en el aire que era reino de los espíritus bondadosos y las criaturas celestiales.

—Ahora los aviones se convirtieron en mi lugar favorito del mundo —declaró Suni.

Al no obtener una disculpa Leviatán masculló algo sobre chinas irrespetuosas y se fue a la cabina de pilotos donde tenía pensado hacer que se pelearan.

Me coloqué auriculares en los oídos y cerré los ojos al escuchar buena música que hace tiempo no podía disfrutar. En Internet leí noticias de los últimos años. Por ejemplo, un niño refugiado había muerto en mitad del mar. Su familia se subió a un bote para escapar a otro país, pero una mala pasada los hizo hundirse. La marea había arrastrado su cuerpo hasta la playa, cayó en una posición que parecía estar dormido. Su remera era roja y tenía unos pantaloncillos que dejaban ver sus pantorrillas regordetas y morenas.

Suni me apagó el teléfono celular.

—¡Estaba leyendo! —protesté.

—No deberías leer eso —aconsejó Suni con conmiseración mientras deslizaba el aparato al interior de su bolsillo—. El mundo ya se olvidó de él, Asher, tú también deberías. No es bueno despertar a los muertos.

Debía hacerle caso, ella conocía a muchos muertos.

Recostamos la cabeza en el asiento, me acurruqué mirando la ventana, Suni parpadeó y dibujó una carita feliz en el cristal. Sentí la superficie lisa y gélida en la yema de mi dedo. Nuestro. Las nubes eran negras y espesas.

Había al reflejo de un chico triste que me miraba desde la ventana. Su expresión melancólica pesaba como plomo y parecía decir: «A que no sabes lo que han visto mis ojos»

Cerramos los ojos para dormir. No importaba si en ese mundo había sol, césped, copas de oro o pañuelos de seda, aquí, igual que allá, seguía siendo infeliz.

Por estar encerrado en un cuerpo con otra persona me sentía muy solo.

—Lo siento, Suni —me disculpé apenado.

Suni se esforzó por abrir los ojos y ver mi reflejo, estaba pensando en lo raro que había sido no encontrarse a ella en la ventana. Pero continué con los párpados bajos. Prefería la oscuridad, la encontraba muy placentera.

—Descansa, Asher, en serio, descansa.

—La vida es muy corta para tener un reposo tan largo —dije—. Es injusto. Deberíamos estar muertos por noventa años o sesenta y luego regresar.

—Hay lugares de los que no se puede escapar —susurró.

—Supongo que todo es un círculo.

Recordaba que mi padre le había dicho eso a mi madre cuando estaban tirados en mi habitación, antes de que yo naciera, pensando que jamás llegaría a un mundo en el que tan poco tiempo me quedaría. La historia me la habían contado tantas veces que la sentía mía.

Podía mirar a mamá joven, recostada en el suelo, con los ojos mojados y el olor a alcohol en sus labios sonrosados. La pena en su mirada me decía: «A que no sabes lo que han visto mis ojos» Yo le sonreía quedamente, respondiéndole: «A que no sabes lo que han visto los míos» Sentía que si estiraba la mano podría tocarla. Yo no estaba en un avión, me encontraba en esa habitación, de espaldas al suelo de parqué, mirándola. Admirándola.

Suni pensó que era muy bonita y se preguntó por qué antes no había pensado en ella.

—No es bueno despertar a los muertos —musité y nos dormimos al instante.  

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