Capítulo 9

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Cierto día, Marina y yo estábamos colocando el toldo que protegía las mesas de la lluvia y ella me comentó:

—Me cambiaré de sector.

—¿Por qué? ¿Está todo bien con Fernando? —pregunté, aunque Marina dentro de mi grupo de amigos era con la que menos hablaba, no me gustaba la idea de que se alejara de nosotros.

—Al contrario, estamos mejor que nunca. Hasta me propuso que me casara con él, una vez que todo esto termine, claro, y regresemos a la normalidad —explicó señalando un hilo blanco enrollado alrededor de su dedo anular.

—¡Me alegro por ustedes! ¡Felicidades! —exclamé con sinceridad.

—Solo me cambiaré de sector para poder trabajar en el área de telecomunicaciones y tecnología. Me gusta todo lo relacionado con electrónica y creo que podría ser de utilidad allí. Todavía no me explico por qué seguimos sin electricidad en las viviendas y sin más comunicación con el exterior que la radio que PRISMA transmite por los altavoces. Tenemos muchísima tecnología y, al mismo tiempo, parece que hubiéramos retrocedido doscientos años en el tiempo por la forma en la que vivimos —se quejó Marina.

Le hice una señal para que guardara silencio. Nos estábamos demorando demasiado en una tarea simple como poner un toldo y no me parecía prudente criticar al partido que tanto estaba haciendo por nosotros, en especial en un lugar tan expuesto como en el que estábamos. No nos convenía que alguien nos escuchara, porque podríamos tener serios problemas.

Una vez que Marina se cambió de sector, tenía que comer junto a su nuevo equipo de trabajo y ya solo la veía por las noches. Como todos estábamos demasiado cansados, teníamos muy poco tiempo como para conversar de cualquier cosa e, incluso, como para detenernos a pensar.

La guerra había, cuanto menos, diezmado a la población, pero los que quedábamos, nos esforzábamos al máximo para que la sociedad pudiera subsistir. Cada uno colaboraba desde lo que sabía o podía hacer y todos recibíamos lo mismo por el esfuerzo. Ninguno vivía demasiado cómodo, pero tampoco le faltaba nada a nadie. PRISMA se encargaba de que estuviéramos bien.

Podría decirse que era feliz en aquella sociedad igualitaria y justa que había renacido de las cenizas para comenzar de nuevo. Contaba con mis amigos a quienes consideraba como parte de mi familia y disfrutaba ampliamente los pequeños momentos que teníamos para conversar. Especialmente disfrutaba cuando podía pasar tiempo con Lara ya fuera durante las comidas o cultivando verduras. También me gustaba jugar con Kathya y me había vuelto muy hábil para fabricar juguetes para ella con los escasos recursos que teníamos. Su objeto favorito era una muñeca de trapo que le había hecho con parte de mi almohada y algunas de las típicas prendas blancas de Textura Nívea.

Si bien, durante los primeros días que pasé en el campamento, llegaba cada vez más gente, ahora éramos muchos menos refugiados. No solo invitaban a algunas personas a unirse a los cuerpos armados que defendían el país de la Coalición de las Tres Américas, sino que también enviaban a los ciudadanos más problemáticos a refugios mejor preparados para contenerlos de forma segura.

La mayoría éramos pacíficos y colaboradores. Habíamos aprendido, poco a poco, a comportarnos de forma ordenada y sin perturbar la normalidad de la comunidad igualitaria de la que formábamos parte. Todos éramos PRISMA y, al mismo, tiempo el partido procuraba que estuviésemos bien.

Por desgracia, está en la naturaleza de algunas personas la incapacidad de conformarse con lo que tienen. Ese era el caso de mis amigos que en ciertas ocasiones parecían olvidar todo lo que el partido hacía por nosotros. No solo los miembros originales de PRISMA nos habían salvado la vida, sino que también se ocupaban de que a nadie le faltara nada que nosotros pudiéramos producir.

Yo entendía en parte el descontento de los que sufrían de alguna enfermedad que requiriera de alguna medicación específica, pero los agricultores ya nos habíamos entregado por completo a la tarea de cultivar todas las hierbas medicinales que nos fueran posibles. Si aquello no era suficiente para ellos, no era nuestra culpa y mucho menos la del partido al que le debíamos todo lo que teníamos.

También comprendía a aquellos que pensaban que sus seres queridos podrían estar aún con vida en alguno de los refugios de Buenos Aires o del resto del país. Sin embargo, era necesario que entendieran que no era prudente dejar que cualquiera utilizara las telecomunicaciones porque podríamos ser fácilmente rastreados por los países enemigos. Además, ya habíamos descubierto a varios espías infiltrados dentro del campamento que intentaban comunicarse con el exterior. Por suerte, los miembros más leales de PRISMA los habían detenido a tiempo y aunque las primeras ejecuciones fueron difíciles de asimilar, me alegraba que los traidores no hubieran podido destruirnos.

De nuestro pequeño grupo, Lara había sido la que más dificultades tuvo para adaptarse a nuestra nueva vida. Después de cada fusilamiento, hacía su mejor esfuerzo por contener las lágrimas hasta que llegábamos a la seguridad de nuestro hogar. En esos momentos, yo la abrazaba con fuerza hasta que se calmaba.

Amaba sentir su calor sobre mi pecho, amaba a Lara aunque no me atrevía a confesarle mis sentimientos. Temía que perdiéramos el lazo especial que nos unía si ella no me quería de la misma forma en la que yo lo hacía. Me conformaba con tenerla así, entre mis brazos, aunque fuera solo en momentos tan tristes como esos.

Kathya ya casi había olvidado su antigua vida y apreciaba la nueva más de lo que ninguno de nosotros podría hacerlo jamás. Me hubiera gustado tener la misma facilidad que ella para dejar atrás mi pasado por completo y poder disfrutar de la vida en el refugio.

Seguía fervientemente los consejos y recomendaciones que daban por el altavoz e intentaba pensar que mis vivencias pasadas no habían sido más que un sueño. El presente era lo único que importaba y desde ahí era necesario partir para construir un futuro mejor y próspero para toda la comunidad.

Nunca pude decirle a Lara lo mucho que la amaba y estoy seguro de que si hubiera tenido más tiempo a su lado, lo hubiese hecho. Quisiera creer que ella también me amaba. Al menos, sé que por lo menos me veía como un buen padre para su hija. De lo contrario, no me hubiera preguntado aquel día si yo cuidaría de Kathya si algo llegaba a pasarle. Ella me había confiado la responsabilidad de mantener a salvo a la pequeña y espero no fallarle.

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