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 Me contó que yo era parte de su proyecto Inusual.

 Él era un Agente Negociador del Orden del Sindicato, sí, él era un A.N.O. Básicamente su trabajo era pensar la manera de que los torturados no se desmoralizaran, porque no se puede torturar a alguien que está muerto por dentro. Dijo que la vida es lo que trae el miedo, y para sentirse vivo, por más muerto que estés, hay que ser feliz.

 Así que su departamento pensaba cómo volverlos felices o no tan miserables. Los A.N.O habían creado los domingos libres, aunque él lo llamó "Días de jarana" y fingió agitar unas maracas, o eso me hubiera gustado pensar.

 Incluso comentó orgulloso que yo había soñado con mi familia porque él luchó para que los muertos tuvieran sueños. Los torturados dormirían y en sus momentos de descanso verían los mejores recuerdos que habían cosechado de vivos.

 Eso me tranquilizó un poco porque creía que había abandonado a Alan por medio siglo, pero en realidad todos los condenados habían quedado inutilizados por ese lapso de tiempo, como máquinas apagadas en un depósito.

 No es que yo pudiera dormir 50 años, vamos, no había escuchado ningún concierto de música country, ni había visto ningún documental de física, ni tampoco era Aurora. Simplemente todos los A.N.O habían tardado más de cincuenta años en reunir los recuerdos felices de cada condenado.

 El anciano se rio y me contó algunos recuerdos patéticos o escalofriantes, aunque no se lo había pedido ni le mostré el mínimo interés. Me contó de Perry Petegreen que su momento más feliz fue cuando el amor de su vida le dijo: «¿tienes hora?» o de Melissa Miler cuyo recuerdo más tranquilizador fue cuando en una bolsa de M&M todos los dulces eran marrones, después estaba Beatriz Barrabras que su recuerdo más feliz fue cuando descuartizó a su vecino.

 En fin, cada recuerdo estaba almacenado por los agentes del sindicato. Y se habían tomado las molestias con el hermoso y noble propósito de dejarnos la mente fresca como una lechuga para resistir más tortura.

 Ahora podía soñar como cuando estaba vivo y en las noches vería a mis seres queridos cada vez que cerrara los ojos.

 Quién era yo para quejarme.

 El departamento de A.N.O tenía más ideas bajo la manga para divertir y tranquilizar condenados.

 Y una de esas ideas era yo y su proyecto Inusual.

 Es decir, su plan era usarme como una atracción de feria. Tenía que contarle mi historia de vida y de muerte a cientos de personas para entretener a demonios y almas en pena. Debía divertir a los demás con mi inusualidad, supongo, decirles: «Eh, ustedes ¿Están cansados siempre de lo mismo? Pues escuchen como yo adore a cientos de dioses para no acabar aquí»

 No me seducía la idea de ser expuesto, pero tenía que admitir que me dio curiosidad salir del Nivel de Picos. Si quería escapar del infierno primero debería encontrar una salida de la cueva donde estaba yo.

 Era un tonto por pensar eso. Papá le dijo a mi mamá esa noche que bebieron en la habitación vacía de la casa y lamentaron no poder tener un hijo, sin saber, que años después llorarían su pérdida en las mimas paredes:

 Hay lugares... o verdades, de los que no se puede escapar.

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