46. No lo sé.

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"Entonces os dije: No temáis, ni tengáis miedo de ellos.  Jehová vuestro Dios, el cual va delante de vosotros, él peleará por vosotros, conforme a todas las cosas que hizo por vosotros en Egipto delante de vuestros ojos."

Deuteronomio 1:29-30


La mirada amarga de su secuestrador la hizo temblar, sentía un profundo miedo por la persona que tenía frente a ella, su primera hipótesis fue que era Mitchell, era el único chico aparte de Joshua que poseía tatuajes, pero Joshua ya los había removido de esa zona, así que quedaba automáticamente descalificado de la lista de sospechosos, pero luego desechó la idea, Mitchell era incapaz de hacer algo así, de eso estaba segura. ¿Por qué? Muy simple: 1) Mitchell era un amor de persona, aunque su apariencia lo hiciera ver como alguien temerario y peligroso era incapaz de lastimar a una persona. 2) Mitchell no tenía tatuajes en los nudillos. 3) Y lo más importante, Mitchell estaba al otro lado de donde sea que estuviera Haza secuestrada junto con Dafne, Laia y Tate, visitando a sus tíos, la hermana melliza de Genevieve, Céline y su esposo Benjamín, porque la mujer estaba a punto de dar a luz y Dafne se ofreció junto con los gemelos, y Mitchell a ayudarla a terminar de decorar la habitación del bebé.

Así que no, era imposible que fuera Mitchell.

Además de que nada concordaba con el sujeto que tenía al frente: Mitchell no era tan alto, tampoco tan musculoso, además de lo más obvio; sus ojos eran distintos, mientras que Mitchell tenía unos ojos marrones claros este hombre los tenía de un azul intenso y oscuro.
El hombre acercó sus manos hacía ella, Haza intentó retroceder, pero las correas que la mantenían inmóvil en el mueble lo impidieron, tenía correas de cuero que se cruzaban sobre su pecho manteniéndolo inmóvil, también unas correas mantenían sus muñecas juntas y otras dos hacían que sus piernas permanecieran levemente separadas, nuevamente el chico de ojos azules alzó su mano hacia ella y Haza sintió el vacío en su pecho crecer.

Las lágrimas se formaron lentamente alrededor de sus ojos, su boca se secó y clavó sus uñas en las palmas de su mano, la sensación de vacío aumentó, su estómago tembló y se contrajo, haciendo que en la muchacha se apoderarán unas enormes ganas de vomitar, poco a poco su estómago empezó ocuparse de lo último que había comido, con las bacterias impulsando a los trozos de comida por la garganta. El pánico la llenaba, después de todo la situación lo ameritaba. Las lágrimas finalmente fueron por completo creadas y fueron empujadas hacía afuera del lagrimal por otras lágrimas que a su vez fueron empujadas por otras antes que ellas, Haza ni siquiera podía parpadear, sentía que si lo hacía ese monstruo estaría sobre ella y sólo Dios sabía sus intenciones, también estaba el hecho de que si parpadeaba podía ser la última vez que abriera los ojos.
Haza abrió la boca, pero ni una palabra salió de su garganta, rápidamente la cerró al sentir las partículas de comida subiendo por su estómago e iniciando el recorrido por su garganta.

Las lágrimas caían precipitadas hacía las mejillas de Haza, encontrando su final cuando golpeaban en suelo o su recorrido era tan prematuro que chocaban contra algún objeto anterior al frío suelo. El chico de ojos azules avanzó, compuso la cara en una sonrisa mofletuda, y acercó la boca hasta su frente en un beso casto. Haza se estremeció ante el contacto de sus labios pegajosos, los cuales hicieron un sonido de succión al apartarse. La chia abrió la boca pero nada salió de allí, la muchacha sintió como si le absorbieran de un minúsculo bocado del cerebro
a través de la piel de la frente. Mil besos como ése y le dejaría el cráneo hueco como un cascarón. Aunque la joven oraba para que nunca más tuviera que soportar un beso así en su vida.

— Por favor...

Pero el aire se negó a salir de sus pulmones, dejando a sus cuerdas vocales sin un motor para emitir sonido alguno, su garganta crujió ante el movimiento de su lengua en un vano intento de emitir sonido.

— Espero hacerte muy feliz, querida  — dijo.

Haza parpadeó, aún con el chico de ojos azules sobre ella, con sus manos sobre las de ella, con ese pasamontañas que ocultaba su identidad. Finalmente la saliva volvió a humedecer su boca, permitiéndole hablar, o gritar más bien.
Haza gritó, gritó tanto que sus cuerdas vocales estuvieron al borde de romperse, gritó tanto que el chico de ojos azules se apartó de ella, parecía desilusionado pero en ningún momento intentó pararla, Haza gritó por lo que pareció una eternidad hasta que finalmente no pudo más, el aire exigía atravesar su cuerpo y la muchacha no tuvo más remedio que cumplir sus deseos.
Haza apretó sus uñas sobre la carne de sus palmas, enterrando la uña dentro de la carne, levantando la piel, haciendo chorrear la sangre, miró al suelo aterrada, las personas jamás piensan que algo como un secuestró les sucedería, nunca lo hacen y si lo hacen piensan que podrán soportarlo, que de alguna manera saldrán ilesas o podrían hacerle frente a su secuestrador, pero no es así, no lo es.

Nunca se está preparando para algo como un secuestro.

Haza golpeó su cuerpo contra el mueble, intentando liberarse, el chico de ojos azules apartó sus manos, dejándola moverse. Odiaba esa sensación, esa sensación de desprotección la aterraba, porque le recordaba esa vez en que un grupo radical atacó el campamento en el que ella y otros adolescentes fueron a alabar a Dios, gozar de un tiempo juntos, pero en lugar de un espacio tranquilo solo encontraron dolor y muerte.

Odiaba esa sensación.

De repente el chico de ojos azules la sujetó con fuerza de las muñecas, justo sobre la correa de cuero que mantenía ambas muñecas unidas, separando sus manos, haciendo que sus uñas quedarán con rastros de sangre, piel y carne bajo las mismas. Sin previo aviso el chico de ojos azules sujeto las manos y con cierta tristeza las alzó, dejando que la sangre fluyera con lentitud entre los dedos de la joven.
Después de que varías gotas cayeran con lentitud, el secuestrador centro su vista en una de ellas, deslizándose por la piel, por las heridas, por las correas y hasta llegar al precipicio que era la curva dando inicio a la muñeca, esa zona en la que la muñeca se dejaba caer, flotando por el aire hasta fragmentarse en el suelo en cientos de partículas de sangre, el chico de ojos azules inspeccionó la herida antes de besar las manos de Haza, dejando que la sangre pintará sus labios rosas, haciendo una hermosa imagen que hizo a la muchacha estremecer.

— No vuelvas a hacer eso — dijo el chico de ojos azules, apretando levemente las manos de la chica, haciendo que más sangre cayera de las heridas —. No te lastimes.

Haza espero a que él dijera "Para eso estoy yo aquí, para lastimarte", la muchacha no sabía el motivo de su secuestro, ¿La matarían para quitarle sus órganos? ¿O la venderían como esclava a algún depravado dueño de un prostíbulo en algún país extranjero? Tantas posibilidades, cada una más aterradora que la anterior.

Sin siquiera dejarla asimilar la situación el chico de ojos azules se levantó, desapareciendo entre los múltiples pasillos de lo que parecía ser una cabaña o una mansión en el bosque. Haza no lo sabía. Lo único que sabía era que estaba secuestrada y que al inicio había estado en un sótano, luego en lo que parecía ser una habitación y ahora en una sala principal finamente decorada, con cientos de estatuas y pinturas de escalofriantes imágenes: todas ellas retrataban la crudeza de la muerte y el sinsentido de la vida, con millares de cadáveres cubiertos de sangre, otros más con armas y finalmente una enorme pintura de una mujer parada sobre lo que era una montaña de cadáveres, blandiendo un látigo y sujetando la cabeza de un hombre en sus manos. La niña pronto supo que era la Benevolente, una de las deidades de los sectarios de Un Mundo Libre, al darse cuenta de ello su mente al instante divago en nuevas y aterradores posibilidades; ¿Iban a asesinarla en alguno de sus rituales? ¿O la iban a llevar a sus múltiples ciudades para forzarla a unirse a ellos? Habían tantos rumores al respecto de esa secta, todos...aterradores.
A pesar de la escalofriante situación, Haza se concentró en buscar algo que la ayudará a escapar, a largarse de allí o al menos algo que le permitiera saber quién era la persona que la mantenía en aquel lugar en contra de su voluntad, pero nada, ni una fotografía, una pintura o una estatua, nada le daba señal alguna de la identidad de su secuestrador. Había visto suficientes documentales de asesinos seriales como para saber que al asesino le sería más difícil acabar con ella si lograba crear alguna clase de vínculo entre ellos, hacerle creer que estaban del mismo lado o al menos encontrar algo en común con el cual pudiera aferrarse y evitar que la matara, esperaba que sus tardes sentada frente al sofá con Aidan comiendo mantequilla de maní como si no hubiera un mañana viendo documental tras documental de asesinos seriales y casos misteriosos sin resolver valieran la pena, pero sin importar lo mucho que observaba a su alrededor no encontraba nada que pudiera utilizar para evitar su muerte.

Hasta que...

— No...¿Es...? ¡No puede ser! Imposible...¿O sí?...

Haza abrió los ojos lo más que sus párpados le permitían, intentado mejorar su visión lo mejor que pudiera, intentando saber si lo que veía si era real o no, no lo sabía, pero ese pequeño libro verde le resultaba abrumador y familiar. La cabeza de Haza cayó sobre su hombro y la imagen de Katherina sonriendo, y saltando, girando por un verde y bello campo se instaló en su mente, tan feliz...y tan viva.
Su cabeza pesaba, tanto que Haza apostó a que se le rompería el cuello y al estar colgando las lágrimas se deslizaron con más fuerza, velocidad y ansiedad hacía el suelo.

De repente unas suaves y frías manos sujetaron su cráneo, haciéndola subir la cabeza, era él, el chico de los ojos azules. El desconocido la miró preocupado, pero pronto se concentró en vendar y limpiar sus heridas manos. Haza se sentía tan extraña, era como si su alma estuviera a punto de salir de su cuerpo y flotar por la habitación, sobre las cabezas de ambos, hasta finalmente escapar de aquel lugar.

— No deberías mantener la cabeza así, te puedes marear — nuevamente el golpe de realidad llegó hasta ella, ahora la irá se apoderó de la chica y sin saber de dónde provenía su repentina valentía dijo:

— Sabes que te pude contagiar de sida, ¿Verdad?

Él se detuvo en seco, dejando de trazar el algodón empapado de alcohol clínico en la herida. Sin hablar dejó a un lado los materiales para hacer curación en la herida y colocándose en cuclillas la observó, con cierta diversión en sus ojos.

— Sé que no tienes sida, también sé que eres más virgen que el aceite extra virgen, así que no me preocupo por ello.

— Parece que me conoces muy bien, ¿No?

El chico de ojos azules asintió.

— Entonces, ¿Se me permite saber qué hago aquí?

El chico se quedó en silencio, mirando hacia la pintura de la mujer sobre los cadáveres. Sus ojos miraban hacía la pintura, pero también a través de ellos, sus nudillos se volvieron blancos, dando a entender que estaba apretando sus manos, pero pronto dejó de hacerlo.

— Aún no estás lista — pronunció al fin, con rastros de melancolía en su voz.

— ¿Pero si estoy lista para ser secuestrada? ¡Que ironía! — incluso Haza se asombro de su audacia.

— Aún no estás lista.

Su voz daba un tono definitivo pero no al punto de delatar molestia.

Haza apartó la mirada y dejando que las lágrimas siguieran su curso permitió que la tristeza se apoderará de ella, quizás su cabello negro sobre su rostro privaría a su captor de aquel desafortunado y humillante espectáculo, dándole un poco de privacidad a Haza.

— Quiero ir a casa — pronunció la muchacha llorando.

— Está es tú casa ahora.

Sus mechones negros empezaron a pegarse en la mejilla de la joven, gracias a las lágrimas, aún sin perder la esperanza quiso siquiera saber el motivo de su cautiverio.

— ¿Por qué yo?

Él pareció dudar por un momento, como si quisiera decir algo, pero no pudiera hacerlo.

— Pedí por tí.

Eso fue todo, esas simples palabras hicieron que la irá detonará dentro de ella, pero se contuvo, no sabía qué tan peligroso sería su enemigo.

"Dios...dame fuerzas para superar esta prueba" rogó calmando su ánimo, porque sabía que Dios nunca la dejaría y si debía morir en manos de aquel hombre, que así fuera, porque los planes de Dios son perfectos, al menos si moría sabía que lo siguiente que vería sería a Jesús descendiendo del cielo para llevarla a casa, a su hogar celestial.

Las manos frívolas del chico de ojos azules tomaron sus mejillas enrojecidas y húmedas, pero Haza mantuvo la vista en sus manos a medio curar.

— Por favor, mírame, no quiero hacerte daño.

Haza sonrió con amargura, aún sin mirarlo.

— Voy a morir, ¿Verdad? — preguntó ella, pensando en qué habría sentido Katherina cuando murió y sabiendo que ella pronto lo sentiría.

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