01.1

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Agua control, el elemento del cambio y movimiento, la sanación y la vida. Pero para Zie nunca trajo más que destrucción y muerte.  

Tenía trece años cuando su mundo se vino abajo.

Recordaba ese día estar jugando con su agua control junto a su mellizo y hermana menor.

–¿Podrían dejar de hacer ruido? –pidió su mellizo con irritación–. Estoy tratando de practicar con mi boomerang.

Las hermanas se miraron con diversión, estaban afuera de su hogar junto a un fino río en el cual pasaban todas sus tardes.

La mayor levantó ambas manos en señal de rendición.

–Está bien hermanito, tú ganas –dijo con diversión, su mellizo se dio vuelta mientras negaba.

Zie le hizo una seña a la menor, para que copiara sus movimientos.

La de pelo azul se puso recta con sus hombros sueltos, la niña la imito. Tomó aire y levantó sus manos en dirección al río, un fino hilo de agua apareció, y luego otro.

Zie señaló a su hermano el cual estaba dado vuelta y se encargó de, lentamente, llevar el agua a su cabeza, la segunda maestra la copio.

–Uno... –contó en voz baja–. Dos... ¡Tres! –dijo y ambas hermanas tiraron agua al joven.

El niño cayó de cabeza a la nieve, mojado.

–¡Zie! ¡Katara! –escucharon el llamado de su madre.

Las hermanas se miraron y se aseguraron de correr lo más rápido que pudieran, antes de que su hermano las reprendiera.

–¡Pagaras por esto pescadito! –gritó Sokka a su melliza.

Zie entró a su hogar entre risas y algunas lágrimas. Molestar a Sokka era su pasatiempo favorito.

–¡Muy buen control Katara! –halago a su hermana pequeña, ambas eran maestras pero una tenía más experiencia que la otra–. Te recomiendo que medites más, tener una conexión con tu chi es lo más importante de un maestro.

La menor asintió con una sonrisa, aunque Zie sabía que para ella era imposible meditar.

–Gracias Zizi –dijo la menor–. Aunque creo que ahora visitaré a papá.

La mayor asintió con una sonrisa mientras veía a su hermanita correr hacia el puerto donde estaban los barcos. Tomó aire y se giró a su madre, tenía una expresión de amor que rápidamente endureció, preocupando a Zie.

–Mamá... ¿Qué pasa? –le preguntó con verdadera preocupación.

–Zizi... –los ojos de su madre se humedecieron–. La guerra se aproxima hija mía, y tu padre y yo sabemos que vendrán por los maestros agua –Kya, al ver la expresión perdida de su primogénita, continuó–. Tengo un plan para proteger a Katara, pero no como protegerte a ti.

Tomó el rostro de la niña en sus manos, la maestra ya con lágrimas enfrentó con su mirada a su madre.

–Lo lamento tanto cariño, siempre quise darte toda la sabiduría de nuestro pueblo para protegerte, pero yo...

Zie interrumpió a su madre.

–Y lo has hecho, no lo dudes nunca –dijo ella–. Me he formado todo este tiempo gracias a ti, para protegernos. No sientas que es tu culpa, la Nación del Fuego es despiadada.

Su madre asintió, su hija de trece años, maestra agua y sabia del mundo espiritual. La amaba con su alma, no podía estar más orgullosa.

–Tienes razón, ya encontraremos una solución.

Su padre entró a su hogar rápidamente, como si no quisiera ser visto.

–¿Ya le has dicho Kya? –preguntó Hakoda, su esposa asintió–. Lo siento mucho hija –besó su coronilla–. Dejaré un bote con provisiones en nuestro lugar de pesca, recuerda toda la práctica y llegarás bien a la isla Kyoshi.

Zie quedó muda. Sabía desde que decidió meterse en el mundo espiritual habría consecuencias, pero no tantas como estas, no como el hecho de tener que abandonar su hogar y su familia.

Sus padres la abrazaron, poco después sintieron el cuerpo de la pequeña Katara abrazándolos con sus bracitos, y más tarde Sokka.

Esa misma noche, más tarde cuando ya estaba acostada, pensó en su primer contacto con el mundo espiritual.

...

Se despertó en un lugar que no era su habitación, no era necesario pensarlo mucho, había sol, césped y estaba lleno de pájaros cantando.

Se paró sin pensarlo, tocando su cuerpo en busca de alguna herida, pero se sorprendió cuando no encontró ninguna.

Zie tenía dos opciones, o había muerto mientras dormía y este era su cielo, o estaba en el mundo de los espíritus.

–Es la segunda, tienes doce eres muy joven para morir –escuchó una voz detrás de ella, Zie rápidamente trato de hacer agua control para defenderse, pero está no funcionó–. Aquí no se tolera la violencia.

La de pelo azul finalmente se dió vuelta, encontrando a un hombre de edad avanzada, con larga barba y cabello blanco.

–¿Quién eres? –preguntó con voz segura.

El hombre sonrió.

—Soy y seré muchas personas niña, ¿Qué tal si me acompañas en un pequeño paseo?

La joven lo miró con desconfianza, lo primero que le decían sus padres era "No vayas a ningún lado con un extraño", recordó fingiendo la voz de su padre.

–No te preocupes, como ya dije, este mundo no tolera la violencia.

A Zie se le asomó una pequeña sonrisa y comenzó a seguir al hombre desde atrás. El lugar era un paraíso, tal vez era como ella imaginaba el lugar que le gustaría estar, verde, soleado y con sonidos mezclados.

Sonrió ante la idea de vivir en algún lugar así algún día.

–Toma asiento por favor –le indicó el hombre mientras él mismo se sentaba al frente de ella– ¿Tienes idea de dónde estás?

Zie volvió a mirarlo, algo más confianzuda.

¿El mundo espiritual?

El hombre asintió.

–Felicidades, recobraste un arte algo olvidado en tu cultura, no es para nada fácil aprender a sanar el espíritu –Zie espero a que el hombre siguiera hablando– el agua es un elemento de cambio y evolución constante ¿Te recuerda a algo?

Zie lo pensó bien, cruzó sus piernas y miró a su alrededor.

–¿Al ciclo del avatar? Porque se supone que cada avatar es mejor que el anterior, ya sabe, por todo eso de las vidas pasadas y la sabiduría ancestral.

El hombre sonrió, Zie podría atreverse a decir que casi rió.

–Exactamente, lo creas o no, el Avatar siempre estará relacionado con el agua, sea cual sea su elemento o compañía...

–El agua es vida –completó la joven, recordando haber leído eso en algún libro de su elemento.

Hubo unos momentos de silencio, Zie a veces miraba al hombre frente a ella, y otras a su entorno.

–¿Por qué me trajiste? –preguntó ella suavemente.

El hombre rió.

–¿No eras tú la que quería venir?

Zie se sonrojó, equivocado no estaba, desde pequeña había soñado con estar ahí.

–Déjeme corregirme –el hombre asintió interesado–. ¿Por qué te veo a ti?

Su compañero sonrió complacido.

–Bueno, ahora que estás haciendo las preguntas correctas, déjame darte la respuesta indicada –el entorno cambió un poco, ahora se sentía más tenso–. Me conocerás dentro de poco, o mucho como tu lo veas, pero desde que tú me llamaste aquí, estarás vinculada espiritualmente con mi yo actual.

Zie creía que nunca había estado tan confundida.

–Disculpe, ¿Qué? –preguntó con una ceja encarnada, la idea de estar vinculada a un anciano no le parecía la mejor idea–. No quiero que se ofenda, pero usted no parece la persona ideal para ser mi guía.

El hombre encarnó una ceja.

–¿Quién dijo que yo sería tu guía? –el hombre pauso–. Tu me guiaras a mí.

Tenía tantas preguntas.

–Yo... ¿Quién es usted? –pregunto ya más desesperada.

–Todo será respondido a su tiempo, joven maestra.

...

Y así fue que una semana más tarde, la cual estaba pasando con su hermano en su hogar, todo lo conocido para ellos desapareció.

Zie estaba jugando en la nieve con su hermano, tirando pelotas heladas entre ellos.

–¡Estoy empapado Zie! –reclamó su hermano–. Mamá me matará si me enfermo.

Su melliza sonrió.

–Entonces ve a cambiarte zopenco –le aconsejó mientras él iba dentro de su hogar.

Unos minutos más tarde, salió un Sokka cambiado y seco de la casa. Se sentó en la nieve junto a su hermana. Ambos en silencio, Sokka atrajó a su melliza más cerca, en un pequeño abrazo.

–Te ablandas después de una buena paliza –bromeó Zie y Sokka rodó los ojos.

–Y ahí fue el lindo momento.

Su hermana sonrió y se acercó más a él, los dos observando la infinidad de la nieve. Unos minutos más tarde, comenzó a nevar.

–¡Está nevando Sokka! –exclamó Zie felizmente y cerró los ojos para sentir los copos en su cara.

Pero no lo hizo.

–Zizi... No creo que la nieve sea negra –declaró su hermano con tono preocupado.

La chica abrió los ojos y efectivamente, vió como el paisaje antes blanco, se convertía en un grisáceo oscuro por la ceniza.

–La Nación del Fuego... –dijeron ambos.

El cuerno de alerta retumbó en el lugar, Sokka se levantó rápidamente al igual que su melliza.

Ambos mellizos entraron a su hogar sin dudarlo, uno para defender a su pueblo, otro para salvar el mundo.

Zie sacó su bolso de su cuarto y se lo colgó en el hombro, ajustó su collar y salió a donde estaba Sokka, se lo notaba preocupado, incluso a través del maquillaje de guerrero; Al verla, una mirada de interrogación se colgó en su rostro.

–¿A dónde vas? –le preguntó, Zie no pudo descubrir que significaba ese tono.

Se acercó a su hermano, quedando prácticamente a su altura si no fuera porque él ya le sacaba uno o dos centímetros, lo tomó por los hombros.

–Sokka, tú y yo tenemos un deber con este pueblo y nuestra hermana, desde pequeños sabemos que hay que protegerlos –los ojos de Zie se empezaron a humedecer, su hermano la tomó de los hombros también–. Nunca lo olvides, te amo cabeza hueca.

No era la primera vez que se lo decía, ambos podían tener días de cariño y no de bromas. Aunque las palabras seguían teniendo la misma carga.

–Te amo más pescadito –le dijo Sokka con amor.

Zie acarició el cabello de su mellizo y con mucho dolor lo dejó. Salió corriendo por la parte trasera de la casa, lista para irse y volver, en lo que ella esperaba, fuera un corto tiempo.

Sokka no entendió qué hacía su hermana sino hasta que salió, y vio a Katara escondida entre la nieve. Y desde ese momento supo que su hermana melliza, su otra mitad, los había dejado.

...

Zie corrió lo más lejos que pudo de su aldea, mientras le rezaba a todos los espíritus que mantuvieran a su familia viva.

El sentimiento de irse le quemaba el alma, no, la ahogaba, sentía náuseas mientras corría hacia los glaciares, donde su madre había escondido un pequeño bote que, con suerte, la ayudaría a llegar a la isla de Kyoshi sin problemas, donde su búsqueda empezaría.

Siguió corriendo hasta que sintió algo caliente pasar a su lado. Fuego.

–Y yo que pensé que los maestros agua tendrían más dignidad y valores –no reconoció la voz, pero tampoco era necesario la soberbia y la burla en el tono de voz era suficiente para comprobar que era un maestro fuego.

–Y yo pensé que los maestros fuego eran más inteligentes –estaban en la nieve, tenía suficiente agua para sobrevivir.

El comentario no hizo más que enojar al soldado, el cual atacó a la niña con una rafaga de fuego directo de su puño, en defensa Zie levantó sus brazos y los llevó a un lado de un rápido movimiento, creando así una pared de nieve que le dio suficiente tiempo para correr un poco más.

Sentía las llamaradas cada vez más cerca, pero también se acercaban más al océano, por ende, a su salida.

–¡Enfrentame de una vez! ¡Cobarde! –gritó el soldado.

Sin darle importancia, se lanzó al agua llena de trozos de hielo aterrizando en uno que se movió al instante. El hombre la siguió, quedando a un par de metros de distancia de ella.

El atacaba ferozmente, sin importarle que ella era una niña. Zie se defendía como podía. Saltaba entre el hielo tratando de llegar a su punto de escape, a veces creando corrientes de agua congelada que la ayudarán a saltar entre las piezas.

Vió su vía de escape a lo lejos, y corrió más rápido para poder alcanzarla. Pero una enorme bola de fuego alcanzó sus pies, haciendo que cayera.

–No tienes salida, niña –dijo con voz profunda el soldado.

Zie movió su pie arrastrándolo en el hielo, generando que este se quebrara y dejara al soldado un poco más lejos. Se levantó a la velocidad de la luz y se puso en posición de defensa.

El hombre continuaba atacando con su control, y Zie se defendía lo mejor posible.

Sin saber como mas detener los ataques, levantó sus manos desde los lados, sintiendo como levantaba una enorme corriente de agua en busca de lanzarla al soldado, pero algo sacudió el el trozo de hielo donde ella estaba. En un instante la corriente volvió a su lugar, Zie perdió equilibrio y el maestro fuego se lanzó sobre ella.

–¡Quédate quieta! Tu vendrás conmigo ahora niña. –el hombre se puso de pie con ella siendo ahorcada por uno de los brazos del soldado, pero ambos quedaron estáticos al ver el enorme iceberg circular que tenían al frente, cuando Zie observo bien, parecía ser que había gente allí dentro.

–El avatar... –susurró aquel soldado.

Y Zie supo que tenía que hacer.

Mordió el brazo del hombre y corrió hacia el agua, congelándola para que le fuera posible llegar a la base del iceberg.

Cuando llegó, deshizo el camino y observó a su oponente a unos metros de ella.

–¿Qué harás ahora, genio? –se burló el guardia–. No tienes lugar para huir.

–Haré esto –con rapidez creó un látigo de agua, que al golpear al soldado, lo noqueo.

Se giró a la formación de hielo. No sabia que pensar o hacer, ¿Debía sacarlo? ¿Dejarlo? ¿Tratar de ponerlo de nuevo en el hielo?, todas esas opciones fueron descartadas, y se le acababa el tiempo el soldado despertaría en cualquier instante, y no podía arriesgarse a que encontrara al avatar.

Así que le rezo a los espíritus que la protegieran. Tomó aire un par de veces y se calmó, tal vez moriría, y tal vez no.

Comenzó a mover sus brazos para levantar agua alrededor suyo y del enorme iceberg, creó una fina capa de hielo, y luego otra, llegando a hacer tres más de estas. Adentro el frío le calaba los huesos, pero no podía parar ahora. Tomó aire una última vez y comenzó a hundir el iceberg en un complicado movimiento que ni ella sabia como hacerlo bien.

Sintió como el piso se movía, había tocado el fondo de algo, pero por la oscuridad del mar, no se veía bien.

Pensó en sus hermanos, en sus padres, en su abuela y en el pueblo. No sabía si los volvería a ver. Miro un punto fijo en el hielo grueso, llevo una de sus manos al frente y lo derritió, permitiendo que el agua entrara rápidamente, mojando sus pies, rodillas, y hasta el cuello. Floto recta hasta la parte alta interior del iceberg, y con su último aliento contenido, movió sus manos para congelar el agua a su alrededor, y con eso ella misma también.

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