Ese día no teníamos suerte así que Gorgo había venido en bicicleta y no en motocicleta. A veces creía que lo hacía solo por mí porque tenía licencia y un auto de sobra en su casa, pero sabía que me gustaba sentir el aire en la cara.

Gorgo tenía todo lo que un chico de diecisiete años usaría para ser popular o para destacar y tener cientos de amigos. Tenía dinero, una buena familia, tenía buenas calificaciones sin levantar las manos en clases ni leer los libros escolares, era bueno en deportes y su carisma enamoraba a cualquiera. Formaba parte del grupo de fútbol de la escuela y era el líder de la liga juvenil de natación del Club Irlandés.

Vestía bien, al menos como los demás, siempre llevaba una campera de cuero con parches de los lugares que habíamos visitado en la Harley-Davidson, calzaba botas, vestía pantalones de jean y sudaderas. Era morrudo y medía un metro ochenta, su cabello era rojo radiactivo, sus ojos verdes y su cara tenía pecas ¡Y tenía una jodida barba!

Podía ser un chico modelo. Pero solo era mi amigo.

Aunque creía en la astrología era inteligente. Para su cumpleaños le había regalado cartas de tarot, las usaba a escondidas porque decía que se avergonzaba de sus gustos. Nos leímos el destino unos cientos de veces.

Si estuviera vivo le diría en su cara que perdí tiempo y dinero con esas cartas del destino, porque en ninguna de las veces le atinó a mi muerte.

La fortuna es un misterio y yo estaba a punto de revelar el mío.