Capítulo XIX: Sombrías revelaciones y un encuentro predestinado

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–¡DANTE! –a Arnauld casi se le cae la espada de las manos. En ese momento sus ojos no podían estar más abiertos.

–¡ARNAULD! –la reacción de Dante fue idéntica a la de su amigo. Por su parte la condesa lanzó un afectado grito, y rápidamente cubrió su desnudez con las mantas que tuvo más a mano. Dante por su parte salió de la cama y se acercó a Arnauld–. ¡¿Se puede saber qué haces aquí?! –el desnudo joven le inquirió en voz baja a su amigo, totalmente desencajado.

–¿Puedes-puedes cubrirte con algo? –Arnauld apartó la mirada. Dante se vio el miembro, y entonces una carcajada salió de sus labios. Se alejó hacia una silla y se puso unos calzones. Luego volvió a donde Arnauld y lo jaló hacia afuera de la habitación.

–¡¿Ahora sí me dirás que rayos haces aquí?!

–Vine a buscar a una amiga que según los rumores podría ser víctima de las perversiones de la joven condesa Carmina, pero... ¡Dios santo! Olvídate de eso por ahora. ¡¿QUÉ HACIAS CON LA ESPOSA DEL CONDE?! ¡Eres un Caballero Místico, nosotros tenemos un voto de castidad que cumplir!

–Vamos, que ese voto puede romperse si es que los superiores aprueban que te cases...

–¡Pero la condesa es una mujer ya casada! O bueno, lo era... ¡de todas formas has actuado pesimamente mal! Esa lascivia que vi en tu rostro no es propia de un hombre que aspira a ser un santo. Además, creí que los tres habíamos acordado algo muy concreto antes de separarnos: que lucharíamos por la causa de la Orden, por salvar a Eusland de la oscuridad de la corrupción y el egoísmo, que...

–¡Basta, Arnauld, que no eres mi madre! Escucha, la causa está perdida, ¿no te das cuenta? El rey ha creado una organización de caballeros invencible, esos Caballeros Druídicos son tan fuertes como nosotros, ¡y encima están amparados por todo el ejército y las riquezas del país! La época de la Orden se ha terminado, ¡abre los ojos! Ahora estamos ante un nuevo poder imperante. Recapacita, Arnauld, ¿no estas harto de siempre exponer tu vida ante el filo de la muerte? ¿De qué sirve que tengamos poder si siempre estaremos viviendo como unos parias, como unos malditos rechazados a los que ya nadie respeta ni admira?

–Esa forma de pensar... ¡me niego a creerlo! Dante, tú, tú... ¿Cómo es posible que alguien como tú haya sido capaz de poder utilizar la vibración del alma? ¡Estás podrido por dentro! ¡Puedo verlo sin necesidad de usar los Ojos de la Verdad! Tú...

–¡Ja! ¡Ja ja ja! –Dante lo interrumpió con estridentes carcajadas–. Arnauld, amigo mío –él se acercó al mencionado y le depósito una mano en el hombro–. Usa en mí los Ojos de la Verdad, quiero que te desvendes y por fin comprendas quien soy yo en realidad. Acabo de quitar la protección que lo ocultaba de las miradas indiscretas de la Orden. Mira aquí, justo aquí –él se señaló el cuello.

Entonces Arnauld la vio, la marca demoniaca, el estigma maldito de Lilith. El aura oscura que emanaba de aquel signo era tan pútrida y corrupta que Arnauld no pudo evitar retroceder espantado. Y es que no solo se trataba de que Dante fuese un farsante, sino que el descubrimiento acababa de dejarle en claro algo mucho más grave: Dante era el traidor, el culpable de que el refugio de los Caballeros Místicos haya sido descubierto y el culpable de que el Gran General Valois haya muerto en la hoguera. –¡TÚ! –Arnauld empuñó con fuerza su espada. En ese momento su cabeza era un caos de confusión; allí se debatían el odio y el dolor de la traición contra los recuerdos de una vieja amistad. Solo gracias a la serenidad del espíritu Arnauld fue capaz de no enloquecer. –¿Cómo lo hiciste? En todo momento estuviste con nosotros. ¡¿Cómo te las arreglaste para traicionarnos?!

Dante esbozó una sonrisa. Le deleitaba ver como su amigo se debatía en su lucha interna. Decidió avivar aquel fuego. –Muy fácil –le respondió con una maligna sonrisa, y acto seguido chasqueó los dedos. En ese mismo instante otro Dante apareció al costado del que ya había allí–. Bilocación, un poder del que solo los Caballeros Místicos más legendarios pueden jactarse de haber poseído. Al demonio con el que pacté le pedí que me conceda todos los poderes de un Caballero Místico. Ya ves que hasta este me lo otorgó... muy confiable ese demonio, déjame decirte...

–¡Maldito! ¡Eres una blasfemia andante! –Arnauld ya no pudo contenerse más, y le estampó un puñetazo en la cara a Dante. Este último se tomó la nariz, que tras el golpe había comenzado a sangrarle.

–¡Te arrepentirás de esto! –Dante se preparó para pelear, pero entonces lo pensó mejor y se relajó–. Arnauld, tú eres mi amigo. No quiero que las cosas terminen así entre nosotros. Vamos, recapacita y abandona ese sueño tonto del fallecido Gran General. Tenemos la oportunidad de lograr grandes cosas, amigo. Solo debemos jurarle lealtad al rey y...

–¡Tú no eres mi amigo, miserable traidor! –Arnauld explotó–. ¡El Dante que conocí está muerto para mí! Yo, yo...

En eso un ruidoso estruendo interrumpió a los muchachos. Estuvo acompañado por una violenta sacudida que remeció todas las paredes del castillo.

–¡Dante! ¡¿Qué fue ese estruendo?! –desde adentro de la habitación la condesa soltó un aterrado grito.

–¡Cosette! –Arnauld de pronto recordó a su amiga, y sin pérdida de tiempo corrió hacia unas gradas del final del pasadizo que descendían hacia los niveles inferiores. Y es que el ensordecedor estruendo parecía haber provenido desde la base misma del castillo.

Cuando Cosette recobró el conocimiento, se encontró en el centro de un calabozo sin ventanas y con numerosas antorchas iluminándolo. Ella yacía con las manos encadenadas por encima de su cabeza y completamente desnuda. A la pobre le costó ser consciente de su situación. Por un momento creyó que se hallaba en medio de una horrible pesadilla. Y es que cerca suyo vio una mesa cubierta con innumerables instrumentos de tortura, y peor aún, colgando cual trofeos de cacería, en la pared que tenía al frente vio incontables cabezas disecadas de jovencitas que tranquilamente podrían haber tenido su edad o incluso menos en el momento en el que fueron decapitadas.

–¡¿Eh?! –Cosette soltó una aterrorizada exclamación apenas se percató de lo trágica de su situación, en tanto se retorció para intentar soltarse. Sus pies a duras penas tocaban el suelo, y además estaban unidos por un pesado grillete colocado en sus talones. Ella comenzó a sentir el dolor resultante de su incómoda posición.

–Hola, lindura –Carmina se le acercó desde detrás a la joven, y asomó su cabeza por uno de sus costados. Cosette llegó a verla con el rabillo del ojo. Su anfitriona iba apenas vestida con unas tiras de cuero negro que no dejaban nada a la imaginación–. No, no, shh, shh –la joven condesa le depositó su dedo índice en los labios–. No debes alterarte. Ya verás cómo nos divertiremos en grande.

Carmina avanzó hasta situarse delante de Cosette. En su rostro ella lucía una amplia sonrisa. En ese momento Cosette supo que aquella mujer no tenía nada de santa, y, por el contrario, era una completa desquiciada. Una vez más se retorció en su lugar. Como último recurso trató de buscar a Sulu. No encontrarlo solo aumentó su desesperación. Con gran frustración y desencanto recordó la promesa que alguna vez le hiciese el mono de los cuernecillos rojos, aquella de que nunca la dejaría a su suerte y que siempre estaría allí para cuidarla.

–¿Buscas a tu mascota? ¡Qué conmovedor! –Carmina amplió aún más su sonrisa, y acto seguido avanzó hasta un cilíndrico objeto que colgaba del techo. Le quitó una vieja manta que lo cubría, y a la vista de Cosette quedó una gran jaula dentro de la cual yacía el cadáver de Sulu, destripado y empalado a unas picas de hierro.

–¡NOOO! –Cosette cerró sus ojos con fuerza. Ella comenzó a sollozar.

–Nunca me gustó ese mono apestoso. De hecho, no me gustan las mascotas peludas. Son pulgosas y sucias, ¡puag, como las detesto!

–¿Qué-qué quieres de mí? –Cosette preguntó a duras penas, dominada por una estremecedora angustia.

–Ya te lo dije. Solo quiero que pasemos un buen rato –Carmina respondió con voz zalamera, y continuó alejándose. Llegó hasta la pared en donde colgaban las cabezas disecadas de las jóvenes decapitadas. Con absoluta sangre fría acercó sus labios a los de una cabeza rubia, y los besó apasionadamente. En la boca de la cabeza disecada dejó una mancha roja proveniente del tinte carmesí con el que se había pintado sus labios.

–¿Tanto te ha afectado la muerte de tu padre? Podemos conversarlo, yo también he perdido al mío –Cosette dijo lo primero que se le ocurrió. Estaba tan alterada que a duras penas podía mantener la compostura. En ese momento ella solo quería llorar y gritar, pero sabía que eso solo avivaría aún más la perversión de Carmina.

–¡Ja! ¿Crees que cuando mi padre vivía yo no hacía esto? ¡Él fue quien me volvió lo que soy! Desde muy pequeña fui testigo de sus perversiones, de lo que les hacía a las pobres campesinas, a las desgraciadas siervas que caían en sus garras... cuando crecí y comenzaron a revelarse mis verdaderos gustos, él se encargó de proveerme de los mejores ejemplares... es lo que más lamento de su muerte. Ahora mis tontos lacayos hacen lo que pueden, pero solo de vez en cuando logran satisfacerme. Además, son muy torpes, no pueden ser más evidentes. Mi padre en cambio siempre tenía el tino de conseguir jovencitas que provenían de lugares muy lejanos. En fin, al menos esta vez Henry sí que se ha lucido. Fíjate que traerme a una beldad tan hermosa como tú –mientras iba hablando, Carmina se fue acercando a Cosette. Depósito su mano sobre la zona íntima de la joven, y comenzó a masajearla con ardiente deseo.

Cosette se debatió en su lugar. Apretó sus muslos, trató de zafarse, pero nada pudo hacer por detener las caricias de aquellos lascivos dedos. –Suéltame –ella suplicó–. ¡Suéltame! –insistió–. ¡Ya basta!!! –Cosette entró en desesperación y terminó escupiéndole en la cara a la joven condesa–. Ya basta –ella repitió con los ojos llorosos. Su mente acababa de rememorar con total crudeza el trauma que la pobre sufrió durante la blasfema Noche del Ocaso. La sola idea de volver a sentir un grado tal de vejación la hizo temblar hasta la médula.

–Ya veo –toda sonrisa se borró de los labios de Carmina–. Con que eres de las que se portan mal. Ya te enseñaré yo lo que hago con las niñas malcriadas –la joven condesa se dirigió a la mesa y tomó un látigo de varios ramales de cáñamo que portaban gruesos nudos a modo de cuentas. Acto seguido ella dio un rodeo y terminó situándose a espaldas de Cosette. La joven prisionera en ese momento sudaba profusamente debido al miedo.

Cuando recibió el primer chicotazo en las nalgas, Cosette soltó un lastimero alarido. Se debatió más que nunca, luchó contra sus cadenas. Recibió un segundo y un tercer chicotazo.

–¡Ahora déjame hacerte una advertencia, estúpida zorra! –Carmina exclamó mientras seguía azotando a Cosette. Esta última ya no recibió golpes solo en el trasero, pues ahora estos se habían extendido a sus piernas, a su espalda, a su cintura y a sus costados. La sangre comenzó a salpicar y a manchar las frías losas del suelo–. Me pondré un juguetito para darte placer. Aunque solo lo utilizaré si tu accedes –Carmina dejó por un momento los azotes. Fue hacia la mesa y se colocó en la cintura un arnés con un enorme falo colgante en la parte delantera–. Pero antes déjame aclararte una cosa: si no accedes a que te penetre, te azotaré por una hora entera con todas mis ganas –ella prosiguió con voz agitada–, y si pasada la hora sigues sin acceder, usaré esto para irte cercenando los dedos de las manos uno por uno –mientras decía esto, ella tocó con su mano libre unas enormes tijeras de filos dentados. Cosette tragó saliva. Poco después Carmina ya se había puesto manos a la obra, y una vez más ella azotaba sin piedad las ya maltrechas carnes de su víctima–. ¡¿Qué dices, eh zorra?! ¡¿Accedes a que te sodomice con mi lindo juguetito?! ¡Habla, o tu cuerpo de puta seguirá pagando las consecuencias! ¡Vamos, suplícame para que le dé placer a tu goloso trasero! ¡Haz lo que te digo, zorra obstinada! ¡Luego no me culpes cuando te deje como a un irreconocible despojo humano!

Cosette gritó y se retorció la mayor parte del castigo, pero cuando oyó la última provocación de su verdugo, una chispa completamente nueva prendió en su interior. Sin que ella se percatase, el miedo y la angustia que la habían dominado hasta el momento comenzaron a arder bajo las llamas de un nuevo sentir. "¿De qué te preocupas? ¡Tú no tuviste la culpa de nada! ¿Es que no lo ves? En todos los casos tú simplemente fuiste la víctima...", Cosette acababa de recordar las palabras que la propia Carmina le hubo dicho durante la cena. Tal nivel de cinismo la enervó hasta el límite.

–¡Es lo que estaba esperando!! ¡Por fin, por fin piensas como un ser humano que tiene sangre en las venas!! –la repentina exclamación de Sulu hizo eco en todo el calabozo. Carmina detuvo sus azotes y miró en todas direcciones, asustada debido a la sorpresa.

Antes de que la joven condesa pueda asimilar lo que estaba pasando, numerosos relámpagos rojos brotaron del cuerpo de Cosette e hicieron añicos las cadenas que aprisionaban sus manos y el grillete que atenazaba sus talones. Con completa incredulidad Carmina contempló la escena, que por cierto no se detuvo allí. Los relámpagos rojos sanaron todas las heridas de la maltrecha joven, y por añadidura saltaron hacia el destrozado cuerpo de Sulu y lo transformaron en un báculo de madera negra con una piedra roja engastada en su parte superior. El báculo se elevó y con los relámpagos rojos que lo cubrían destrozó la jaula que lo retenía. Acto seguido se abrió camino a gran velocidad hacia la mano derecha de Cosette.

La joven de la larga cabellera rubia sostuvo el báculo con firmeza, y en ese preciso instante pudo sentir el enorme poder que pasó a recorrer su cuerpo. Ella nunca había sentido algo igual. Era una sensación tan placentera, mil veces superior a cualquier orgasmo, sobre todo porque lejos de agotar el cuerpo lo revitalizaba a un nivel completamente irreal. Cosette en ese momento se vio a sí misma como si fuese un abrasador sol irradiando al mundo entero con su energía. "Destrúyelo todo sin misericordia, sin perdón alguno que valga, ¡arrasa y pisa fuerte, que el mundo entero oiga el rugido de tu insaciable rencor!", la voz de Sulu hizo eco en la mente de la joven cual un susurro omnipresente. Entonces los iris de Cosette se vieron cubiertos por un rojizo resplandor. En ese instante ella levantó el báculo por encima de su cabeza y la piedra roja se iluminó cual una resplandeciente estrella carmesí plagada de relámpagos sangrientos. Carmina por su parte sentía tanto pavor que las piernas ya no pudieron sostenerla más. Cayó de posaderas y su orina pronto humedeció las losas cercanas. Y es que el poder que en ese momento emanaba de Cosette iba acompañado por una sed de sangre tan intensa que de un instante a otro la temperatura descendió súbitamente en la estancia.

Carmina juntó las manos y con labios temblorosos imploró piedad. Cosette en ese momento la miró con asco, como si la joven condesa fuese un vil excremento. Carmina sintió aquel par de ojos clavarse en lo más profundo de su ser, como si fuesen dos dagas ardientes que se hundían más y más en su vulnerable carne. Entonces los relámpagos que brotaban de la piedra roja se expandieron, destrozando el suelo y levantando grandes trozos de losa. Carmina vio todo esto en cámara lenta, a los rayos rojos avanzando inexorables hacia ella. Cosette por su parte tuvo la ilusión de que todo ardía a su alrededor bajo un eterno fuego rojo. Y en ese preciso instante su mente le jugó una mala pasada, pues pronto el fuego que "veía" se transformó en el recuerdo de la Noche del Ocaso. Con horror la joven contempló como incontables cuerpos desnudos se le acercaban con la perversa intención de ultrajarla una vez más.

–¡Muéranse todos!! –Cosette lanzó un potente grito en el que iban contenidos todo su dolor, sus sufrimientos y frustraciones. Instantes después un estruendo retumbó bajo la noche, y el castillo entero se sacudió desde sus cimientos.

En el salón principal del castillo, los dos Caballeros Druídicos aún se encontraban celebrando con algunos pocos soldados. Los dos dejaron sus jarras de vino y se pusieron de pie. Instantes después la estancia se sacudió con violencia. –Ha venido de abajo –uno de los dos hombres dijo. Él era joven, muy alto y de rostro desgarbado.

–Vamos a investigar –su compañero asintió. Él por su parte era lo opuesto a su colega: bajo de estatura y de semblante gallardo y maduro.

Al calabozo subterráneo llegó un contingente de soldados de la casa Dubois. Sus armaduras eran menos sofisticadas que las de los soldados reales. Además, no portaban capa alguna y por todo distintivo simplemente llevaban labrado en el pecho el escudo de armas de la casa de los Dubois: un entramado de arabescos color bermellón. Detrás los siguieron un grupo de soldados reales, encabezados por los dos Caballeros Druídicos.

Lo que encontraron en el lugar dejó a todos sin palabras. Ante los pies de una joven desnuda y rodeada de relámpagos rojos yacía el cadáver descuartizado de la joven condesa Carmina. Una explosión de sangre había manchado el suelo e incluso las paredes de piedra del calabozo. En el rostro desfigurado y chamuscado de la finada noble todos los soldados pudieron apreciar el más puro horror hecho expresión.

–¡Alto allí, asesina! –uno de los Caballeros Druídicos levantó una mano. Sobre cada uno de sus dedos, pequeños relámpagos verdes provenientes de la gema de su pecho materializaron unos diminutos seres alados que brillaban con un verdoso fulgor.

La exclamación del hombre recién hizo notar a Cosette la presencia de los soldados. Hasta el momento ella había estado contemplando hipnotizada el destrozado cuerpo de Carmina. En ese instante la joven de los ojos celestes fue consciente de su desnudez. La ira volvió a hacerle hervir la sangre. –¡Dejen de mirarme como perros hambrientos! –ella gritó indignada, y entonces apunto con su báculo a uno de los soldados reales. Relámpagos rojos volvieron cenizas el cuerpo del desafortunado hombre en un instante, y acto seguido elevaron y atrajeron las ropas y las piezas de armadura que antes lo habían cubierto hacia Cosette. En un instante las mencionadas prendas descendieron y modificadas por los relámpagos rojos se adaptaron a la medida del esbelto cuerpo de la joven.

Tan ostentoso despliegue de magia era más de lo que cualquiera de los soldados hubiese visto jamás. Todos sintieron escalofríos, incluidos los dos Caballeros Druídicos.

Cuando Arnauld descendía por las escaleras de una torre, un nuevo estruendo sacudió el castillo y por poco le hizo perder el equilibrio. Él no terminaba de recuperarse, cuando otro estruendo y otro más remecieron las paredes y el suelo de piedra. El joven se asomó por la ventana más cercana, pues el último ruido parecía haber provenido de afuera. Lo que vio por la ventana lo dejó boquiabierto y con los ojos abiertos a más no poder.

Los Caballeros Druídicos y unos pocos soldados más fueron los únicos que consiguieron hacerse a un lado a tiempo. Una explosión de cegador resplandor carmesí destrozó la mitad del calabozo y dejó abierto un enorme agujero que daba directo hacia la noche. En medio de los escombros y del polvo Cosette salió a la intemperie a paso lento y firme. Los soldados sobrevivientes esperaron a que ella se aleje, y entonces recién se asomaron por el agujero. Con absoluto desconcierto contemplaron como aquella joven masacraba a los escuadrones de colegas que acudieron al lugar, atraídos todos ellos por la ensordecedora explosión.

–¡Reagrúpense detrás de mí! –el Caballero Druídico alto llamó a los soldados que seguían llegando.

–¡Yo la distraeré mientras tanto, Lenir! –su compañero corrió hacia el frente. Una vez más sobre sus dedos aparecieron los brillantes insectos con aspecto de luciérnagas–. ¡Crezcan, mis queridos bárbaros del bosque! –él exclamó con energía, y lanzó hacia el suelo las luces aladas que revoloteaban sobre sus dedos. Estas rápidamente se hundieron en la tierra bajo la nieve, y al poco rato de allí crecieron cinco guerreros-árbol de más de dos metros de alto–. ¡Ataquen, mis fieros treants! –el Caballero Druídico les ordenó a sus criaturas. En el acto los treants levantaron sus nudosas garras y se abalanzaron sobre Cosette. Sin embargo, en un instante una lluvia de relámpagos rojos los redujo a un manojo de cenizas y maderas quemadas.

–¡Arqueros! –un soldado de la casa de los Dubois se asomó desde una almena cercana. Sobre la muralla aparecieron numerosas cabezas y largos arcos sostenidos en alto. Al poco rato, incontables flechas cayeron sobre Cosette.

Al mismo tiempo que caían las flechas, Lenir se escabulló por entre las sombras que proyectaba una de las paredes del castillo. Para avanzar más rápido él se valió de su poder, el cual transformaba sus pies en raíces que lo impulsaban con gran velocidad y a la vez con sumo sigilo. Parecía estar avanzando montado sobre unos zancos vivientes.

Pero Cosette no ignoró su presencia por mucho tiempo. De pronto bajo ella emergieron puntiagudas raíces que intentaron empalarla. Aunque para sorpresa de todos, ninguna logró siquiera rozar la piel de la joven. Aquellos relámpagos que la muchacha controlaba no solo tenían un poder ofensivo devastador, sino que defensivamente funcionaban como un escudo prácticamente impenetrable. Las raíces en un instante sufrieron el mismo destino que los frondosos treants.

–¡Lenir, es inútil! –su veterano compañero le advirtió.

–¡Tenemos que acabar con este demonio, Baldoix! ¡No podemos dejar que ande suelto por donde le plazca! –Lenir le replicó. Muchos soldados de la casa Dubois lo secundaron, pues tenían muy fresca la noticia sobre la terrible muerte que acababa de sufrir su amada joven condesa.

Aquella exclamación fue para Cosette como una estocada lanzada directo a su corazón. Las llamas de su rencor aumentaron a niveles insospechados. –¡No volverán a abusar de mí, detestables villanos! ¡No volverán a hacerme sentir miserable jamás! ¡Nunca jamás! ¡Nunca jamás! –ella gritó con desesperación, y apuntó con su báculo a Lenir. El alto soldado se valió de su poder para evitar los relámpagos que empezó a lanzarle Cosette. Baldoix lo apoyó mandando toda una horda de treants al ataque. Aunque no le provocaron ningún daño a la joven, su aparición al menos sirvió para proteger a Lenir con sus robustos cuerpos de madera. El mencionado Caballero Druídico pronto estuvo de vuelta con su colega. Ambos se miraron anonadados, incapaces de dar crédito a lo que venía sucediendo.

–¡Nunca jamás, nunca jamás!! –Cosette continuaba gritando sin cesar. A esas alturas ella parecía haber enloquecido. Muchos soldados entendieron que aquella era una batalla perdida, de modo que huyeron despavoridos. Pero Cosette no iba a dejar que nadie escape de su sed de sangre. Miembros cercenados volaron por los aires, estallidos de sangre tiñeron el suelo y las paredes de piedra cercanas. Pronto una sinfonía de aterrados alaridos se apoderó del lugar. Lenir trató de alejarse usando su poder, pero una de sus piernas recibió un impacto de relámpago y estalló junto con las maderas de las raíces que crecían bajo su talón. Baldoix corrió hacia su amigo para intentar protegerlo, pero antes de poder lanzar sus semillas de treants hacia él, Cosette lo remató pisándole la cabeza con su pie cubierto de relámpagos rojos.

Cuando presenció tal nivel de crueldad, Arnauld por fin salió de su estado de shock. A esas alturas él ya no pudo reprimir más el sentimiento que acababa de aflorar en su corazón. –¡DETENTE!! –él gritó desde la ventana de la torre, con todas sus fuerzas. Varias cabezas se levantaron para contemplarlo, incluida la de Cosette. Cuando los ojos de la joven se encontraron con los de su amado, toda la ira, el rencor y el odio fueron barridos de su ser por una helada brisa de culpa.

–No –Cosette retrocedió espantada. Ser vista en tan brutal estado por Arnauld era lo último que la pobre hubiese esperado vivir. En ese momento la invadió la vergüenza, la decepción, el asco hacia sí misma–. ¡No soy un monstruo!!! –la pobre se deshizo en lágrimas, y acto seguido huyó del lugar a toda velocidad. Arnauld la vio abrirse paso a través de la muralla que cercaba el castillo, la cual hizo estallar con el poder de su báculo. Luego la siguió con la mirada hasta que la joven desapareció tras internarse por entre los árboles de más allá del sendero.

–¡Cosette, espera!! –él saltó de la ventana sin importarle nada. Concentró su vibración de alma en sus piernas, y el aura dorada que las cubrió consiguió amortiguar su caída. Aun así, él sintió un pequeño dolor en las rodillas. No le prestó la más mínima atención. Sin tiempo que perder, Arnauld se abrió paso hacia la muralla. Atravesó el agujero dejado por Cosette y continuó con su camino hasta desaparecer de la vista de los soldados. Ninguno de estos hizo el menor intento por detenerlo.

–¡LENIIIR!! –Arnauld oyó el devastado grito de Baldoix a la distancia. Para sus adentros se lamentó por la pérdida de aquel hombre, aunque pronto los lamentos del Caballero Druídico y de los demás soldados se le hicieron difusos y terminaron por desaparecer. Ahora solo le llegaban los sutiles arrullos del bosque nocturno. Corrió como un poseso. Aunque le había perdido el rastro a Cosette, él intuía a donde podría haberse dirigido la joven. Ella se había equivocado; Arnauld no la consideraba un monstruo ni mucho menos le tenía pavor. Nada más lejos de la realidad. Gracias a sus Ojos de la Verdad él había podido ver más allá de lo que la sangrienta escena le demostró. En ese momento él solo sentía por Cosette una única cosa: absoluta compasión.

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