30

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

 Tío Jordán estaba manejando un auto viejo que no pude identificar pero era un descapotable y la chapa tenía un color negro cromado. Nunca lo había visto con ese coche. Si Gorgo estuviera ahí me habría dicho de qué año era y me hubiera dado otro montón de datos para nada interesantes.

 Me quité los auriculares, los dejé colgando de mi cuello y embutí mis manos en los bolsillos.

 —¿Tío Jordán? ¿Qué haces aquí? —pregunté mirando alrededor.

 No había nadie, ni en los jardines de las casas o en la calle, solamente yo y las hojas muertas de la acera.

 —¿Estabas siguiéndome? —interrogué con el ceño ligeramente fruncido por la confusión.

 Él aferró con fuerza el volante.

 —Sí —contestó apresuradamente, se rascó una ceja y rio—, fui a alimentar a los patos y entonces recordé que un amigo mío recolectó más ropa y cosas para los necesitados. Él es viejo y no puede ir hasta... el centro comunitario. Le dije que iría contigo a recogerlas. Sube, te llevo.

 Sé que no se tiene que subir a los autos de los desconocidos, pero él no era un extraño, era mi tío Jordán, el que me hablaba de pájaros en las cenas familiares y fingía ser un pato para hacernos reír a Selva y a mí. O el que hacía la mejor parrillada del mundo. También, siempre se sentaba a mi lado cuando íbamos a los recitales de Selva y para mi último cumpleaños me había regalado un telescopio y había tratado de enseñarme algo.

 Incluso cada vez que abría una heladería en la ciudad me llevaba para pedir los sabores más raros, en cada cena familiar me regalaba plumas de sus aves favoritas y hasta llegó a pagarme clases de diseño cuando quise ir y papá no pudo pagarlas. Sabía que amaba la estética y ser decorador de interiores era mi sueño, me apoyaba en eso. Así que no, él no era un desconocido.

 ¿Alguna vez escuchaste que en los ojos de alguien se puede leer la maldad? Solo es un mito, no son ventanas al alma, no nos revelan lo qué hay al interior. Al fin y al cabo, solo son simples ojos.

 —¿Dónde queda? —pregunté sentándome de un salto en el auto, brincando sobre la puerta del descapotable.

 —A una hora.

 —¿Una hora? Eso es lejos.

 —Mi amigo vive lejos.

 —Lo bueno se hace esperar, ¿verdad? —pregunté sonriente.

 Él tragó saliva.

 —No sabes cuánto llevo esperando algo.






Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro