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 Cuando llegamos noté que no había ningún campista o turista en las lagunas quietas que despedían volutas de vapor, estaba vacío. Depositamos las linternas sobre la tierra húmeda y las hierbas y nos iluminamos con la luz de la luna desnuda.

Gorgo se inclinó frente a un helecho y hurgó en sus raíces. Sacó dos rocas oscuras, una tenía el tamaño de un teléfono celular, pero de los años noventa y la otra poco más que una moneda.

—Encontré piedras —comentó sonriendo de oreja a oreja.

—Vaya. Em ¿Felicidades? —Me incliné y agarré la primera roca que vi en el suelo—. Yo también encontré una.

Él tiró de un manotazo la mía sin siquiera verla.

—No seas idiota, Asher, encontré piedras preciosas. Mira —Colocó sus rocas frente a la luz de la linterna y pude ver que eran realmente únicas.

La pequeña parecía hielo seco, pero de una leve tonalidad rosada y la grande estaba un poco más pulida, era tersa y del color bronce, con algunas zonas traslucidas.

—Es cuarzo —explicó Gorgo—, las piedras especiales, como estas, te trasmiten energías. También te abren los chakras.

—¿Estás diciendo que las rocas tienen súper poderes?

Él se rio y me dio un codazo cariñoso, ambos estábamos encorvados sobre las rocas.

—No, digo que cada una pueden ayudarte con... asuntos —Solo los niños, los locos y Gorgo creerían en esas cosas—. La grande es cuarzo ahumado, alivia el dolor y es una gran ayuda contra el estrés, esta es para mi mamá porque siempre está discutiendo con papá —Aunque no había ninguno de mis primos notaba que también le resultaba vergonzoso hablar de algo que le interesaba tanto.

Me dio pena, pero la gente no era tan atrevida y descarada como yo, que proclamaba a todas luces lo que me gustaba sin abatirme. Quería que Gorgo me hablara horas y horas hasta perder la vergüenza, hasta olvidarse de que estaba con otra persona y creyera que estaba hablando con otro pedazo de él.

—¿Y esta? —pregunté con interés, para darle confianza y señalé la roca rosa y pequeña.

—Esto es cuarzo rosa. Es la piedra del amor incondicional y absoluto. Afirma que el abandono ni el desamparo existen —La agarró en sus dedos y la giró entre nosotros—. Incluso hay una historia de su creación, dice que un chico le regaló una rosa a la muchacha que amaba, pero cuando el romance fracasó por la intromisión de los padres, la rosa se convirtió en una roca fría y dura. También puedes hacer rituales con ella, pero todavía no me interesa la brujería.

A veces pensaba que Gorgo y yo éramos amigos porque ambos creíamos en lo que no veíamos, yo en Dios (adoraba a varios) y él en todo lo místico. Los dos buscábamos secretos en el universo porque nos negábamos a creer que el mundo era ese vacío de ciencia en donde éramos un azar evolutivo cuya única función consistía en asesinar a otras especies. Éramos soñadores en un mundo real.

—¿De dónde sacas todo eso?

—De Internet, libros y revistas.

Ya sabía la respuesta a eso porque cuando Gorgo no estaba entrenando, consumía su tiempo con los ojos metidos en información de cosas que ni siquiera serían consideradas pseudociencia.

—En fin, la roca del amor absoluto e incondicional es para ti —comentó un poco apenado—. Feliz Navi...dad.

—Sin ofender, pero si alguien necesita la roca del amor creo que sería el chico que cambia de novia como de calcetines.

—Ellas me cambian. Además, yo sé por qué no funcionan mis relaciones —comentó encogiéndose de hombros y agarrando su linterna—. Pero tú no tuviste ninguna, así que estás peor que yo.

—Pero...

—Gracias, Gorgo —interrumpió Gorgo imitándome—, me encantan la maldita roca, es el mejor maldito regalo que me dieron durante mi maldita vida.

Reí.

—Gracias, Gorgo.

Él alzó un hombro con desinterés y masculló que también me había comprado algo, pero lo tenía escondido en la caravana. A mí no me importaba eso, él era el mejor regalo que la vida me había dado. Me sentía un poco abochornado por replicar su estúpido obsequio; hubiera sido un momento especial si no fuera por mi bocaza. Gorgo iba a volverse al campamento, pero dije:

—Aguarda.

—¿Qué?

—¿Jugamos una carrera en el agua?

Ya se estaba quietando la remera cuando yo terminé la palabra carrera. Caminó de forma graciosa hasta el borde como si fuera un pingüino o alguna mierda como esa y saltó de bomba, salpicándome adrede. Me quedé inmóvil y lo miré salir, quitándose el cabello mojado de la cara y señalándome.

—¡Acabas de pedir tu muerte porque voy a aniquilarte! —retó desde el agua, bramó tan fuerte que parecía retar a la luna.

Ese chico era una batería andante.

—¿Estás seguro de que no guardas una piedra de energía entre tus bragas?

—No tengo la roca de citrino.

—Pero sí tienes bragas —deduje.

Él alzó sus dedos medios.

—Tengo algo mucho mejor, tengo estos.

Asentí con una sonrisa boba en la cara, me quité la remera, las zapatillas, coloqué la linterna de manera que nos alumbrara y salté.

Gorgo, como siempre, trató de darme lecciones para agilizar mi nado, pero terminaron en fracaso, no era que todo se basaba en mi torpeza, la verdad era que no me interesaba nadar tan bien como él. Sabía que en una competencia atlética siempre me ganaría, pero yo le pateaba el trasero en matemáticas, ajedrez y en el monopolio.

Además, no era que tuviera que nadar para salvar mi vida.

Cuando perdí cuatro veces nos quedamos flotando como dos ramitas a la deriva, tenía mi piedra del amor entre los dedos y la mirada.

Giré mi cabeza y de repente lo observé a él. Estaba estirando los brazos y las piernas, su piel pálida se veía plateada al ser expuesta al brillo de la luna, su cabello pelirrojo era como sangre vertiéndose de su cabeza. Tenía sus músculos perfilados debajo de la tersa piel. El abdomen estaba marcado de forma cuadriculada como si tuviera urbanizaciones vistas desde un mapa, esa comparación me hizo reír.

Él también rio, aunque no sabía qué era lo divertido, ni me estaba viendo y tenía los ojos fijos en la luna. De repente sentía que en mi mente se escuchaba La vie en rose de Edith Piaf. La tararé y él me la siguió.

—¿Gorgo?

—¿Sí?

—¿A qué te referías con que sabes la razón por la que todas tus relaciones terminan en desastre?

—A que sé la razón por la que todas mis relaciones terminan en desastre —respondió él y continuó tarareando la canción.

—¿Y cuál es?

—¿Eh? —trató de desviar el tema.

—¡Gorgo! —Su nombre salió de mis labios como un sonido que temblaba al escuchar mi risa.

Recordaba querer saberlo, pero ya no sabía muy bien por qué, mis pensamientos de esa noche estaban tan lejanos como esa noche.

—Mis amores fracasan porque no son la persona indicada.

—¿Y cómo sería la chica indicada?

—Dije persona —corrigió—. Al creer en energías yo no atiendo a algo tan banal como el cuerpo, las almas son energía al igual que el viento o el calor que emana esta tina —dijo alzando la mano y viendo que de su piel salían despedidos hilos de vapor como cohetes viajando a las estrellas—. Si agarraran el alma de mi mamá y lo pusieran en no sé... un perro, seguiría siendo mi mamá ¿Entiendes? Tal vez no se entendió bien, si pusieran a mi madre en un anciano de noventa que no controla su esfinter...

Lo absurdo de sus comparaciones me hacían reír.

—... yo le seguiría diciendo mamá porque eso sería, ella no es mi mamá por el cuerpo que ocupa lo es porque quiere serlo y lo carga en su alma. Amo el alma de mi madre, nada más, yo no amo sus dedos, sus hombros o sus ojos, eso no son mi mamá. Estoy esperando a que mi alma indicada, mi alma gemela, se decida a amarme.

 Quedé en silencio, siempre divagaba entre pensamientos que yo nunca me detendría a meditar, él era una persona más profunda, a veces me sentía superficial frente a Gorgo, yo era arena de desierto y él era una montaña.

—Ojalá hubiera una forma de saber cómo será nuestra vida —esperancé.

Él dejó de flotar en horizontal, se sumergió en el agua y emergió a pocos centímetros de mi cara.

—¿Estás bromeando Asher Colm? La hay. Estuve practicando quiromancia. Dame tu mano.

Le di un cachetazo en la mejilla, él sonrió.

—Para que la lea, abusivo.

Debía haberme visto venir eso, nadamos hasta la orilla donde estaba alumbrando la linterna. Me sostuve de una raíz y le ofrecí la palma de mi mano extendida, él la agarró entre sus dedos, estaban calientes y húmedos, se habían vuelto mucho más ásperos desde que trabajaba horas extras en el taller.

Como siempre Gorgo no podía tener información sin compartirla, era como un activista del conocimiento del tarot, la quiromancia, las energías y la astrología.

—Tenemos cuatro líneas en la mano. Una línea del corazón, ahí —Señaló— debajo de los dedos, es recta lo que significa que eres una persona cauta y que te gusta ir paso a paso en la relación —Sonrió de lado—, no importa, tengo paciencia, bebé.

—Anda, ya.

—Bueno, bueno, yendo a lo serio, también significa que buscas algo estable, algo para toda la vida. Espero que la piedra te ayude a soltarte más en el amor.

—Salvaste mi vida —comenté con ironía.

Él estaba demasiado concentrado para responder a la broma.

—Ah, la línea de la cabeza se ubica bajo de la del corazón, habla sobre la parte intelectual de la persona, la tuya es curvada así que se asocia a alguien creativo —Alzó los ojos maravillado—, eres un artista.

—Decorador de interiores.

—Hay artistas de todo tipo —explicó encogiéndose de hombros—. Luego, la arruga que rodea la zona del pulgar y hace un arco hacia tu muñeca es la línea de la vida, la gente cree que te dice cuánto vivirás, pero se equivocan; la tuya es larga y profunda, significa que eres muy vital, amas tu vida.

—Mmmm.

—Y ¡Mira!

—¿Tengo manos de bebé?

—No, tienes la línea del destino y la suerte, no todo el mundo la tiene, es la que atraviesa todas las otras líneas —No despegaba los ojos de la palma de mi mano—, yo no la tengo —Me enseñó la suya para comprobar, aproveché la excusa y le tomé los dedos para asegurarme si eran igual de ásperos y cálidos, me gustaba la sensación—. Es profunda así que la suerte influirá en tu vida —Me miró alegre y para mi lástima me soltó—. Serás una persona extremadamente afortunada y suertuda.

—¿En qué tendré suerte?

—No lo sé, eso deberás averiguarlo tú —Tenía su cara tan cerca que hubiera podido...—. Pero es evidente que tenías suerte, o sea, me tienes a mí —bromeó y me tiró agua en la cara de una forma tan fuerte y rápida que lo sentí como un latigazo.

—Ja, ja, sí —respondí masajeándome la mejilla.

Él comenzó a nadar al centro de la laguna y yo lo seguí propulsándome con la pared, choqué contra él y Gorgo me abrazó:

—Cuidado, camarada ¿Quieres ahogarme? ¡Policía! ¡Ayuda policía! ¡Quiere ahogarme!

Sonreí, estaba un poco tonto. Él también, pero en él era común, en mí no.

Su cara. La tenía demasiado cerca, como todas las otras veces, pero sentía que no era como las otras ocasiones. Veía el agua goteando de su cabello crespo y anaranjado, un racimo de pecas se le amontonaba en la nariz como estrellas arremolinándose en torno a la masa del sol. Y se le marcaban las venas del cuello donde circulaba la sangre hacia su cerebro, aquel cerebro que albergaba el alma de Gorgo y todos sus gustos extraños.

Estaba tan feliz de que estuviera allí conmigo, no, feliz no, estaba calmado. Sentí un revoloteó en el estómago, pero fue sustituido por una paz cálida. Fue como cuando arrojas una moneda en una fuente y sale despedida una gota, para luego amainarse el movimiento y regresar a la normalidad.

Me invadió una tranquilidad que solo era digna de alguien que vivía en una fantasía, pero yo no vivía en un mundo de fantasía. Yo estaba en la realidad. Sabía que detrás de la reserva, cerca de la carretera, germinaban los edificios grises, donde habría asesinatos, violencia y corrupción, que algún día serían erradicados con un fin del mundo que algún dios olvidadizo recordara hacer.

Y aunque era consiente de todo yo estaba calmado.

Cuando él me hablaba los sonidos de la ciudad se convertían en canciones de amor, en sus ojos se escondía más arte que en todos los museos, me abrazaba y se desvanecían las fronteras, él convertía cada noche oscura en tardes de primavera.

Le miré los labios. Los tenía apretados en una fina línea. Me sentí una hostia de misa, porque sabía que si él me tocaba con sus labios me desintegraría al primer contacto.

Humedecí mis labios y los encontré muy solos. Gorgo no dejaba de mirarlos, inclinó su cabeza ligeramente y yo hice lo mismo, podía sentir su aliento erizándome la piel, desbordándose por mi cara como una ducha.

De repente un destello explotó en el cielo. Ambos miramos hacia arriba.

—¡Mira! —chilló Gorgo como si fuera demasiado ciego para no notarlo—. ¡Es increíble!

Eran los fuegos artificiales de Leonardo, había tenido sentido que presumiera tanto porque eran verdaderamente espectaculares. Calentaban el cielo de verano de extraordinarios colores, el arcoíris se hubiera sentido opacado ante esa intensidad.

—Feliz Navidad, Asher.

—Feliz Navidad, Gorgo.

Era una palabra que todo el mundo se decía por tradición, pero en ese momento parecía ser la única vez en que fue realmente propicia, porque era feliz de cabo a rabo, no se me ocurría nada mejor para describirla. Pensé que podría morir ese año y no me importaría si había tenido unas vacaciones como esas, rodeado de mi familia y mi mejor amigo.

Cuidado con lo que dices ¿Verdad? De todos modos, me equivoqué, sí me importó. Y esa noche no fue suficiente.

Salimos rápidamente de las aguas termales y el aire se sintió frío, nos vestimos aun empapados, agarramos las linternas, las rocas y corrimos con los ojos fijos en el cielo.

Llegamos a tiempo para hacer volar a algunos cohetes, toda la familia estaba reunida presenciando el espectáculo o brindando. Recuerdo que en mi copa encontré una pluma blanca. Rebocé de alegría, era de Jordán y hacía eso solo conmigo y Selva, nos hacía sentir especiales. Fui corriendo a las caravanas donde se había quedado Jordán, sentado en las escaleras de una casa rodante y le pregunté de qué ave era.

—Una paloma —dijo con voz ronca y se puso de pie para verme mejor—. Fue signo de Afrodita, la diosa del amor.

—Gracias —dije y le di un abrazo.

Él no me lo devolvió, era como abrazar una cortina, me miró con expresión ausente.

—Viniste empapado.

—Sí —contesté agitando mi cabeza y mojándolo adrede.

Él no se movió de lugar.

—Tu amigo ese también vino mojado.

—Fuimos a nadar —dije un poco más avergonzado, alzando un hombro a la defensiva.

Meneó la cabeza, se dio la vuelta y se marchó. Me resultó extraño, pero Selva estaba tratando de hacer volteretas fallidas y me hizo reír tanto que se me olvidó.

No existían los problemas para ese chico feliz porque creía que alguien allá arriba lo protegería, porque pensaba que la vida solo le tenía preparado amor, familia y amistad y que las cosas con las que vienes al mundo no pueden serte arrebatadas.

Ni siquiera por la mirada de ese tío raro que no sonrió en toda la noche.

Desperté bajo una capa de sudor en el avión, corrí mi nuevo cabello rosa, jadeé y miré las luces del pasillo de la clase turista.

Qué piensas tío Jordán.

Qué piensas.

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