La maldición de los Lirios Rojos

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El sol se ocultó entre los árboles. Las lágrimas cesaron mientras el sueño se arrastraba como un fino manto hasta aquellos cansados párpados, cansados de tanto llorar, como cada día, como cada tarde, como cada noche, como hacía diez años atrás. Su preciosa hija murió, la niña dulce de cabellos como los finos filamentos del trigo, la niña de ojos azules como él un despejado cielo. Pero no hubo más, su corazón reclamaba descanso, uno eterno donde no pudiera sufrir, donde no pudiese recordar. La última lágrima cayó y el latido del corazón cesó.

La soledad, el vacío en aquella cabaña se instaló como una segunda piel. No habría más recuerdos ni más lágrimas. No habría nada.

El viento sopló y arrastró con ellos los recuerdos fluctuantes en el aire, con el paso del tiempo la naturaleza hizo lo que mejor supo hacer, enredar sus ramas en cada esquina de una cabaña que se consumía con el tiempo y por el tiempo. El bosque cantaba canciones que no llegarían a los oídos de nadie por años posteriores. Las estrellas seguirían donde siempre, los planetas se asomarían y no verían nada en aquel desierto lugar.

Así por años posteriores. Hasta que la civilización se movió, avanzó, se modernizó hasta olvidar lo que era arar la tierra, cultivar tu propia comida.

Todo se vio modificado, destruido, olvidado. Y muchos años después de ello un par de ojos cristalinos de color ámbar miraba más allá de la tortuosa ciudad que antes era un tranquilo pueblo. Miraba aquellos árboles imponentes que muertos de pie ya están, de los jóvenes que se alzan y de los pequeños que comienzan a sostenerse.

Caminó hacía ahí fascinando por lo que sus jóvenes ojos eran capaces de mirar. Un joven masculino de porte fuerte, y mirada determinante. Acarició con total vehemencia los troncos secos y pareció despertar el bosque que dormido se encontraba. Una parvada de cuervos alzó el vuelo y todas las miradas se dirigieron hacia el cielo. Las palomas se ocultaron y los cuervos vestían el cielo en motitas negras hasta por fin desplegarse y desaparecer.

—¿¡Qué haces, Dylan?! —dijo uno de sus compañeros cansado de correr mientras se sostenía de su hombro.

—Sólo ve esta belleza, sabes que siempre he querido mirar los árboles.

Su amigo, el joven Carl, lo miró como si dijese algo extraño y alzó una ceja intentando comprender el sentimiento de su amigo.

—No hemos visto árboles al norte, es como si fuesen fantasmas retratados en los libros y nunca hemos visto unos reales, unos con una corteza como esta.

—Deja de decir cosas tontas, en el norte hay árboles, que no son iguales a estos es diferente.

Carl no comprendía porque su amigo creía que los árboles que miraron por años eran de mentiras cuando eran tan reales, tan verdes, tan fructíferos y llenos de vida.

Dylan no respondió ante las palabras de su amigo y se dio la media vuelta para regresar a la ciudad. Carl lo siguió y no dijeron palabra alguna. Su grupo de amigos los esperaba con una cámara fotográfica en la mano. Dispararon el flash hacia todos lados, llevándose recuerdos para toda una vida, recuerdos que plasmarían en su memoria para siempre si no fuesen consumidas por alguna otra enfermedad.

Decidieron ir por un café y contar sus últimos viajes familiares. Dylan se dedicó a rayar una servilleta, fascinado por los árboles miró a través de la ventana intentando visualizar el bosque, sentía esa extraña sensación en el pecho, algo como la... añoranza.

—¿Te encuentras bien, Dylan? —preguntó Camille sosteniéndole la mano, preocupada de la mirada triste de su amigo.

—Lo siento, estoy bien.

—Se siente fascinado por ese bosque —acusó Carl y recibió una mirada de furia y vergüenza por parte de Dylan.

—Podríamos decirle a la abuela que nos cuenta sobre ella, si eso quieres —se ofreció Camille con una sonrisa en el rostro.

—¿Crees que es posible? —preguntó Dylan incapaz de ocultar su emoción.

Aquella misma tarde la abuela se rehusó a contarles algo al respecto. Preguntando con otras personas mayores sólo se limitaron a decir que el bosque era llamado Derring y que habían pasado cosas muy extrañas en su interior, otros decían que se escuchaban gritos, risas y demás. Un bosque contaminado con la oscuridad.

Dylan más fascinado que nunca le pidió a su padre que le enseñará a cazar con el rifle, su padre un poco contrariado aceptó, se alejaron de la ciudad y llegaron a un campo abierto que da directo al bosque para practicar. Dylan aprovechaba ese tiempo para mirar a través del bosque incapaz de ver otras cosas, ya que no creía en fantasmas y criaturas mitológicas como le querían hacer creer los viejos de la ciudad.

Un día el padre de Dylan le dijo que no practicarían porque tenía trabajo pendiente así que él se aventuró a ir a practicar, impulsado por su vehemencia a mirar esos imponentes árboles. El viento sopló, el canto de los pájaros llegaron en forma de eco, el sol se alzaba sobre las copas sin llegar a ser demasiado calurosos, pronto no tardaría en llegar el invierno y la nieve. No conocía la nieve, el lugar donde vivía antes era pura arena en cualquier punto que se le mirase. Era un alma viajera a causa del trabajo de su padre, no sabía cuántos suelos había pisado y cuantos amigos nuevos había formado.

Mientras pensaba en las cosas y momentos que había dejado atrás, algo llamó su atención, una sombra que se movía entre los árboles. Movió su pie intentando ir hasta allá cuando algo le sujetó la camisa, era Camille. ¿Qué hacía allí?

—¿Cómo es que estás aquí? —preguntó un poco alterado Dylan.

—Te dijo mi abuela que no intentaras ir hasta allá.

—Sí pero no nos dijo el porqué —se quejó este cargando el rifle de su padre en su espalda—. Además no iba a ir, sólo me pareció ver algo.

—Dylan, el bosque está muerto. No hay nada vivo ahí.

—Si todo estuviese muerto no habrían salido los cuervos de aquel día. Simple, ahí hay vida, que muchos no queremos ir a ver es otra cosa.

—¿Y qué harás? —pregunto Camille temerosa.

—Ir, por supuesto, pero no será hoy y no mientras estés cerca —dijo Dylan con desdén alejándose de Camille.

Camille clavó su mirada en la espalda de Dylan.

—No es que no quiera, es que "eso" parece hablarte y no te quiero perder —murmuró para sí misma mientras miraba hacia el bosque y veía la misma sombra que vio Dylan. Apretó las manos junto a su pecho y se alejó corriendo hacia la ciudad.

***

Una cajita musical comenzó a sonar.

—Estamos tan solos —una risa cantarina acompañó la melodía oscura que se escuchaba débil en el interior del bosque—. Tan solos que necesito compañía. Por favor —se dirigió a una sombra oculta tras los árboles.

«Trae a alguien a jugar con nosotros».

***

La mañana se vistió de lluvia en toda la ciudad y toda la zona, las nubes se arremolinaban y parecían encimarse una a la otra como si tuviesen vida y jugaran a ver quien soltaba más agua. La lluvia no paró en toda la mañana, los niños corrían entre las calles brincando los charcos sin importar los gritos de las señoras furiosas, de hombres amargados quienes miraban la escena y en sus mentes pensando, "malcriados".

Dylan se mordía las uñas mientras esperaba que su padre llegase a casa y que el pudiese salir. Su madre se dedicaba a trabajar en una imprenta y Dylan no debía salir a ningún lado cuando el clima no se lo permitiese.

En su aburrimiento decidió recostarse un poco en el sillón de su sala. Con los párpados a medio cerrar, una sombra cruzó su vista tan rápido que Dylan tuvo que parpadear para verificar si lo que vio fue real. Se puso en pie y recorrió su casa sin encontrar nada.

—¿Quién está aquí? Váyase si no quiere que hable a la policía.

Ningún ruido alguno.

De pronto una suave melodía comenzó a sonar, Dylan tomó el rifle de su padre y caminó entre el pasillo de su único piso. El ruido parecía venir de su habitación así que con valentía se aventuró y al abrir la puerta está tiró algo que dejó de sonar.

Una caja musical.

Dylan la tomó entre sus manos y vio que estaba tan maltratada y llena de tierra. Una bailarina corroída se miraba en su interior desgastado. Al darle carreta esta bailaba pero su silueta era imperceptible, así que no parecía una bailarina.

—¡Llegué! —gritó su padre y este a causa de la impresión soltó la cajita la cual dejó de sonar.

Dylan la dejó ahí y corrió hacia la puerta.

—¡Hijo! Ten cuidado —gritó su padre quitándole el rifle de la mano—. Esto sólo lo debes tomar cuando esté yo presente.

Dylan se asustó un poco y le explicó que la tomó porque creyó haber visto algo.

—Lo siento —se disculpó mientras su padre le revolvía el cabello.

—Creo que deberías comenzar a ir a la escuela de una vez. Nos hemos atrasado un poco pero nunca es tarde para seguir el camino.

Dylan no consideraba acudir a la escuela porque creía que malgastaba tiempo haciendo amigos en vez de aprender algo de provecho. Todo lo que sabía era por los libros de su padre quien era un ingeniero, y aun así sentía que le hacía falta más, conocer más.

—No quiero —murmuró mientras daba un paso atrás.

—Dylan...

—Hemos venido aquí por tu trabajo, afortunadamente los padres de Carl y Camille son tus amigos padre, y los tengo a ellos. Pero hacer amigos otra vez...

—Sé que es difícil —dijo su padre mirándolo a los ojos—. Pero hay que movernos, hay que seguir adelante, el camino no se detiene pero el tiempo, nuestro tiempo sí que lo hace. No quiero que te arrepientas por lo que pudiste haber hecho y no quisiste hacer. No quiero una vida mediocre y vacía para ti, hijo.

—¿Puedo pensarlo?

—Tienes una semana y nada más, en la noche hablaré con tu madre.

—De acuerdo —dijo Dylan apretando los puños que ocultaba en el interior de su chamarra—. ¿Puedo salir?

—¿Con esta lluvia? —preguntó su padre un poco contrariado.

—No tardaré.

Su padre asintió aun con duda y se encaminó a su habitación.

Dylan se colocó un impermeable y cargo consigo una linterna y unas galletas en una bolsa pequeña. Quería conocer lo que había más allá, se había contenido de poner sus pies sobre ese bosque así que sin Camille cerca podía hacerlo.

***

Se removió entre la tierra.

—Uhmm... será pronto, será pronto —canturreó con una sonrisa en sus pálidos labios—. Lo hiciste, oh, lo hiciste—comenzó a reír—. Dejaste nuestro presente a los ojos curiosos que nos miran y nos ignoran.

«Lo hizo, lo hizo, lo hizo, lo hizo», canturreó en su mente.

Si es que tenía una.

***

Las botas le calzaban grandes pero era eso o arruinar sus zapatos que con mucho entusiasmo su madre le obsequió.

Corrió lo más que pudo y agradeció que la lluvia estuviese cerrada porque nadie podía ver nada, además la lluvia prometía no ceder. Llegó al comienzo del bosque, tocó con sus frías palmas la corteza de un árbol, pero lo que sus ojos mortales no veían eran los hilos que se enredaban a su mano, fundándose con su piel e intentando ir más allá de su alma.

Tomó aire y aprovechó la luz que aun proveía el sol a través de sus negras nubes. Cuando se adentró al bosque un fuerte viento le tomó desprevenido. Una sonrisa espectral que a muchos metros de distancia se extendía en el rostro de alguien.

Dylan miraba como los imponentes árboles seguían de pie, como el césped vivía del agua aún. Todo estaba vivo y no muerto como le decían. Caminó más allá sin darse cuenta de lo que dejaba atrás avivado por la fuerte determinación de que el bosque le causaba sentimientos muy extraños. Caminó mirando las mariposas posadas en los árboles, de animales pequeños que se escondían a esconderse. Un bosque diferente de las viejas historias que a medias les contaron.

Dylan parecía encontrar este mundo mucho más interesante, tanto que deseó fervientemente vivir en el bosque, sin saber que sus deseos eran tan tangibles para alguien que movía sus manos al ritmo de los pies de Dylan.

«Deséalo, y se te dará».

***

El padre de Dylan sin darse cuenta se había quedado dormido hasta que escuchó que la puerta sonaba, se levantó rápidamente y vio a su mujer entrar colgando la sombrilla en la ventana para que escurriera.

—Buenas noches, amor —saludó cálidamente a su esposo depositando un tierno beso en sus labios—. ¿Cómo te fue en el trabajo?

—Perfecto, ahora al parecer traerán más transporte público, sobre todo para los que vivimos muy lejos del centro.

—Me parece perfecto, pero no deberías estar en la planta o algo así.

—Sí, pero mi jefe me requirió para eso y ni modo de decirle que no.

—Ya veo —dijo su mujer, Grace, mientras sacaba una taza de la repisa y se servía un poco de agua—. ¿Y Dylan?

—Ah. ¡Joder!

—¿Qué pasa? —preguntó angustiada siguiendo a su esposo a la habitación de su hijo que estaba vacía.

—Dijo que saldría y que no tarda, eso fue a las cuatro. ¿Qué hora es?

—Amor, son las diez —dijo Grace sosteniéndose de la pared—. ¡¿Dónde está?!

—No me dijo donde iría —dijo el frenético padre de Dylan, Jack. Habló a casa de sus amigos para ver si no habían salido a algún lado y ninguno dijo nada.

—Tenemos que avisar a la policía —Grace comenzó a sollozar, sentía que el mundo le daba vueltas y no era de extrañarse, su único hijo andaba fuera y no había regresado. Gruesas lágrimas resbalaban sus mejillas mientras permanecía sentada en las sillas de la cocina.

—Esto es culpa mía —se maldijo muy dentro de sí, Jack.

—No amor, esto es una irresponsabilidad de él, le dimos libertad con la condición de que fuese responsable, si dijo que volvería debió volver mucho antes de que yo llegara —entre las lágrimas de desesperación se escuchaba el tono de ira de Grace.

Habían educado a su hijo con todas las libertades, libertades que se había ganado siendo responsable, educado y demás.

Jack decidió reunir a sus amigos más cercanos y a la policía para tratar de dar con el paradero de su hijo Dylan, la policía dijo que tenían que transcurrir aunque sea mínimo veinticuatro horas desde su desaparición, porque creía que se trataba de un niño pidiendo atención.

Pero Dylan no era un niño, era un adolescente que quería conocer más del mundo, más de todo, pero más del bosque.

—Señora Grace —era Camille quien traía una sudadera y unos jeans.

—Oh, cielo... no debiste venir.

—Tenía que hacerlo, tenía que hablar con alguien sobre Dylan —dijo Camille quien poseía un semblante triste.

—¿Qué ocurre?

—Hemos estado aquí bastante tiempo, tanto que pareciese muy corto y el cual transcurrió demasiado rápido, pero no es sobre eso de lo que quiero hablarle —tomó aire—, verá... desde que llegamos Dylan sintió fascinación por los árboles...

—Le encantan, él amaba ver los dibujos en los...

—Lo sé—interrumpió Camille—. Pero no es precisamente eso lo que le fascinó, se volvió una casi obsesión para él, este bosque tiene una malísima reputación, está maldito, señora Grace. Tan maldito que ni siquiera los ancianos se atreven a murmurar su nombre.

»Sólo dicen que... "Lo que entra no ha de volver".

—¿Estás diciendo que Dylan posiblemente fue a ese bosque?

—Sí, el tenía muchas ganas de ver el bosque y conocerlo, mi abuela me dijo que todo lo que está ahí está muerto, ni siquiera hay razones para...

Una fina y pulcra melodía se escuchó en el lugar, callando las voces y las advertencias.

—Eso es lo que más me temo —una anciana llegó al lugar con los cabellos goteantes.

—Abuela —Camille murmuró yendo con ella y ayudándole a caminar para no resbalar.

—Lamento si de verdad no les conté la leyenda de aquél bosque pero me temo que incluso a mi me causa un terrible miedo.

—¿Mi hijo está en peligro? —quiso saber Grace mirando a la anciana con desesperación.

—Me temo que sí.

***

Dylan comenzó a avanzar mucho más allá, la lluvia le quitaba visibilidad y el foco no parecía emanar suficiente luz para saber donde pisar así que llevó más que un raspón en la rodilla. Sus manos se encontraban un poco maltrechas pero siguió avanzando sin que por un segundo su mente y la señal de supervivencia le indicaran regresar.

Se mordió el labio saboreando la lluvia fresca siguiendo su camino, hasta que de pronto sintió que el frío cambió, era mucho más intenso y sentía que sus manos quedarían congeladas así que metió una de estas a su chamarra e intento divisar su camino.

De pronto algo le rozó la mejilla, tocó la herida y vio como la sangre se corría con el agua de la lluvia. Cayó en cuenta que había llegado a un lugar completamente diferente, donde no había árboles. Siguió el césped que parecía recién cortado y pudo divisar algo en el suelo, apuntó su luz directo hacia esto y era una hermosa flor de color rojo. Una risa le tomó desprevenido ocasionando que la lámpara resbalase de sus manos.

—¿Quién está ahí? —dijo con voz temblorosa a causa del frío.

—Has llegado, has llegado —canturreó la voz de lo que parecía ser una niña.

—No deberías estar aquí, es muy peligroso.

—Pero tú estás aquí —la voz se sintió tan juntito a su cuello que le produjo escalofríos y por automático giró. No había nada.

—Puedo ayudarte —dijo Dylan incapaz de creerse sus palabras, creería que salvaría a alguien, alguien que no quería ser salvada.

—Podrías... pero no confío en ti.

—Estoy aquí y no me he ido —intentaba ganarse su confianza.

—Tu sangre. Tu sangre es hermosa —dijo esta saboreando en la oscuridad su triunfo—. Y deliciosa también.

Dylan se llevó la mano en su mejilla y finos cortes aparecieron.

—Quiero más, quiero más. Lo necesito para darles color.

—Agh —se quejó Dylan incapaz de defenderse de las heridas producidas en la oscuridad—. Por favor, detente —lloriqueó. Su voz jamás se elevó en grito. Tenía todas las partes de su cuerpo entumecidas y algo se afianzo a su supervivencia.

—Tranquilo. Sólo quiero más.

La visión de Dylan se nubló y sintió su cuerpo tan débil. Cerró los ojos sin poder gritar un auxilio y sin poder rogar por su vida.

La niña sonrió en la oscuridad.

—Necesitamos más —dijo algo más en las sombras.

—Lo sé y por eso... necesito que vayas tú y Shamir. Traigan más.

Los hilos se entrelazaron entre los dos cuerpos incorpóreos que se afianzan entre sí para crear un cuerpo, un cuerpo tan real como el de Dylan; sus mismos cortes, sus mismas ropas, todo.

—Yo los guiaré —dijo. Mientras miraba como las flores se tintaba de color carmesí.

Un cuerpo se movía entre el bosque con dificultad, intentaba recrear el mismo andar sin éxito alguno, necesitaba un poco más de soltura, más libertad, esa que no obtendría bajo ninguna circunstancia porque a ella no le gustaba dejar a sus muñecos libres.

***

Los padres de Dylan tomaron asiento en su pequeña sala mirando a los ojos de la abuela de Camille que se mostraba nerviosa mientras las chispas de la chimenea refulgían con interés.

—Esta historia ha permanecido en la oscuridad porque es justo donde debería estar. Muchos años atrás, los primeros pobladores de esta zona murmuraban sobre las criaturas que habitaban en el bosque Derring, en las noches escuchaban gritos atroces y creían que un asesino mataba a sus víctimas ahí.

»Pero era un campo con gente tranquila así que eso era muy improbable, todos se conocían, sabían sus mañas, sus prejuicios, sus miedos como también lo que los hacía feliz. La gente se dedicaba a trabajar su tierra y cuidar por los suyos. Pero una familia en particular vivió un horror cuando la noche llegó.

»Su pequeña hija desapareció, nadie intentó buscarla, excepto sus padres quienes por años viajaron por las demás aldeas sin percatarse de que el misterio estaba justo en sus narices, el bosque. Fueron hasta ahí y en la entrada vieron sus ropas raídas con el tiempo y el clima. La desdicha golpeó sus corazones débiles y se aventuraron a entrar al bosque sabiendo que no verían el cuerpo intacto de su hija, pero tan siquiera encontrar algo les haría honor a una sepultura digna.

»Los padres desaparecieron también y nadie supo, pero niños de la misma aldea aseguraban mirar a alguien en la entrada del bosque, una niña de cabello blanco. Supusieron que era la hija perdida, pero la edad en la que ella desapareció y el tiempo que transcurrió no encajaba, así que asumieron que su alma estaba vagando en el bosque. A partir de ese momento no faltaron los niños que se creían valientes e ingresaron al bosque para nunca regresar.

»Lo más inquietante fue que en sus desapariciones un lirio rojo se encontraba en las habitaciones de los chicos. Desde eso, dijeron que aquella alma había maldecido el bosque.

—¿N-nuestro Dylan no regresará? —preguntó Grace llevándose las manos hacia el rostro y ahogando sus dolorosos sollozos.

—No lo sé —respondió la anciana.

Jack comenzó a reír.

—Es una tontería mujer, eso ocurrió tantísimo tiempo y nadie sabe si es real o no, sólo es una maldita leyenda.

—¡Entonces vamos! —Gritó su mujer con los ojos llenos de lágrimas—. Vamos y traigamos a Dylan de regreso.

La puerta se cerró sin saber quién había salido de la casa hasta que la anciana se puso de pie.

—Camille —susurró y cayó de rodillas—. No dejen que ella entre al bosque.

La lluvia caía recia ahogando los gritos de detención a una chica que corría directo al bosque para ayudar a su amigo, pero paró en seco al ver a alguien justo en la entrada.

—Dylan —susurró y aquel cuerpo cayó inconsciente—. ¡Dylan! —llegó con rapidez para mirarle el rostro y comenzó a llorar. Dylan sería la única excepción de aquella leyenda, una leyenda que no era real después de todo.

Los padres de Dylan llegaron junto a Camille y levantaron el cuerpo mal herido de Dylan quien parecía estar en la ensoñación y el cansancio. Regresaron a casa mientras que su madre corría para buscar algo con que cubrirlo y cambiarle las ropas.

—Oh, mi pequeño. ¿Por qué lo hiciste? —Preguntaba su madre mientras le secaba el cabello, pero Dylan se veía ausente—. ¿Qué viste? —quiso saber su madre mientras alzaba su barbilla para mirarle los ojos. Unos ojos inexpresivos.

—¿Todo bien? —preguntó Jack mirando a su hijo y a su mujer.

—Sí —respondió Grace mientras acostaba a Dylan y se iba de la habitación.

Las demás personas aún seguían ahí con la esperanza de que Dylan les contase algo pero Jack negó con la cabeza y procedieron a irse, menos la abuela de Camille.

—Tengan cuidado —dijo como advertencia y se fue ahí junto con una Camille mojada y temblando.

—Te cambias de ropa, querida —dijo Grace a la niña quien asintió para ayudar a su abuela a llegar a casa.

Jack y Grace se quedaron en la sala abrazados preguntándose si Dylan estaba bien ya que no había dicho palabra alguna. En la oscuridad comenzó a sonar la cajita musical y Grace dio un respingo.

—¿Jack? —su esposo estaba completamente dormido.

Grace se levantó del sofá y guió sus pasos hasta dónde provenía el sonido, y este salía de la habitación de Dylan. Grace abrió la puerta y la música cesó.

—¿Dylan?

Intento encender la luz y lo único que provoco fue un corto circuito.

—¡Jack! —Gritó y su esposo se levantó de golpe intentando encender las luces de la casa sin éxito alguno. Una mano se cerró en su muñeca y ahogó un grito al percatarse de que era su mujer, esta le había dicho que Dylan no estaban en la habitación.

—Dylan... cariño, por favor —rogaba su madre y un rayo cayó iluminando la estancia y vieron a Dylan acuclillado en el pasillo—. Cielo ¿qué haces ahí? —se acercó pero algo la detuvo sembrando el pánico y el terror en todos sus sentidos.

Aquellos ojos brillantes y fuera de este mundo le devolvieron la mirada. Dylan se puso de pie y sin pronunciar nada sólo apunto uno de sus dedos hacia la puerta. Dylan no parpadeaba ni de su boca se profería sonido alguno; Grace estaba pegada al pecho de su marido y cuando este quiso avanzar ella lo detuvo transmitiéndole el mismo sentimiento.

—¿Q-quieres salir? —preguntó Grace con toda naturalidad.

La boca de Dylan se abrió.

***

—Ah —suspiró alguien mientras las gotas de una lluvia pasajera se escurría entre su piel blanquecina—. ¿Crees que es tiempo de traer a los visitantes? —le preguntó al chico que había dejado de sangrar y quien dormitaba suspendido en el aire.

Dylan parpadeaba incapaz de abrazar la realidad, quería dormir pero sabría que sólo angustiaría a sus padres si no hacía algo por escapar; en aquel instante cuando aquella niña lo retuvo se percató que colgaba de la nada, su cuerpo parecía levitar, pero no. Con los rayos de la luna en su cenit y leves nubes rodeándola, se percató de un brillo inusual entre sus brazos. Eran hilos.

—Déjame ir —suplicó con dolor en la voz.

—Uhm, no —se burlo la susodicha—. Cometiste un grave error y debes pagar por ello —de pronto la tenía frente a ella—. Nunca dejo a mis marionetas libres, primero deben morir.

Una risa cantarina y escalofriante se escuchó en el bosque, y una serie de gritos horrorosos se sumaron en coro. Dylan comenzó a llorar, se quería morir.

***

Grace abrió la puerta y Dylan no se movió de ahí, seguía apuntando. Pero de pronto este parpadeo y camino para cerrar la puerta. Echó una mirada a la señora Grace y al señor Jack y acto seguido se fue a su habitación.

—¿Qué ocurre? —preguntó en un susurro la señora Grace dirigiéndose a su esposo.

—Mañana temprano iré a la iglesia, sea lo que sea el padre vendrá a ayudarnos.

Y ambos con la angustia se fueron a la cama. La señora Grace se durmió pero constantemente se movía de la cama, tenía pesadillas de su joven hijo siendo consumido por la oscuridad. En cuanto al señor Jack comenzó a leer la biblia, buscando señales de posesión o algo peor pero no encontraba nada.

El reloj hacia un suave tic tac, mientras en las sombras se retorcía un cuerpo incapaz de adaptarse a las lejanías de su dueña, si no se apresuraba los gusanos lo consumirían todo.

A la mañana siguiente, el señor Jack —quien no había pegado un ojo en toda la noche—, se dirigió a la iglesia, dejando a su esposa encargada con otra señora y por consiguiente la abuela de Camille.

—Todo estará bien —dijo la abuela tomando entre sus manos las de Grace.

—¿Está despierto? —Preguntó Camille y la señora Grace le indicó que tenía miedo de ingresar a la habitación y encontrarse algo horrible, así que no lo sabía—. ¿Puedo?

—Ten cuidado —le advirtió su abuela.

—Adelante, pero ten cuidado —enfatizó la señora Grace.

Camille se encaminó a la habitación de Dylan y antes de tocar el picaporte decidió pegar el oído y escuchó susurros. De pronto el picaporte giró y ella entró estrepitosamente en la habitación mirando a Dylan de pie mirándolo con horror.

—L-lo siento —Camille estaba tan colorada que continuaba en el suelo, pero vio algo en los pies de Dylan, gateó hasta él y este por reflejo se hizo hacía atrás. Tocó los hilos y este se estremeció.

—Tú no eres Dylan ¿Cierto? —inquirió Camille reuniendo un valor de sabe donde le salió y encaró a lo que fuese que estaba delante de ella.

La puerta se cerró con fuerza y la señora Grace salió corriendo hasta la habitación con la abuela detrás de ella.

—Dylan, Camille, abran la puerta.

Y no había nadie quien pudiera abrirla, no cuando el supuesto Dylan ahorcaba a Camille con el mismo hilo.

Camille pataleó, intentó arrancarle el cabello, afianzarse a su vida, pero no era posible, sentía que los recuerdos pasaban por sus ojos, de las palabras que nunca podría decir, de los sentimientos que nunca encontrarían a su igual, de sus padres, de su abuela.

—¡ABUELA! —gritó y Dylan dejó de ejercer fuerza hasta que un hilillo de sangre empapó el hilo.

Se escuchó el chirrido de unas llantas y el bullicio de la gente en la sala de estar. Camille respiraba entrecortadamente, no tenía fuerzas para avanzar hacia la puerta. Quería gritar pero la oscuridad amenazaba con tragársela entre viva y muerta. Pero la luz se asomó cuando el señor Jack rompió la puerta para ver el horror que acontecía.

—Dylan.

—N-no es... —murmuraba Camille quien era asistida por su abuela, revisándole la herida y leyendo su mirada.

—Ten cuidado —le dijo a Jack mirándole fijamente—. Él no es tu hijo. Él ni siquiera es de este plano.

El supuesto Dylan sonrió.

«Nos han descubierto».

—Padre —dijo Jack y de pronto la casa comenzó a temblar.

Dylan salió corriendo al exterior, apenas sus extremidades podían comportarse con normalidad, sentía que en cualquier momento todas sus partes corpóreas se desintegrarían en el aire. Pero una mano se cerró en su muñeca, abrió la boca y un montón de polillas negras salieron de su interior.

—¡PADRE! —gritó el señor Jack mientras se apoyaba en el cuerpo de su hijo.

—¡Jack! —gritó la abuela mientras corría hacia ella—. Esa cosa no es tu hijo, Camille me lo acaba de decir.

—¿Qué di...

El padre llegó corriendo y le pidió a Jack que lo llevara de nuevo a la casa, y así lo hizo a pesar de las protestas de la abuela. Insistía en que no le haría caso a una vieja loca que creía en leyendas tontas, ella enojada tomó a su nieta aun cuando esta no quería irse.

—No hay salvación para Dylan, Camille. Lo del bosque no es una leyenda, ocurrió de verdad.

—Abuela...

—Padre nuestro que estás en el cielo...

Se escuchó un crujido y el sonido provenía del cuerpo que estaba sobre la cama amarrado a los cuatro puntos de esta. El cuello parecía fuera de su lugar y como si alguien tratara de arrancarlo de ahí su cuerpo se contorsionó hacía arriba y una espesa cosa negra brotaba de la boca de un Dylan misterioso.

—Regna terrae, cantate Deo, psallite Domino, Tribuite virtutem Deo. Exorcizamus te, omnis immundus spiritus, omnis satanica potestas, omnis incursio infernalis adversarii, omnis legio, omnis congregatio et secta diabólica...

La casa comenzó a temblar. Jack les pidió a todos que esperaran afuera, su mujer era un paño de lágrimas sin control alguno. El cuerpo del joven se retorcía y ningún sonido provenía de su boca ni de su garganta.

—¿Quién eres? —preguntó el padre obligándolo a hablar—. Si no dices nada haremos más...

El cuerpo de Dylan se fracturó, se contrajo, era como arrugar el papel. Se trepó a las paredes.

—Derring —siseó. Saltó sobre el padre sin hacerle daño y corrió con más soltura a los brazos de su dueña.

***

—Ya vienen... ¿No estás contento de ver a tu familia? —cuestionó la niña mientras caminaba entre sus lirios.

—Ni siquiera sé que quieres —farfulló Dylan entre los hilos.

—Más, quiero más —sonrió de lado y un gritó se ahogó en el bosque.

«Los lirios quieren compañía, como ellos, como yo».

***

Una espesa neblina cubrió toda la ciudad, el bosque parecía tener vida moviendo sus secas ramas, siseos que provenían de oscuros lugares, gritos de angustia que aclamaban ser rescatadas. Dylan se quedó justo en la entrada mientras su cuerpo se contorsionada y les señalaba el lugar a los demás que corrían hacia donde estaba él.

Jack tenía el rifle en la mano y no dudo en apuntar el cuerpo del niño que tenía una mirada ausente. Un disparo sonó en el lugar cruzando directo al pecho de Dylan quien miró su pecho, líquido negruzco escurría de él.

—¡NOOOOOOOOO! —gritó la señora Grace incapaz de creer que su hijo Dylan hubiese sido disparado—. ¡¿QUÉ HAS HECHO?!

—No es nuestro hijo mujer.

—No, mi bebé está ahí en algún lugar... tengo que... tengo...

La señora Grace corrió lejos de los brazos de su esposo, guiado por la firme convicción de que su hijo estaba en el interior del bosque. El reloj comenzó un lento retroceso, una cita del té que no ocurriría en algún punto del mundo, una escena que desgarraba el corazón de un mujer que había sido madre.

La firme convicción del ser humano por ese amor que no conoce ciencia alguna. Amor es lo que mueve el mundo y los sentimientos de los seres humanos. La señora Grace no se lo pensó dos veces cuando sus zapatos hicieron crujir una rama seca lanzando advertencia a todos los puntos controlados del bosque. Ese mismo amor que movió al señor Jack para ir tras su mujer a pesar de los gritos de los demás involucrados. De un padre que rezaba en una esquina de una casa rogando por su vida, por no morir y aferrarse a su existencia carnal.

El bosque abrió sus ojos tenebrosos y sedientos de compañía a esas dos almas que avanzaban con dudas dirigidos por la firma convicción de lo que encontrarían. Con cortes en el cuerpo, sin importarles avanzaron corriendo. Grace tenía las lágrimas en los ojos y un profundo dolor en el pecho.

Perder un hijo debe ser lo más horrible que podría ocurrirle a una madre, prestar un hijo a la vida era lo más cruel que había creado un ser supremo en la inmensidad del universo. No quería sufrir de esa manera.

***

—Te contaré una historia —dijo la niña mientras en sus dedos se enroscaba un fino hilo transparente, lo retorcía hasta cortarle la piel y una gota negruzca aparecía—. Es una historia que se transformó en una leyenda, no tiene nada que ver con las flores, se trata del cuerpo y un alma que fue mancillada en contra de su voluntad.

Figuras comenzaron a formarse con las raíces de los árboles muertos, las ramas de las copas de los árboles se cerraron para no dejar que la luz del sol se colase entre ellas. La oscuridad parecía emerger de algún lugar.

—Hace mucho tiempo una niña de cabello como la luz del sol y ojos como el infinito cielo desapareció —miles de polillas alzaron el vuelo desde las cortezas de los árboles—. Sus padres la buscaron por años sin éxito alguno incluso creyeron que había sido asesinada, y afirmaron sus dudas cuando al borde de la entrada del bosque encontraron sus ropas raídas, sucias y ensangrentadas. Aquellas ropas llevaban ya casi diez años ahí, carcomidas por el tiempo, por el suelo, por el sol.

»Los padres en su angustia de recuperar el cuerpo maltrecho de su única hija se adentraron a tal oscuro bosque de mala reputación, "Toda alma viviente que entré al bosque jamás regresará". Pero ignorando aquellas advertencias caminaron esquivando ramas, plantas venenosas, insectos ponzoñosos. Hasta que sus vistas comenzaron a ampliarse.

»El horror los llevó a cerrar los ojos y abrazarse.

Un grito se escuchó en la oscuridad y Dylan había reconocido esa voz.

—¡MAMÁ! —Gritó con todas sus fuerzas—. ¡Agh! —la sangre comenzó a emanar de sus muñecas.

—Sólo necesito un poco más... —dijo la niña mientras se ponía frente a él y le levantaba el rostro.

—¿Por qué? —pidió saber Dylan asustado y tembloroso.

—Porque las personas como tú no tuvieron piedad con el cuerpo de una niña.

—¿P-personas como yo? —farfulló Dylan sintiendo que todo le daba vueltas, no había comido por días.

Una sonrisa cruzó en los labios rojizos y dañados de la niña quien se alejó de él y desapareció dejándolo sangrar hasta que se percató que había miles de lirios rojos bajo sus pies. Y justo un poco más lejos de su vista había algo. Una lápida.

***

Títeres se movían en la oscuridad sembrando el pánico y la locura en el corazón de los visitantes. Los padres de Dylan avanzaban juntos intentando correr de las sombras que los acechaban, con sus palpitantes corazones decidieron avanzar pero lo único que recibieron fueron miles de cortes en el cuerpo.

—Parece que hay algo aquí —farfullo cansada la señora Grace.

—También lo siento, pero vamos... vamos por Dylan.

La señora Grace asintió, hasta que una risa la tomó desprevenida y giró a su izquierda.

—¿Dylan?

—No hay nada —dijo su esposo Jack.

—Dylan... —la señora comenzó a sollozar a pasar al llanto total.

—Mujer no hay...

El cuerpo del señor Jack no se podía mover, sentía que algo le oprimía los tobillos hasta que chilló del dolor, sin poder contenerlo soltó un gritó que inyectaba de vida al bosque quien se movía a merced de algún poder. Se armó de valor como pudo para avanzar con todas sus fuerzas hasta romper los hilos que se encontraban amarrados a sus tobillos.

—¡Grace! —gritó persiguiendo a su mujer quien parecía ver ilusiones. La tomó del codo y esta volvió en sí—. Un poco más y...

Había plantas con espinos un poco más adelante.

—Te juro que vi a Dylan —señaló la señora Grace abrazando a su marido.

¡MAMA!

—¿Escuchaste eso? —dijo Jack mirando a su mujer quien asintió. Se guiaron por el sonido pero el bosque bien podría estarle gastando una broma.

Se guiaron por sus instintos hasta encontrar con un camino abierto. Corrieron hasta descubrir un claro lleno de lirios rojos y el cuerpo casi sin vida de Dylan quien intentaba abrir la boca. Dylan los observó sin tener la fuerza para decirles que estaba bien, que prefería eso a morir solo y abandonado.

Los capullos comenzaron a abrirse, como si la primavera hubiese llegado.

Una risa cantarina quebró la tranquilidad de las tinieblas.

—Almas que se consumen en un dolor, no son apetecibles pero calman las ansias de mis hijos —murmuró mientras corría de un lado a otro.

—Por favor, deja a mi hijo libre.

—No... los que entran aquí deben afrontar las consecuencias.

—Mi hijo sólo sentía fascinación por el bosque, siempre... siempre le gustaron los bosques —rogó Grace tratando de hacer entrar en razón a quien no podía ver.

Una ráfaga de aire los hizo cerrar los ojos, hasta que el cuerpo de una niña apareció frente a ellos. Su cabello tan blanco y piel tan blanca que parecía fantasmal.

—¿Tu eres el ser que deambula en este bosque? —preguntó la señora Grace armada de coraje.

—No... soy yo quien los controla —miles de hilos se hicieron visibles y miles de títeres los rodeaban—. ¿Qué habrán visto aquellas inocentes almas, Dylan?

Dylan alzó la mirada al escuchar su nombre. Miraba ese cabello blanco moverse en cámara lenta. Sabía que ella no pertenecía al plano terrestre. El bosque tenía sus secretos y tanto él como su familia habían cruzado un punto sin retorno.

La niña movió su mano y los hilos sangrantes de las muñecas de Dylan lo hicieron soltarse y caer encima de los lirios rojos completamente abiertos. Los padres de Dylan corrieron hacía él.

—No queremos estar solos —musitó y entrecerró los ojos.

—E-espera—musitó Dylan en los brazos de su madre—. Dijiste que las personas como yo te hicieron algo... ¿Qué te hicieron?

La niña sonrió.

—Niños como tu juegan a morir algunas veces. Y en aquel entonces yo tenía muchos amigos justo como la niña que tienes por amiga, decidieron jugar cerca de los páramos del bosque... jugaron a las escondidas y no había nadie cerca. No había manera que contará del uno al diez y desaparecieran, así que tontamente asumí que habían ido al bosque, y sí lo estaban. Llegamos al centro del bosque y había algo extraño justo ahí —apuntó hacía la lápida.

» ¿Qué haría algo como eso justo ahí? Ninguno de ellos se acercó así que asumí mi rol de niña valiente y cuando lo vi...

El bosque parecía quejarse de su dolor.

»Mi nombre estaba grabado en él. Esos malditos decidieron que una leyenda debía ser real y para hacerla real requerían a un muerto, así que... ¿por qué no matar a la más tonta de todas? Y sabes con qué armonizaron el horror y la tragedia. Con una cajita musical, muy linda por cierto.

Soltó una risa y las sombras se cerraban más sobre ellos.

—No tuvieron piedad, si eso quieres saber. Destajaron todo mi cuerpo y en mi dolor maldije este bosque y los maldije a ellos. Yo juego con sus vidas —finos hilos se enredaban en todo su cuerpo arrastrando los cuerpos maltrechos de unos títeres—. Al final me convertí en la leyenda que ellos querían... y estaba tan sola, deambulando entre la vida y la muerte que supe que este lugar estaba lleno de lirios y ninguno de ellos lo sabían. ¿Sabes por qué? Porque no era la primera vez que había estado aquí.

»Que horrible debió ser para mis pobres padres ver el cuerpo destajado de su hija en medio de este campo a medio florecer. Mi pobre alma atada a este lugar sin poder conocer nunca la luz de un verdadero sol. Los lirios se convirtieron en mi compañía y mis títeres también.

—Ahora ya saben porque nadie que entra al bosque sale de él.

El silenció inundo la atmosfera. La niña se paseó y tomó tres lirios rojos entre sus manos.

—Si ustedes los aceptan sabré que me pertenecen y que formaran parte de mis títeres, sino... tendré que dejarles los lirios en casa. Ustedes deciden.

—Nosotros no tenemos la culpa de tu pasado —dijo el señor Jack—. Si tú fueses mi hija habría hecho todo lo posible por salvarte...

—¿Justo como lo hiciste con tu hijo? —La niña los miraba de reojo—. He conocido el egoísmo de la gente en la lejanía, y créeme vi claramente que ambos creían que ese "Dylan" era su hijo. Creí que los padres conocían bien a sus hijos.

—Eso... —intento justificarse la señora Grace.

—No me interesa si quieren o no... sus malditas almas serán mías.

Miles de hilos se enroscaron en los cuerpos de los padres de Dylan, mientras él continuaba en el suelo incapaz ahora de abrir los ojos. Su voz apenas sería un susurro en la oscuridad.

—P-por f-favor —susurró con debilidad en la oscuridad que se enroscaba alrededor de ellos. Transformando los lirios rojos a negros. Todo estaba consumiéndose en la nada, en la amargura de un alma que no había descansado en paz.

—Tu valentía te mantiene con vida, Dylan.

—Meredith —susurró.

El bosque se quejó en el silencio, los cuerpos inertes cayeron al suelo al igual que los cuerpos aun con vida de los padres de Dylan. Los lirios se desojaron en miles de pétalos rojos.

—E-ellos cometieron un terrible error, pero hay almas que merecen un perdón. N-nunca fue mi intención lastimarte, n-no sé q-que tan terrible fue... pero este no es tu lugar —Dylan comenzó a toser, la inanición lo estaba matando y la falta de sangre.

Meredith observaba hacia la nada, rememorando el amor de sus padres, de las travesuras que cometió, de cuando en la oscuridad miró a sus padres llorar por ella, cuando su propia alma sin descanso se contaminó de oscuridad y soledad.

—Quería... que todos pagaran.

—N-no tienen la culpa, h-hiciste lo que tenías que hacer. Ellos ya p-pagaron...

—¡DYLAN! —el gritó de Grace la hizo reaccionar y miró a Dylan quien estaba muriendo y rodeado por un infinito amor.

—No me imagino el dolor por el que pasaron mis padres, nunca pude verme a mí misma porque todo lo veía borroso. Ellos decidieron este lugar para enterrar...me.

Miro por última vez a la familia que había tomado por prisionera mientras el sol se colaba entre las ramas que se abrían espacio y abrazaban una mañana esplendorosa.

—Dylan —musitó Meredith y un ligero hilo rojo apareció justo en sus dedos, tomó la muñeca de Dylan—. La oscuridad no se irá, estuvo por años en mí, pero sólo esta vez los dejaré ir.

—No tienes que... —dijo la señora Grace.

—Váyanse —interrumpió Meredith—, y para que no ocurran este tipo de cosas, sólo hagan que el mundo conozca esta leyenda, porque siempre estaré deseosa de más y más compañía —una sonrisa macabra se extendió en sus labios y desapareció de sus ojos.

«Estaremos esperando, siempre estaremos esperando».



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