25. Vacaciones en medio de la tormenta

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Es el cuarto día consecutivo que Gianni falta al trabajo.

Se presentó aquí el martes, ojeroso y sin apenas dirigirles la palabra a ninguno de los compañeros. Ni hablar de mí, que estaba en la sala de descanso con Amber y, en cuanto lo vi atravesar la puerta acristalada de Digihogar, corrí al cuarto de baño como si estuviera sufriendo una gastroenteritis aguda. Lo vi salir disparado del despacho de Gerardo con varias carpetas en los brazos. Se marcho, no ha regresado. Según lo que escuché, iba a teletrabajar el resto de la semana.

Es inevitable pensar que su repentino (y extraño) comportamiento pueda estar relacionado con aquella joven extremadamente bonita y peculiar. Los flashes de una historia del pasado me relampaguean el cerebro mientras reviso los pisos disponibles a la venta en el ordenador de la planta baja. Cuando me gustó un chico que aparecía y desaparecía a su antojo porque lo único que le importaba era él mismo y no tenía ni idea de relaciones o sentimientos. Lo que sí tenía era novia, una modelo que salía en casi todas las revistas de moda dirigidas a adolescentes. Aunque eso de tener «novia» era tan inestable en la vida de Asher como el clima en un cambio de estación. Por suerte, gracias a esa historia conocí a Kai, su hermano mayor, y tuve mi primera gran historia de amor. No obstante, me costó un tiempo recuperar la autoestima que los actos de Asher me habían pisoteado durante meses.

Cierro la pestaña de internet después de tomar algunas anotaciones en una libreta, me sacudo la melena tras los hombros y voy hasta la sala de descanso. Ya es media mañana. Un café a esta hora no le hace daño a nadie. Ellie teclea obsesa en su escritorio, levanta la vista al verme caminar por delante y esboza una sonrisa mientras se ajusta las gafas porque su nariz es tan pequeña que se le caen unas cincuenta veces a lo largo de la jornada.

—Hay noticias, Anna —interrumpe mi trayectoria.

La tez clara de su rostro y sus ojos redondos le aportan un expresión de inocencia eterna que solo se empaña cuando se ve en la obligación de regañar a algún compañero y saca a relucir su faceta severa. Me acerco al escritorio y tamborileo en la madera con las uñas. Como de costumbre, lo que acaba de decir queda suspendido en el aire hasta que le pregunto:

—¿Qué noticias?

—Gerardo se encargará de anunciarlo en un rato. —Se peina el cabello castaño con los dedos y los cruza encima del escritorio—. Debe de estar al llegar.

Mi atención se pierde en la pared blanca detrás de ella. El azul cristalino de sus iris me escudriña a la espera de algo. ¿Emoción, quizás? La sentiría si esta fuese mi empresa, pero debo finalizar este plan cuanto antes. Cualquier buena noticia para Digihogar probablemente sea una mala noticia para mí, que pertenezco a la competencia.

—Voy a hacerme un café, ¿quieres un té? —le propongo.

Ellie abre los ojos y las gafas se le resbalan por el puente de la nariz.

—¿Sabes que no me gusta el café?

—Todas las mañanas vas al bar a comprarte uno. —Empiezo a reírme al acordarme de las muecas de asco que hace cuando Amber y yo nos hacemos café en el descanso—. Además, me atrevería a decir que odias el olor a café.

—Soy un libro abierto por lo que veo.

—Leer a las personas es mi trabajo.

Le guiño un ojo y ella asiente.

—Te acompaño.

—¿Ellie tomándose un descanso? —bromeo.

—La entrada del otoño me pone de buen humor.

Se encoge de hombros y nos encaminamos juntas a la salita de descanso. Cojo de un mueble la cajita de té chai que compré ayer y se la enseño. Sabía que hoy me quedaría a solas con Ellie porque Amber tenía una reunión, era la oportunidad perfecta para acercarme a la administrativa de la oficina. Su usual semblante de trabajadora estricta se ilumina. Me arrebata la caja, la ojea y me mira como una niña a la que le han regalado una bolsa de golosinas.

—No hacía falta... Gracias, Anna.

—Lo único que tendrás que soportar es el olor del café que voy a hacerme.

Las facciones de su rostro se suavizan en una sonrisa amable. El tiempo se suspende un instante para mí. Es buena persona, severa en su trabajo, pero buena persona. Me pregunto si está de acuerdo con la dinámica de esta empresa que no respeta las zonas del resto de oficinas. Ellie calienta agua en un vaso, lo introduce en el microondas y ajusta el temporizador. La máquina de café chirría cuando despide el hilo de bebida hirviendo que va rellenando la taza roja.

Me acomodo en la silla con la vista hacia la ventana que da al exterior. Hoy las nubes han dado paso a un sol que parece estar bañando las calles en oro. Los árboles se mecen tranquilos, a diferencia de los transeúntes que caminan atropellados por el ritmo frenético de Madrid. Un pitido intermitente hace que Ellie se precipite al microondas para recoger el vaso y hundir la bolsita de té en el agua.

—¿Te gusta tu trabajo? —le pregunto, contemplando a un hombre que descarga cajas de un camión y luego estira la espalda como si le hubiese dado un latigazo.

—No soportaría estar tantas horas aquí si no me gustase —me responde cogiendo asiento a mi lado.

—Lo suponía.

—¿A ti no?

—Mi trabajo es mi refugio.

—Creo que no es bueno convertir tu trabajo en tu refugio.

Clavo mi mirada en ella y el celeste de sus ojos conecta con el color miel de los míos.

—No soportaría trabajar tantas horas si no lo considerase mi refugio —argumento.

—Si tu trabajo es tu refugio, significa que tienes problemas sin resolver fuera de él, ¿no?

—Quién sabe —musito y me quemo el paladar con el café—. Puede que haya problemas tan difíciles de resolver que sea mejor ignorarlos que tratar de solucionarlos.

Junta los labios y se pellizca la barbilla en un mohín de duda.

—En parte, te entiendo —me dice—. Mi trabajo me gusta porque me salva de lo único que me aterra en la vida: el aburrimiento. Esa sensación es tan... impersonal. Es como si de repente, me sintiese perdida, fuera del camino u otra persona.

De pronto, las puertas de Digihogar se abren de par en par junto y creo que me he derramado la bebida encima, pero solo ha sido el sobresalto de mi corazón. Las risas escandalosas de Gerardo invaden la oficina. Ambas nos incorporamos rápido y nos asomamos a la sala principal. Tiene una sonrisa de oreja a oreja. Rodea los hombros de Amber con un brazo y los de Luca con el otro. Grita que el piso está vendido, que han encontrado al cliente perfecto y que el precio asciende a los dos millones y medio de euros teniendo en cuenta la zona y algunas propiedades privadas que no sabíamos hasta ahora, como varias plazas en un parking subterráneo de lujo con videovigilancia en tiempo real.

Dios. Mío. Las comisiones que va a ganar Digihogar van a ser descomunales.

—¡Todo gracias a ese capullo de Giovanni Leone! —vocifera Gerardo.

Escuchar su nombre me punza el pecho. Mis compañeros aplauden efusivos. Ellie va a estrecharle la mano con brío. Yo observo, ajena a esta felicidad, viendo cómo celebran que Pedro ha firmado el contrato de venta después de aquella reunión que llevé a cabo con Gianni.

—¡La noticia, la noticia! —grita Amber ensanchando los labios y llamándome entre aspavientos.

Gerardo se aclara la garganta cubriéndose la boca con el puño y habla:

—Necesitamos reunirnos urgentemente con los hermanos de Pedro. Ya nos ha confirmado que viven en Valencia y tenemos la dirección completa, así que nos desplazaremos hasta allí para cerrar la venta cuanto antes. Lunes y martes de la semana siguiente en un hotel de cuatro estrellas, ¡consideradlo unas pequeñas vacaciones! —explica orgulloso del logro que supone esta operación.

—Le falta anunciar quiénes iremos, jefe —le recuerda Ellie.

—¡Cierto! Para agilizar el proceso, haremos las dos reuniones el mismo día, una pareja de asesores por cada hermano. Ellie y yo iremos por si algo se tuerce y debo intervenir o por si necesitáis la ayuda de la mejor administrativa de Digihogar en temas de papeleo.

Gerardo se gira hacia mí y me señala. Algo me dice que no me va a gustar lo siguiente que salga de su boca.

—Y tú, Anna, vendrás con nosotros.

—Creo que puede haber asesores más capaces que yo de...

—¡Tonterías! —interrumpe mi falso discurso—. Gianni ha insistido en que gracias a ti el cliente se volvió más receptivo a la venta, ¡así que prepara las maletas para tu primer viaje como asesora!

Le sonrío, comprometida a hacerlo porque debería de estar agradecida. Lo que me faltaba. Dos días de «vacaciones» en medio de la tormenta.

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