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 Tío Mokey encendió fuego en un barril de chapa, se sentó sobre la góndola volcada y masticó carne seca que sacó de, su nada higiénico, bolsillo. Me miró y cuando se cansó de esperar una reacción dijo:

—¿Puedes decirme cómo terminaste aquí, Asher?

—Es culpa de los idiotas de mis padres.

—Oye, no los llames así. They are your parents and they deserve respect —me regañó luego de tragar.

Giré la cabeza y lo miré, todavía estaba acostado, una bolsa de frituras crujió bajo el peso de mi cuerpo. El polvo me cubría, era la forma que tenía el lugar de decirme que me estaba tragando.

—Es cierto, son idiotas ¿Recuerdas cómo yo adoraba a todos los dioses?

Él se rio.

—Qué pasatiempo raro que tenías.

—¡Un bebé no nace con pasatiempos, Monkey! —Me incorporé apoyando el peso en las manos, crucé mis piernas como si fueran un nudo—. Pues resulta que no era un pasatiempo legal, era mucho más que eso, era burlarse del verdadero dios ¡Qué ni siquiera sé cuál de todos es porque terminé acá abajo! Cometí erigía, deslealtad, eran muchos delitos juntos y los pagaré por siempre, por su culpa.

Tío Monkey se quedó serio, humedeció sus labios que eran dos líneas rosadas e infladas debajo de su barba enroscada y morena.

—Yo no sabía...

—Pues ahora lo sabes.

—Ya, antes no sabía.

—Pues ahora lo sabes.

—Calma, reina del drama.

Chasqueé la lengua, me incorporé para sentarme frente a él, crucé las piernas en silencio como si fuera a meditar y ladeé la cabeza para mirar a otro lado y no a sus ojos entristecidos.

—De todos modos, no creo que hayas encontrado un camino hasta aquí como Dante en La Divina Comedia. Algo te pasó ¿Qué fue?

Las llamas chispotorreantes y anaranjadas nos separaban. Podía verme reflejado en sus ojos como si fueran dos espejos pulidos, mi figura se veía delgada, encorvada y vestida de negro, parecía un asesino o un adolescente con problemas de autoestima. No era ninguno de los dos.

—No puedo hablar de eso —musité masajeándome las manos y quitándome polvo, me sentía sucio.

—¿No puedes hablar de La Divina Comedia?

Estaba cansado de que todos usaran ese maldito libro como referencia. Suspiré.

—No, de cómo morí.

—¿Por qué?

—Porque me duele.

—¿Por qué?

—Porque creo que es culpa mía.

—No lo sabía.

—Ya, ahora lo sabes.

 Ese era el momento perfecto, contárselo a alguien que conocía, a mi querido padrino. No se me presentaría otra oportunidad tan ideal para confesar que mi tío me había matado, pero no podía hacerlo. Era como que me pidieran que saltara de una terraza y volara, no podía, era imposible para mí, sabía que si daba ese salto caería hondo.

Tampoco es que sufriera por haber muerto de una forma traumática, no pensaba en ello. En el infierno me manejaba por modo automático, respondía a ideas sencillas que me dictaba el cerebro... bueno, técnicamente ya no tenía cerebro y mi imagen era lo que recordaba mi alma del cuerpo que había tenido, pero entienden la idea ¿Cierto?

—¿Y? —preguntó Tío Monkey—. ¿No me lo vas a decir?

—Lo traté, traté de contarlo muchas veces, pero las palabras... siempre se atoran en mi garganta. No fui dueño de mi vida, me la quitaron sin permiso ¿Cómo voy a ser dueño de mis palabras?

—Pero estás en el Nivel Inusual, significa que moriste de forma rara y que, cada unos años, lo contarás a los demás niveles como entretenimiento.

—Lo único que les diré a los otros niveles son dos palabras: Váyanse y a la mierda.

—Son cuatro.

—Tengo un demonio para que me tortura de esa forma ¿le quieres hacer competencia? —Lo miré suplicantemente—. No puedo decirlo Monkey, de verdad, quiero hacerlo, pero siento que sí no lo hago... si no lo digo no será real. Si lo oculto entonces no existe ¿Sabes? Nadie ve lo que no existe.

Tío Monkey se bajó al suelo, rodeó las llamas cálidas y se acercó a mí, inclinado de cuclillas.

—Asher, créeme, me topé muchas veces con esto. Las palabras devoran. Si no lo dices esas palabras te comerán por dentro, consumirán todo lo que eres y te dejarán como una cascara vacía.

—Ya soy una cascara vacía —Rodeé los ojos.

Él apoyó el brazo sobre la rodilla y meditó una respuesta mientras se mordía el labio.

—Sabes, lo bueno de las cascaras vacías es que —Abrió las manos—, están tan vacías que puedes elegir con qué llenarlas. Ahora puedes empezar de cero.

—Creí que este era el final de todo, ya no puedo empezar de cero en el final, acá termino yo —dije recostándome en el suelo y mirándolo.

—Tú terminas donde quieres terminar, Asher. A veces, incluso, puedes terminar donde empiezas.

Resoplé, ni de muerto me libraba de los sermones sentimentales de mi familia.

—Verás Asher, el final es algo que crearon las personas que les gusta cruzarse de brazos. En realidad, nunca es demasiado tarde. No hay un final, simplemente nuevos comienzos. El mundo es como una cadena, son círculos, eventos, argollas que se entrelazan con la siguiente, cuando una se acaba comienza la otra. También es como una cadena porque no te puedes librar de los comienzos, mucho menos de los finales.

Nunca es demasiado tarde.

Tal vez era verdad, tal vez Jordán se había arrepentido de lo que me había hecho, tal vez yo no odiaría a mis padres para la eternidad.

Después de todo ¿qué no había aprendido nada? Cada cosa era posible. Las niñas huérfanas pueden formar una familia grande, los hombres tímidos pueden decir «Sí, acepto» enfrente de sus catorce hermanos, una niña de Uganda puede tener de hermano a un adolescente simplón y extraordinario y un chico atlético, inteligente, apuesto y que monta motocicletas puede estar sin encontrar el amor.

 Y yo, Asher Colm, podía superar mi vida y morir en paz.

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