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Volvieron a subirse a la moto y emprendieron el camino de regreso a la casa del mecánico, para buscar los cascos. Para no dejar sola a Nieves, Eros la invitó a entrar a su vivienda.

Y una vez más la muchacha quedó asombrada con lo que veía.

―Vaya, vaya... creí que vivías en una pocilga. Tu cocina es perfecta pero todo lo demás no pensé que fuera así como lo estoy mirando ahora.

Fifi... que sea mecánico no significa que tenga que vivir en una pocilga como dices, me gustan las cosas lindas a mí también.

Su imaginación le jugó una mala pasada cuando se vio sentadita cómoda en aquel sillón largo de pana oscura mirando una película, tapada con una manta y bebiendo un chocolate caliente. Apretó los dientes y frunció la boca dándose la vuelta para mirar hacia otra parte.

―Bonito... me gusta.

―Gracias, ponte cómoda mientras iré a buscar los cascos, Fifi. Nadie te comerá ―replicó guiñándole otra vez un ojo seguido de una gran sonrisa.

―¿Puedes dejar de hacer eso? Me pones nerviosa.

―¿Te hicieron algo antes o intentaron hacerte daño? Si me lo dices con nombre y apellido, le daré su merecido a ese desgraciado ―dijo con seriedad.

―Nunca nadie me tocó, solo tú... en la carpa... ―dejó en el aire la respuesta y abrió más los ojos dándose cuenta de lo que había dicho―, pero me pones incómoda cada vez que me guiñas el ojo ―trató de terminar rápido el comentario.

Eros no le dijo nada, solo agachó la cabeza, sonrió y se dio media vuelta para ir al garaje. Ella por su parte hizo lo que le ofreció, ponerse cómoda y aprovechó en sentarse en ese sillón largo. Apenas apoyó el trasero en el asiento, fue un placer delicioso, reclinó la espalda contra el respaldo y se acurrucó más contra el sofá, suspiró de placer y revoleó los ojos con deleite, asomando una sonrisita. Cuando escuchó pasos que se aproximaban a la sala de estar, se levantó del sillón como un resorte y unió las manos por delante mirando a su alrededor.

No se olía a nada desagradable, incluso pudo llegar a oler el aroma a pulcritud, y a algo más.

―Ya nos podemos ir.

―¿Qué es lo que huelo en el ambiente?

Reina de la Noche. Son sahumerios.

―Huelen exquisitos.

―Me alegro que te parezca rico lo que hueles.

Pronto salieron de la casa cuando quedaron en silencio y mirándose. El mecánico ni siquiera quería acercarse más de la cuenta por miedo a espantarla, porque a pesar de lo estirada que era, con él se estaba abriendo como ni siquiera ella tenía idea y le estaba gustando, demasiado. Se llevaban tan bien que hasta se sintió con pavor de reconocerlo. Podía tener algo con ella, pero sabía que Nieves lo iría a rechazar. Chicas como ella no aceptarían a alguien como él, por más que podría darle ciertas comodidades que quisiera.

Eros hizo rugir el motor y se fueron con rumbo a las afueras del barrio privado. Ella se aferró a su cintura como si dependiera de ello sintiéndose libre.


•••


En la casa de los padres de Nieves, el padre se quejaba pero de forma curiosa por el ruido de la moto.

―Es la tercera vez que pasa, ¿quién es?

―El mecánico, parece que está solicitado esta noche... ―dejó el comentario sin terminar y abrió los ojos sin mirar a su marido.

―A todo esto, ¿por qué Nieves no está cenando con nosotros? ―preguntó comenzando a sospechar.

―Te he dicho que salió con alguien.

―Podrías decirme con quién, ¿o no?

―Lo conoció por una red social.

―Las redes sociales suelen ser un peligro, Morena. ¿Me lo dices en serio? Nieves tan inteligente que es, no haría algo así.

―Tiene treinta años, ya sabemos cómo suele ponerse cuando quiere algo o cuando pretende hacer algo.

―Pero también debe ser juiciosa con esas cosas.

―Es inteligente, será precavida.

«Hasta que termine enamorada aunque ella lo niegue una y mil veces más», pensó la madre de la joven.


•••


En el lago artificial que tenía el barrio privado donde era un sector que estaba alejado de la zona residencial, Nieves y Eros caminaban tomados de la mano a través de la pasarela que bordeaba dicho lago.

―¿Me darás el papel con la lista?

―Depende.

―No te hagas el misterioso, solo quiero ese papel, ya tuviste una cita conmigo. La estamos continuando.

―Puede que quiera más cosas de ti antes de entregarte el papel.

Nieves lo miró perpleja.

―¿Qué más quieres?

―¿No puedes reconocer que un poco te gusto?

Aquella pregunta ni siquiera se la esperaba.

―No me gustas, ni un poquito.

―Es verdad... solo quieres un trajeado y millonario. La felicidad y estar bien con alguien que te gusta no pasa solo por tener dinero y buena posición.

La mujer se incomodó un poco con lo que él le había dicho porque en verdad tenía toda la razón.

―¿Qué quieres en verdad?

Como Eros sabía bien que no iba a sacarle la confesión que él quería escuchar, prefirió decirle otra cosa.

―Un beso y te llevo a tu casa.

―¿Y me darás el papel?

―Sí.

La argentina se puso frente a él para ponerse en puntas de pie porque aún con los tacones no llegaba tanto a su boca, el mecánico se inclinó hacia ella también y la abrazó por la cintura. La joven mujer apoyó una de sus manos en la mejilla y se besaron.

―No te das una idea de cómo me gustaría llevarte a la cama porque me gustas realmente, y no es solo para sacarme las ganas. Pero sé que estoy pidiendo mucho, te arrepentirás al día siguiente si me dices que sí porque te conozco, no aceptas que las manos de un mecánico te toquen.

Nieves le calló la boca con otro beso y enredó sus brazos al cuello masculino.

―Me gustas, no me gustas, te quiero, no te quiero. Tengo una confusión en mi cabeza que es terrible pero quiero esto. Llévame a tu casa. Lo quiero. Te aseguro que no voy a arrepentirme.

―Ni sabes lo que dices.

―Lo sé bien y será mejor que sea ahora antes que pase un minuto más y ahí sí me arrepentiré.

El hombre la apretó más contra su cuerpo y luego se miraron a los ojos. Sin decirse nada, él la abrazó por los hombros y caminaron de regreso a la moto para subirse y regresar a la casa del mecánico. En pocos minutos llegaron y entraron directamente al garaje, los dos se bajaron y entraron al lavadero donde él dejó a Júpiter, para continuar por la cocina y dirigirse desde el comedor hacia la planta alta donde se encontraba el dormitorio.

Mientras él se lavaba las manos en el baño, ella le envió un mensaje a su madre.


Nieves: Me quedaré a dormir en la casa de Eros. [22:03]

Su madre cuando leyó el mensaje casi se le salen los ojos.

Mami: ¿Estás segura? ¿Cómo fue que cambiaste de opinión? [22:03]

Nieves: Armé otra lista, la lista del hombre (casi) perfecto, si le echas un vistazo te darás cuenta de quién hablo cuando la leas. La dejé sobre el escritorio del cuarto. [22:04]

Mami: ¿Hablas de Eros? [22:04]

Nieves: Sí. [22:04]

Mami: En un rato iré a leerla, no puedo decirte algo porque ya eres bastante adulta, solo espero que no te arrepientas porque sé que tú a veces pretendes cosas que son imposibles. [22:05]

Nieves: Lo sé pero esto sí lo quiero. [22:05]

Mami: De acuerdo entonces. Buenas noches. [22:05]

Nieves: Buenas noches. [22:05]


Morena dejó el móvil en la mesa de la cocina y se acercó a Amador que estaba en el comedor.

―Tu hija no vendrá a dormir.

―¿Cómo que no?

―Se quedará a dormir en la casa del mecánico.

―Ya me lo parecía sospechoso, ¿es con él con quien salió hoy?

―Sí.

―Habérmelo dicho mujer, está grande para hacer lo que quiera, tampoco tirarse al primero que encuentra y Eros me parece un hombre centrado.

―Sinceramente, me encanta para nuestra hija ―confesó Morena―. Me parece un hombre bueno y trabajador. De esa clase de hombre que no se ve todos los días.

―Si te parece bien, podemos hacer una cosa, invitar a este hombre que te dije en su momento y que nuestra hija se de cuenta de las cosas, y qué es lo que realmente quiere.

―Pero te acabo de decir que se acostará con Eros, ¿y me saltas con este planteo? ―respondió estupefacta la mujer.

―Lo sé, pero bien sabemos como de indecisa y pretenciosa es Nieves. Es solo una cena, para ver que quiere en verdad, por lo menos se dará cuenta quien vale y quien no.

―Pues... no lo sé. No me parece justo pero si dices que es posible que ella misma se de cuenta... de acuerdo. No me gusta nada, pero aceptaré que organices esa cena.

―Perfecto, el miércoles podría invitarlo.

―¿Ya? ―cuestionó abriendo más los ojos.

―Cuanto más rápido, mejor.

―Bueno... si tú lo dices...

―Va a ser por el bien de Nieves, si dices que Eros es un buen tipo, entonces confiaré en ti, tú tienes buen ojo para estas cosas que yo.


•••


Casa del mecánico...


Nieves se había quitado las sandalias y habían vuelto a comerse la boca, era como una adicción, una adicción de las que difícilmente podías escapar. La boca de Eros era un placer puro y sus manos eran peor, después de todo lo que había pensado, planeado y querido, se había ido por la borda cuando lo conoció y le arrebató hasta el propio pensamiento solo con su sonrisa.

Eros pasó sus manos por debajo del vestidito rojo acampanado para acariciar sus nalgas.

―¿Llevas ropa interior?

―Claro que sí, no soy como la del póster ―emitió y él no pudo evitar reírse.

Entre besos, caricias y susurros, de a poco ambos se despojaron de sus ropas y levantándola en sus brazos se fueron a la cama.

Para Nieves aquella noche la iba a recordar de por vida, y solo esperaba tener algo más con él que solo aquella noche de placer. Había esperado por el hombre de sus sueños y solo encontró el hombre casi perfecto.

Cuando todo terminó, los dos quedaron abrazados y durmieron el resto de la noche.

A la mañana siguiente, ella se despertó y se acurrucó más contra su cálido cuerpo. Eros se despertó también pero no de muy buen humor.

―Creo que será mejor que te vayas.

―¿Qué? ―inquirió sorprendida sin entenderlo.

―Que te vayas, ¿no escuchas? ―la miró clavándole los ojos.

―¿Por qué? Creí que pasaríamos el día juntos.

―No nena. Tengo cosas que hacer y ya cumplí con el objetivo.

―¿Objetivo de qué?

―No hagas que te lo diga.

Nieves se quedó indignada.

―¿Quieres que me vaya de verdad?

―Sí. Junta tus cosas y te vas de mi casa.

Él salió de la cama y se metió al baño, ella quedó sorprendida por su cambio de actitud y lo único que hizo fue lo que él le había pedido, vestirse e irse. Cuando el hombre salió del sanitario con un pantalón deportivo, ella se estaba calzando las sandalias y sus ojos estaban llenos de lágrimas. A Eros parecía que ni un pelo se le movía.

―Saldré por la parte trasera, es muy temprano.

―No, reina. Saldrás por la entrada principal, es lo que merecen las reinas, ¿no?

El sopapo que le estalló en la cara a Eros sonó en toda la habitación.

―¿Solo quisiste acostarte conmigo por despecho? ―preguntó sorprendida.

―¿Te vas por favor?

Ante aquella interrogación Nieves no fue capaz de decirle algo más pero lo hizo aunque con eso terminara por joder todo.

―Nunca estuve equivocada, al fin y al cabo el que no tiene traje es un bruto y tiene poco tacto, no esperaba menos de ti... Estúpida que encima se me dio por escribir otra lista, la del hombre casi perfecto.

Casi se le quiebra la voz cuando terminó de decir aquellas palabras y salió de la casa con la frente en alto y aligerando los pasos hacia su casa. El mecánico la vio a través de la ventana. Apretó la mandíbula y estrelló su puño contra la pared dejándole un bollo.

La mujer entró con sigilo a su vivienda y cuando cerró la puerta con llave se encaminó a su cuarto. Allí se quebró del todo.


•••


Durante dos días Nieves ni siquiera quiso salir de la cama y era Morena quien se ponía a conversar con ella y echarle en la cara sus errores, los errores que había cometido con Eros, solo para que supiera bien cómo debía de actuar a partir de ahora. Si lo dejaba atrás o luchaba por él. Porque sabía bien que su hija lo quería de verdad. Sobre todo cuando leyó la última frase de la lista del hombre casi perfecto, que estaba enamorada de él.

―No te angusties tanto. Si en verdad lo quieres, deberías plantarte y decirle las cosas como son.

―¿Para qué? Me desechó como una basura ―sollozó―. Y le creí cuando me dijo que le gustaba y me quería llevar a la cama no solo para sacarse las ganas. ―Casi se ahoga con el llanto.

―Los dos cometieron errores, tú por pretender mucho y él porque no se atrevió a decirte la verdad. Creo que ninguno de los dos se dijeron en las caras que en verdad se querían.

―Ya no vale la pena.

―Disiento contigo.

―No me escuchará nada.

―Mañana vendrá alguien a cenar.

―¿Quién?

―No lo conozco, solo tu padre.

―Me gustaría quedarme en la cama durmiendo.

―Lo lamento, no será posible... Te dejo tranquila, duerme un rato de nuevo.

―Gracias.

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