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Ella me miró con sus profundos ojos azules, suspiró, se desmoronó en el suelo y apoyó su espalda contra la roca oscura del lugar. Me senté a su lado, lentamente, la linterna no dejaba de tintinear como una estrella burlona.

Dejó los hombros laxos y volvió a suspirar como si quisiera soltar palabras, pero no pudiera y en su lugar liberaba aire.

—Mira, Asher. —Se acarició la frente como si quisiera borrar una mancha.

Sabía que se avecinaba un reproche o un sermón, lo malo de tener diecisiete años para siempre es que la gente cree que debe decirte qué hacer para la eternidad. Pero Jenell era sabia y mandona, no quedaba otra que escuchar.

—Hay cosas... que a veces, tenemos qué... Diablos no soy buena para esto.

—Está bien. Adiós.

Iba a incorporarme, pero ella me agarró del codo y me tiró para abajo con brutalidad.

—Espera, imbécil. El cuervo. El poema de Poe. Voy a hablar una última vez de él.

—Si voy a dormirme me gustaría estar en mi cama.

Ella me dio un coscorrón en la nuca.

—¡Ni siquiera tienes cama! ¡Presta atención!

—Era broma. —Aferré mi cuello para no sufrir futuros daños—. Me gusta escuchar tus pensamientos, son inteligentes —comenté para despistarla, pero me lanzó una mirada de advertencia que hubiera hecho temblar hasta a su Führer.

—¡Escucha, animal! —susurró más alto—. Como te dije, el poema trata la historia de un hombre que pierde a Leonora y la ama tanto, pero tanto, que no sabe qué hacer con su recuerdo: si conservarlo o dejarlo ir. Ambas opciones son dolorosas. Ahora, un cuervo con mirada penetrante se posa en la puerta y repite «Nunca más». El hombre trata de sacarlo porque vamos, da miedo que un pájaro te vea todo el tiempo, pero el animalillo permanece en su lugar. La última frase dice....

Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo. Aún sigue posado, aún sigue posado... en el dintel de la puerta de mi cuarto. Y sus ojos tienen la apariencia de los de un demonio que está soñando. Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama tiende en el suelo su sombra. Y mi alma, del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo, no podrá liberarse ¡Nunca más!

Repetí de memoria, ella lo había recitado tantas veces que me lo había aprendido. Lo sé, ni el infierno me quitaba lo raro.

Jenell asintió con una sonrisa orgullosa en sus rojos labios.

—¿Sabes qué creo que significa el cuervo?

—Deslúmbrame.

—El recuerdo de Leonora está vivificado en ese animal, él nunca emprende vuelo, con su presencia inmóvil y callada se queda ahí para atormentarlo. El cuervo es la representación de lo que nunca se va, como los recuerdos o la tristeza. Asher. Asher los recuerdos lastiman y nunca, nunca van a dejarnos.

Era la conversación más larga que había tenido con Jenell hasta la fecha. Me ponía un poco nervioso. Tragué saliva, era muy diferente a cualquier cosa motivacional que me habían dicho, para empezar porque no motivaba.

—¿Qué quieres decir con esto?

—Que eres el hombre del poema. Crees que tienes dos opciones: recordar u olvidar. Y tratas de decidirte por una. Pero es mentira, te engañas, no puedes olvidar. Los recuerdos son pájaros que se paran en la puerta y no se van. Se quedan ahí para siempre, no somos peces o computadoras, no podemos borrar cosas de nuestra cabeza, siempre, pero siempre vamos a cargar con nuestro pasado, nos guste o no.

—Es que...

—No podrás viajar al pasado y cambiar los errores que te llevaron al infierno. No podrás regresar a vivir, graduarte, casarte, tener un empleo, no vas a poder vivir porque esa es la maldita suerte que el destino te jugó —dijo clavándome un dedo en el pecho, señalándome para que la mirara a los ojos—. Tienes que aceptar los recuerdos que te tocaron, no puedes elegirlos ni deshacerte de ellos, así que acéptalos, padécelos y sigue adelante... si no lo haces terminarás loco, como el hombre del poema.

—Creí que se podían dejar atrás ¿Let it go? —Me miró seria, no le hacía gracia—. ¿Frozen?

Ella apretó los labios, arrugó la cara y meneó con la cabeza.

—No, Asher, no se puede, lo único que podemos es formar nuevos recuerdos, recuerdos tan buenos, luminosos, que brillen tanto que opaquen a los demás, pero el resto... con el resto cargarás siempre. Lo siento, chico.

—Nunca más —musité como el cuervo.

—«Nunca más» podría llegar a ser como una burla del animal, porque nos prometemos que nunca más recordaremos tales cosas o personas, pero seguimos haciéndolo, simplemente tienes que crear otras memorias para recordar —rio—. O mirar hacia otro lado de la habitación y dejar al cuervo posado en la puerta, después de todo, hay más cosas en un cuarto que un dintel.

—Entiendo.

—Entiende más —se quejó—. Los recuerdos te comerán por dentro.

—Las palabras —dije recordando lo que había dicho tío Monkey hace muchos años, la última vez que lo vi en ese infierno.

Al parecer cualquier cosa quería comerme por dentro ¿Tan delicioso resultaba?

—Las palabras también, pero los recuerdos enloquecen, no dejes que te cambien.

Ella se puso de pie y yo la imité. Ambos miramos el frasquito de pastillas. Jenell concluyó limpiándose el labial con la manga de su vestido:

—Úsalas, pero ten por sabido que solo te doy tiempo y no una solución. Tarde o temprano deberás hacer tregua con tu cuervo porque él no se irá ¿Me entiendes?

Asentí, tarde o temprano tendría que contarles a todos que mi tío me había asesinado y yo no había podido leer las señales y prevenirlo.

—Gra-gracias por todo Jenell, creí que me odiabas.

—Odio más a Leviatán —comentó peinándose un mechón de cabello rubio.

—Pero si ni siquiera es tu torturador.

—Pero es un demonio y es hombre ¿Necesito algo más para odiarlo?

—Supongo que no.

Quería pensar que lo hizo por mí, porque éramos amigos y porque en realidad odiaba a los hombres, pero yo nunca había alcanzado a ser uno y por eso teníamos una oportunidad de querernos.

—Sí soy mala, supéralo nenito ¿Por qué crees que acabé en el infierno? —inquirió colocando los brazos como jarras.

—Porque todo un pueblo murió por tu culpa —respondí con una sonrisa perezosa.

—¿Y tienes que recordármelo, Asher? —preguntó molesta dándome un golpe en el antebrazo.

—Lo siento, gracias por los placebos.

—Agradécemelo cerrando más esa boca.

Fingí agarrar con mis dedos una cremallera y sellar mis labios. Ella sonrió.

—Y puedes decir que el sexo femenino manda —añadió cruzándose de brazos.

—El sexo femenino manda.

—No te oigo —presionó, curvando una mano alrededor de su oído e inclinándose ligeramente hacia mí.

—¡EL SEXO FEMENINO MANDA! —susurré bien fuerte.

Ella rio y comenzó a caminar al interior de una gruta de la pared.

—Suerte, Asher.

—¡Por favor, con quién estás hablando! ¡Soy el tipo con más suerte del mundo!


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