Capítulo IX: Conociéndonos más frente a la luz de una fogata (2da parte)

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A Cosette le agradaba mucho la relación que se había establecido entre René e Ivonne. Le resultó muy tierno el ver como ella le tapaba los oídos cada vez que Gaspar o Marlene habían contado algo que podría resultarle inquietante de escuchar. Entonces recordó como un buen día René había pasado a dormir junto con Ivonne en el mismo carromato. "Es tan admirable. De grande quiero ser un caballero tan fuerte y valiente como ella", poco después, una tarde el pequeño René le confesaría. Cosette esa vez se le quedó mirando asombrada. "Pero no existen caballeros mujeres", ella observó para sus adentros, aunque al final no le comentó nada de lo que acababa de pensar al infante. "Es su heroína, no tengo corazón para romperle la ilusión".

Ivonne era la única hija de Olivier, un noble perteneciente a la pequeña casa de los Fontaine. En sus juventudes, Olivier había sido un destacado caballero de los ejércitos del rey de Faranzine, lo que le permitió ascender hasta el rango de capitán. Una vez se retiró, él no dejó de lado la milicia, pues se dedicó a entrenar a todo aquel siervo que quisiera probar suerte en la vida militar. Desde muy pequeña Ivonne vivió en medio de este mundo, y la afición de su padre por las espadas, las batallas y la gloria del soldado victorioso se le terminó contagiando.

Olivier siempre vio con buenos ojos el que su hija se interese tanto por las cuestiones de los caballeros, y más aún cuando su esposa murió y lo dejó solo con su hija de apenas seis años. Sin embargo, a medida que el tiempo pasó e Ivonne iba dejando atrás la infancia para convertirse en una mujer, el noble Olivier se arrepintió de haber alimentado las esperanzas de su hija, pues fue consciente de la dura realidad: una mujer jamás podría ser un caballero. Por supuesto, la propia Ivonne ya sabía sobre todos los prejuicios y tradiciones que se interponían en su camino. Pero ella no se desesperó. Por el contrario, la joven trazó su plan y se decidió a ejecutarlo con la más férrea determinación. Para su suerte ella había heredado la altura y corpulencia de su padre, de modo que si tomaba las debidas medidas podría hacerse pasar como hombre en la Escuela Militar de la Caballería de Faranzine.

Un buen día le comunicó su plan a su padre, y le dijo que a la mañana siguiente se marcharía para llevarlo a cabo. Su padre se negó a dejarle cometer semejante locura, aunque lo cierto es que en el fondo él también deseaba ver a un descendiente suyo seguir sus pasos. Debido a ello fue que al final terminó siendo convencido por Ivonne.

Por cerca de dos años Ivonne estuvo en la escuela militar. Ya le faltaba muy poco para ser ordenada como caballero del rey. Pero como siempre suele suceder en el mundo, cuando uno destaca en algo termina ganándose no solo la admiración, sino también la envidia de los que no pueden lograr lo mismo. Precisamente, un aspirante a caballero llamado Pavelle se encontraba en este último grupo. Él no podía perdonar el que Iván (el nombre con el que Ivonne ocultó su verdadera identidad) lo haya vencido en todas las ocasiones en las que se enfrentaron durante los duelos de práctica. Viendo que no podría ganarle en habilidad, Pavelle decidió atacar por el lado del honor, de modo que hizo de todo por intentar desacreditarla a los ojos del instructor. Su empeño por descubrir algo oscuro de Iván lo llevó a espiarlo a escondidas todo el tiempo, y así fue como terminó descubriendo que era mujer. Pero él no se conformó con simplemente hacérselo saber al instructor. Pavelle quería humillar a aquella mujer que había osado derrotarlo, hacerla sentir tan mal como él mismo se había sentido al saber que una mujer era mejor que él. Es así que una mañana, cuando todos los aspirantes formaron en el patio del cuartel para presentar armas, Pavelle reveló el secreto ante todos y a viva voz.

–Si no tiene nada que ocultar, que se quite la armadura del pecho y nos muestre lo que hay allí debajo. Si es hombre no tiene nada que temer, ¿verdad?

Murmullos incesantes se oyeron por todo el patio. Ivonne jamás se esperó que algo así podría sucederle. Fue tal la insistencia de Pavelle que el instructor terminó sintiéndose insultado por el posible engaño, de modo que muy furioso le pidió a Ivonne que realice lo propuesto por Pavelle. Viéndose perdida, Ivonne se echó a llorar. Sus lamentos la traicionaron. No fue necesario que se quite la armadura para que todos comprueben que, efectivamente, ella era una mujer.

Todos los aspirantes se burlaron de ella, aunque de todos el que más destacó en este sentido fue Pavelle. El instructor la reprendió muy duramente y le ordenó abandonar inmediatamente su escuela. Destrozada, Ivonne empezó a alejarse, pero entonces Pavelle la comenzó a insultar y a decirle que mejor se vaya a un burdel a ganarse la vida, ya que allí sus servicios si serían bien reconocidos. Fue la gota que derramó el vaso. Ivonne corrió hacia Pavelle y le hundió su espada en el pecho.

–Espero que el servicio haya sido de su agrado, señor –ella le dijo en tono burlón.

De inmediato el instructor ordenó a los aspirantes que capturen a aquella loca asesina. Pero Ivonne era la más hábil de todo el grupo, de modo que consiguió escapar. Saltó desde el muro de uno de los costados del cuartel, y cayó sobre una carreta que cargaba paja. Acto seguido pateó al conductor y huyó con la carreta. Desde ese día ella se convirtió en una proscrita.

–Poco después visité a mi padre. No tuve el valor para verlo a la cara, de modo que solo le dejé una carta explicándole mi fracaso –Ivonne lanzó una ramita a la fogata–. Tras aquello... ¡ah! Vagué y vagué sin rumbo fijo. Durante un tiempo fui asaltante de caminos, luego me hice mercenaria. Todo eso cambio cuando durante una noche asistí a la feria de Gaspar y su grupo en un pueblito del este. Apenas me vio Gaspar quedó encantado conmigo. Me dijo que nunca había visto a una mujer tan increíble e imponente como yo, y de inmediato me propuso unirme a su grupo. Yo dudé, hasta pensé que bromeaba conmigo e intenté asesinarlo. Pero entonces salió Igor y su hermano y se interpusieron en mi camino. Ellos fueron quienes me terminaron convenciendo de unirme al grupo. Y bueno, esa es toda mi historia.

–Ambos somos unos parias de la sociedad. Era natural que nos entenderíamos bien –Igor comentó.

En ese momento Cosette solo tenía ojos para el pequeño René. Y es que a esas alturas el infante miraba a Ivonne con unos ojos que reflejaban la más viva admiración. "Eres tan increíble", parecían estar gritando a todo pulmón aquellos ojos infantiles.

Una vez Ivonne terminó de narrar su historia llegó el turno de Igor. Él y Yamil, el gigantón de un solo ojo, eran hermanos. De hecho, Igor era el mayor. Ambos fueron abandonados en un orfanato por sus padres, y desde muy chico Igor tuvo que velar por su hermano, quien nunca aprendió a hablar y además era muy poco listo. Fueron expulsados del orfanato cuando Igor tenía trece y Yamil diez años, debido a los muchos problemas que causaban a los demás niños e incluso a las monjas encargadas del lugar.

–No era nuestra culpa. Esos niños se burlaban de nosotros. Yo no era lo suficientemente fuerte para defenderme con las manos, y Yamil no era lo suficientemente listo como para refutar a los constantes insultos y maltratos, de modo que decidí que lo mejor sería trabajar en equipo. Nos terminamos convirtiendo en muy poco tiempo en los reyes del lugar, pero... ¡ah! Al parecer a las hermanas no les gustó que unos "monstruos" como nosotros aprendamos a defendernos –Igor contó, y luego bebió con avidez del pellejo de vino.

Después de ser expulsados del orfanato, las calles se convirtieron en la única escuela de vida para los hermanos. Allí ellos se volvieron unos temidos bandidos de la noche en Padikville, la ciudad en la que vivían.

–Y hubiéramos seguido así para siempre, de no ser porque una noche intentamos asaltar a Gaspar y a Marfa. ¡Je! A pesar de su bonachón aspecto este tipo puede llegar a ser una verdadera fiera cuando se lo propone. En fin, gracias a nuestro poco ortodoxo encuentro, Gaspar nos terminó convenciendo de unirnos a la feria que planeaba crear. Se podría decir que fuimos los cofundadores, ¿verdad, Gaspar?

–Efectivamente, amigo mío.

–¡Ah...! –Yamil soltó un balbuceó. Cosette se sorprendió mucho, pues era la primera vez que lo oía articular algún sonido. Las risas no se hicieron esperar. Esmeralda fue la que más celebró la estrafalaria intervención de Yamil. Incluso René llegó a reír.

Una vez los muchachos se calmaron, Esmeralda hizo notar que la única que quedaba por contar su historia era Cosette. Esta última se sonrojó y observó con ojos muy abiertos a sus compañeros. No se esperó que a ella también la incluirían en la ronda. Sin embargo, gracias a la buena porción de vino que ya llevaba en su cuenta hasta el momento, se armó del valor suficiente para participar.

–¡Ejem! –Cosette se aclaró la garganta tras llevarse un puño a la boca. A pesar de su timidez, desde hace un buen rato a ella ya le venía rondando por su mente la historia de su pasado que había marcado su vida. Esta incluso tenía un nombre: Arnauld.

Cosette conocía a Arnauld desde que por primera vez fue a trabajar como jornalera a las tierras del conde Dubois. Para tal entonces ella apenas tenía ocho años. Sus comienzos en esta nueva vida fueron difíciles, ya que hasta la fecha ella solo se había dedicado a apoyar a sus padres en las labores de la sastrería, y no a realizar trabajos tan pesados y agotadores como los que se exigían en el campo. Aun así, ella demostró ser una niña fuerte, y al año ya podía defenderse en la dura labor del campesino. Si algo la animó a no rendirse y a ponerle todo el empeño posible al trabajo, esto fue el ejemplo de Arnauld, un joven dos años mayor que ella que siempre trabajaba con todas sus ganas y energías. Él nunca se guardaba nada en el trabajo, y además siempre era el primero en ofrecerse para apoyar en los trabajos extras que se requiriesen.

La timidez de Cosette le impidió conocer más de aquel joven de ensortijados cabellos negros y de rostro tan sereno y varonil. Aun así, siempre que podía ella se daba un tiempo para verlo durante el trabajo. Dos años después ella se armó de valor y lo siguió tras el final de la jornada. Así descubrió que Arnauld vivía a unas pocas casas de la iglesia del pueblo. "¡Es tan cerca de mi casa, hasta podríamos irnos y regresarnos juntos del trabajo!", ella se dijo para sus adentros. Una semana después recién se armó del valor suficiente y lo esperó cerca de su casa muy temprano. Sin embargo, Arnauld no salió hasta pasados varios minutos. Tras salir él pasó por su lado embalado, sin siquiera reparar en su presencia. Cosette se sorprendió de lo rápido que él podía llegar a ser.

Ese día ella llegó tarde al trabajo. Por más que lo intentó no pudo ir al mismo ritmo que Arnauld, quien a las tierras del conde llegó tan puntual como siempre. Cosette tuvo que rogarle al capataz para que la deje trabajar durante aquella jornada. Al final de pura pena el capataz accedió. Cosette rápidamente se puso manos a la obra, aunque con la mirada buscó y buscó a Arnauld. Solo pudo estar tranquila una vez lo ubicó. En ese momento él se encontraba cerca de la cuadra, cortando leños para las chimeneas del castillo.

Al atardecer decidió por fin hablarle y proponerle el irse juntos. Lo siguió por más de medio camino sin decir ni una palabra. Se enfureció consigo misma por ser tan tímida y no ser capaz de atreverse a hablarle. Tan distraída estaba en sus pensamientos y refunfuños, que terminó tropezándose con una piedra del camino.

–¡Rayos! –Cosette se tomó la rodilla derecha, la que se le había rasmillado con una roca del sendero. Ella trató de limpiar la sangre con la tela de su faldón, cuando en eso distinguió una sombra en su delante.

–¿Te encuentras bien? –allí estaba él, el chico de sus sueños, tendiéndole la mano en tanto la veía con ojos preocupados. Cosette se sonrojó terriblemente. Trató de decir algo, pero solo pudo soltar unos ininteligibles balbuceos. Arnauld se rio, aunque al poco rato se disculpó por su impertinencia.

–No-no, no es nada –Cosette finalmente tomó su mano y se dejó ayudar.

–Vaya, ¡pero si eres esa chica! –Arnauld recién se fijó bien en la joven. A esas alturas el atardecer ya estaba a punto de desfallecer.

–¿E-esa chi-chica? –Cosette se alarmó.

–Oh, no, no me malentiendas –Arnauld rápidamente se apresuró en aclarar, pues notó la tensión que su comentario había producido en la pobre Cosette–. No lo digo por nada malo, simplemente reconocí tu rostro, pues siempre he notado que paras observándome.

–¡Dios mío! –Cosette escondió la cara entre sus manos. Ahora sí que su rostro estaba tan rojo como el ya casi oculto sol del ocaso. Una vez más Arnauld no pudo evitar soltar una risilla. Y es que aquella jovencita le resultaba de lo más tierna y simpática. Así fue como Arnauld y Cosette finalmente se hablaron y terminaron haciéndose amigos. Desde ese día ellos comenzaron a ir y a regresarse juntos del trabajo. Aunque a la ida no siempre podía darse esto, ya que Arnauld en ciertas ocasiones salía tarde de su casa. "Si no salgo a la primera que toques a mi puerta, vete sin mí", él le había indicado desde un comienzo. Cosette quiso saber el porqué de las ocasionales tardanzas, pero no se atrevió a preguntar. Fue el mismo Arnauld quien poco tiempo después se lo aclararía. El problema era su padre, quien desde que perdió a su mujer había caído en el vicio del alcohol. Él siempre había sido un buen hombre, y por eso a Arnauld le dolía tanto verlo así. Su padre tenía una carpintería, pero debido a sus constantes excesos, el negocio no iba muy bien precisamente. Las mañanas en las que Arnauld demoraba en salir se debían a que estaba atendiendo a su padre pasado de copas, generalmente evitando que él se ahogue en sus propios vómitos. "El trata de luchar contra esto. A veces logra superarlo, pero con el tiempo la pena le vuelve y otra vez papá termina sucumbiendo. Aun así, todos los domingos en la iglesia le ruego a Dios para que algún día mi padre consiga superar de una vez por todas la terrible pena", Arnauld había finalizado así su historia. Cosette quedó tan conmovida tras oírla que terminó enamorándose aún más de su ya muy querido Arnauld.

Pero el hecho trascendental que convertiría a Arnauld en el dueño absoluto del corazón de la joven no se daría hasta algunos años después. Para ese entonces Cosette ya tenía once años y Arnauld trece. Era una tarde de invierno. Copos de nieve caían con suavidad desde el nublado cielo. Cosette salió del trabajo agotadísima y pelándose de frío. Se frotó las manos y las calentó con su aliento a un costado del camino. Bajo sus pies todo era blanco y más blanco. Miró hacia atrás para ver si Arnauld estaría siguiéndola. Entonces recordó que aquella tarde Arnauld le había pedido irse sin él, pues se quedaría apoyando en el almacenamiento del grano al viejo Keyt, quien debido a su avanzada edad no había sido capaz hasta el momento de llenar su cuota de sacos del día. "Yo también me quedaré a ayudarlos", Cosette le había dicho. "No, podrías enfermarte", Arnauld había sido tajante. Y es que cualquiera que viese a la pobre en aquel momento, temblando de pies a cabeza y sorbiéndose los mocos, entendería que Arnauld tenía toda la razón. Cosette terminó soltando una resignada exhalación y prosiguió con su camino.

Cuando ya estaba por oscurecer, ella recordó el lago. Sabía que era una locura ir hasta allí con todo aquel frío, pero acababa de recordar lo que Arnauld le había comentado alguna vez, que siempre que él tenía un día difícil o agotador solía ir al lago, sentarse frente a su orilla y observar el atardecer. "Es tan tranquilizador", ella recordó las palabras de su amado. "Quizá si lo espero allí, puede ser que nos encontremos y una vez más podamos contemplar juntos el bello atardecer.

–¡Serás idiota! –la cola de mono le replicó una vez Cosette se desvió del camino y le hizo saber sus intenciones–. Con este cielo tan nublado no podrás contemplar ni medio crepúsculo. Mejor déjate de sandeces y apresúrate en volver a tu casa, que me muero de frío.

Cosette se enojó por la manera tan ruda en la que la cola de mono le acababa de hacer notar su error. Sin embargo, el frío era tan intenso que finalmente tuvo que admitir que él tenía razón. Volvió sobre sus pasos rumbo al camino que iba al pueblo, pero entonces oyó unos gruñidos que le pusieron los pelos de punta. Miró en todas direcciones. Aparentemente no había nada a su alrededor, pero Cosette no se atrevió a avanzar. Tenía el presentimiento de que alguien, o algo, la observaba desde detrás de los arbustos o de lo troncos de los árboles.

–¡Mira nada más lo que provocas con tus estupideces! –la cola de mono la regañó. Él acababa de percatarse de un par de ojos que los observaban desde su escondite.

–¡Dios mío! –Cosette se llevó las manos a la boca cuando un famélico lobo salió de detrás de un grueso tronco. El animal la miraba con unos ojos inyectados en sangre. Su hocico en ese momento exponía sus agudos dientes, en tanto el animal soltaba estremecedores gruñidos. Cosette retrocedió lentamente.

–Se ve que está muerto de hambre. Seguramente debido a la tormenta de la semana pasada terminó separándose de su manada y perdiéndose. Oh, ¿Por qué el destino tuvo que ponerme en el camino de una chiquilla tan tonta!

Cosette estaba tan aterrada que no hizo caso de las palabras de la cola de mono. El lobo, un furioso espécimen de encrespado pelaje negro, se fue acercando a paso lento pero firme a la muchacha. Esta última sabía que en cualquier momento el animal se dejaría de rodeos y le saltaría directo al cuello para devorarla.

–¡Corre! ¡Corre, maldita sea!!! –la cola de mono le gritó. Gracias a esto Cosette logró reaccionar y se echó a correr. El lobo no perdió más tiempo y en el acto se abalanzó sobre ella.

–¡No! –Cosette se refugió tras un tronco. Tan desesperado por el hambre estaba el animal que se dio un fuerte golpe contra el tronco, debido a que no fue capaz de frenar a tiempo. Mientras se recuperaba del daño, Cosette aprovechó para huir. Corrió y corrió, hasta que finalmente llegó al lago.

–¡Súbete al árbol! –la cola de mono apuntó hacia un viejo roble que crecía frente al lago. Cosette no se lo pensó dos veces, y con desesperación saltó hacia el árbol. Poco después el lobo ya yacía debajo, rasgando la corteza del tronco con sus garras y echando espumarajos por la boca.

–¡No!! –Cosette se asió con fuerza a la rama sobre la que estaba arrimada. Cada vez que miraba hacia abajo, allí tenía a los terribles ojos del lobo siempre observándola, siempre ansiando devorarla. Un miedo visceral envolvió a la joven. Nunca en su vida recordaba haber sentido un miedo igual. Y es que tales ojos le terminaron resultando diabólicos, tan terribles como el mismísimo infierno.

Arnauld oyó los ladridos del lobo desde la distancia. Él ya se encontraba caminando de regreso hacia su casa. En un primer momento decidió apresurar el paso e ignorar al animal, pues temía verse envuelto con este. Sin embargo, al poco rato le llegaron unos gemidos y lloriqueos lejanos. Desde la distancia le llegaban tan tenues que por un momento creyó que se trataban de una ilusión. Luchó en su interior para tomar una decisión. Ya era de noche y hacía un frío terrible. Además, estaba tan nublado que la luna apenas se veía. ¿Cómo se las arreglaría para ver en tal oscuridad? Se debatió por varios segundos: su sentido del deber contra su instinto de supervivencia. Al final él tomó su decisión, y le rogó a Dios que haya sido la correcta.

Cosette ya no tenía fuerzas para seguir asiéndose a la rama. El frío era tan penetrante que todo el cuerpo le temblaba. Si se mantenía despierta era únicamente debido al intolerable miedo que cual una lengua monstruosa la lamía sin cesar de pies a cabeza.

–¡Ni se te ocurra! –la cola de mono le gritó cuando ella hizo el ademán de soltarse.

–Ya no tengo fuerzas... además este frío me está matando. Ya no puedo más, si de todas formas voy a morir, pues prefiero que sea antes que después de atravesar por tan intolerables sufrimientos...

–¡¿Hay alguien allí?! –la voz de Arnauld desde la distancia fue providencial. De un momento a otro Cosette recuperó el valor y por ende algo de sus energías. Sacando fuerzas de flaqueza ella gritó hasta quedarse sin garganta. Arnauld reconoció su voz, y a toda carrera fue a su encuentro. Sin embargo, a medio camino el lobo lo interceptó. Arnauld solo se había armado con una gran piedra. El lobo le resultó mucho más grande y fiero de lo que él se había imaginado.

–¡Cuidado!! –Cosette le gritó desde el árbol cuando el lobo se le abalanzó. Pero entonces algo que Arnauld consideraría como un milagro sucedió. Las nubes en el cielo se despejaron y la luna iluminó por un momento el lago y sus alrededores. El joven vio en este hecho la oportunidad que el cielo le daba para sobrevivir. Corrió hacia el lobo y le estampó la piedra en la cabeza. El golpe lo realizó con todas sus fuerzas. El animal rodó hasta un arbusto. Se puso de pie y ladró y gruñó. Pero ya no se atrevió a intentar un nuevo ataque contra Arnauld. Poco después el joven terminó espantándolo haciendo el ademán de lanzarle la piedra. Minutos después pudo oírse desde lo lejos un lastimero aullido.

Arnauld ayudó a Cosette a bajar del árbol. En ese momento ella a duras penas se mantenía consciente. Arnauld le tocó la frente y descubrió que ella ardía en fiebre. La cargó sobre su espalda y como pudo la llevó hasta su casa. Allí sus padres la atendieron y la cuidaron. Él no quiso marcharse, y se quedó velándola hasta la mañana siguiente. Lo primero que vio Cosette al despertar fue el perfil de su amado, quien dormía apoyado contra una pared y sentado sobre el suelo. En ese momento su corazón se inflamó de la emoción, y todo el miedo que el lobo y sus terribles ojos de depredador le habían generado terminaron por desvanecerse.

–Dos años después Arnauld y su padre se enlistarían en el ejercito del rey destinado a luchar contra los alsianos en la guerra santa –Cosette recordó en tanto sus ojos miraban embelesados la hipnótica danza de las llamas de la fogata–. Una mañana, antes de partir, él me citó en el mismo lago en el que hace tan solo dos años me acababa de salvar la vida. Allí me aseguró que ese no sería el último día que lo vería, luego secó mis lágrimas y me besó. Fue el momento más feliz de toda mi vida. Pero allí no acabo nuestra despedida. A esas alturas él ya sabía que mi vida sin él no tenía ningún sentido, de modo que me prometió que apenas volviese de la guerra se casaría conmigo. Yo por supuesto le creí, y hasta ahora sigo creyendo en él. Porque sé que algún día volveré a verlo. Incluso ahora estoy más segura que nunca, ¿recuerdas lo que me revelaste cuando viste mi futuro, Esmeralda? Pues Arnauld es esa persona muy importante en mi vida con la que me reuniré. Con Arnauld será con quien finalmente encontraré la paz y la felicidad que por tantos años he esperado.

–Estoy tan empalagada con tu historia, ¡puag! –Esmeralda hizo una mueca de asco. Luego se echó a reír ante el desconcertado rostro de Cosette–. No me hagas caso, simplemente no sirvo para estas cosas. Como sea, ojalá te encuentres con tu amado y sean muy felices.

–¡Muchas gracias! –Cosette exclamó muy contenta.

–¡Pff! Para lo único que sirvió ese ingenuo bobalicón fue para salvarnos el pellejo de ese lobo. Solo por eso en estos momentos me callaré y no diré nada –la cola de mono comentó de mala gana.

–¡Mil gracias! –Cosette esta vez exclamó con mucho mayor énfasis. Gaspar y los demás se echaron a reír. "Sí, un futuro muy feliz me espera. Ya tengo a los amigos que nunca tuve, por fin me siento aceptada y querida. Y no solo eso, sino que todavía me aguarda lo mejor: que se cumpla la profecía de Esmeralda... ¡ya no veo la hora de estar casada con mi amado, mi amadísimo Arnauld!".

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