2. El comienzo de un inevitable final

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Mi humor de perros a primera hora de la mañana no suele ser el más indicado.

El jefe de Blupiso, la agencia inmobiliaria en la que llevo trabajando desde hace años, aplaude entusiasmado frente a mi grupo de compañeros antes de dar la noticia que me va a costar años de vida en salud. Me cuesta mantener la compostura al lado de este pervertido que se pasa las mañanas mirándoles el trasero a todas las chicas que caminan por la calle a través de las paredes acristaladas de esta oficina. Cruzo las manos tras mis caderas curvas y esbozo una sonrisa asesina cuando mis compañeros se alzan vitoreando mi nombre como si fuera una heroína al caer en la cuenta de qué tipo de noticia se trata.

Y la verdad es que lo soy.

Desde que he llegado, me he convertido en la mejor asesora comercial de la oficina que controla esta zona de pisos. Sin embargo, la competencia ha empezado a robarnos a nuestros clientes, nuestras ventas, y eso se traduce en guerra. Nadie me roba a mis clientes ni mi dinero. Es mi éxito y no pienso compartirlo con nadie más.

—¡Por fin, después de unas semanas insistiendo, la han contratado en la competencia! ¡Qué orgullo! —anuncia mi jefe, que se llama Roberto, pero yo prefiero llamarlo Rosadito porque su piel es rosa como un cochino, lo que también me recuerda a él.

—¡Anna es la mejor, como siempre! —vocifera Teo.

—La duda me ofende —contesto manteniendo la sonrisa.

A Teo me lo tiré en la oficina junto a la impresora de la planta de arriba un día que me cancelaron la venta de un piso de medio millón de euros. Podría haber seguido rompiendo esa norma de la agencia con él, pero no me daba el placer que lo mereciera y le dejé claro que, si contaba algo de eso a alguien, le diría a su novia lo que había ocurrido. No se lo tomó a malas. Desde entonces, soy su compañera favorita en la oficina y no me extraña, ese día terminó bebiéndose medio bidón de agua, quién sabe si fue porque estaba nervioso por mi amenaza o porque lo dejé literalmente seco.

—Menos mal que la tenemos de nuestra parte —dice mi jefe Roberto dándome unas palmaditas en la espalda. Después, se pone a señalarlos para soltarles un sermón como de costumbre—: Esta joven cuida de la agencia como ninguno de vosotros. ¡Dejad de babear intentando coquetear con ella y aprended a trabajar!

Sí, Rosadito es un pervertido, pero en algunas ocasiones es gracioso, como cuando dice ese tipo de cosas y mis compañeros se ruborizan inquietos. En cuestión de segundos, Roberto y yo nos quedamos a solas en la sala de exposiciones y me señala la silla para que tome asiento. Él se sienta enfrente, estamos separados por una enorme mesa gris que usamos para cerrar compras y ventas de pisos.

—Entonces, empiezas a trabajar en la competencia el miércoles —menciona sacando unos documentos del maletín que hay en la silla de su derecha. Le ofrezco un bolígrafo azul del cubilete de aluminio y lo acepta con una gran sonrisa—. Los ladrones de Digihogar se van a cagar. ¡Perdona mi vocabulario!

—Espero que cumplas todo lo pactado.

—Ascenso, mejora de salario fijo y aumento de las comisiones. —Zarandea los documentos en el aire y se dispone a firmar—. Todo está aquí, corazón. Mi firma, mi promesa.

Desliza el papeleo por la mesa, en mi dirección, y me devuelve el bolígrafo.

—Eres la mejor aquí y serás la mejor allí destruyéndolos, no tengo ni la menor duda.

—¿No tienes miedo de que me descubran? —le pregunto con sorna—. ¿O de que me pase al bando opuesto?

Roberto alza su regordete rostro y clava en mí sus diminutos ojos tras las gafas. Expulsa aire por la nariz a modo de burla y amplía las comisuras.

—Has levantado esta oficina tú solita convirtiéndola en una de las que tienen más ventas en Madrid. Eres una adicta al trabajo de cuidado y muy ambiciosa, Anna. Te conozco desde hace años, sé que no permitirás que nadie te haga sombra.

Por ese tipo de comentarios me cae tan bien mi jefe. Soy la mejor asesora y seguiré siéndolo. Bajo la vista a los documentos y plasmo mi firma en la promesa de un futuro impecable. Ese que tanto he perseguido y que habría conseguido hace un par de meses de no ser porque la competencia, Digihogar, de repente ha encabezado la lista de las mejores agencias de Madrid con los pisos y clientes que nos han robado.

Solo necesito infiltrarme en esa empresa y conseguir la documentación que, ante una denuncia, pruebe que las ventas de esos pisos nos pertenecían y que alguien ha manipulado a los clientes para que las cancelasen a pesar de haber firmado un contrato con nosotros. Si ellos van a jugar sucio, nosotros también lo haremos.

—Hoy abandonas tu puesto en Blupiso, solo de manera legal, para formar parte de Digihogar en unos días —declara tendiéndome la mano para que se la estreche. Me ahorro la mueca de asco al sentir el sudor en su palma—. Consigue esos documentos y recuperarás tu lugar en Blupiso no como asesora, sino como gerente.

Puede que Roberto crea que hago esto por la empresa; no obstante, para mí yo soy la propia empresa. Porque el dinero que gano lo consigo con mis ventas, no con el contrato. Aunque ser gerente no solo me posicionaría en un puesto de liderazgo que me excita solo con pensarlo, sino que las comisiones que me llevo por cada venta aumentarían exponencialmente. En mi labios se dibuja una sonrisa astuta al separar nuestras manos.

Eso es, destruiré a cualquiera que interfiera entre mi éxito y yo.

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