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 Leviatán no me hizo tropezar en el camino.

 Se había rendido.

 Estábamos todos en silencio después de la horrible conversación que había tenido con Selva. Incluso el bocaza de Alan no tenía nada para decir, caminaba pensativo como si estuviera tratando de encontrar una solución para esa guerra; pero él solo sabía de códigos y matemática y no de muertos y familia.

—Perdón, Asher —musitó Leviatán cuando estuvimos en la puerta.

 Creí que era considerado conmigo y me pedía disculpas por tener que escuchar que mi hermana menor me había borrado de su cabeza para seguir adelante. Digo, no me importaba, era mi hermanita, incluso estaba dispuesto a que me mataran una segunda vez, qué digo, miles de veces, con tal de hacerla sentir mejor.

Pero no era un puto robot, tenía sentimientos y estaban heridos. Es decir, sabía que ser superado era lo mejor, pero el camino correcto no significa que sea el menos doloroso.

Solamente me sentía triste porque siempre había pensado que tío Jordán me había roto el alma, había sido demasiado egoísta porque nunca me había detenido a deducir que esa noche más de una persona murió. Mi muerte había matado almas, incluso la de una niña.

Selva siempre había tenido miedo de que un relámpago cayera del cielo y la asesinara o hiriera, pero al final el único que acabaría con ella sería yo.

Y ahora caminaba hacia mi casa, para el peor reencuentro familiar de la historia.

—Hola familia, tenemos una visita —anunció Selva entrando primero.

Recorrí con la mirada la sala, reconocí a varios, había una adolescente con pechos grandes, debía de tener quince años, era mi prima Doty, la que obligaba a selva a vestirse de hada. Había crecido como una gallina de criadero.

También estaban mis tíos, pero faltaban mis abuelos, eso no fue una sorpresa, era obvio que habían estirado la pata, los dos fumaban como chimeneas.

Estaban todos comprimidos entre mesas de todos los tamaños, apretujados en el comedor. Vi a Paul y su novia Raquel con dos niñas que luchaban con tenedores como si fueran espadas. También reconocí a Luna, Priscila, Ana, tía Denise, Beny, tía Beatriz, Berta que, por supuesto ya había tomado y estaba media borracha y tía Sansa con un nuevo novio.

También estaban mis tíos Randy, Simón y Luciano que me había permitido decorar un pedacito de su casa.

Sin embargo, había una persona sonriendo entre toda esa gente. No, no una persona. Un monstruo.

Jordán. 





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